𝐿𝒾𝓉𝓉𝓁𝑒 𝒞𝒽𝒶𝓃𝑔𝑒𝓈

Capítulo 13: CUERDAS

("A veces, el silencio guía tu mente.")

La tarde era tranquila y el cielo comenzaba a oscurecer cuando Yuzu y Mei llegaron frente a la mansión del abuelo. Aunque Yuzu intentaba hacer todo más ligero con sus bromas y gestos juguetones, el ambiente a su alrededor se sentía tenso. Sus dedos entrelazados con los de Mei transmitían calidez, pero al mismo tiempo, Yuzu notaba que algo estaba inquietando a Mei. Por un instante, se le ocurrió que tal vez el abuelo de Mei no se llevaría bien con su presencia, o que ella misma se sentía incómoda por las expectativas de su familia.

"Me pregunto si me va a seguir llamando 'la rubia rebelde'," comentó Yuzu con una sonrisa traviesa, buscando aliviar el ambiente. "O tal vez me dará una medalla por no haber causado ningún escándalo este mes."

Mei, aunque un poco más tranquila por las bromas de Yuzu, no pudo evitar tensarse cuando vieron la enorme puerta de la mansión a lo lejos. Sabía que, en lo profundo, el abuelo nunca sería tan permisivo con ellas. Siempre había sido amable con Yuzu, pero esa amabilidad escondía una seriedad inquietante que Mei no podía ignorar.

"Es mejor que no digas nada que lo enfurezca," dijo Mei, sin mucha convicción en su tono. "No creo que le guste vernos tan... cómodas."

Yuzu la miró y rió suavemente, apretando más su mano. "No te preocupes, Mei. Es solo una visita rápida, ¿no? Después, vendré a rescatarte si necesitas una excusa para salir corriendo."

Pero cuando llegaron a la entrada, el abuelo ya estaba allí, esperándolas en el portal. Su figura, alta y recta, parecía un guardián de antiguos secretos, como siempre. Lo extraño, sin embargo, era que su rostro, usualmente suave y cordial con Yuzu, mostraba una seriedad que ella no había visto antes. Su mirada estaba fija en ellas, observando cada uno de sus movimientos, lo que causó que el corazón de Mei se acelerara.

"Ah, Yuzu," dijo el abuelo con una sonrisa que parecía forzada. Aunque su tono era respetuoso, había una frialdad en sus palabras que no pasaba desapercibida. "Es un placer verte de nuevo."

Yuzu, que siempre había sido recibida con una cálida sonrisa y palabras amables, se sintió desconcertada. Respondió con una sonrisa algo nerviosa, aunque intentando no mostrar que algo estaba fuera de lugar. "Buenas tardes, señor. Espero no haber llegado tarde."

El abuelo asintió lentamente, sin desviar la mirada. "No, no, no es tarde. Solo que... hay algunas cosas de las que debemos hablar."

La atmósfera se cargó con una tensión palpable, y Yuzu pudo notar el cambio en el tono del abuelo, algo que rara vez experimentaba. La incomodidad de Mei era evidente, pero ella se mantenía estoica, como si intentara soportar el peso de las expectativas familiares sobre sus hombros.

"Entonces..." comenzó Yuzu, intentando romper el hielo con su tono usualmente relajado. "¿Puedo quedarme un poco más? No quiero dejar a Mei sola si..."

El abuelo la interrumpió antes de que pudiera continuar, aunque su tono no era grosero, solo directo. "No es necesario, Yuzu. No quiero incomodarte. Mei sabe lo que tiene que hacer aquí."

Las palabras del abuelo dejaron a Yuzu con una extraña sensación de incomodidad. Por un momento, sus ojos se encontraron con los de Mei, quienes parecían decir mucho más de lo que ella misma quería admitir. Mei, visiblemente tensa, asintió en silencio, como si estuviera aceptando una carga invisible que se le imponía.

"Está bien," dijo Yuzu finalmente, su sonrisa más apagada que antes. "Me quedo tranquila entonces. Solo... cuídate, ¿de acuerdo?"

Mei le devolvió la sonrisa, aunque vacilante, antes de asentir. "Lo haré. Solo... no te preocupes. En un rato estaré fuera."

Yuzu la miró con una expresión preocupada antes de dar un paso atrás, alejándose lentamente, sin dejar de mirar a Mei. El abuelo, al ver la retirada de Yuzu, no dijo nada más, pero la tensión en su postura seguía presente. Mei estaba a punto de entrar, pero antes de que lo hiciera, el abuelo la detuvo con una mirada penetrante.

"Mei," dijo, con voz baja pero firme. "No olvides por qué estás aquí."

