𝚂𝚌𝚊𝚛𝚢 𝙻𝚘𝚟𝚎

Ahogando un pequeño bostezo, la joven pelinegra miró una vez más los fosforescentes números del reloj y luego la vacía y obscura carretera que se extendía ante ella. Se acomodó en su asiento y tras un chasquido disgustado, habló:

—Debimos habernos quedado a dormir allí.

A su lado, la rubia quien conducía no reprimió su carcajada al escucharle.

—Te recuerdo que fuiste tú quien no quiso quedarse —respondió aún con las manos sobre el volante.

—Cierto —asintió conciliadora—. Pero tampoco esperaba que nos llevara tanto. El viaje de ida se me hizo mucho más corto.

—Cómo no si dormiste casi todo el trayecto.

—Estaba cansada —se excusó—. Apenas había dormido por quedarme estudiando para el examen. Es normal que me durmiera, estudiar tanto agota.

—No recuerdo que la palabra "cansancio" saliera de tus labios cuando volviste y me despertaste con una mamada. Ni luego mientras lo hicimos todas esas veces.

La pelinegra rió, tenía que darle la razón en eso. Recordaba muy bien lo sucedido.

—Yo no recuerdo que te quejaras —contraatacó—. Además, había que celebrar que ya terminé con los exámenes y que estoy segura que aprobaré.

—asiente dibujando una pequeña sonrisa sobre sus labios—. Eso espero.

Sonrió. Su mirada volvió a fijarse en los números del reloj y en la obscura carretera, aunque se desviaron hacia la rubia al verle mover la cabeza de un hombro al otro con aspecto cansado. Y era lógico. Llevaban ya tres horas en ese coche.

—Me duele el cuello —le oyó quejarse.

—Estás cansada. ¿Conduzco yo?

La mirada sorprendida de la rubia se centró en ella.

—¿Tú? No, gracias. No quiero morir tan pronto.

No fueron solo sus palabras sino también sus risas lo que le hizo inflar los mofletes, ofendida. Hasta se cruzó de brazos. Todo por esa afirmación.

—Idiota —farfulló por lo bajo.

Las risas de la rubia se intensificaron.

—¿Tengo que recordarte que estrellaste el coche la primera vez que lo cogiste?

Bufó.

—No fue culpa mía. El árbol apareció de repente —se excusó.

—Claro... Como los árboles aparecen y desaparecen de la nada...

—Ese sí —afirmó testaruda.

—Sin olvidar que casi atropellas a esa pobre anciana —continuó la rubia como si no la hubiera oído.

—¡Estaba aparcando! ¿Quién le manda cruzar justo por detrás del coche? ¡Ni que la vieja fuera ciega!

—Como sea —dijo, dejándola estar—. Lo que es innegable es que has tenido tres accidentes en los cuatro meses que llevas con el carnet. Vamos, Mei, reconócelo, eres tan buena en la cama como pésima conduciendo.

La nueva afirmación le molestó tanto como las anteriores. Sí, era cierto que había tenido sus encontronazos con el coche, pero ¿y quién no? Además, estaba exagerando. Algunas de esas veces que decía solo había sido un rayón de nada.

—Como tú eres tan buena...

—Llevo más de tres años con el carnet y aún no he tenido ningún accidente —se jactó la mayor con orgullo—. Puedo conducir en cualquier situación.

La mirada de la pelinegra se fijó en ella, mirándole escéptica.

—¿Segura? —le preguntó con un plan empezando a fraguarse en su mente—. ¿Me estás diciendo que puedes conducir tan bien como ahora, pase lo que pase?

—Estoy conduciendo ahora, ¿no? Y eso que salimos apenas terminó la fiesta, y son ya las cuatro.

—Bien, probémoslo.

Toda la posible confusión que esas dos palabras pudieron causarle fue rápidamente relevada por la sorpresa cuando la mano de la joven se posó en su pierna derecha, moviéndose sinuosa hacia la cara interna de su muslo.

Dio un pequeño bote, aunque consiguió mantener el volante recto, y giró su cabeza para mirarle.

—¿Qué haces? —le preguntó.

Tranquila, la pelinegra se encogió de hombros.

—Probar si tienes razón.

—¿Estás loca? —siguió ella al sentir que, en vez de alejarse, la mano se acercaba aún más a su entrepierna—. Mei...

