34
En cuanto despertó, Jane supo que Alec se había ido, incluso antes de abrir los ojos. Su mano, todavía alargada sobre la cama, estaba hueca; no había dedos que respondieran a la presión de los suyos. Se incorporó despacio, con una opresión en el pecho.
Debía de haber descorrido las cortinas antes de irse, porque las ventanas estaban abiertas y brillantes franjas de luz solar caían sobre la cama. Se preguntó por qué la luz no la había despertado. Por la posición del sol, tenía que ser después de mediodía. Sentía la cabeza pesada y espesa, los ojos medio adormilados. Quizás porque, por primera vez en tanto tiempo, no había tenido pesadillas y su cuerpo había aprovechado para recuperar el sueño perdido.
La sala de estar permanecía vacía; el fuego de la chimenea se había reducido a cenizas grises, pero emanaba ruido y luz de la cocina: un parloteo de voces, y el olor de algo cocinándose. «¿Tortitas?», pensó Jane con sorpresa. Jamás se le habría ocurrido que Amatis supiese cómo hacerlas.
Y tenía razón. Al entrar en la cocina, Jane sintió que los ojos se le abrían como platos: Isabelle, con los brillantes cabellos negros recogidos en un nudo en la base del cuello, estaba de pie ante los fogones, con un delantal alrededor de la cintura y una cuchara de metal en la mano. Simon estaba sentado sobre la mesa detrás de ella, con los pies sobre una silla, y Amatis, en lugar de decirle que se bajara de los muebles, estaba recostada contra la encimera con aspecto de estarse divirtiendo enormemente.
Detrás de Jane, llegó Clary, la cual parecía igual de sorprendida. Isabelle agitó la cuchara en dirección a ellas.
—Buenos días —saludó—. ¿Quieren desayunar? Aunque, bueno…, supongo que es más bien la hora del almuerzo.
Totalmente muda, Jane miró a Amatis, que se encogió de hombros.
—Aparecieron sin más y se empeñaron en preparar el desayuno —dijo—, y tengo que admitir que yo no soy tan buena cocinera.
—¿Dónde está Luke? — quiso saber Clary.
—En Brocelind, con su manada —respondió Amatis—. ¿Va todo bien, Clary? Pareces un poco…
—Agitada —finalizó Simon por ella—. ¿Va todo bien de verdad?
Por un momento Clary no supo que responder. «Aparecieron», había dicho Amatis. Lo que significa que Simon había pasado la noche en casa de Isabelle. Le miró fijamente. No parecía nada distinto.
—Estoy perfectamente —dijo; aquél no era precisamente el momento de preocuparse por la vida amorosa de Simon—. Necesito hablar con Isabelle.
—Pues habla —repuso ésta, dando golpecitos a un objeto deformado en el fondo de la sartén que era, temió Jane, una tortita—. Estoy escuchando.
—A solas —dijo Clary.
—¿No puede esperar? —preguntó Isabelle, arrugando la frente—. Casi he acabado…
—No —respondió Clary, y hubo algo en su tono que hizo que Simon, al menos, tensara su posición—. No puede esperar.
Simon se deslizó fuera de la mesa.
— Jane, — dijo la pelirroja — puedes quedarte.
La rubia asintió y no muy convencida tomó asiento a la mesa.
—Muy bien. Os daremos un poco de intimidad —dijo Simon, y volvió la cabeza hacia Amatis—. Quizás podrías mostrarme esas fotos de Luke cuando era un bebé de las que estábamos hablando.
Amatis lanzó una mirada preocupada a Clary, pero siguió a Simon fuera de la habitación.
—Supongo que sí…
Isabelle meneó la cabeza mientras la puerta se cerraba detrás de ellos. Algo centelleó en su cogote; un brillante y delicadamente fino cuchillo estaba introducido en el moño, manteniéndolo fijo. A pesar del retablo de vida doméstica, seguía siendo una cazadora de sombras.