El mensaje fue claro, y el miedo de Mei se intensificó. No solo estaba ahí para cumplir con su familia, sino también para lidiar con las expectativas que siempre la habían rodeado. Yuzu, observando desde la distancia, no pudo evitar sentir un peso en su pecho. Algo no estaba bien, y, a pesar de los intentos de Mei por mantener la compostura, algo en su interior le decía que lo peor aún estaba por llegar.

...

Dentro de la mansión, el ambiente era opresivo. Mei había seguido al abuelo por los pasillos hacia su oficina, donde él solía sentarse a hablar con ella sobre los temas familiares, pero hoy la atmósfera era diferente. No era el tono amable y controlado que usualmente le dirigía, sino algo más pesado, como si el peso de la historia familiar recayera sobre ellos en ese preciso momento.

El abuelo de Mei se detuvo al frente de su escritorio y la miró con una expresión severa, sus ojos brillando con una furia contenida. Mei se mantuvo firme, aunque por dentro sentía que su corazón latía con más rapidez de lo normal. Sabía que lo que estaba a punto de escuchar no le gustaría, pero no esperaba que fuera tan intenso.

"Mei," comenzó el abuelo, su voz baja y controlada, pero con una clara advertencia. "¿Te has dado cuenta de lo que estás haciendo?"

Mei frunció el ceño. "¿De qué está hablando, abuelo?"

El abuelo dio un paso hacia ella, su rostro ahora completamente serio. "Tu comportamiento, Mei. La forma en que has estado involucrada con esa chica... Yuzu."

Las palabras golpearon a Mei como un balde de agua fría. Su respiración se agitó un poco, pero intentó mantenerse calmada. "Yuzu es mi amiga, abuelo. No entiendo por qué estás tan molesto."

El abuelo dio un resoplido, su expresión mostrando una mezcla de frustración y desdén. "¿Amiga? No me hagas reír. Estoy cansado de ver cómo tus decisiones son influenciadas por ella. Te vi llegar con ella a la mansión, tomándola de la mano como si no importara lo que esto representa para nuestra familia."

Mei sintió un nudo en el estómago, pero no respondió. Estaba completamente consciente de la situación, pero no podía dejar de defender lo que sentía por Yuzu. "Lo que hago no tiene nada que ver con los intereses de la familia. Si no la aceptas, no puedo hacer nada al respecto."

El abuelo se acercó un paso más, su rostro más serio que nunca. "No entiendes. No es solo lo que haces, Mei. Es lo que representas. Yuzu no es más que una distracción. Un problema que no necesitamos, sobre todo después de todo lo que tu padre hizo."

Mei se tensó al escuchar la mención de su padre. "¿Mi padre? ¿Qué tiene que ver él con esto?"

El abuelo, con un gesto molesto, se cruzó de brazos, su mirada fija en Mei. "Tu padre, el hombre que esperaba que fueras la heredera de esta familia, ahora se permite la ridícula idea de que regreses a vivir con Yuzu. ¿Qué clase de ejemplo estás dando?" Su voz se alzó en un tono molesto, revelando su profunda decepción. "Nunca he estado de acuerdo con esa decisión, y mucho menos con la forma en que has permitido que las cosas lleguen tan lejos."

El ambiente se tensó aún más. Mei sentía un peso en el pecho, un mal presentimiento sobre lo que estaba a punto de escuchar. "¿Qué quieres que haga? Ya no puedo cambiar lo que mi padre ha decidido. No entiendo por qué te molesta tanto que me quede con Yuzu."

El abuelo hizo una pausa, y por un momento la expresión de su rostro se suavizó, pero solo un poco. "Porque me preocupo por ti, Mei. ¿No entiendes? No puedo permitir que tu vida se vea destruida por decisiones tan irresponsables. Tu lugar no está con ella, sino aquí, con la familia. Yo te eduqué para ser fuerte, para entender lo que es importante, y no para perderte en un capricho."

Mei sintió que las palabras de su abuelo la atravesaban, pero en lugar de rendirse, se mantuvo firme. "No es un capricho. Yuzu es importante para mí. No voy a renunciar a ella solo porque tú no lo apruebes."

El abuelo suspiró profundamente, la molestia en sus ojos quedando clara. "Este es el problema, Mei. Estás haciendo que tu vida dependa de algo que no tiene futuro. Y lo peor de todo es que estoy perdiendo la paciencia con tu padre. Él, que debería haber tomado una decisión sensata sobre ti, ahora te permite hacer esto. ¿Por qué tiene que ser tan débil?"

