31
Por algún motivo, lo primero que la muchacha advirtió fue que no llevaba ni barba ni bigote. Ello lo hacía parecer más joven, más parecido al muchacho enojado de los recuerdos que Ithuriel le había mostrado. En lugar de un traje de combate, vestía un traje oscuro de raya diplomática de elegante corte y una corbata. Iba desarmado. Podría haber pasado por cualquiera de los hombres que recorrían las calles de Manhattan. Podría haber pasado por el padre de cualquiera.
No miró en dirección a Clary, ni dio muestras de advertir su presencia en absoluto. Tenía los ojos puestos en Luke mientras avanzaba por el estrecho pasillo entre los bancos.
El Inquisidor Aldertree emitió un ruido parecido al de un oso herido; se desasió de Malachi, que intentaba retenerlo, descendió del estrado con pasos tambaleantes y se arrojó sobre Valentine.
Pasó a través de su cuerpo igual que un cuchillo abriéndose paso a través del papel. Valentine se volvió para contemplar a Aldertree con una expresión de anodino interés mientras el Inquisidor se tambaleaba, chocaba con un pilar y caía, desgarbadamente, de bruces contra el suelo. El Cónsul, siguiéndolo, se inclinó para ayudarlo a ponerse en pie.
Otro tenue murmullo se propagó por la estancia. El Inquisidor chirriaba y forcejeaba como una rata en una trampa; Malachi lo sujetaba firmemente por los brazos mientras Valentine se adentraba en la habitación sin dedicar otra mirada a ninguno de los dos. Los cazadores de sombras que habían estado agrupados alrededor de los bancos retrocedieron, como las aguas del mar Rojo abriéndose para Moisés, dejando una senda despejada hasta el centro de la sala. Jane sintió un escalofrío cuando se aproximó a donde estaba ella con Clary, Luke y Simon. «Es sólo una proyección —se dijo—. No está aquí en realidad. No puede hacerte daño».
A su lado, Simon se estremeció. Clary le cogió la mano justo cuando Valentine se detenía en los peldaños del estrado y se volvía parar mirarla directamente. Sus ojos la escudriñaron una vez, con indiferencia, como para tomarle la medida; pasaron completamente por encima de Simon y Jane, y fueron a posarse en Luke.
—Lucian —dijo.
Luke le devolvió la mirada, fija y uniforme, sin decir nada.
—He oído que la Clave te ha hecho formar parte del Consejo —dijo Valentine—. Sería muy propio de una Clave diluida por la corrupción y la alcahuetería verse infiltrada por mestizos degenerados.
Su voz era plácida, casi jovial; hasta tal punto que era difícil percibir el veneno de sus palabras, o creer realmente que las decía en serio. Su mirada se volvió de nuevo hacia Clary.
—Clarissa —dijo—, aquí con el vampiro y la bastarda, ya veo. Cuando las cosas se hayan arreglado un poco, debemos discutir en serio tu elección de mascotas.
Un gruñido sordo brotó de la garganta de Simon. Jane lo agarró la mano, con fuerza…, tan fuerte que habría habido una época en que él se habría desasido violentamente debido al dolor. Ahora no parecía sentirlo.
—No —susurró ella—. Claro que no.
Valentine ya había apartado la atención de ellos. Ascendió los peldaños al estrado y se dio la vuelta para mirar a todos los allí reunidos.
—Tantos rostros familiares —comentó—. Patrick. Malachi. Amatis.
Amatis permanecía rígida; los ojos le ardían de odio.
El Inquisidor seguía forcejeando sujeto por Malachi. La mirada de Valentine se movió, medio divertida.
—Incluso tú, Aldertree. He oído que fuiste indirectamente responsable de la muerte de mi viejo amigo Hodge Starkweather. Fue una lástima.
Luke consiguió hablar por fin.
—Lo admites, entonces —dijo—. Tú eliminaste las salvaguardas. Tú enviaste a los demonios.
—En efecto —respondió Valentine—. Y puedo enviar más. Seguramente la Clave…, incluso la Clave, tan estúpidos como son…, debe de haberlo imaginado. Tú sí lo sospechabas, ¿verdad, Lucian?
—Sí. Pero yo te conozco, Valentine. ¿Has venido a negociar o a regocijarte?
