33

Jane yacía despierta en la cama, con la vista clavada en un único pedazo de luz de luna que se desplazaba poco a poco por el techo. Tenía los nervios todavía demasiado crispados por los acontecimientos del día para poder dormir, y no la ayudaba que Simon no hubiese regresado antes de la cena... ni después. Finalmente le había expresado su preocupación a Luke, quien se había echado un abrigo por encima y se había marchado a casa de los Lightwood. Había regresado con una expresión divertida.

-Simon está perfectamente, Jane -dijo-. Acuéstate.

Y luego había vuelto a salir, con Amatis, a otra de las interminables reuniones en el Salón de los Acuerdos.

Sin nada más que hacer, se había acostado, pero había sido incapaz de conciliar el sueño.

Sonó un sonido susurrante junto a las cortinas, y un repentino flujo de luz de luna penetró a raudales en la habitación. Jane se irguió de repente, buscando desesperadamente el cuchillo serafín que mantenía sobre la mesilla de noche.

-No pasa nada. -Una mano descendió sobre la suya... una mano fuerte, llena de cicatrices, y familiar-. Soy yo.

-Alec -dijo ella-. ¿Qué haces aquí? ¿Qué sucede?

Durante un momento él no respondió, y ella se retorció para mirarle, alzando las sábanas a su alrededor. Se sintió enrojecer, agudamente consciente de que sólo llevaba un pantalón de pijama y una camisola finísima..., y entonces vio su expresión, y su sensación de bochorno desapareció.

-¿Alec? -musitó.

Él estaba de pie junto a la cabecera de la cama, vestido todavía con las blancas prendas de luto. Estaba muy pálido, y sus ojos parecían angustiados y casi negros por la tensión.

-¿Estás bien?

-No lo sé -dijo él con la actitud aturdida de alguien que acaba de despertar de un sueño-. No pensaba venir aquí. He estado deambulando por ahí toda la noche... No podía dormir... y siempre acabo viniendo a parar aquí. A ti.

Ella se sentó en la cama más erguida, dejando que la ropa de a cama le cayera alrededor de las caderas.

-¿Por qué no puedes dormir? ¿Ha ocurrido algo? -preguntó, e inmediatamente se sintió como una estúpida.

¿Qué no había sucedido?

-Tenía que verte -dijo, principalmente para sí- Tenía que hacerlo.

-Bien, siéntate, entonces -dijo ella, echando las piernas hacia atrás para hacerle espacio para que se pudiera sentar en el borde de la cama-. Porque me estás poniendo nerviosa. ¿Estás seguro de que no ha pasado nada?

-Yo no he dicho eso.

Se sentó en la cama, frente a ella. Estaba tan cerca que Jane podría haberse inclinado hacia adelante y besarle...

-¿Hay malas noticias? -preguntó, sintiendo una opresión en el pecho-. ¿Está todo... está todo el mundo...?

-No es malo -dijo Alec-, y no es ninguna noticia. Es todo lo contrario. Es algo que siempre he sabido, y tú... Tú probablemente, también lo sabes. Dios sabe que no lo he ocultado demasiado bien. -Le escudriñó el rostro con los ojos, lentamente, como con la intención de memorizarlo-. Lo que ha pasado -dijo, y vaciló-... es que he comprendido algo.

-Alec -susurró ella de improviso, y sin saber por qué, le asustaba lo que él estaba a punto de decir-. Alec, no tienes que...

-Intentaba ir... a alguna parte -dijo él-. Pero no hacía más que verme arrastrado de vuelta aquí. No podía dejar de andar, no podía dejar de pensar. Sobre la primera vez que te vi, y cómo después de eso no podía olvidarte. Quería hacerlo, pero no podía. Y entonces supe que amabas a Simon, y cuando te veía con él, siendo ignorada y tan poco valorada, sólo podía pensar que debería ser yo quien estuviese sentado contigo. Quien te hiciese reír de aquel modo. No podía librarme de aquella sensación. De que debería ser yo. Y cuanto más te conocía, más lo sentía; jamás me había sucedido algo así antes. Me sentía tan estúpido, tan mal al saber que la primera vez que me enamoraba de una chica, ésta estaba enamorada de otro, que ni siquiera tenía el valor para mirarte a los ojos. Comencé a apartarte de mí, a tratarte mal; pareció una especie de chiste cósmico. Como si Dios me estuviese escupiendo. Ni siquiera sé por qué; por pensar que realmente podía conseguir tenerte, que era merecedor de algo así, de ser tan feliz. No podía imaginar qué era lo que había hecho para recibir ese castigo...

-Si tú estás siendo castigado -dijo Jane-, entonces también se me castiga a mí. Porque todas esas cosas que sentías, las sentí también, pero no podemos dejar de sentir eso.

- Tengo tanto miedo de perderte, de verte en brazos de otro hombre, ver como tú sales con chicos, te enamoras de otro, te casas. Y entretanto, yo moriré un poco más cada día, observando.

-No. Para entonces ya no te importará -dijo ella, preguntándose incluso mientras lo decía si podría soportar la idea de un Alec a quien ella no le importara.

