3
Simon se sentó muy tieso desprendiéndose de las mantas y reparó en dos cosas: una, que todavía llevaba puestos los mismo vaqueros y la camiseta que había llevado al ir hacia el Instituto para reunirse con Jace; y dos, que la persona del sillón dormitaba, la cabeza apoyada en la mano, la larga melena rubia cubriéndole la cara.
—¿Jane? —dijo Simon.
La cabeza de la muchacha se alzó de golpe y sus ojos se abrieron al instante.
—¡Aaah! ¡Estás despierto! —Se sentó muy recta, echándose atrás los cabellos—. ¡Jace se sentirá tan aliviado! Estábamos casi seguros de que ibas a morir.
—¿Morir? —repitió Simon, sintiéndose mareado y con náuseas—. ¿De qué? —Paseó la mirada por la habitación, parpadeando—. ¿Estoy en el Instituto? Quiero decir… ¿dónde estamos?
—Vaya… ¿quieres decir que no recuerdas lo que sucedió en el jardín? —dijo nerviosamente —. Los repudiados nos atacaron. Eran muchísimos, y la neblina infernal hacia que fuese difícil luchar contra ellos. Magnus abrió el Portal, y todos corríamos a su interior cuando te vi viniendo hacia nosotros. Tropezaste… con Madeleine. Y había un repudiado justo detrás de ti; tú seguramente no le viste, pero Jace sí. Intentó llegar hasta ti, pero era demasiado tarde. El repudiado te clavó el cuchillo. Sangraste… una barbaridad. Y Jace mató al repudiado, te levantó y te arrastró a través del Portal con él —finalizó —. Nosotros estábamos ya al otro lado, y déjame decirte que todo el mundo se sorprendió de lo lindo cuando Jace cruzó contigo desangrándote sobre él. El Cónsul no se mostró nada complacido.
Simon tenía la boca seca.
—¿El repudiado me clavó el cuchillo? ¿Dónde?
—Te lo mostraré.
Con gran sorpresa por su parte, al cabo de un instante Jane estaba sentada en la cama a su lado, con las frías manos puestas sobre su estómago. Le subió la camiseta, dejando al descubierto una franja de pálido estómago recorrida por una fina línea roja. Apenas era una cicatriz.
—Aquí —dijo, deslizando los dedos encima—. ¿Sientes algún dolor?
—No… no.
Jane sintió unos nervios demasiado grandes en aquel momento. No supo cómo alcanzó el valor para tan siquiera tocarlo. Pero sintió el gesto tan íntimo que incluso se sintió algo incómoda.
—No duele.
—Pero mis ojos sí —dijo una voz con diversión desde la puerta.
Jace. Había entrando tan silenciosamente que ni siquiera Simon le había oído; cerró la puerta tras él y sonrió burlón mientras Jane le bajaba la camiseta a Simon.
—¿Abusando de un vampiro mientas está demasiado débil para defenderse, Jane? —preguntó—. Estoy segurísimo de que eso viola al menos uno de los Acuerdos.
—Simplemente le estoy mostrando dónde le apuñalaron —protestó ella, pero regresó pitando al sillón con cierta precipitación—. ¿Qué sucede abajo?
La sonrisa abandonó el rostro de Jace.
—Maryse ha subido al Gard con Patrick —dijo—. La Clave está reunida y Malachi pensó que sería mejor si ella… lo explicaba… personalmente.
—¿Explicar qué? — quiso saber Simon.
Jane y Jace intercambiaron miradas.
—Explicarte a ti —respondió finalmente Jace—. Explicar por qué trajimos a un vampiro con nosotros a Alacante, algo que, por cierto, va explícitamente en contra de la Ley.
—¿A Alacante? ¿Estamos en Alacante?
Simon se dobló hacia delante, jadeando.
—¡Simon! — Jane alargó la mano —. ¿Te encuentras bien?
—Vete, Jane —Simon, con las manos cerradas contra el estómago, alzó los ojos hacia Jace—. Haz que se vaya.
Jane se echó hacia atrás, con expresión dolida.
— No iré a ninguna parte hasta que me digas que sucede.
Jace volvió la cabeza hacia Simon, los ojos color ámbar inexpresivos.
—¿Qué sucede? Pensaba que te estabas curando.
—. No es por Jane —chirrió—. Ni estoy herido; estoy simplemente… hambriento. —Sintió que las mejillas le ardían—. Perdí sangre, así que… necesito reemplazarla.
—Desde luego —repuso Jace.
—Vete a la mierda, Wayland.
—Wayland, ¿eh?
La expresión divertida no abandonó el rostro de Jace.
— Ya basta, los dos — intervino Jane — Yo lo soluciono.
La chica dio unos pasos más hacia su mejor amigo, mientras que este la miraba con confusión. Poco a poco comenzó a y el rostro de Simon se convirtió en una mueca de dolor.
—¡No! —Simon se echó hacia atrás sobre la cama—. No me importa lo hambriento que esté. No voy a… beber tu sangre… otra vez.
Jane hizo una mueca.
—Tampoco pensaba dejarte hacerlo — aclaró — La última vez casi me matas.