El tono del abuelo se volvió más grave, y por primera vez, Mei vio el dolor detrás de su furia. "Lo que quiero para ti es que seas feliz, pero no a costa de lo que realmente importa. Y lo que realmente importa aquí es tu lugar en esta familia. No estoy dispuesto a dejar que eso se destruya."

El silencio se hizo pesado en la habitación. Mei se quedó quieta, sus manos apretadas a los costados mientras trataba de encontrar algo que decir. Pero las palabras no salían. Su abuelo había hablado con tanta dureza, que todo lo que podía hacer era asimilar el golpe.

Finalmente, el abuelo rompió el silencio. "Piensa en lo que estás haciendo, Mei. No quiero verte arruinar todo por una simple rebelión juvenil. Lo que estamos construyendo aquí, esto es lo que debe importarte. No Yuzu, ni cualquier otra distracción."

Mei tragó saliva, su corazón latiendo con fuerza. Sabía que estaba caminando en una cuerda floja, pero a pesar de todo lo que el abuelo le decía, no podía dejar ir lo que sentía por Yuzu.

"Lo pensaré," respondió Mei con voz firme, aunque su mente seguía girando en la misma dirección. Ella no quería perderse en las expectativas del abuelo, pero tampoco podía ignorar lo que él representaba.

El abuelo la observó por un momento, y aunque su expresión se suavizó levemente, todavía había un aire de desaprobación en sus ojos.

"Hazlo. Pero recuerda, Mei, todo lo que hagas tendrá consecuencias."

El abuelo de Mei permaneció en silencio un momento, observando cómo su nieta procesaba lo que le había dicho. Luego, con una leve inclinación de cabeza, cambió de tema. Su rostro adquirió una seriedad aún mayor, como si acabara de tomar una decisión irrevocable.

"Hay algo más de lo que debemos hablar, Mei," dijo el abuelo, su tono grave. "Un tema que lleva tiempo pendiente. El compromiso con el heredero de la familia Udagawa."

Mei sintió que su estómago se revolvía. Ya lo temía, pero escuchar las palabras del abuelo con esa frialdad le hizo el corazón un nudo. "¿Compromiso? ¿De nuevo con esto?" preguntó, sin poder disimular la sorpresa y la frustración que brotaron de su voz. "Ya te he dicho que no estoy de acuerdo. Es... es demasiado apresurado."

El abuelo la miró fijamente, sin ningún atisbo de duda en su mirada. "No es cuestión de estar de acuerdo o no, Mei. Esto no es una opción. Es tu deber como la heredera de la familia Aihara. Tú sabes bien lo que se espera de ti."

Mei respiró hondo, intentando calmar el torrente de emociones que sentía. "Pero... ¿por qué ahora? ¿Por qué tienes que forzarme a esto tan rápido? Ni siquiera conozco al heredero Udagawa como debería. ¿Cómo esperas que me comprometa sin siquiera tener una oportunidad de entender quién es?"

El abuelo la observó con sus ojos inquebrantables, como si esas preguntas no tuvieran cabida en su lógica. "Tú no entiendes, Mei. Este no es un asunto que se pueda manejar a tu antojo. No es algo que puedas retrasar o decidir a tu gusto. La familia Aihara necesita este compromiso, no solo por ti, sino por el futuro de todos. El matrimonio con el heredero Udagawa es una estrategia que nos fortalecerá, y esa es la razón principal por la que has sido educada como la heredera de esta familia."

Mei, incapaz de calmar la creciente indignación, dio un paso atrás, luchando por contener su voz. "Pero no soy solo una pieza en un tablero de ajedrez, abuelo. Yo tengo sentimientos, tengo mi propia vida. Esto no debería ser solo una cuestión de negocio."

El abuelo suspiró pesadamente y se acercó a ella con paso firme, lo que hizo que Mei se tensara aún más. "Y es precisamente por eso que lo hago, Mei. Porque eres la heredera. Porque, como parte de esta familia, tus deseos deben alinearse con el bienestar de todos. No puedes decidir vivir solo para ti misma, ignorando el legado y la responsabilidad que te han sido dadas."

Mei sintió que algo dentro de ella se quebraba. Sabía que el abuelo siempre había tenido sus expectativas, pero nunca imaginó que fueran tan implacables, tan frías. "No quiero ser una pieza de ajedrez, no quiero ser solo una obligación para cumplir..."

El abuelo la interrumpió, su tono más cortante que nunca. "No tienes elección, Mei. Tienes que comprenderlo. No se trata de lo que quieres, sino de lo que debes hacer. El compromiso con el heredero Udagawa es algo que vas a aceptar, porque es lo que la familia necesita, es lo que tu deber como Aihara requiere."