—¿Qué? Dices que puedes conducir bien bajo cualquier circunstancia, ¿no? Demuéstramelo.

A esas alturas, la mano de la pelinegra había llegado ya a su entrepierna, sobándola por encima del pantalón de traje con movimientos expertos que le hicieron jadear. Se mordió el labio, asiendo con más fuerza el volante con una mano.

—Mei basta —le dijo, agarrando su mano con la suya—. Estoy conduciendo.

—Lo sé...

La sonrisa lasciva que acompañó la afirmación no hizo más que dejarle en claro lo loca que estaba su acompañante. ¿Es que no veía que tenía que estar centrada o podrían estrellarse? ¿Quería que tuvieran un accidente? Al parecer sí, porque ahora fueron sus dos manos las que se posaron en su cuerpo, aprovechando que la había soltado.

—Mei joder, estoy conduciendo. Espera a que lleguemos a casa —trató de convencerla.

—No.

Acompañando su negación, las manos desabrocharon su cinturón y el botón del pantalón, bajándole también la cremallera antes de colarse dentro de su ropa interior.

Jadeó y tuvo que obligarse a no cerrar los ojos y seguir mirando la carretera, más al ver que llegaban a una zona con algunas curvas. Lo que no se guardó para sí fue la maldición hacia la otra.

Suspiró y, nada más que pudo, volvió a atrapar sus manos con la propia.

—Déjalo ya. En serio —le dijo mirándola a los ojos, esos orbes amatistas junto a sus orbes esmeraldas y sus pupilas dilatadas mostraban el deseo y la lujuria que sentían en ese momento.

—No seas aguafiestas. Déjame... —susurró besándole los labios—. Yuzu junior quiere jugar —agregó juguetona, desviando la mirada hacia su miembro erecto—. Vamos, déjame. No te arrepentirás.

—Es... peligroso... —quiso hacerle ver.

Mei sonrió pícaramente y, con sus manos de nuevo libres, volvió a centrarse en su erección.

—Me gusta el peligro. Me excita —confesó relamiéndose los labios y mirándole directamente a los ojos.

Y Yuzu sabía bien que era así. No había más que recordar algunas otras situaciones que habían estado juntas. Pese a ello, todavía no lo tenía demasiado claro. La perspectiva de poder estrellarse no le gustaba nada y así se lo dijo, escuchando su suave y atrayente risa como principal respuesta.

—No pasará nada porque estarás atenta a la carretera. Vamos, di que sí... Cúmpleme el capricho.

La lujuria en sus ojos, el placer que prometía con sus palabras y sobre todo el tener sus dos manos masajeando su miembro no le ayudaban para nada a pensar y hacían que cada vez le fuera más difícil negarse.

—Di que sí. Déjame —le pidió una vez más, inclinándose hacia ella para jugar con su glande.

Le fue imposible negarse por más tiempo.

—Hazlo.

La sonrisa de sus labios se tornó victoriosa. Y muy dispuesta a no darle la oportunidad de arrepentirse, la pelinegra se liberó del cinturón de seguridad para tener así más libertad de movimientos. Hecho esto, se inclinó hacia ella.

Sin poder evitarlo, Yuzu gimió al sentir esos labios uniéndose a las manos que le masturbaban. Aún pensaba que era una locura, pero joder, sabía que sería incapaz de detenerla. Además, no podía negar que le encantaba las locuras a las que Mei le arrastraba.

Forzándose a centrarse en la carretera, la rubia dejó salir todos esos sonidos provocados al sentir esa lengua lamiendo su extensión, asiendo con fuerza el volante cuando se centraba en su glande.

—Te dije que te gustaría. —le escuchó decir, su aliento chocando contra la punta de su miembro—. Que no te arrepentirías.

—Nunca me arrepiento.

Divertida, Mei soltó una risita sabiendo que así era. Y queriendo premiarle, bajó con una mano hasta sus testículos al mismo tiempo que se metía la punta del pene en la boca.

Yuzu volvió a gemir, reprimiendo el estremecimiento de su cuerpo. Redujo un poco la velocidad para darse más tiempo para leer y comprender el cartel y, al ver que se habían desviado, cambió de carril para seguir recto.

—Mmm... —susurró sin aliento—. Mei...