—Oye —dijo—. Si esto es sobre Simon…
—No se trata de Simon. Se trata de Jace. —Le alargó una nota a ella y Jane—. Lean esto.
Con un suspiro, Isabelle apagó el fogón, tomó la nota y se sentó a leerla junto a la rubia. Clary sacó una manzana del cesto que había sobre la mesa y se sentó frente a las chicas al otro lado de la mesa.Clary se dedicó a toquetear la piel de la manzana sin decir nada.
Isabelle alzó los ojos de la nota con las cejas enarcadas.
—Esto parece más bien… personal. ¿Estás segura de que debemos leerlo?
—Lean hasta el final.
Isabelle regresó a la nota:
«A pesar de todo, no puedo soportar la idea de que este anillo se pierda para siempre, como tampoco puedo soportar la idea de dejarte para siempre. Aunque no tengo elección sobre lo uno, al menos puedo elegir sobre lo otro».
Cuando ambas chicas terminaron de leer la nota, subieron la mirada hasta Clary sin saber muy bien que decir.
—Pensaba que podría hacer algo como esto — dijo finalmente Isabelle.
—¿Te das cuenta de lo que quiero decir? —dijo Clary a trompicones—. No puede haber salido hace tanto tiempo, o llegado tan lejos. Tenemos que ir tras él y… —Se interrumpió; su cerebro procesaba finalmente lo que Isabelle había dicho y lo hacía llegar a su boca—. ¿Qué quieres decir con que pensabas que podría hacer algo como esto?
—Justo lo que he dicho. —Isabelle empujó un mechón de cabello que colgaba detrás de la oreja—. Desde el momento en que Sebastian desapareció, todo el mundo ha estado buscando el modo de encontrarlo. Yo despedacé su habitación en casa de los Penhallow buscando cualquier cosa que se pudiera usar para localizarlo… pero no había nada. Debería haber sabido que si Jace encontraba algo que pudiese permitirle localizar a Sebastian, saldría disparado tras él. —Se mordió el labio—. Aunque habría deseado que se hubiese llevado a Alec con él. A mi hermano le gustará.
—¿Así que piensas que Alec querrá ir tras él, entonces? —preguntó Clary, con renovadas esperanzas.
—Clary. —Jane sonó levemente exasperada—. ¿Cómo se supone que vamos a ir tras él? ¿Cómo se supone que vamos a tener la más leve idea de adónde ha ido?
—Debe de existir algún modo…
—Podemos intentar localizarle. Pero Jace es listo. Habrá encontrado algún modo de impedir la localización, igual que hizo Sebastian.
Una cólera fría se agitó en el pecho de Clary.
—¿Están seguras de que quieren encontrarlo? ¿No les importa si quiera que se haya marchado a una misión suicida? No puede enfrentarse a Valentine él solo.
—Probablemente no —repuso Isabelle—. Pero confío en que Jace tiene sus motivos para…
—¿Para qué? ¿Para querer morir?
—Clary. —Los ojos de Isabelle llamearon con una repentina luz colérica—. ¿Crees que el resto de nosotros estamos a salvo? Todos estamos aguardando morir o convertirnos en esclavos. ¿Puedes imaginar a Jace sentándose tan tranquilo y aguardando a que algo horrible suceda? ¿Realmente puedes ver…?
—Lo que veo es que Jace es tu hermano igual a como lo era Max —dijo Clary—, y a ti te importó su muerte.
El rostro de Isabelle palideció, como si las palabras de Clary le hubiesen arrebatado el color.
—Max —dijo Isabelle con una furia rigurosamente controlada— era un niño pequeño, no un luchador…, tenía nueve años. Jace es un cazador de sombras, un guerrero. Si peleamos contra Valentine, ¿crees que Alec no estará en la batalla? ¿Crees que todos nosotros no estamos, en todo momento, preparados para morir si debemos hacerlo, si la causa es lo bastante importante? Valentine es el padre de Jace; Jace probablemente tiene la posibilidad de acercarse a él para hacer lo que tiene que hacer…
—Valentine matará a Jace si tiene oportunidad —dijo Jane—. No le perdonará la vida.