El tono de su voz se volvió aún más firme, y la mirada que le dedicaba no dejaba espacio a la discusión. "Deja de pensar en tus deseos personales. El futuro de esta familia está en tus manos. Si no lo entiendes, si no lo aceptas, entonces no sabrás nunca lo que significa realmente ser la heredera Aihara."

Mei, con el corazón oprimido, se quedó en silencio, incapaz de responder. ¿Cómo podía contradecir tantas expectativas? ¿Cómo podía tomar una decisión sobre algo tan importante cuando sentía que su propia vida estaba siendo sacrificada por un deber que no había elegido?

El abuelo, notando su silencio, dio un paso atrás, dándole espacio para pensar, pero su mirada seguía fija en ella. "Piensa bien en lo que te estoy diciendo, Mei. Este compromiso no es solo un acuerdo entre dos familias; es un acuerdo que asegurará la estabilidad y el poder de la nuestra. Ya ha sido decidido, y no voy a permitir que pongas en peligro el futuro de nuestra familia por una caprichosa decisión personal."

Mei no pudo más que mirar al suelo, luchando contra la sensación de que estaba atrapada en una jaula que ella misma no había construido. Sin embargo, a pesar de la rabia y la confusión que sentía, no pudo evitar pensar en la mirada preocupada de Yuzu, en su constante apoyo, en la felicidad que había encontrado a su lado.

El abuelo, al ver que Mei seguía sin hablar, suspiró y se alejó. "Ya has escuchado lo que debes hacer. Reflexiona. Y espero que no me hagas perder más tiempo con estas dudas. El futuro te espera, Mei."

Mei, atrapada por la presión, no pudo más. El silencio que la había envuelto durante toda la conversación estalló en un grito de frustración, algo que no hacía con frecuencia, pero que, en ese momento, era inevitable.

"¡No puedo hacerlo! ¡No voy a casarme con alguien que ni siquiera conozco!" exclamó, su voz temblando de rabia y desesperación. "¡Esto es demasiado, abuelo! No puedes forzarme a tomar una decisión tan importante por una obligación que ni siquiera entiendo! ¿Por qué no me dejas vivir mi vida?"

El abuelo la miró sin inmutarse, pero su rostro se endureció aún más, como si no estuviera dispuesto a ceder ni un milímetro.

"Mei, ya te he dado suficiente tiempo para pensar en esto," dijo, su tono implacable. "Y no voy a tolerar más resistencia. Esto no es solo una cuestión de lo que quieres o no quieres. Es una cuestión de lo que nuestra familia necesita. Y tú no puedes ser tan egoísta como para ignorarlo."

Mei sintió cómo su corazón se aceleraba, y su respiración se volvió agitada mientras las palabras de su abuelo la golpeaban una y otra vez. Intentaba desesperadamente mantener la calma, pero las emociones que llevaba guardadas explotaron, como una tormenta que no podía detenerse.

"¡No es egoísmo! ¡Es mi vida, abuelo! ¡Es mi felicidad! ¿Acaso no te importa eso?" replicó, con los ojos llenos de lágrimas que luchaba por contener. "Tú siempre has esperado que sea perfecta, que siga cada uno de tus pasos, pero... ¿y si no quiero esto? ¿Qué pasa si no quiero perderme en un compromiso que no es mío?"

El abuelo la miró fijamente, con una mirada tan fría que parecía atravesarla. "Mei, eres la heredera de esta familia. Tienes responsabilidades. Este compromiso con el heredero Udagawa no es opcional, es necesario para el bienestar de todos. Tienes que entenderlo. Y si no lo entiendes ahora, lo harás pronto."

Mei apretó los puños con tal fuerza que las uñas se le clavaron en la palma, pero no se echó atrás. "No lo haré, abuelo. ¡No lo haré!"

El abuelo, al ver que su nieta seguía tan obstinada, frunció el ceño y su voz se tornó aún más grave, como un trueno antes de una tormenta.

"Mei, voy a hacer algo que nunca he querido hacer. Pero si sigues con esa actitud, no me dejarás opción. Si realmente estás tan empeñada en rechazar este compromiso, entonces, quiero que lo hagas con conocimiento de causa. Te haré conocer al heredero Udagawa, y tú decidirás si aún piensas que puedes rechazarlo sin ni siquiera haberle dado una oportunidad."

Mei lo miró con incredulidad. No podía creer lo que estaba escuchando. ¿Cómo podía pedirle algo tan cruel?

"¿Qué... qué estás diciendo?" preguntó, su voz quebrada, incapaz de entenderlo. "¿Estás diciendo que tengo que pasar tiempo con alguien que ni siquiera me interesa, para 'conocerlo mejor' como si todo esto fuera una especie de juego? ¿Qué clase de ultimátum es ese?"