La aludida sonrió al escuchar el tono con el que había dicho su nombre, felicitándose por ello. Acababa de meterse todo el órgano en la boca y los gemidos de la mayor le dejaban bien claro lo mucho que le gustaba sentir la humedad y el calor de su boca en torno a su miembro mientras lo engullía por completo.

Empezó a moverse, sacándoselo y metiéndoselo hasta el fondo, riendo al sentir los pequeños volantazos que a veces daba el coche, pero sin temer. En todo caso, la perspectiva del peligro le excitaba aún más, haciéndole esforzarse el doble que normalmente.

Y eso se notaba sobre todo en Yuzu. En sus gemidos, en el estremecimiento de su cuerpo y en su forma de conducir. Y, sobre todo, en que posara una mano en su cabeza pasados unos minutos.

Se dejó hacer. Dejó que fuera esa mano quien le marcara el ritmo ahora y relajó su garganta para dejar que la rubia moviera su cadera para empalarse en ella. Engulló su miembro con hambre, sabiendo que estaba llegando al orgasmo y, finalmente, succionó y tragó cuando el semen de la rubia llenó su boca al terminar.

El coche derrapó hacia un lado cuando, perdida en el placer, Yuzu giró el volante. Por suerte, logró controlarlo y todo se quedó en un pequeño susto cuando la rubia detuvo el coche a un lado del arcén.

—Creo... —empezó a decir con la respiración aún agitada—. Creo que nos hemos pasado la salida.

Mei empezó a reír, contagiando a la rubia. Al menos hasta que escucharon las sirenas.

Extrañada y algo nerviosa, Yuzu miró por el retrovisor y maldijo al ver un coche de policía acercándose a ellas.

—Esto es culpa tuya —le dijo a la pelinegra, que seguía riendo.

—Tranquila, no pasará nada —contestó esta, volviendo a colocarse el cinturón tras acomodarse en su asiento—. Eso sí, abróchate los pantalones. No queremos que te quedes con el culo al aire si te mandan a salir.

Yuzu gruñó, colocándose la ropa. Todo su buen humor fue olvidado por culpa de ese coche que se había detenido tras el suyo, del policía que se bajaba de él y, sobre todo, de la tranquilidad pasmosa y hasta diversión con la que se lo estaba tomando Mei. Como si ella no hubiera tenido nada que ver en lo que acababa de pasar.

Los golpecitos en la ventanilla la hicieron centrarse. Le bajó y se enfrentó al poli con su mejor sonrisa.

—Buenas noches, agente.

—Buenas noches —respondió este a su vez—. Carnet y documentación, por favor.

—Sí, claro.

Con gestos rápidos, Yuzu se inclinó hacia la guantera para sacar los papeles. Mientras tanto, el policía se fijó en la otra chica que le observaba desde el asiento del copiloto, dirigiéndole una sonrisa tras relamerse los labios como si degustara algo.

—Aquí tiene.

Yuzu le entregó los papeles soportando la mirada del policía y esperando que este las dejara irse. A ser posible, sin multa de por medio.

—Bien, señorita Okogi, ¿podría decirme de dónde vienen?

—De la boda de un familiar en Oneonta, New York.

Los ojos del hombre se abrieron ligeramente por la sorpresa.

—Eso queda bastante lejos.

—A más de tres horas —le confirmó ahora Mei, asintiendo.

—Y me supongo que habrá bebido. De ahí los giros bruscos de antes.

Mei tuvo que reprimir la risa por la palidez en las mejillas de la rubia. Y sabía bien que los pensamientos que se producían en su cabeza estaban centrados en su persona. No precisamente para bien.

—Solo una copa por el brindis —respondió.

El policía arqueó una ceja sin creerle.

—En ese caso, no le importará que le haga una prueba para que pueda comprobarlo.

—Ah, por supuesto que no.

—Espere aquí.

Mientras el policía volvía a su coche en busca del alcoholímetro, a Mei le tocó aguantarse las risas cuando Yuzu le fulminó con la mirada. Le guiñó un ojo, lanzándole un beso.

Tras esto, el policía volvió y ella se acomodó en su asiento mientras a Yuzu le tocaba soplar en el aparato y esperar el resultado. Observó el reloj y ahogó un bostezo. Iban a dar las cuatro y media de la mañana.

—Negativo —anunció el policía por fin—. Parece que decía la verdad, señorita Okogi.

