21

Se acercó al borde del tejado. Los edificios en esa zona estaban muy pegados y los aleros casi se tocaban. Miró a su lado, quedando peligrosamente cerca de Alec. Por un momento quiso besarlo, pero el impulso desapareció cuando el tomó su mano y la jaló para saltar. Fue fácil saltar del techo en el que estaban al siguiente, y luego al situado más allá. Se encontraron corriendo ágilmente por los tejados, saltando las escasas distancias entre casas. Era agradable sentir el aire frío en el rostro, sofocando el hedor a demonios.

  Llevaban corriendo unos cuantos minutos cuando advirtieron dos cosas: una, que corrían en dirección a las agujas blancas del Salón de los Acuerdos. Y dos, que había algo más allí delante, en una plaza entre dos callejones, algo que parecía una lluvia de chispas que se elevaban… Excepto que eran azules, del oscuro azul de una llama de gas. Jane había visto chispas azules como aquéllas antes. Se las quedó mirando fijamente durante un instante antes de empezar a correr.

Se le adelanto un buen tramo a Alec, el cual corría tras ella mientras gritaba su nombre. El tejado más próximo a la plaza tenía una pronunciada inclinación. Alec resbaló por la pendiente y sus botas golpearon algunas tejas planas sueltas. Suspendido precariamente en el borde, miró abajo. Jane frenó en seco, y al ver la situación de Alec, corrió hacia él.

  La plaza de la Cisterna estaba a sus pies, y su visión quedaba obstaculizada en parte por un enorme poste de metal que sobresalía de la mitad de la fachada del edificio sobre el que se encontraba. Un letrero de madera de una tienda colgaba de él, balanceándose con la brisa. La plaza que tenía debajo estaba repleta de demonios iblis: tenían figura humana pero estaban formados de una sustancia parecida a humo negro enroscado, cada uno con un par de ardientes ojos amarillos. Habían formado una línea y avanzaban lentamente en dirección a la solitaria figura de un hombre que llevaba un amplio abrigo gris, obligándolo a retroceder contra una pared. Alec no pudo hacer otra cosa que mirar atónito. Todo en aquel hombre le resultaba familiar; la enjuta curva de la espalda, la desgreñada maraña de cabellos oscuros, y el modo en que el fuego azul brotaba de las yemas de sus dedos igual que cianóticas libélulas desenfrenadas.

  «Magnus». El brujo estaba arrojando lanzas de fuego azul a los demonios iblis; una lanza alcanzó en el pecho a un demonio que avanzaba hacia él. La criatura emitió un sonido que fue como un balde de agua arrojado sobre el fuego, se estremeció y desapareció en medio de una explosión de cenizas. Los otros se movieron para ocupar su lugar —los demonios iblis no eran muy listos— y Magnus arrojó otro torrente de lanzas llameantes. Varios iblis cayeron, pero en esta ocasión otro demonio, más astuto que los demás, había flotado alrededor de Magnus y se aglutinaba tras él, listo para atacar…

Sin saber muy bien lo que debía hacer, Jane le tendió la mano a Alec, con el objetivo de ayudarlo a subir y encontrar una manera de echarla una mano a Magnus. Cuando Alec agarró su mano, Jane jaló de él hacia arriba, pero el chico pesaba mucho más que ella y terminaron cayendo juntos.
  Con toda la velocidad que pudo, Alec se abrazó del cuerpo de Jane, se sujetó al poste de metal y se columpió para reducir la velocidad de caída. Al soltarse cayó de espaldas al suelo, quedando con Jane acostada sobre su pecho con los ojos cerrados. Cuando abrió los ojos, Jane se levantó disparada, y como pudo sacó un cuchillo serafín de su bolsillo. El demonio, sobresaltado, trató de volverse con los ojos amarillos como gemas llameantes; Jane sólo tuvo tiempo para reflexionar que, pasase lo que pasase, debía besar a Alec una última vez, pero antes de sacar el cuchillo serafín del cinturón y atravesar con él al demonio, lo observó por una milésima de segundo, y al ver su mirada de asombro, sintió que eso le bastaba. Con un alarido confuso el demonio se desvaneció y la violencia de su partida de esta dimensión salpicó a Jane con una fina lluvia de cenizas.