El abuelo no vaciló en su decisión. "Es exactamente lo que estoy diciendo. Si tanto te importa rechazar el compromiso, entonces hazlo sabiendo exactamente en qué estás metiéndote. No me importa cuánto te moleste, Mei. Pero dentro de dos meses, irás con nosotros. Si después de eso decides rechazarlo, no tendrás más excusas, y serás libre de hacer lo que quieras. Pero no quiero que te lamentes si eliges hacer lo que mejor te convenga en ese momento."

Mei estaba sin palabras, paralizada por el golpe emocional. Todo lo que podía sentir era el frío en su pecho, la desesperación que la ahogaba. El abuelo había cruzado una línea de la que no había vuelta atrás. Él estaba dispuesto a forzarla a tomar decisiones que ella no quería, que ella ni siquiera comprendía.

"No... no lo puedo hacer," murmuró, casi para sí misma. "No puedo..."

El abuelo la miró con una seriedad tan absoluta que hizo que Mei sintiera un peso en el corazón. "Es tu elección, Mei. Lo que has decidido hasta ahora ya no importa. En dos meses, estarás viajando con nosotros. Y tendrás que conocer al heredero, como una obligación, no solo como una posibilidad."

Mei cerró los ojos, sintiendo cómo todo se volvía borroso a su alrededor. El dolor de ver su vida tan controlada por el legado de su familia, de sentir que no podía escapar de las expectativas que le imponían, la estaba ahogando. Pero lo peor de todo era que en algún rincón de su mente, sabía que el abuelo no bromeaba. Todo lo que había dicho estaba basado en el destino que le había sido trazado desde el momento en que nació.

"Lo que sea que hagas después de eso, ya será tu decisión," continuó el abuelo, como si nada más importara. "Pero no te equivoques, Mei. El tiempo que pase antes de tu decisión dependerá de ti."

El sonido de sus palabras quedó flotando en el aire, y Mei, incapaz de decir nada más, solo sintió un frío absoluto.

Mei, con el rostro sombrío y los hombros caídos, caminaba lentamente hacia la salida de la mansión. Cada paso que daba parecía más pesado que el anterior. El aire que respiraba parecía denso, como si el peso de las decisiones que se le venían encima se hubiera vuelto palpable. Su mente seguía dando vueltas sobre las palabras de su abuelo, sobre el ultimátum que le había dado, y sobre el futuro que no había elegido, pero que parecía inevitable.

En el umbral de la puerta, cuando ya estaba a punto de salir, algo detuvo su paso. Una voz suave, familiar y preocupada, la hizo detenerse.

"Mei, ¿estás bien?" La voz pertenecía a Amelia, la mucama que la había criado desde que era pequeña. Amelia siempre había tenido un sexto sentido para percibir cuando algo no iba bien, y el rostro de Mei no pasaba desapercibido.

Mei, que había intentado ocultar su dolor, levantó la mirada y vio a Amelia. La tristeza en sus ojos era tan evidente que no pudo contener más sus emociones. En cuanto Amelia se acercó, Mei dejó escapar un sollozo ahogado, su garganta apretada por la rabia y la frustración que había acumulado durante toda la conversación con su abuelo.

"No... no puedo más, Amelia," murmuró entre sollozos. "No puedo soportarlo. Todo lo que quiero es vivir mi vida... pero todo me lo están arrebatando. Mi abuelo... me ha dado un ultimátum. ¿Cómo se atreve? No me escucha... no me entiende."

Mei sollozó con más fuerza, las lágrimas resbalando por sus mejillas. Amelia, al verla tan quebrada, se acercó rápidamente, sus manos suaves pero firmes, envolviendo los hombros de Mei en un abrazo cálido. Sin decir una palabra, la sostuvo, dejándola desahogarse en silencio.

Pasaron unos minutos, en los que Mei finalmente se calmó un poco. Amelia la alejó ligeramente de su pecho y la miró con cariño, pero también con una profunda preocupación.

"Ven, siéntate un momento," le dijo suavemente, guiándola hacia una silla cercana. Con un gesto rápido, Amelia fue por un vaso de agua y lo colocó frente a Mei, quien aún estaba en shock por todo lo que había vivido en las últimas horas.

"Mei, querida, entiendo lo que sientes," comenzó Amelia, tomando un tono suave pero firme. "Sé que todo esto te parece una injusticia. Y lo es, en muchos aspectos. Nadie debería imponerte un futuro que no deseas, mucho menos alguien que te ama tanto como tu abuelo."