Yuzu sonrió levemente con una preocupación menos en la cabeza.

—Sin embargo, esos giros de antes...

—Es por el cansancio —le interrumpió, tratando de explicarse—. No he dormido mucho porque teníamos ganas de llegar a casa —se excusó frotándose los ojos con las palmas de sus manos.

La mirada del hombre se centró seria primero en la rubia y luego en Mei, quien solo le sonrió preguntándose cuál sería su cara de saber la razón. Lástima que no pudiera decírselo, no quería que Yuzu se enfadara con ella por esa tontería.

—Está bien. Lo dejaré pasar por esta vez —anunció, logrando que Yuzu sonriera aliviada—. Pero que no vuelva a pasar. Si tan cansadas están, será mejor que descansen en un motel.

—Por supuesto. Por cierto... —agregó antes de que el otro pudiera irse—. ¿La salida a Boston es la siguiente o ya la he dejado atrás?

—La siguiente. Está a una milla más o menos.

—Gracias. Buenas noches.

—Buenas noches. Y conduzca con cuidado.

El policía se alejó por fin, subiéndose a su coche, arrancándolo y alejándose dejándolas de nuevo solas. Mei lo vio hasta que las luces traseras desaparecieron en la distancia, volviéndose hacia la rubia al escucharla suspirar.

—Hemos tenido suerte.

—Te dije que no pasaría nada —le recordó, riendo.

Yuzu la miró seria.

—Sabes que podría haberme multado por conducción temeraria o algo así, ¿verdad? Y te habría hecho pagar la multa.

—Pero no pasó —afirmó ella sin darle importancia.

—No, no pasó.

Mei sonrió. Y aprovechando que seguían paradas, se quitó de nuevo el cinturón para, esta vez, sentarse sobre la mayor frente a frente.

—¿Qué haces? —le preguntó esta una vez más, mirándola extrañada.

La risa de la pelinegra llenó el coche al mismo tiempo que se inclinaba sobre ella y posaba sus manos sobre sus pechos.

—Bueno... El poli dijo que no deberías conducir estando tan cansada, y por más que me guste chupártela hasta que te corras, te recuerdo que yo aún estoy mojada —le susurró, acercándose aún más a ella al mismo tiempo que sus manos bajaban primero para luego ascender bajo su camisa y hacía rozar sus caderas—. Además, estoy deseando sentirte.

No le dio tiempo para negarse. Antes de que ni tan solo pudiera respirar, la pelinegra unió sus labios con hambre, devorándolos con una lujuria que la rubia no tardó en imitar.

Sintió sus manos posarse en su cintura y sonrió expectante. Puede que al principio solo había pensando en la mamada como forma de hacerle tragarse sus palabras sobre su forma de conducir, pero ahora eso no importaba. Ahora quería sexo. Quería hacerlo y sabía que Yuzu no se negaría.

Con sus lenguas yendo de boca en boca, empezó a mover su cadera en círculos, rozándose contra la suya buscando excitarle. Por otra parte, sus manos dejaron su piel para centrarse en desabotonar esa camisa que tanto le estorbaba, deslizándola por sus brazos. Y, tras esto, la pelinegra se centró en la camiseta blanca que llevaba debajo, dispuesta a quitársela.

—¿Tienes prisa? —le preguntó la rubia, riendo divertida por sus ansias.

—Quiero que me folles...

Riendo, Yuzu alzó sus brazos dejando que le quitara la ropa y que volviera a besarla mientras sentía sus manos centradas ahora en su cinturón. Ella tampoco se quedó quieta. Aunque aturdida por la interrupción del policía, su excitación por la mamada aún no había desaparecido, y tener a Mei tan dispuesta solo hacía aumentar sus ganas de cojerla. Por ello, también se centró en el elegante vestido que traía la pelinegra, consiguiendo dejarla desnuda de la cintura para arriba sin apenas esfuerzo.

Hecho esto, se centró en los enormes pechos que estaban frente ella, y sabiendo bien cómo le gustaba empezó a masajearlos moviéndolos en círculos, podía sentir como se endurecían con las palmas de sus manos. Así que dejando de lado la cordura se inclinó y chupó uno de ellos primero lento, rodeando su pezón con su caliente y húmeda lengua, mientras con un brazo sostenía su cuerpo con delicadeza.

