29
Jane despertó, dando boqueadas, de uno de los sueños más raros que había tenido, pero últimamente solo tenía ese tipo de sueños . La habitación de invitados de Amatis estaba totalmente a oscuras y resultaba muy bochornosa, igual que estar encerrado en un ataúd. No se atrevía a regresar con los Lightwood, por lo cual le imploró a Amatis que le dejase quedarse. Alargó el brazo y descorrió de un tirón las cortinas. La luz del día entró a borbotones. Frunció el ceño y volvió a cerrarlas.
Los cazadores de sombras quemaban a sus muertos, y, desde el ataque de los demonios, el cielo al oeste de la ciudad había estado teñido de humo. Contemplarlo a través de la ventana hizo que Jane se sintiese mareada, así que mantuvo las cortinas cerradas. En la oscuridad de la habitación cerró los ojos, intentando recordar su sueño. En él había vuelto a ver a aquel hombre de cabellos rubios, y junto a él se encontraba Amatis. Le resultaba perturbador tener sueños en los que veía a la dueña de la casa donde se estaba quedando. Pero todo parecía tan real que incluso se sentía como un recuerdo.
Se incorporó con un suspiro. Los sueños podían ser malos, pero las imágenes que desfilaban por su cerebro una vez despierta no eran mucho mejores. Isabelle, llorando en el suelo del Salón de los Acuerdos, tirando con tal fuerza del negro pelo entrelazado en sus dedos que a Jane le preocupó que pudiera arrancarlo. Maryse chillándole a Jia Penhallow que el chico que había acogido en su casa, su sobrino, era el causante de aquello, y que si él estaba tan íntimamente aliado con Valentine, ¿qué decía eso de ellos? Alec intentando tranquilizar a su madre, pidiéndole a Jace que lo ayudara, pero Jace se había limitado a permanecer allí quieto mientras el sol se alzaba sobre Alacante y resplandecía a través del techo del Salón.
—Ha amanecido —había dicho Luke, con su aspecto más cansado del que Jane le había visto nunca—. Es hora de traer aquí los cuerpos.
Y había enviado al exterior patrullas para que recogieran a los cazadores de sombras y a los licántropos muertos que yacían en las calles y los llevaran a la plaza situada fuera del Salón. Y ahora estaba lleno de cadáveres.
Incluido Max. Pensar en el niño que con tanta seriedad había hablado con ella en tantas ocasiones, le provocó un nudo en el estómago.
«No pienses en ello». Volvió a patear las sábanas hacia atrás y se levantó. Tras una rápida ducha se puso los vaqueros y el jersey que le había prestado Clary. Con un nuevo suspiro, marchó escalera abajo.
En la casa sólo estaban Clary y Simon, sentados en el sofá de la salita. Las ventanas abiertas detrás de ellos dejaban entrar la luz del día a raudales.
Jane cogió una manzana del cuenco que había sobre la mesa y se dejó caer junto a ellosl, doblando las piernas bajo el cuerpo.
—¿Has podido dormir? — le preguntó Simon.
—Un poco. —La miró—. Debería ser yo quien preguntara. Eres tú la que tiene sombras bajo los ojos. ¿Más pesadillas?
Ella se encogió de hombros.
— Y tú, Clary, ¿ cómo has dormido?
—Otra vez lo mismo. Muerte, destrucción, ángeles perversos.
—O sea: igualito a la vida real, entonces.
—Sí, pero al menos, cuando despierto, finaliza. —dijo con un deje de cansancio.
— Déjame adivinar — comenzó a decir la rubia — Luke y Amatis están en el Salón de los Acuerdos, celebrando otra reunión.
—Sí. Creo que están celebrando la reunión en la que se juntan y deciden qué otras reuniones tienen que llevar a cabo. —Simon se puso a juguetear con el fleco que bordeaba un cojín y se volteó hacia Clary—. ¿Has recibido noticias de Magnus?
—No.
Clary intentaba no pensar en el hecho de que habían pasado tres días desde que había visto a Magnus
Tocó suavemente a Simon en la muñeca.
