32

—Vaya, ¿qué os parece? —dijo Jace, todavía sin mirar a Clary; en realidad no la había mirado desde que ella, Jane y Simon habían llegado a la puerta principal de la casa en la que habitaban ahora los Lightwood.

Estaba recostado contra una de las altas ventanas de la sala de estar, mirando al exterior en dirección al cielo, que se oscurecía rápidamente.

  —Uno asiste al funeral de su hermano de nueve años y se pierde toda la diversión.

  —Jace —intervino Alec, con una voz que sonaba cansada—. No.

  Alec estaba tumbado en uno de los sillones desgastados y rehenchidos que constituían los únicos asientos de la habitación. A penas Jane lo vio, perdió toda la cordura y tuvo que resistir para no correr hacia él. No tenía idea de como actuar. La vivienda tenía la curiosa y extraña atmósfera de las casas que pertenecen a desconocidos. Estaba decorada con tejidos de estampados florales, recargados y de tonos pastel, y todo en ella estaba ligeramente raído o deshilachado. Había un cuenco de cristal lleno de bombones sobre una pequeña mesa auxiliar cerca de Alec; Jane, muerta de hambre, había comido unos cuantos y le habían parecido que estaban secos y se desmigajaban. Se preguntó qué clase de gente había vivido allí.

  —¿No qué? —preguntó Jace.

  En el exterior estaba lo bastante oscuro ya como para que Jane pudiese ver el rostro de Jace reflejado en el cristal de la ventana. Sus ojos parecían negros. Llevaba ropas de luto de cazador de sombras; ellos no vestían de negro en los funerales, ya que el negro era el color del equipo de combate. El color para la muerte era el blanco, y la chaqueta blanca que Jace llevaba
puesta tenía runas escarlata entretejidas en la tela alrededor del cuello y los puños. A diferencia de las runas de combate, que era todas de agresión y protección, éstas hablaban un idioma más benévolo de curación y pesar. Llevaba abrazaderas de metal batido alrededor de las muñecas, también, con runas similares en ellas. Alec iba vestido del mismo modo, todo de blanco excepto las mismas runas en un dorado rojizo trazadas sobre el tejido. Hacía que sus cabellos pareciesen muy negros.

  —No estás furioso con Clary. Ni con Simon, u Jane —dijo Alec—. Al menos —añadió, con una leve crispación preocupada en el rostro—, no creo que estés furioso con Simon y Jane.

    —Clary sabe que no estoy enfadado con ella.

Simon apoyó los codos en el respaldo del sofá y puso los ojos en blanco, pero se limitó a decir:

  —Lo que no entiendo es cómo Valentine consiguió matar al Inquisidor. Pensaba que las proyecciones no podían afectar a nada.

  —En principio, no —respondió Alec—. No son más que ilusiones. Una cierta cantidad de aire coloreado, por así decirlo.

  —Bien, pues en este caso, no — replicó Jane — Metió la mano dentro del Inquisidor y lo retorció…  Hubo gran cantidad de sangre.

  —Como una bonificación especial para ti —le dijo Jace a Simon.

  Simon le ignoró.

  —¿Ha existido algún Inquisidor que no haya muerto de un modo horrible? —se maravilló en voz alta—. Es como ser el batería de Spinal Tap.

  Alec se frotó el rostro con una mano.

  —No puedo creer que mis padres no lo sepan todavía —dijo—. No me entusiasma nada tener que decírselo.

—¿Dónde están tus padres? —preguntó Jane—. Pensaba que estaban arriba.

  Alec negó con la cabeza.

  —Siguen en la necrópolis. En la tumba de Max. Nos han enviado de vuelta. Querían estar allí solos un rato.

  —¿Qué hay de Isabelle? —preguntó Simon—. ¿Dónde está?

  El humor, lo que quedaba de él, desapareció del rostro de Jace.

  —No quiere salir de su habitación —dijo—. Cree que lo que le sucedió a Max fue culpa suya. Ni siquiera ha querido venir al funeral.

  —¿Habéis intentando hablar con ella?

  —No —respondió Jace, irónico—. Hemos optado por darle de puñetazos sin parar en la cara. ¿Crees que funcionará?

  —Sólo preguntaba. —El tono de Simon era afable.

  —Bueno, explícale que Sebastian no era en realidad Sebastian —dijo Alec—. Quizá se sienta mejor. Cree que tendría que haberse dado cuenta de que había algo raro en Sebastian, pero si era un espía… —Se encogió de hombros—. Nadie advirtió nada extraño en él. Ni siquiera los Penhallow.

  —Yo pensé que era un imbécil —indicó Jace.

  —Sí, pero eso es simplemente porque…

  Alec se hundió más en el sillón. Parecía exhausto; su tez mostraba un gris pálido en contraste con el blanco riguroso de las ropas. Un dolor enorme se apoderó del pecho de Jane al verlo de aquella forma.

  —Apenas importa. Una vez que se entere de las amenazas de Valentine, nada la animará.

—¿Creéis que lo hará realmente? —quiso saber Clary—. ¿Enviar un ejército de demonios contra los nefilim?; es decir, él todavía es un cazador de sombras, ¿no? No puede destruir a su propia sangre.

