16

—No recordaba que aquí hubiese un sótano —dijo Jace, mirando más allá, al agujero abierto en la pared.

  Alzó la luz mágica, y su resplandor rebotó en el túnel que conducía hacia abajo. Las paredes eran negras y resbaladizas, construidas de una piedra lisa y oscura que Jane no reconoció. Los peldaños relucían como si estuviesen húmedos. Un olor extraño emergió a través de la abertura: frío y mohoso, con un raro matiz metálico que le puso los nervios de punta.

  —¿Qué crees que podría haber ahí abajo? — preguntó la rubia.

  —No lo sé — respondió Jace.

  Jace avanzó en dirección a la escalera; puso un pie sobre el peldaño superior para probarlo, y luego se encogió de hombros como si hubiese tomado una decisión. Empezó a descender los peldaños, moviéndose con cuidado. Descendió unos cuantos, volvió la cabeza y alzó los ojos hacia Clary y Jane.

  —¿Vienen? Pueden esperarme aquí arriba si lo prefieren.

  Las chicas se miraron entre sí, y no muy seguras de quedarse allí solas, caminaron con prisa hacia él.

  La escalera descendía girando sobre sí misma en círculos cada vez más cerrados, como si se estuviesen abriendo paso al interior de una enorme caracola. El olor se intensificó cuando llegaron al pie, y los peldaños se ensancharon finalizando en una gran habitación cuadrada cuyas paredes de piedra estaban surcadas con las marcas dejadas por la humedad… y otras manchas más oscuras. El suelo estaba lleno de marcas garabateadas: un revoltijo de pentagramas y runas con piedras blancas desperdigadas aquí y allá.

  Jace dio un paso al frente y los pies aplastaron algo. Los tres miraron abajo al mismo tiempo.

  —Huesos —susurró Clary.

No se trataba de piedras blancas después de todo, sino de huesos de todas las formas y tamaños desperdigados por el suelo.

  —¿Qué debía de hacer él aquí abajo? — dijo Jane.

  —Experimentos —contestó Jace en una voz seca y tensa—. La reina seelie dijo…

—¿Qué clase de huesos son éstos? —La voz de Clary se elevó—. ¿Son huesos de animales?

  —No —Jace dio una patada a un montón de huesos que tenía a los pies, desperdigándolos—; no todos.

  Jane sintió una opresión en el pecho.

  —Creo que deberíamos regresar — dijo la rubia.

  En lugar de eso Jace levantó la luz mágica que tenía en la mano.  Las esquinas más alejadas de la habitación quedaron claramente enfocadas. Tres de ellas estaban vacías. La cuarta quedaba tapada por una tela que colgaba. Había algo detrás de la tela, una forma jorobada…

  —Jace —musitó Clary—. ¿Qué es eso?

  Él no respondió. De pronto tenía un cuchillo serafín en la mano libre; Jane no sabía cuando lo había sacado, pero brillaba en la luz mágica como un cuchillo de hielo.

  —Jace, no lo hagas —dijo Jane, pero era demasiado tarde…el joven avanzó con zancadas decididas y dio un brusco tirón lateral a la tela con la punta del arma; luego la agarró y la lanzó al suelo con una violenta sacudida.

  Jace retrocedió tambaleante; la luz mágica se cayó de su mano. Mientras la refulgente luz caía, Jane captó una única visión fugaz de su rostro: era una blanca máscara de horror. Clary agarró la luz mágica antes de que pudiese apagarse y la alzó bien arriba, desesperada por ver qué podría haber conmocionado a Jace  hasta tal extremo.

  Al principio todo lo que vieron fue la forma de un hombre… un hombre envuelto en un sucio trapo blanco, acurrucado en el suelo. Unos grilletes le rodeaban muñecas y tobillos, sujetos a gruesas argollas clavadas en el suelo de piedra. «¿Cómo puede estar vivo?», pensó Jane, horrorizada, y sintió bilis ascendiéndole por la garganta.  Vio unos brazos y piernas demacrados, desfigurados por todas partes con las señales de incontables torturas. Un rostro que era como una calavera se volvió hacia ella, con negras cuencas vacías allí donde deberían haber estado los ojos… y entonces se oyó un crujido seco, y advirtió que lo que había creído que era un trapo blanco en realidad eran unas alas, alas blancas elevándose tras su espalda en dos medias lunas de un blanco inmaculado, lo único inmaculado en aquella habitación inmunda.

Jane lanzó una exclamación.

  —Jace. ¿Ves…?

  —Lo veo. —Jace, de pie junto a ella, habló en una voz que se resquebrajó igual que cristal roto.