Mei miró a Amelia con los ojos aún húmedos de lágrimas, sin palabras, pero la mirada de la mucama le transmitía una calma que no había sentido en todo el día.

"Pero," continuó Amelia, "lo más importante, mi niña, es que tienes algo que muchos no tienen: tienes a alguien que te ama, que te apoya, y que está a tu lado, pase lo que pase."

Mei frunció el ceño, algo confundida. "¿A quién te refieres, Amelia?"

Amelia sonrió suavemente, con una mirada llena de comprensión. "A Yuzu, por supuesto. No debes olvidar que el amor verdadero no se ve afectado por las dificultades ni por las expectativas externas. Es más fuerte que todo eso, incluso más fuerte que lo que ahora parece ser tu destino."

Las palabras de Amelia calaron hondo en el corazón de Mei. A pesar de todo lo que estaba viviendo, las palabras de apoyo de Amelia le hicieron darse cuenta de algo que había olvidado por completo en medio del caos: el amor de Yuzu, ese amor que había cultivado a lo largo de su tiempo juntas, era un ancla. Y aunque el futuro parecía incierto, ella aún tenía esa conexión que le daba esperanza.

"Si hay algo que debes hacer, Mei," agregó Amelia con voz baja pero firme, "es no perder de vista lo que realmente importa. No dejes que las expectativas de los demás te definan. El amor que tienes con Yuzu es real, y si realmente confías en eso, en ella, podrás superar cualquier obstáculo. Pero solo si te permites luchar por ello."

Mei la miró fijamente, sintiendo cómo las palabras de Amelia comenzaban a hacer eco en su mente. Su corazón, aunque lleno de incertidumbre, se sentía un poco más ligero. Amelia siempre había sido su guía, una madre sustituta en muchos aspectos. Y esa tarde, con un simple consejo, había conseguido calmar la tormenta dentro de ella.

"Gracias, Amelia," susurró Mei, sintiendo una oleada de gratitud hacia ella. "Te prometo que lo pensaré. No voy a rendirme tan fácilmente."

Amelia asintió con una sonrisa cálida y cariñosa. "Eso es todo lo que te pido, Mei. Solo sigue tu corazón. Y, cuando las cosas se compliquen, no dudes en buscarme. Siempre estaré aquí para ti."

Con una última mirada de entendimiento y apoyo, Mei se levantó. Aunque las dudas seguían rondando en su mente, la conversación con Amelia le había dado una pequeña chispa de determinación. El camino por delante sería difícil, pero al menos ahora no se sentía tan sola en su lucha.

...

Mei salió lentamente de la mansión, con el corazón aún pesado por la conversación con su abuelo. Cada paso parecía una carga más, pero lo que más la inquietaba era lo que se venía: el compromiso, el futuro que no deseaba, y las expectativas que no podía ignorar. Todo eso pesaba sobre ella como una sombra. Mientras avanzaba por el largo camino hacia la entrada, sus ojos se encontraron con Yuzu.

Allí estaba, apoyada contra una farola, mirando al suelo mientras sostenía el teléfono móvil con una mano. Los rayos del sol poniente le daban una calidez dorada al cabello de Yuzu, y su silueta, con la vista perdida en la pantalla, parecía tan natural que Mei no pudo evitar sentirse un poco más tranquila al verla. Sin embargo, al ver que Yuzu levantaba la vista y la notaba acercarse, algo extraño sucedió: Yuzu rápidamente colgó la llamada. El gesto no pasó desapercibido para Mei, quien, aunque intentó no darle importancia, no pudo evitar sentir una punzada de celos. La última vez que algo así había pasado, Yuzu había estado hablando con la otra chica. Aquella conversación, aquella mentira, lo que había sucedido meses atrás, volvió a la mente de Mei como una sombra.

Mei caminó hacia ella con el paso algo titubeante. No pudo evitar mirarla con cierto desdén, aunque intentó disimularlo.

"¿Con quién hablabas?" preguntó, su tono más frío de lo habitual.

Yuzu se encogió de hombros, con una ligera sonrisa. "Ah... estaba hablando con mamá. Preguntaba a qué hora regresábamos a casa porque había preparado tu platillo favorito. Curry."

Mei la miró fijamente, no solo sorprendida por la respuesta, sino también algo desconcertada por la rapidez con la que Yuzu colgó la llamada. La idea de que podría haber algo o alguien más que la hiciera actuar de esa manera la inquietaba.

"¿Curry? ¿De verdad?" Mei intentó esconder el pequeño nudo en el estómago que sentía. "¿Es eso lo que estabas haciendo mientras hablabas por teléfono?"