Mei gimió excitada, atrayéndola aún más al sujetar su cabeza con una mano. A su vez, su otra mano acariciaba la espalda de la rubia mientras el vaivén de sus caderas continuaba excitándoles cada vez más.

Las manos de Yuzu bajaron hasta sus muslos y ella solo pudo gemir cuando las sintió por debajo de su falda, acariciando y delineando con sus dedos cada rastro de carne. Sin embargo, el contacto no duró mucho. Ella misma se apartó para poder quitarse el resto de la ropa, siento imitada por la mayor, que se bajó los pantalones y la ropa interior para que no les molestara.

Sonrió al ver de nuevo la orgullosa erección que había provocado, y se acercó a ella, volviendo a sentarse frente a frente y rodeando su cuello con los brazos.

—Fóllame —le repitió labio contra labio, robándose el aire que en ese momento no parecía tan esencial.

Yuzu sonrió desafiantemente.

—Convénceme.

La mirada de Mei se puso seria, aunque pronto la cambió por una sonrisa de perversión. Con la mirada de la rubia fija en ella expectante, se separó un poco al tiempo que bajaba una de sus manos para empezar a masajear su miembro duro y empalmado.

Yuzu gimió deseosa, excitada, sintiendo además la boca y la otra mano de la pelinegra por todo su cuerpo aumentando su deseo. No se quedó quieta, y a los pocos segundos tenía una mano en las nalgas de la chica y la otra, con dos dedos metidos en su boca.

La pelinegra lamía y chupaba esos dedos ensalivándolos lo mejor que podía, hasta que Yuzu alejó su mano y la acercó a su trasero. Había estado divirtiéndose amasando y pellizcando sus nalgas, pero ahora usó esa mano para separarlas, acercando un dedo ensalivado a su entrada, acariciando su zona, pero sin llegar a meterlo.

Mei suspiró excitada. Su cabeza estaba ahora apoyada en su hombro y podía notar cómo su cuerpo se estremecía al sentir ese dedo tentándole una y otra vez.

—Vamos, Yuzu... —susurró sobre su oído con la respiración pesada—. Métemelos ya. No juegues más —le suplicó.

Y podía negarse, en cualquier otra ocasión lo habría hecho, tentándole hasta que se lo suplicara hasta la saciedad, pero esa vez tenía prisa. Le metió los dos dedos de una vez.

La pelinegra se quejó, aunque ninguna lágrima salió de sus ojos. Había dejado de masturbarla, pero lo retomó cuando Yuzu empezó a mover los dedos, repartiendo además algunos besos por su cuello y rostro. Y aunque al principio no fue así, pronto Mei empezó a gemir, moviéndose ella misma para empalarse contra esos largos dedos.

Viendo eso, Yuzu apartó su mano, sonriendo al escuchar el quejido descontento de la otra. La agarró de la cintura y, tras un apasionado beso, le instó a montarle.

—¿Contenta? —le preguntó divertida, con la voz entrecortada.

La pelinegra sonrió con lascivia al sentirla dentro suyo.

—Ya sabes que sí... Estaba deseando llegar a casa para hacerlo —le respondió empezando a moverse.

La carcajada de la mayor se fundió con su gemido. Viéndose moverse, ayudándose al posar sus manos en sus hombros, ella mismo posó sus manos en la cadera de la pelinegra, ayudándole. Y se inclinó hacia Mei, repartiendo algunos besos por todo su cuello, jugando con sus pechos antes de ascender hasta su rostro y besarle.

Mei respondió al instante, no dejándola separarse. Se entregó de nuevo a ella, aumentando a su vez el ritmo con el que se movía, deseando sentirla más, siempre más; buscando ese orgasmo al que no le faltaba mucho para llegar.

—Si el poli no nos hubiera parado ya estaríamos allí —escuchó que le susurraba la rubia al separarse de sus labios, dejando un fino hilo de saliva que las unía.

—Lo sé... —asintió agitada—. Pero fue divertido. Aunque me quedé con las ganas de ver su cara de haberle dicho que te la estaba mamando —le confesó, riendo por lo bajo mientras se sonrojaba.

Yuzu se estremeció cuando el aliento de la pelinegra chocó contra su cuello. Gimió al sentirla volver a empalarse, estrechando sus caderas con más fuerza y bajando luego hasta sus nalgas. Las pellizcó.