  —Dijiste que no había ángeles; — dijo Clary — que nadie había visto jamás uno…

  Jace musitaba algo entre dientes, una retahíla de imprecaciones aterrorizadas. Avanzó tambaleante hacia la criatura que yacía acurrucada en el suelo… y retrocedió, como si hubiese rebotado contra una pared invisible. Al mirar al suelo, Jane vio que el ángel estaba postrado dentro de un pentagrama hecho de runas conectadas talladas profundamente en el suelo; resplandecían con una tenue luz fosforescente.

  —Las runas —susurró—. No podemos pasar al otro…

  —Pero debe de haber algo… —dijo Jace; su voz casi se le quebraba—, algo que podamos hacer.

  El ángel alzó la cabeza. Jane contempló con una piedad terrible y aturdida que tenía ensortijados cabellos rubios como los de Jace, que brillaban débilmente bajo la luz. Unos aros colgaban pegados a los huecos del cráneo. Sus ojos eran hoyos, su rostro estaba acuchillado de cicatrices, como una hermosa pintura destruida por vándalos. Mientras ella le miraba atónita, la boca del ser se abrió y un sonido brotó de su garganta… no fueron palabras sino una desgarradora música dorada, el sonido era como dolor…

Una avalancha de imágenes se alzó ante los ojos de Jane. La luz había desaparecido; ella había desaparecido, ya no estaba allí sino en otra parte, donde las imágenes del pasado fluían ante ella en un sueño: fragmentos, colores, sonidos.

  Estaba en una bodega, vacía y limpia; había una única runa garabateada en el suelo de piedra. Había un hombre de pie junto a la runa; sostenía un libro abierto en una mano y una llameante antorcha blanca en la otra. Cuando alzó la cabeza, Jane vio que era Valentine: mucho más joven. Mientras salmodiaba, la runa se encendió con una llamarada, y cuando las llamas se retiraron, una figura encogida yacía entre las cenizas: un ángel, con las alas extendidas y ensangrentadas, como una ave derribada del cielo de un disparo…

  La escena cambió. Valentine estaba junto a una ventana, y a su lado estaba una joven de brillantes cabellos rojos. Un familiar anillo de plata brillaba en la mano de Valentine cuando lo alargó para rodear a la mujer con los brazos. Jane reconoció a Jocelyn; pero ésta era joven, y sus facciones, tersas y vulnerables. Llevaba un camisón blanco y era evidente que estaba embarazada.

  —Los Acuerdos no sólo fueron la peor idea que la Clave ha tenido jamás —decía Valentine con voz furiosa—, sino lo peor que les podía suceder a los nefilim. Que nos veamos ligados a los subterráneos, atados a esas criaturas…

  —Valentine —le pidió Jocelyn con una sonrisa—, dejemos ya la política, por favor.

  Alzó los brazos y los entrelazó alrededor del cuello de Valentine; su expresión estaba llena de amor… y también lo estaba la de él, aunque había algo más en ella, algo que a Jane le provocó un escalofrío en la espalda…

  Valentine estaba arrodillado en el centro de un círculo de árboles. En lo alto brillaba una luna refulgente, iluminando el pentagrama negro que había sido garabateado en el suelo despejado del claro. Las copas de los árboles creaban una espesa red en lo alto; donde se extendían sobre el pentagrama, sus hojas se enroscaban y se volvían negras. En el centro de la estrella de cinco puntas estaba sentada una mujer de largos cabellos brillantes; su figura era delgada y exquisita, su rostro permanecía oculto en las sombras. Tenía la mano derecha extendida al frente, y cuando abrió los dedos, Jane pudo ver que tenía una larga cuchillada en la palma, que un lento riachuelo de sangre goteaba al interior de una copa de plata que descansaba en el borde del pentagrama. La sangre parecía negra a la luz de la luna, o tal vez lo era.

  —El niño nacido con esta sangre en su interior —dijo, y su voz era suave y deliciosa— excederá en poder a los Demonios Mayores de los abismos entre los mundos. Será más poderoso que Asmodei, más fuerte que los shedim de las tormentas. Si se le adiestra adecuadamente, no habrá nada que sea incapaz de hacer. Aunque te lo advierto —añadió—, consumirá su humanidad, igual que el veneno le consume la vida a la sangre.

  —Mi agradecimiento, dama de Edom —dijo Valentine, y cuando alargó la mano para tomar la copa de sangre, la mujer alzó el rostro, y Jane vio que aunque era hermosa, sus ojos eran huecos agujeros negros de los que serpenteaban ondulantes tentáculos negros, como antenas que sondearan el aire.

La noche, el bosque, desaparecieron. Jocelyn estaba de pie de cara a alguien que Jane no podía ver. Ya no estaba embarazada, y la brillante melena caía desordenadamente alrededor de su rostro acongojado y desesperado.