—¿Y tú? ¿Qué hay de ti? ¿Sigues sintiéndote bien aquí?
Habían intentado que Simon se marchara a casa en cuanto finalizó la batalla; a casa, que era un lugar seguro. Pero él había mostrado una curiosa resistencia a ello. Por la razón que fuese, parecía querer quedarse. Jane esperaba que no se debiera a que pensase que tenía que cuidar de ellas; había estado a punto de tomar la iniciativa y decirle que no necesitaban su protección, pero no lo había hecho porque en parte no podía soportar verle marchar. Así que se quedó, y Jane se sentía secreta y culpablemente complacida.
—¿Estás consiguiendo… ya sabes… lo que necesitas?
—¿Te refieres a sangre? Claro, Maia me trae botellas cada día. Pero no me preguntes de dónde las saca.
La primera mañana que Simon había pasado en la casa de Amatis, un licántropo sonriente había aparecido en la puerta con un gato vivo para él.
—Sangre —dijo. Con un fuerte acento en la voz—. Para ti. ¡Fresca!
Simon le había dado las gracias al hombre lobo, había esperado a que marchase y luego había dejado marchar al gato, que tenía un color levemente verdoso en el rostro.
—Bueno, pues tendrás que obtener tu sangre de algún modo —comentó Luke, con expresión divertida.
—Tengo un gato en casa —respondió Simon—. Ni hablar.
—Se lo diré a Maia —prometió Luke, y desde entonces la sangre había llegado en discretas botellas de leche.
Jane no tenía ni idea de cómo se las apañaba Maia y, al igual que Simon, tampoco quería preguntar. No había visto a la chica lobo desde la noche de la batalla, pues los licántropos permanecían acampados en alguna parte del cercano bosque y tan sólo Luke seguía en la ciudad.
—¿Qué sucede? —Simon echó la cabeza hacia atrás, mirando a Clary —. Parece como si quisieras preguntarme algo.
—Hodge —dijo, y vaciló—, cuando estabas en la celda…, ¿realmente no sabías que era él?
—No podía verle. Tan sólo oírle a través de la pared. Charlamos una barbaridad.
—¿Y te cayó bien? Quiero decir… ¿era agradable?
—¿Agradable? No lo sé. Torturado, triste, inteligente, compasivo en momentos fugaces… Sí, me caía bien. Creo que yo le recordaba a sí mismo, en cierto modo.
—¡No digas eso! —Jane se sentó muy tiesa, soltando casi la manzana—. Tú no eres en absoluto como era Hodge.
—¿No crees que soy torturado e inteligente?
—Hodge era malvado. Tú no —dijo Jane con decisión—. Eso es todo.
—La gente no nace buena o mala —repuso Simon con un suspiro—. Quizá nace con tendencias hacia un lado u otro, pero es el modo en que vives tu vida lo que importa. Y la gente a la que conoces. Valentine era amigo de Hodge, y no creo que Hodge en realidad tuviese a nadie más en su vida para que le cuestionase o le hiciese ser una persona mejor. Si yo hubiese tenido esa vida, no sé cómo habría acabado siendo. Pero no la tuve. Tengo a mi familia. Y las tengo a ustedes.
Jane le sonrió, pero sus palabras resonaron dolorosamente en sus oídos. Ya no tenía familia, no tenía a nadie. Se sentía más sola de lo que le gustaba admitir. Los Lightwood se habían convertido en una familia para ella, pero todo lo que había creado se había desmoronado. Deseó poder hablar a Simon sobre aquello, contarle todo lo que sentía, pero no podía.
Un fuerte golpe en la puerta le ahorró tener que decir nada. Contrariada, Jane dejó el corazón de la manzana que se acababa de comer sobre la mesa.
—Iré yo.
La puerta abierta dejó entrar una oleada de aire frío y limpio. Aline Penhallow estaba en los peldaños de la entrada, vestida con una chaqueta de seda rosa oscuro y casi hacía juego con los círculos que tenía bajo los ojos.
—Necesito hablar contigo —le dijo sin preámbulos.
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