  —Ni siquiera le importaron lo suficiente sus hijos como para no destruirlos —dijo Jace, trabando la mirada con la de ella —. ¿Qué te hace pensar que iba a importarle su gente?

  Alec los miró a los dos y Jane se dio cuenta por su expresión de que Jace no le había hablado de Ithuriel todavía. Parecía desconcertado, y muy triste.

  —Jace…

  —De todas maneras, esto explica una cosa —dijo Jace sin mirar a Alec—. Magnus estuvo intentando ver si podía usar una runa de localización en alguna de las cosas que Sebastian había dejado en su dormitorio para ver si podíamos localizarlo de ese modo. Dijo que no conseguía ninguna lectura interesante de nada de lo que le dimos. Simplemente… una señal plana.

  —¿Qué significa eso?

  —Eran cosas de Sebastian Verlac. El falso Sebastian probablemente las cogió donde lo interceptó. Y Magnus no consigue nada de ellas porque el auténtico Sebastian…

  —Probablemente esté muerto —finalizó Alec—. Y el Sebastian que conocemos es demasiado listo para dejar nada tras él que pudiera usarse para rastrearle. Quiero decir que no puedes rastrear a alguien a partir de cualquier cosa. Tiene que ser un objeto que esté en cierto modo muy conectado a esa persona. Una reliquia familiar, o una estela, o un cepillo con un poco de pelo de él, algo así.

  —Lo que es una lástima —dijo Jace—, porque si pudiésemos seguirlo, él probablemente podría llevarnos directamente a Valentine. Estoy seguro de que se ha escabullido de vuelta junto a su amo con un informe completo. Probablemente le contó la teoría descabellada de Hodge sobre el lago-espejo.

—Podría no ser descabellada —indicó Alec—. Han apostado guardas en los senderos que llevan al lago, y se han colocado salvaguardas que los avisaran si alguien se transporta allí mediante un Portal.

  —Fantástico. Estoy seguro de que todos nos sentimos más a salvo ahora. —Jace se recostó contra la pared.

  —Lo que no entiendo —dijo Jane— es por qué razón Sebastian se quedó en la zona. Después de lo que les hizo a Izzy y a Max, iban a cogerle, ya no podía seguir fingiendo. Quiero decir que, incluso aunque pensase que había matado a Izzy en lugar de dejarla sin sentido, ¿cómo iba a explicar que los dos estuviesen muertos y que él estuviese perfectamente? No, él había quedado al descubierto. Así que ¿por qué quedarse por aquí durante la lucha? ¿Por qué subir al Gard a por Simon? Estoy más que segura de que en realidad le era indiferente si él vivía o moría.

  —Ahora estás siendo demasiado dura con él —repuso Jace—. Estoy seguro de que habría preferido que Simon muriera.

  —En realidad —intervino Clary—, creo que se quedó por mí.

  La mirada de Jace se movió a toda velocidad hacia ella con su destello dorado.

  —¿Por ti? ¿Esperaba conseguir otra ardiente cita?

    —No. Y nuestra cita no fue nada ardiente. De hecho, ni siquiera fue una cita. En todo caso, ésa no es la cuestión. Cuando vino al Salón, no dejó de intentar que saliera fuera con él para que pudiésemos hablar. Quería algo de mí. Pero no sé el qué.

  —O quizá simplemente te quería a ti —replicó Jace, y al ver la expresión de Clary, añadió—: Quiero decir que tal vez quería llevarte ante Valentine.

  —Yo no le importo a Valentine —dijo Clary—. A él únicamente le has importado siempre tú.

—¿Es así como lo llamas? —Su expresión era alarmantemente sombría—. Tras lo sucedido en el barco, está interesado en ti. Lo que significa que debes tener cuidado. Mucho cuidado. De hecho, no estaría mal que pasases los próximos días dentro de casa. Puedes encerrarte en tu habitación, como Isabelle.

  —Ni hablar.

  —Ni hablar, claro —dijo Jace—, porque vives para torturarme, ¿no es así?

  —No Jace, no todo tiene que ver contigo —replicó ella, furiosa.

—Es posible —repuso él—, sin embargo tienes que admitir que casi todo.

  Simon carraspeó.

  —Hablando de Isabelle… Creo que tal vez debería ir a hablar con ella.

  —¿Tú? —dijo Alec, y luego, mostrándose levemente avergonzado por su propia turbación, añadió a toda prisa—: Es sólo que… ni siquiera accede a salir de su habitación por nosotros. ¿Por qué saldría por ti?

—Quizá porque yo no soy de su familia —respondió Simon —Creo que probaré a ver si consigo que Isabelle hable conmigo. No puede hacerle daño.

  —Pero casi ha oscurecido —dijo Clary—. Les dijimos a Luke y a Amatis que estaríamos de vuelta antes de la puesta de sol.

  —Yo las acompañaré a casa —se ofreció Jace—. En cuanto a Simon, puede encontrar por sí mismo el camino de vuelta en la oscuridad… ¿verdad, Simon?

  —Por supuesto que puede —dijo Alec, indignado, ansioso por compensar su anterior desaire con Simon—. Es un vampiro y… —añadió— acabo de darme cuenta de que probablemente estabas bromeando. No me hagáis caso.

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