12
Jane no sabía cómo, pero había logrado reunir el valor suficiente para poder seguir a Jace.
—Simon. — dijo Jace en un susurro sibilante—. Simon, levanta.
Simon ya estaba en pie —en ocasiones, la rapidez con la que podía moverse ahora le sorprendía incluso a él— y se había dado la vuelta en la oscuridad de la celda.
—¿Samuel? —susurró, clavando la mirada en las sombras—. Samuel, ¿eres tú?
—Date la vuelta, Simon. — dijo Jane con un dejo de irritabilidad—. Y acércate a la ventana.
Simon supo inmediatamente de quién se trataba y miró a través de los barrotes de la ventana para encontrar a Jace arrodillado en la hierba del exterior, con una piedra de luz mágica en la mano y Jane a su lado.
—¿Es que pensabas que tenías una pesadilla? — bufó Jace.
—Quizás aún la tengo.
—O sea que es aquí donde te metieron. Creía que ya no usaban estas celdas. —Echó una mirada de soslayo—. Me he equivocado de ventana la primera vez. Le di a tu amigo de la celda contigua un buen susto. Un tipo atractivo, con la barba y los andrajos. Me recordó un poco a los vagabundos que tenemos allí en casa.
—Me alegro de que consideres que todo esto es divertido.
—¿No te alegras de vernos, entonces? —dijo Jace—. Debo admitir que me sorprende. Siempre me han dicho que mi presencia iluminaba cualquier habitación. Uno pensaría que eso aún sería más evidente cuando se trata de húmedas celdas bajo tierra.
—Sabías lo que sucedería, ¿verdad? «Te enviarán directamente de vuelta a Nueva York», dijiste. «No hay ningún problema». Pero ellos jamás tuvieron la menor intención de hacerlo.
—No lo sabía. —Jace se encontró con sus ojos a través de los barrotes, y su mirada era clara y firme—. Sé que no me creerás, pero pensaba que te decía la verdad.
—O estás mintiendo o eres estúpido…
—Entonces soy estúpido.
—… o ambas cosas —finalizó Simon—. Me siento inclinado a pensar que ambas.
—No tengo motivos para mentirte. No ahora. —La mirada de Jace permaneció firme—. Y deja de enseñarme los colmillos. Me están poniendo nervioso.
—Estupendo —dijo Simon—. Si quieres saber el motivo, es porque hueles a sangre.
—Es mi colonia. Eau de Herida Reciente.
Jace alzó la mano izquierda. Era un guante de vendajes blancos, manchados en los nudillos, donde la sangre se había filtrado.
Simon frunció el entrecejo.
—Pensaba que los de tu clase no podían tener heridas. No de las que duran.
—Atravesé con él una ventana —explicó Jace—, y Alec me está obligando a curarme como un mundano para enseñarme una lección. ¿Ves?, te conté la verdad. ¿Impresionado?
—No —dijo Simon—; tengo otros problemas mayores que tú. El Inquisidor no deja de hacerme preguntas que no puedo responder. No deja de acusarme de obtener mis poderes como vampiro diurno de Valentine. De ser un espía suyo.
La alarma chispeó en los ojos de Jace.
—¿Aldertree dijo eso?
—Aldertree me dio a entender que toda la Clave lo pensaba.
—Eso no es malo. Si deciden que eres un espía, entonces los Acuerdos no son aplicables. No si pueden convencerse de que has violado la Ley. —Jace miró a su alrededor rápidamente antes de devolver la mirada a Simon—. Será mejor que te saquemos de aquí.
—¿Y luego qué?¿Dónde planeas ocultarme?
—Hay un Portal aquí en el Gard. Si lo encontramos, puedo enviarte de vuelta por él…
— Ahora no creo que esa idea sea tan brillante como lo creí antes — dijo Jane pensativa — Creo que es una locura.
— ¿ Por qué ? — Jace frunció el ceño.
— Porque todo el mundo sabrá que me ayudaste — finalizó Simon —. Jace, la Clave no sólo anda tras de mí. De hecho, dudo que sientan el menor interés por un subterráneo. Están intentando demostrar algo sobre tu familia…, sobre los Lightwood. Están intentando demostrar que están conectados con Valentine. Que nunca abandonaron realmente el Círculo.
—Pero eso es ridículo. Pelearon contra Valentine en el barco, Robert casi murió…
—El Inquisidor quiere creer que sacrificaron a los otros nefilim que lucharon en el barco para proteger la ilusión de que estaban en contra de Valentine. Pero aún así perdieron la Espada Mortal, y eso es lo que le importa. Mira, tú intentaste advertir a la Clave, y ellos no te hicieron el menor caso. Ahora el Inquisidor busca a alguien a quien cargarle todas las culpas. Si puede tachar a tu familia de traidores, entonces nadie culpará a la Clave por lo que sucedió, y él podrá llevar a cabo cualquier política que desee sin oposición.
—Pero no puedo dejarte aquí. Si Clary lo descubre…
—Debería haber sabido que era eso lo que te preocupaba. —Simon lanzó una áspera carcajada—. Pues no se lo digas. Está en Nueva York, de todos modos, gracias a… —Se interrumpió, incapaz de pronunciar la palabra—. Tenías razón —dijo en su lugar—. Me alegro de que no esté aquí.
Jace alzó el rostro de las manos.
—¿Qué?
—La Clave ha perdido el juicio. Quién sabe lo que harían si supiesen lo que puede hacer. Tenías razón —repitió Simon, y cuando Jace no dijo nada en respuesta, añadió—: Y será mejor que disfrutes lo que acabo de decirte. Probablemente no volveré a decirlo.
—¿Así que me estás diciendo que planeas quedarte aquí? ¿En prisión? — intervino Jane — ¿Hasta cuándo?
—Hasta que se nos ocurra una idea mejor —respondió Simon—. Pero hay una cosa.
—¿Qué? —preguntó Jace, enarcando las cejas.
—Sangre —dijo Simon—. El Inquisidor está intentando matarme de hambre para que hable. Ya me siento muy débil. Cuando llegue mañana estaré…, bueno, no sé cómo estaré. Pero no quiero ceder ante él. No volveré a beber la sangre de Jane, ni la de ningún otro —añadió rápidamente, antes de que Jane pudiera ofrecerse—. Sangre de animal servirá.
—Te puedo conseguir sangre —repuso Jane; luego vaciló—. ¿Le dijiste al Inquisidor que te dejé beber mi sangre? ¿Qué te salvé?
Simon negó con la cabeza.
—¿Por qué no?
—Supongo que no quería meterte en problemas.
—Mira, Simon —dijo Jane—. Protege a los Lightwood si quieres. Pero no me protejas a mí.
—¿Por qué no? —Simon alzó la cabeza.
—Supongo —dijo, y por un momento, no supo bien el motivo— que no lo merezco.
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