—Lo sé.
—Pero ¿todo lo que importa es si él muere gloriosamente? ¿Ni siquiera le echarás en falta?
—Le echaré en falta cada día —dijo Isabelle—, durante el resto de mi vida, la cual, enfrentémonos a ellos, si Jace fracasa, probablemente durará una semana. —Sacudió la cabeza—. Ustedes no lo entienden, chicas. Ustedes no comprenden lo que es vivir siempre en guerra, crecer con batallas y sacrificios. Supongo que no es culpa suya. Así es como las criaron…
Clary alzó las manos.
—Sí que lo entiendo. Sé que no te gusto, Isabelle. Porque soy una mundana para ti.
—¿Crees que ese es el motivo…? —Isabelle se interrumpió, sus ojos brillaban; no sólo por la ira, advirtió Jane con sorpresa, sino por las lágrimas—. Dios, no entiendes nada ¿verdad? ¿Cuánto hace que conoces a Jace?, ¿un mes? Yo hace siete años que le conozco. Y en todo ese tiempo jamás le he visto enamorarse, jamás he visto siquiera que le gustase nadie. Ligaba con chicas, claro. Las chicas siempre se enamoraban de él, pero a él nunca le importó ninguna realmente. Entiendolo, Jane es mundana y ella me agrada.Siempre me preocupó Jace, y a mi madre también…, quiero decir, ¿qué clase de adolescente no pierde la cabeza por nadie jamás? Era como si siempre estuviese medio despierto en lo referente a otras personas. Pensé que a lo mejor lo que le había sucedido a su padre le había causado alguna especie de trauma que le impedía amar. Si al menos hubiese sabido lo que había sucedido de verdad con su padre…, pero entonces probablemente habría pensado lo mismo, ¿no crees? Quiero decir, ¿a quién no le habría afectado eso?
»Y entonces te conocimos, y fue como si despertara. Tú no podías darte cuenta, porque nunca le habías conocido de otro modo. Pero yo lo vi. Hodge lo vio. Alec lo vio… Tú pensaste que era asombroso poder vernos, y lo era, pero lo que era asombroso para mí era que Jace pudiera verte realmente. No dejó de hablar de ti en todo el camino de regreso al Instituto; hizo que Hodge le enviase a buscarte; y una vez que te trajo con él, no quería que te fueses. Donde fuera que estuvieses en la habitación, te observaba… Incluso estaba celoso de Simon. No estoy segura de que él fuera consciente, pero lo estaba. Podía darme cuenta. Celoso de un mundano. Y luego, tras lo que le sucedió a Simon en la fiesta, estuvo dispuesto a ir contigo a Dumort, a violar la Ley de la Clave, sólo para salvar a un mundano que ni siquiera le gustaba. Lo hizo por ti. Porque si algo le ocurría a Simon, a ti te habría dolido. Eras la primera persona fuera de nuestra familia cuya felicidad le había visto tener en cuenta jamás. Porque te amaba.
Clary profirió un ruidito desde el fondo de la garganta.
—Pero eso fue antes de…
—Antes de que descubriera que eras su hermana. Lo sé. Y no os culpo por eso. No podíais saberlo. Y supongo que tú no pudiste evitar seguir adelante y salir con Simon después como si ni siquiera te importase. Pensé que una vez que Jace supiera que eras su hermana renunciaría y lo superaría, pero no lo hizo, y no pudo. No sé lo que Valentine le hizo cuando era niño. No sé si es así por ese motivo, o si es simplemente su modo de ser, pero no superará lo tuyo, Clary. No puede. Empecé a odiar verte. Odiaba verte por Jace. Es como una herida que te causa el veneno de demonio; tienes que dejarla en paz y permitir que cure. Cada vez que arrancas los vendajes, vuelves a abrir la herida. Cada vez que te ve, es como si se arrancase los vendajes.