  —¿Rubita?

  Magnus le miraba con asombro. Había despachado al resto de los demonios iblis, y la plaza estaba vacía a excepción de ellos tres.

  —¿Acabas de… acabas de salvarme la vida?

  Jane sabía que debería encontrar algo que decir como: «Por supuesto, porque soy una cazadora de sombras y eso es lo que hacemos», o «Ése es mi trabajo».  Pero la verdad es que Jane aún no se sentía cómoda con ese término. A pesar de todo lo vivido le costaba verse a sí misma como una cazadora de sombras.

— Supongo que sí — dijo en su lugar.

— Eso fue alucinante — dijo Magnus dando un aplauso al aire — ¿ Cuándo aprendiste a pelear ?

— En realidad no sé pelear — confesó — Supongo que fue suerte.

Detrás de ella, Alec comenzaba a ponerse de pie, despojándose de todo asombro y poniendo la cara más seria que podía poner.

  — ¿ Por qué hiciste eso, Jane ? ¿ Por qué viniste conmigo ? —dijo—. ¿ Realmente querías demostrarme que no eres una niña y te puedes defender sola, o hay algo más ?

  Jane miró a Alec como si éste se hubiese vuelto loco.

  —Tu ciudad está siendo atacada —dijo—. Las salvaguardas no funcionan y las calles están repletas de demonios. ¿Y tú quieres saber por qué he salido contigo a ayudarte a buscar a Aline?

Alec apretó la mandíbula en una obstinada línea.

  —Sí, quiero saber por qué no me haces caso.

  Jane levantó las manos en un gesto de exasperación.

  —Eres un idiota.

  —¿Por eso has venido? ¿Por qué soy un idiota?

—No. —Jane fue hacia él a grandes zancadas—. He venido porque jamás podría vivir sabiendo que algo te ha pasado y no pude hacer nada para evitarlo. Estoy cansada de verte actuar como si no necesitases a nadie, porque sé que me necesitas a mí, tanto como yo a ti. He venido porque ha pesar de tus inseguridades y tus miedos, necesito que entiendas de una vez por todas que yo te amo.

  —¿Me amas?

  —Nefilim estúpido —dijo Jane en tono paciente—. ¿Por qué otra cosa iba a estar aquí? ¿Por qué otro motivo piensas que me enoja tanto cuando me tratas como si no te importara? Por no mencionar que me entregué a ti de la única forma en la que jamás me había entregado a nadie.

  —No lo había considerado de ese modo —admitió Alec.

  —Por supuesto que no. Jamás lo consideraste de ningún modo. —Los ojos de Jane brillaban de ira—. No tengo mucha experiencia en eso de las relaciones, pero sé cuando algo no va a funcionar. Tú ni siquiera pudiste hacer lo nuestro público. Me guardaste como a un secreto.

Alec le miró sorprendido.

  — Amo los dramas juveniles, — interrumpió Magnus — pero, ¿ realmente creen que es un buen momento para esto?

  —Bueno, —comenzó a decir Jane— no creo que existan buenos momentos para hablar de estas cosas — volvió a dirigir la mirada hacia Alec — La cuestión es que...
 
Pero Alec no pudo averiguar cuál era la cuestión porque en aquel momento una docena más de demonios iblis llegaron en tropel a la plaza. Sintió que se le desencajaba la boca.

  —Maldición.

  Jane siguió la dirección de su mirada. Los demonios se abrían ya en semicírculo a su alrededor, con los ojos amarillos refulgiendo.

  —Es el momento de cambiar de tema, Alexander — dijo con las piernas temblorosas.

  —Te diré qué —Alec alargó la mano para sacar un segundo cuchillo serafín—. Si salimos con vida de esto, te prometo que te presentaré a toda mi familia. No quedará un alma en el mundo que no sepa que te amo.

—Trato hecho.

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