—Te habría matado, lo sabes —le dijo, atrapando de nuevo sus dulces labios. Unos que mordió con fuerza antes de unirlos y profundizar el beso.

Mei gimió, abriendo sus labios y uniendo su lengua con la de la mayor, todo sin dejar de moverse.

—Hazlo —le susurró al separarse, inclinándose más para llegar hasta su oreja y lamerla—. Hazlo, Yuzu... Mátame.

La risa de la rubia se entremezcló con sus jadeos. Reclinó la cabeza apoyándola en el asiento, mirándole mientras sus manos ascendían por su cuerpo.

—¿Eso quieres? —le preguntó, acariciando ahora la suave piel de su cuello.

—Sí —le respondió ella, estremeciéndose al sentir los pulgares haciendo presión en su garganta—. Lo deseo.

Yuzu soltó otra carcajada.

—Estás loca.

—Y eso te excita.

Sonrió. No podía negarse.

—Tanto como a ti.

La sonrisa iluminó el hermoso rostro de Mei, quien reclinó la cabeza hacia atrás al sentir las manos de la rubia en su cuello, apretándoselo. Cerró los ojos sin dejar de moverse. Sus manos seguían sobre los hombros de Yuzu, apoyándose en ella para seguir con el mismo ritmo de antes.

Jadeó al sentir por fin esa falta de aire que tanto le excitaba. Abrió los ojos y los centró en los de la rubia, viendo la sonrisa en su cara y la misma lujuria que sabía que también estaba en sus ojos.

—¡M-más...! —le ordenó cuando esta aflojó el agarre, dejándole respirar—. Yuzu más.

Las manos volviendo a cernirse sobre su cuello, cortando la entrada de aire. Gimió excitada, feliz. Los dedos se hundían con fuerza esta vez y eso no hacía más que excitarle, aumentando el placer que sentía.

El hecho de intentar respirar, pero no conseguirlo le hacía temblar de placer, perdida en el entumecimiento que se iba haciendo presa de su cuerpo. Una sensación a la que se había hecho adicta.

Y Yuzu lo veía, sabiendo que lo disfrutaba, viendo su cara inundada en sudor y sintiendo las manos cayendo laxas según la falta de aire era mayor. Todo mientras ella seguía embistiéndola, mientras seguía apretando su cuello como Mei le había pedido. Hasta que la llevó a la cima del orgasmo.

El gemido quedo de Mei apenas se escuchó, pero sí pudo sentir como sus fluidos que resbalaban de su delicioso coño mojaban su empalmado miembro y muslos, viniéndose unida al estremecimiento de todo su cuerpo. Eso le hizo terminar a Yuzu también, soltando una gran carga de semen mientras a la par soltaba el cuello de la pelinegra mientras gemía su nombre y se dejaba llevar por el éxtasis.

A pesar de tener los ojos cerrados, pudo sentir el cuerpo de Mei caer sobre el suyo. La abrazó, posando los labios en su cuello para besarle las marcas que le había dejado, sintiendo su respiración agitada al estar sus pechos pegados y escuchando también los leves jadeos que se escapaban de sus labios.

—¿Te gustó? —le preguntó, acariciando su largo cabello oscuro y dejando un par de besos más en su delicada piel.

Aún pegada a ella, Mei asintió.

—Siempre...

—Eso me gusta.

La pelinegra rió por lo bajo y casi sin fuerza, agotada tanto por la asfixia como por el sexo y más aún por lo tarde que era.

—Estoy cansada.

—Duerme —le dijo—. Te despertaré cuando lleguemos a casa.

Mei se alejó un poco de ella, mirándole tras ahogar un bostezo.

—¿Seguro? —la miró asentir—. Está bien.

Con movimientos algo torpes por el cansancio, Mei se separó de su lado y volvió a su asiento tras coger su atuendo para empezar a vestirse. Ella hizo lo mismo. No era bueno conducir estando semidesnuda.

—Yuzu —le llamó al terminar, acomodándose por fin en su asiento. La mencionada le miró con intriga—. Te amo.

Sonrió con ternura.

—Y yo a ti.

Le vio cerrar los ojos, tapándose con su chaqueta para dormir el resto del trayecto. Por su parte, ella arrancó de nuevo el coche y, tras volver a mirarle una vez más, se puso en marcha sabiendo que quedaba poco para que estuvieran por fin en casa.

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