Jane no había pensando tan anticipadamente como él, y cuando intentó imaginarlo enamorándose de otra persona, casándose con otra persona, ni siquiera pudo verlo, no pudo ver nada excepto un negro túnel vacío alargándose ante ella, eternamente.

-No hay modo de fingir -replicó Alec con absoluta claridad-. Te amo, y te amaré hasta que me muera, y si hay una vida después de ésta, te amaré también entonces.

Ella contuvo el aliento. Él lo había dicho. Se esforzó por dar una respuesta, pero no encontró ninguna.

Él se levantó entonces, con una especie de violenta brusquedad, y cruzó la habitación hacia la ventana. Parecía perdido.

-¿Alec? -llamó Jane, alarmada, y cuando él no respondió, se puso en pie a toda prisa y fue hasta él, posando la mano en su brazo.

Él siguió mirando por la ventana; los reflejos de ambos en el cristal eran casi transparentes... los contornos fantasmales de un muchacho alto y una chica más menuda que tenía la mano cerrada con ansiedad sobre su manga.

-¿Qué sucede?

-No debería haber venido así -dijo él, sin mirarla-. Lo siento. Probablemente es difícil de asimilar. Parecías tan... anonadada. -La tensión era palpable en su voz.

-Lo estaba -repuso ella-. Me he pasado los últimos días preguntándome si me odiabas. Te he visto esta noche y pensé que era así.

-¿Odiarte? -repitió él con expresión perpleja.

Alargó entonces la mano y le tocó el rostro, levemente, sólo las yemas de los dedos sobre la piel.

-Ya te dije que no podía dormir. Cuando llegue la medianoche de mañana estaremos o bien en guerra o bajo el gobierno de Valentine. Ésta podría ser la última noche de nuestras vidas, nuestra última
noche normal y corriente. La última noche en que nos vamos a dormir y despertaremos tal y como hemos hecho siempre. Y en todo lo que podía pensar era en que quería pasarla contigo.

A Jane el corazón le dio un vuelco.

-Alec...

-No me refiero a... -aclaró-. No te tocaré si no quieres que lo haga. Pero sólo quiero tumbarme contigo y despertar a tu lado, sólo una vez, sólo una vez en toda mi vida. -Había desesperación en su voz-. Sólo será esta noche.

-Corre las cortinas, entonces, antes de venir a la cama -dijo-. No puedo dormir con tanta luz en la habitación.

La expresión que recorrió el rostro de Alec fue de pura incredulidad. En realidad no había esperado que ella aceptase, comprendió Jane con sorpresa; al cabo de un instante, ya la había cogido entre sus brazos y la abrazaba contra él, con el rostro sumergido en los cabellos todavía alborotados por el sueño de la muchacha.

-Jane...

-Vamos a la cama -dijo ella con dulzura-. Es tarde.

Se apartó de él y regresó al lecho, trepando a él y estirando las sábanas hasta la altura de su cintura. De algún modo, mirándose así, casi podía imaginar que las cosas eran distintas, que habían transcurrido muchísimos años desde ese momento y que habían estado juntos tanto tiempo que habían hecho esto un centenar de veces, que cada noche les pertenecía, y no sólo ésa. Apoyó la barbilla en las manos y le contempló mientras Alec corría las cortinas y luego se quitaba la cazadora y la colgaba en el respaldo de una silla. Desató las botas y se las quitó mientras se acercaba a la cama, y se tendió con sumo cuidado junto a Jane. Tumbado sobre la espalda, giró la cara para mirarla. Por el borde de las cortinas se filtraba un poquitín de luz, la suficiente para que ella viese el contorno de su rostro y el brillante destello de sus ojos.

No supo en que momento, pero no pudo evitar besarlo. Extrañaba tanto el sabor de sus labios que no le importó en lo más mínimo parecer desesperada. Cuando pensó que no sería más que una noche tranquila, se había equivocado terriblemente. Cedieron ante el deseo carnal, ese que los había llevado al éxtasis una vez, y que querían que lo hiciese un montón de infinidades.

Una vez que terminaron, se tumbaron con las espaldas pegadas al colchón y allí, mientras ella acomodaba la cabeza en su pecho, ambos intentaron estabilizar sus respiraciones.

-Buenas noches, Jane -dijo él.

Sus manos descansaban al rededor del cuerpo de la rubia. Deslizó la mano a través de la sábana, lo suficiente para que sus dedos se tocaran... tan levemente que probablemente apenas lo habría notado de haber estado tocando a cualquiera que no fuese Alec; pero lo cierto era que las terminaciones nerviosas de las yemas de sus dedos hormigueaban suavemente; como si las mantuviera sobre una llama baja. Percibió cómo él se tensaba junto a ella y luego se relajaba. Había cerrado los ojos, y sus pestañas proyectaban delicadas sombras sobre la curva de los pómulos. En su boca apareció una sonrisa como si percibiera que ella le observaba, y Jane se preguntó qué aspecto tendría él por la mañana, con el pelo despeinado y marcas de sueño bajo los ojos. A pesar de todo, pensarlo le provocó una punzada de felicidad.

Entrelazó los dedos con los de él.

-Buenas noches -susurró.

Con las manos cogidas como niños de un cuento, se durmió junto a él en la oscuridad.

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