  —No puedo permanecer a su lado, Ragnor —decía—. Ni un día más. Leí el libro. ¿Sabes qué le hizo a Jonathan? Pensaba que ni siquiera Valentine sería capaz de hacer eso. —Sus hombros se estremecieron—. Usó sangre de demonio… Jonathan ya no es un bebé. No es ni siquiera humano; es un monstruo…

  Desapareció. Valentine paseaba nerviosamente alrededor del círculo de runas, con un cuchillo serafín brillando en la mano.

  —¿Por qué no quieres hablar? —masculló—. ¿Por qué te niegas a darme lo que quiero? —Hincó el cuchillo, y el ángel se contorsionó mientras un líquido dorado brotaba de la herida —. Si no quieres darme respuestas —siseó Valentine—, puedes darme tu sangre. Me hará a mí y a los míos más bien del que te hará a ti.

  Ahora estaban en la biblioteca de los Wayland.  Llegaban voces procedentes de otra habitación: los sonidos de risas y conversaciones, una fiesta en pleno auge. Jocelyn estaba arrodillada junto a la librería, mirando a un lado y a otro. Extrajo un grueso libro de su bolsillo y lo deslizó al interior del estante…

Y desapareció. La escena mostró un sótano, el mismo sótano en el que Jane sabía que se encontraban precisamente en aquel momento. El mismo pentagrama garabateado hería profundamente el suelo, y en el interior de la parte central de la estrella yacía un ángel. Valentine estaba de pie a un lado, de nuevo con un llameante cuchillo serafín en la mano. Parecía años más viejo ahora, ya no era un hombre joven.

  —Ithuriel —dijo—. Somos ya viejos amigos, ¿no es cierto? Podría haberte dejado enterrado vivo en aquellas ruinas, pero no, te traje aquí conmigo. Todos estos años te he mantenido cerca de mí, esperando que un día me dijeses lo que quería…, necesitaba… saber. —Se acercó más, alargando el cuchillo—. Cuando te invoqué a mi lado, soñaba que me explicarías el porqué. Por qué Raziel nos creó, a su raza de cazadores de sombras, aunque sin embargo no nos dio los poderes que tienen los subterráneos: la velocidad de los lobos, la inmortalidad de los seres mágicos, la magia de los brujos, ni siquiera la resistencia física de los vampiros. Nos dejó desnudos ante las huestes del infierno salvo por estas líneas pintadas en nuestra piel. ¿Por qué deberían ser sus poderes mayores que los nuestros? ¿Por qué no podemos participar de lo que ellos tienen? ¿Cómo puede ser eso justo?

  Los ojos no expresaban nada más allá de un terrible y silencioso pesar. Valentine esbozó una mueca.

  —Muy bien. Mantén tu silencio. Tendré mi oportunidad. —Valentine alzó el arma—. Tengo la Copa Mortal, Ithuriel, y pronto tendré la Espada… pero sin el espejo no puedo iniciar la invocación. El Espejo es todo lo que necesito. Dime dónde está. Dime dónde está, Ithuriel, y te dejaré morir.

  La escena se desmenuzó en fragmentos, y a medida que su visión se desvanecía, Jane captó vislumbres de imágenes que le resultaban familiares de sus propias pesadillas —ángeles con alas tanto blancas como negras, extensiones de agua que eran como espejos, oro y sangre. Jane se sintió abrumada, mientras que una nueva imagen se formaba. Era una mujer de cabellos castaños. Junto a ella se fue acercando un hombre de cabellos rubios. Cuando la mujer se dio la vuelta, Jane la reconoció al instante. Era Amatis. Cuando el hombre se inclinó hacia delante para depositar un beso en los labios de Amatis, Jane se dio cuenta de que la mujer estaba evidentemente embarazada, y por primera vez la voz del ángel le habló a su mente con palabras que pudo comprender.

  «Éstos son los primeros sueños que te he mostrado».

  Jane volvía a estar de regreso en su propio cuerpo, tambaleándose en la mugrienta y apestosa habitación. El ángel permanecía callado, totalmente inmóvil, con las alas plegadas, como una efigie acongojada.

  Jane soltó aire con un sollozo.

  —Ithuriel.

  Alargó la mano hacia el ángel, sabiendo que no podría cruzar las runas, con el corazón dolorido. Durante años el ángel había estado allí abajo, sentado en silencio y solo en la oscuridad, encadenado y muriéndose de hambre pero incapaz de morir…

  Jace y Clary estaban junto a ella. Pudo ver por sus rostros afligidos que habían visto todo lo que ella había visto. Jace bajó los ojos hacia el cuchillo serafín que tenía en la mano y luego volvió a mirar al ángel. Su rostro ciego estaba vuelto hacia ellos en silenciosa súplica.

¿ Qué había sido todo eso ?

N/A: Hola hola. Quiero que por favor me dejen en los comentarios sus teorías. Me encanta como van las cosas ¿ y a ustedes ? La verdad es que Valentine es un hijo de la gran perra ¿ no creen ?

No olviden votar y comentar.
Xoxo...

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top