Introdujo la mano en el bolsillo interior de la cazadora y extrajo un frasco de cristal. Contenía un líquido de un tenue rojo amarronado.
—Pensé que podrías necesitar esto —indicó—. Escurrí el jugo de unas cuantas libras de carne cruda que había en la cocina. Es lo único que pude hacer.
Simon le cogió el frasco a Jane, aunque sus manos temblaban tanto que la chica tuvo que desenroscar el tapón por él.
—¡Puaj! —dijo tras unos cuantos tragos—. Sangre muerta.
—¿No está muerta toda la sangre? —inquirió Jace, enarcando las cejas.
—Cuanto más tiempo lleve muerto el animal cuya sangre estoy bebiendo, peor sabe la sangre —explicó Simon—. Fresca es mejor.
—Pero tú nunca has bebido sangre fresca — dijo Jane — ¿No es cierto?
Simon enarcó las cejas como única respuesta.
—Bueno, aparte de la mía, claro —dijo Jane.
Simon depositó el frasco vacío sobre el brazo del sillón situado junto a la cama.
—Así que estoy en Idris.
—En Alacante, para ser precisos —respondió Jace—. La capital. La única ciudad, en realidad. —Fue a la ventana y descorrió las cortinas—. Los Penhallow no nos creyeron —dijo—. Sobre que el sol no te afectaría. Colgaron estas cortinas opacas. Pero deberías mirar.
Simon se levantó de la cama y se reunió con Jace junto a la ventana. Jane muy pronto se unió a ellos, dejándose influenciar por lo maravilloso de la vista.
Si echaba un vistazo hacia arriba podía ver aleros de piedra y, más allá, el cielo. Enfrente había otra casa, no tan alta como ésta, y entre ellas discurría un canal estrecho y oscuro, cruzando aquí y allí por puentes; el origen del agua que había oído antes. La casa estaba construida en mitad de la ladera de una colina, a la falda de la cual se apelotonaban casas de piedra de color miel en estrechas calles que caían en declive hasta el borde de un círculo verde. Tras las colinas se alzaban montañas escarpadas cubiertas con una capa de nieve.
Pero nada de eso era lo que resultaba extraño; lo extraño era que aquí y allí se alzaban en la ciudad, dispuestas al parecer al azar, torres altísimas coronadas por agujas de un material reflectante de un blanquecino tono plateado.
—Ésas son las torres de los demonios —les explicó Jace —. Controlan las salvaguardas que protegen la ciudad. Debido a ellas, ningún demonio puede penetrar en Alacante.
El aire que entraba por la ventana era frío y puro, la clase de aire que uno jamás respiraba en Nueva York. Simon tomó una bocanada profunda e innecesaria antes de volverse para mirar a Jace; algunos hábitos humanos eran muy persistentes.
—Dime que traerme aquí ha sido un accidente —dijo—. Dime que esto no ha sido de algún modo parte de tu intención de impedir a Clary que viniese con vosotros.
Jace no le miró, pero su pecho ascendió y descendió una vez, rápidamente, en una especie de jadeo reprimido. Eso hizo que Jane se preocupara.
—Es cierto —respondió—; creé un puñado de guerreros repudiados, hice que atacaran el Instituto y mataran a Madeleine y casi acabaran con el resto de nosotros simplemente para poder mantener a Clary en casa. ¡Y quién lo iba a decir, mi diabólico plan funcionó!
—Bueno, sí ha funcionado —dijo Simon con suavidad—. ¿No es cierto?
—Oye vampiro —replicó Jace—. El plan era mantener a Clary lejos de Idris. Traerte a ti aquí, no. Te traje a través del Portal porque de haberte dejado atrás, sangrando e inconsciente, los repudiados te habrían matado.
—Podrías haberte quedado allí conmigo...
—Nos habrían matado a los dos. Ni siquiera podía saber cuántos de ellos había, no con la neblina infernal. Ni siquiera yo puedo hacer frente a un centenar de repudiados.
—Y sin embargo —observó Simon—, apuesto a que te duele admitirlo.
—Eres un idiota —replicó Jace, sin inflexión—, incluso para ser un subterráneo. Te salvé la vida e infringí la Ley para hacerlo. Y no es la primera vez, debería añadir. Podrías mostrar un poco de gratitud.
—¿Gratitud? —Simon sintió cómo los dedos se le curvaban contra las palmas—. Si no me hubieses arrastrado al Instituto, no estaría aquí. Jamás estuve de acuerdo con esto.
—Lo hiciste —dijo Jace—, cuando afirmaste que harías cualquier cosa por Clary. Esto es cualquier cosa.
Antes de que Simon pudiera replicarle enojado, sonó un golpe en la puerta.
—¿Hola? —llamó Isabelle desde el otro lado—. Simon, Necesito hablar con Jace.
—Entra, Izzy.
Jace no apartó los ojos de Simon; había una cólera eléctrica en su mirada y una especie de desafío que hizo que Simon ansiase golpearle. Jane se sintió estancada entre los dos, y le agradeció a todos los ángeles por la llegada de Izzy.
N/A: Holaaaaaa
Esa tensión entre Jane y Simon me está matando ¿ Qué creen ?
Espero que les guste como van las cosas. No olviden votar y comentar.
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