—Lo sé —musitó Clary—. ¿Cómo crees que me siento yo?
—No lo sé. Yo no puedo saber lo que tú sientes. No eres mi hermana. No te odio, Clary. Incluso me gustas. Si fuese posible, no existe nadie que me gustase más para Jace. Pero espero que lo puedas comprender cuando te digo que si por algún milagro salimos de ésta, espero que mi familia se traslade a algún lugar tan lejano que no volvamos a verte jamás.
Las lágrimas le escocieron a Jane en el fondo de los ojos. Conocía a Jace lo suficiente como para sentir su dolor. Siempre había tenido aquella extraña conexión con él, y tan solo pensar que estaba en peligro hacía que quisiera salir corriendo a buscarlo.
—¿Por qué me cuentas todo esto ahora? — dijo Clary.
—Porque me estás acusando de no querer proteger a Jace. Y no es cierto. ¿Por qué crees que me alteré tanto cuando apareciste de improviso en casa de los Penhallow? Actúas como si no fueses parte de todo esto, de nuestro mundo; permaneces al margen, pero sí que formas parte de ello. Eres una parte fundamental. No puedes limitarte a fingir ser un actor secundario eternamente, Clary, cuando eres la hija de Valentine, porque Jace está haciendo lo que está haciendo en parte debido a ti.
—¿Debido a mí?
—¿Por qué crees que está tan dispuesto a arriesgarse? ¿Por qué crees que no le importa si muere? Él siempre ha pensado que hay algo que no está bien en él, y ahora, debido a ti, piensa que está maldito para siempre. Le oí decírselo a Alec. ¿Por qué no arriesgar la vida, si no quieres vivir de todos modos? ¿Por qué no arriesgar la vida si jamás serás feliz hagas lo que hagas?
—Isabelle, basta, por favor.
La puerta se abrió, casi sin hacer ruido, y Simon apareció en el umbral.
—No es culpa de Clary.
El rostro de Isabelle enrojeció.
—Mantente al margen, Simon. No sabes nada.
Simon entró en la cocina, cerrando la puerta tras él.
—He oído la mayor parte de lo que habéis estado diciendo —les dijo con total naturalidad—. Incluso a través de la pared. Has dicho que no sabes lo que Clary siente porque no la has conocido el tiempo suficiente. Bueno, yo sí la conozco bien. Si crees que Jace es el único que ha sufrido, te equivocas.
Hubo un silencio; la ferocidad en la expresión de Isabelle se desvaneció levemente. A lo lejos, a Jane le pareció oír el sonido de alguien que llamaba a la puerta de la calle: Luke, probablemente, o Maia, con más sangre para Simon.
—No se ha ido por mí —dijo Clary, y su corazón empezó a latir con violencia.
Jane sintió la alarma en su pecho. Clary no podía contarles eso ¿ o si ? Quiso pensar que no, pero cuando Clary la miró de aquel modo, supo que lo haría.
—Cuando fuimos a la casa solariega de los Wayland… cuando fuimos en busca del Libro de lo Blanco…
Se interrumpió al abrirse de par en par la puerta de la cocina. Jane le agradeció al cielo en silencio. Amatis apareció allí de pie, con la más extraña de las expresiones en la cara. Por un momento Jane pensó que estaba asustada, y el corazón le dio un vuelco. Pero no era miedo lo que había en el rostro de la mujer. Parecía como si hubiese visto un fantasma.
—Clary —dijo despacio—. Alguien ha venido a verte…
Antes de que pudiese terminar, alguien se abrió paso a su lado para entrar en la cocina. Amatis se echó hacia atrás, y Jane pudo observar bien al intruso: una mujer esbelta, vestida de negro. En un principio, todo lo que Jane vio fue el equipo de cazador de sombras. Casi no la reconoció, al menos hasta que sus ojos alcanzaron el rostro de la mujer y sintió que el estómago le daba un vuelco.
Era la madre de Clary.
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