Yuzu notó el tono en la voz de Mei, la ligera acusación que flotaba en el aire, y su expresión cambió. Podía sentir que Mei estaba algo celosa, aunque no sabía bien si debía abordar el tema o simplemente dejarlo pasar. No quería que nada empeorara, pero las inseguridades de Mei eran difíciles de ignorar.

"Sí, es curry," respondió Yuzu con una sonrisa, pero vio cómo los ojos de Mei reflejaban algo más que solo curiosidad. "De verdad, estaba hablando con mamá, Mei. Nada más."

Mei la miró, sin estar completamente convencida. Un pequeño destello de inseguridad la hizo fruncir el ceño. "¿Nada más? ¿Seguro?" preguntó, sin poder evitar mostrar un poco de celos. La última vez que había visto a Yuzu tan evasiva, habían sido esos momentos oscuros, y aunque ella intentaba no hacer comparaciones, algo dentro de ella le decía que algo no encajaba.

Yuzu, al darse cuenta de la creciente incomodidad de Mei, dio un paso hacia ella y la tomó suavemente de la mano. "Mei," dijo con voz suave, casi susurrante. "No tienes que preocuparte. No hay nada de qué dudar, te lo prometo."

Mei estaba a punto de hablar de nuevo, pero Yuzu la interrumpió, acercándose un poco más. La preocupación en su rostro se desvaneció, reemplazada por una mirada llena de cariño. Sin darle tiempo a replicar, Yuzu la besó en los labios con dulzura, un beso corto, pero lleno de calma y de promesas no dichas. El suave roce de sus labios y la cercanía de Yuzu lograron que la tensión en el pecho de Mei comenzara a disiparse.

"Te amo, Mei. Y no hay nadie más," murmuró Yuzu, su voz tranquila pero llena de convicción.

Mei, aunque un poco sorprendida por el beso, no pudo evitar sentir cómo su corazón comenzaba a relajarse. Aunque las dudas seguían rondando en su mente, el amor de Yuzu era su ancla, el refugio al que siempre regresaba. "Lo sé," dijo Mei en voz baja, después de un largo suspiro, "pero es difícil no sentir celos a veces..."

Yuzu le sonrió y acarició suavemente su mejilla. "No tienes que preocuparte por eso, Mei. Siempre seré solo tuya."

Mei cerró los ojos por un momento, permitiéndose sentir el calor del beso y la seguridad de sus palabras. Cuando los abrió, sus ojos reflejaban una mezcla de gratitud y cariño. "Te creo, Yuzu. Perdóname por dudar."

"Está bien," dijo Yuzu con una sonrisa traviesa. "Sé que a veces soy un poco... confusa. Pero siempre puedes contar conmigo, lo prometo."

Mei asintió, y juntas, comenzaron a caminar de vuelta a casa. Aunque los problemas seguían presentes, al menos por ese momento, podían disfrutar del consuelo de estar juntas.

...

El camino de regreso a casa fue tranquilo, la noche ya comenzaba a caer y las luces de la calle iluminaban suavemente el camino. Mei caminaba al lado de Yuzu, tomando su mano con más fuerza que nunca, como si quisiera aferrarse a la sensación de seguridad que le transmitía su presencia. A pesar de la conversación pesada con su abuelo y el ultimátum que le había dado, por un momento, todo parecía en calma.

Cuando llegaron a casa, el aroma de la comida les dio la bienvenida. Ume, como siempre, había preparado una cena con cariño, y la mesa estaba lista, con platos llenos de arroz, vegetales y, por supuesto, curry, el platillo que tanto le gustaba a Mei. Ume estaba de pie junto a la mesa, sonriendo al verlas entrar.

"¡Bienvenidas!" saludó con entusiasmo. "Qué bien que llegaron temprano, he preparado tu plato favorito, Mei-chan."

Mei sonrió con agradecimiento, pero algo en su rostro denotaba que no estaba completamente presente. Sabía que el ambiente era diferente, especialmente después de la tarde que había tenido en la mansión. Sin embargo, trató de esconder sus pensamientos tras una sonrisa.

"Gracias, madre", dijo Mei mientras se sentaba en la mesa.

Yuzu también se sentó y, como siempre, empezó a servir la comida mientras Ume se acomodaba en su lugar. La charla comenzó a fluir de manera natural entre ellas, pero la inquietud seguía rondando el aire, especialmente para Yuzu, quien observaba a Mei con una ligera preocupación. Algo estaba fuera de lugar, y ella no podía evitar sentir que algo más había sucedido en la mansión del abuelo. Pero, por ahora, se limitó a disfrutar de la compañía de ambas, queriendo no presionar demasiado.