—Ninguna de las dos cosas. —Valentine contempló a la silenciosa muchedumbre—. No tengo necesidad de negociar —dijo, y aunque su tono era tranquilo, la voz se propagó como si estuviera amplificada—. Y no deseo regocijarme. No disfruto causando la muerte de cazadores de sombras; ya quedan demasiado pocos, en un mundo que nos necesita desesperadamente. Pero así es como le gusta a la Clave, ¿verdad? Es otra de sus reglas disparatadas, las reglas que usan para oprimir a los cazadores de sombras corrientes. Hice lo que hice porque tenía que hacerlo. Hice lo que hice porque era el único modo de conseguir que la Clave escuchara. No murieron cazadores de sombra debido a mí; murieron porque la Clave me ignoró. —Trabó la mirada con Aldertree a través de la multitud—. Muchos de vosotros pertenecisteis una vez a mi Círculo —siguió Valentine lentamente—. Os hablo a vosotros ahora, y a aquellos que conocían el Círculo pero se mantuvieron al margen. ¿Recordáis lo que predije hace quince años? ¿Qué a menos que actuásemos contra los Acuerdos, la ciudad de Alacante, nuestra preciosa capital, sería invadida por multitudes babeantes de mestizos, con las razas degeneradas pisoteando todo lo que nos es tan querido? Escoria medio humana atreviéndose a liderarnos. Así pues, mis amigos, mis enemigos, mis hermanos en el Ángel, os pregunto: ¿me creéis ahora? —Su voz se alzó hasta transformarse en un grito—: ¿ME CREÉIS AHORA?
Barrió la habitación con la mirada como si esperase una respuesta. No hubo ninguna…
—Valentine. —La voz de Luke, aunque queda, rompió el silencio—. ¿No te das cuenta de lo que has hecho? Los Acuerdos que tanto temías no convirtieron a los subterráneos en iguales a los nefilim. Ni aseguraron a los medio humanos un lugar en el Consejo. Los viejos odios seguían allí. Deberías haber confiado en ellos, pero no lo hiciste…, no podías…, y ahora nos has dado la única cosa que podía unirnos a todos. —Sus ojos buscaron los de Valentine—. Un enemigo común.
—Yo no soy un enemigo. No soy enemigo de los nefilim. Tú sí. Eres tú quién intenta engatusarlos para conducirlos a una lucha imposible. ¿Crees que esos demonios que visteis son todos los que tengo? Eran una mínima parte de los que puedo convocar.
—También nosotros somos más —dijo Luke—. Más nefilim y más subterráneos.
—Subterráneos —se burló Valentine—. Saldrán corriendo a la primera señal de auténtico peligro. Los nefilim nacen para ser guerreros, para proteger al mundo, pero el mundo odia a los de tu especie. Existe un motivo por el que la plata pura os quema y la luz del día abrasa a los Hijos de la Noche.
—A mi no me abrasa —dijo Simon con una voz dura y clara, a pesar de la mano de Jane que lo sujetaba—. Aquí estoy, de pie a la luz del sol…
Pero Valentine se limitó a reír.
—Te he visto atragantarte con el nombre de Dios, vampiro —dijo—. En cuanto a por qué puedes permanecer bajo la luz del sol… —Se interrumpió y sonrió burlón—. Eres una anomalía, tal vez. Un fenómeno. Pero sigues siendo un monstruo.
—El único monstruo que hay en este Salón —dijo Clary, muy a su pesar — eres tú. Vi a Ithuriel —siguió cuando él volvió la cabeza para mirarla sorprendido—. Lo sé todo…
—Lo dudo —replicó Valentine—; si fuera así, mantendrías la boca cerrada. Por el bien de tu hermano, y por el tuyo.
«¡No menciones a Jace!», quiso gritarle, pero otra voz surgió para interrumpir la suya, una fría e inesperada voz femenina, valiente y llena de amargura.
—¿Y qué hay de mi hermano?
Amatis fue a colocarse a los pies del estrado, alzando los ojos hacia Valentine. Luke dio un respingo de sorpresa y sacudió la cabeza en dirección a ella, pero Amatis le ignoró.
Valentine arrugó la frente.
—¿Qué pasa con Lucian?
Jane percibió que la pregunta de Amatis lo había desconcertado, o tal vez era simplemente que Amatis estaba allí, preguntando, enfrentándose a él. Valentine la había despreciado años atrás por débil, como alguien con obabilidades de desafiarle. A Valentine no le gustaba que la gente le sorprendiese.
—Me dijiste que ya no era mi hermano —dijo Amatis—. Te llevaste a Stephen de mi lado. Destruiste mi familia. Quitaste lo único que quedaba en mi vida y lo convertiste en uno de tus experimentos. Dices que no eres enemigo de los nefilim, pero nos enfrentas a unos contra otros, familia contra familia, destrozando nuestras vidas sin escrúpulos. Dices que odias a la Clave, pero eres tú quién los convirtió en lo que son ahora: mezquinos y paranoicos. Los nefilim acostumbrábamos a confiar los unos en los otros. Fuiste tú quien lo cambió. Jamás te perdonaré por ello. —La voz le tembló—. Ni por hacer que tratara a Lucian como si ya no fuese mí hermano. Ni por llevarte a mi Samantha. No te perdonaré tampoco por eso. Ni me perdonaré a mi misma por escucharte.
—Amatis…
Luke dio un paso al frente, pero su hermana alzó una mano para detenerlo. Brillaban lágrimas en sus ojos, pero mantenía la espalda erguida y su voz era firme y decidida.
—Hubo un tiempo en el que todos estábamos dispuestos a escucharte, Valentine —dijo—. Y todos tenemos eso clavado en nuestras conciencias. Pero ya no. Ése tiempo acabó. ¿Hay alguien aquí que no esté de acuerdo conmigo?
Jane irguió con energía la cabeza y miró a los cazadores de sombras allí congregados. Vio a Patrick Penhallow, con la mandíbula erguida, y al Inquisidor, que temblaba como un frágil árbol ante un fuerte viento. Y a Malachi, cuyo rostro oscuro y refinado resultaba extrañamente ilegible.
Nadie dijo una palabra.
Si Jane había esperado que Valentine se enfureciera ante tal falta de respuesta por parte de los nefilim a los que había esperado liderar, se vio decepcionada. Aparte de una ligera crispación en el músculo de la mandíbula, se mostró inexpresivo. Como si hubiese esperado esa respuesta. Como si hubiese planeado que fuese así.
—Muy bien —dijo—. Si no queréis atender a razones, tendréis que hacerlo por la fuerza. Ya os he mostrado que puedo desactivar las salvaguardas que rodean vuestra ciudad. Veo que las habéis vuelto a colocar, pero eso no tiene importancia; volveré a inutilizarlas sin problemas. O accedéis a mis exigencias u os enfrentaréis a todos los demonios que la Espada Mortal pueda invocar. Les diré que no le perdonen la vida ni a uno solo de vosotros, hombre, mujer o niño. Vosotros elegís.
Un murmullo recorrió la habitación; Luke le miraba atónito.
—¿Destruirías deliberadamente a los tuyos, Valentine?
—En ocasiones hay que sacrificar selectivamente a las plantas enfermas para proteger todo el jardín —dijo Valentine—. Y si todas, sin excepción, están enfermas… —Se volvió para contemplar a la horrorizada multitud—. Vosotros elegís —prosiguió—. Tengo la Copa Mortal. Si debo hacerlo, empezaré desde el principio con un nuevo mundo de cazadores de sombras, creados y adiestrados por mí. Pero os puedo dar esta oportunidad. Si la Clave me cede todos los poderes del Consejo a mí y acepta mi inequívoca soberanía y gobierno, me contendré. Todos los cazadores de sombras efectuarán un juramento de obediencia y aceptarán una runa de lealtad permanente que los ligue a mí. Éstos son mis términos.
Se produjo el silencio. Amatis tenía la mano sobre la boca; el resto de la sala dio vueltas ante los ojos de Jane en una arremolinada masa borrosa.
Transcurrió sólo un momento, aunque a Jane le pareció como una hora, antes de que una voz débil se abriera paso entre el silencio: la voz aguda y trémula del Inquisidor.
—¿Soberanía y Gobierno? —chilló—. ¿Tu gobierno?
—Aldertree…
El Cónsul se movió para detenerlo, pero el Inquisidor fue demasiado rápido. Se liberó con una violenta torsión y corrió en dirección al estrado. Decía algo a gritos, las mismas palabras una y otra vez, como si hubiese perdido totalmente el juicio, con los ojos prácticamente en blanco. Apartó a Amatis de un empujón y ascendió tambaleante los peldaños para colocarse ante Valentine.
—Yo soy el Inquisidor, ¿entiendes?, ¡el Inquisidor! —chilló—. ¡Soy parte de la Clave! ¡El Consejo! ¡Yo hago las normas, no tú! ¡Yo gobierno, no tú! No voy a permitir que te salgas con la tuya, canalla advenedizo, amante de los demonios…
Con una expresión muy parecida al aburrimiento, Valentine alargó una mano, casi como si quisiera tocar al Inquisidor en el hombro. Pero Valentine no podía tocar nada —era simplemente una proyección— y entonces Jane lanzó un grito ahogado cuando la mano de Valentine pasó a través de la piel, huesos y carne del Inquisidor, desapareciendo en su tórax. Hubo un segundo durante el cual todo el Salón pareció contemplar boquiabierto el brazo izquierdo de Valentine, enterrado en algún modo hasta la muñeca, increíblemente, en el pecho de Aldertree. Entonces Valentine movió violenta y bruscamente la muñeca hacia la izquierda… efectuando una torsión, como si girara un obstinado pomo oxidado.
El Inquisidor profirió un único grito y se desplomó como una piedra.
Valentine retiró la mano. La cara lana del traje que llevaba estaba pegajosa de sangre hasta la mitad del antebrazo. Bajó la mano ensangrentada, contempló a la horrorizada multitud y posó por fin su mirada en Luke.
—Os daré hasta mañana a medianoche para que consideréis mis condiciones. En ese momento traeré a mi ejército, con todos sus efectivos, a la llanura Brocelind. Si para entonces no he recibido aún un mensaje de rendición de la Clave, marcharé con mi ejército hasta Alacante, y esta vez no dejaremos nada con vida. Tenéis ese tiempo para considerar mis condiciones. Usadlo sabiamente.
Y dicho eso, desapareció.
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