Mientras comían, Ume se inclinó hacia Mei, con un tono más suave, casi curioso.

"¿Y qué pasó con el abuelo?", preguntó, con una ligera sonrisa. "¿Qué te dijo? Sé que las cosas entre ustedes siempre han sido complicadas."

La pregunta fue directa, y Mei no pudo evitar tensarse un poco. La idea de hablar de lo que había sucedido en la mansión la incomodaba más de lo que esperaba. Aún sentía el peso de las palabras de su abuelo y la amenaza del compromiso. No quería preocupar a Yuzu ni a Ume con más detalles, pero la evasión no pasó desapercibida.

"Oh, bueno..., cosas de familia", respondió Mei con una ligera sonrisa, como si intentara disimular su incomodidad. "Nos pusimos al día sobre algunos asuntos... nada grave."

Ume la miró fijamente, sin creerse por completo su respuesta. Había algo que no encajaba en la actitud de Mei, pero no quiso presionar más. Recordó cuántas veces había visto a Mei lidiar con cosas difíciles en silencio, así que prefirió no insistir.

Yuzu, que había estado en silencio mientras escuchaba, también notó la tensión. Se le hizo un nudo en el estómago al ver la reacción de Mei, pero no quiso ser la que sacara el tema. Sin embargo, la forma evasiva en la que Mei se comportaba no pasó desapercibida. Miró a su madre y luego a Mei, pero no dijo nada.

La conversación se desvió hacia otros temas, pero el silencio que pesaba sobre Mei no desapareció. A pesar de sus esfuerzos por mantener las apariencias, no podía sacudirse el sentimiento de desesperación que había experimentado esa tarde. Sabía que lo que había hablado con su abuelo no era algo que pudiera ignorar. El ultimátum seguía resonando en su mente, pero por ahora, no podía dejar que nadie más lo supiera. No podía arriesgarse a que Yuzu se preocupara o, peor aún, a que ella decidiera alejarse.

Así, la cena continuó, y Mei intentó encontrar consuelo en la calidez de su hogar, aunque sabía que tarde o temprano tendría que enfrentar la realidad que su abuelo le había impuesto.

...

La bañera estaba llena de espuma, y el ambiente tranquilo de la habitación las rodeaba. Yuzu y Mei se encontraban allí, sumergidas hasta los hombros en el agua caliente. Mei descansaba su cabeza en el pecho de Yuzu, cerrando los ojos y permitiéndose disfrutar del calor y la cercanía. Yuzu comenzó a acariciar su cabello, deslizándolo suavemente entre sus dedos.

"¿Te sientes mejor?", preguntó Yuzu, con voz suave, sintiendo la suavidad de la piel de Mei bajo sus dedos.

Mei suspiró, cerrando los ojos mientras se dejaba envolver por el contacto de Yuzu, pero aún notaba una sombra de inquietud en su pecho. Sin embargo, decidió no compartirlo.

"Sí, un poco...", respondió Mei, aunque su voz traía consigo un pequeño tono de preocupación. Estaba evitando hablar del verdadero motivo de su agobio, el compromiso, pero sus pensamientos seguían atrapados en él. Sin embargo, no quería que Yuzu se enterara de nada que pudiera preocuparla.

"¿Algo te molesta?" preguntó, sus dedos deslizándose lentamente por la espalda de Mei, dibujando círculos suaves sobre su piel.

Mei levantó la cabeza ligeramente y sonrió para tranquilizarla.

"Nada importante... Solo cosas de negocios, ya sabes, lo de siempre", dijo, dándole un pequeño beso en el cuello, buscando distraerla.

Yuzu se quedó en silencio un momento, notando la evasión de Mei, pero decidió no presionarla. En cambio, su rostro se iluminó con una sonrisa traviesa, su mano acariciando más abajo, por su espalda.

"Bueno, si es lo de siempre, entonces..." Yuzu la levantó ligeramente, para mirarla a los ojos, el brillo en su mirada cargado de una mezcla de deseo y ternura. "¿Qué tal si olvidamos los negocios por un rato y solo nos concentramos en nosotras dos?"

Mei dejó escapar un suspiro profundo, sus labios curvándose en una sonrisa juguetona mientras la mirada de Yuzu la envolvía.

"¿Y cómo piensas hacer eso, hmm?" preguntó Mei con voz suave y un tono ligeramente coqueto, mientras se deslizaba lentamente hacia Yuzu, acercándose más a ella.

Yuzu no pudo evitar inclinarse hacia ella, atrapando sus labios en un beso suave pero lleno de pasión. El agua de la bañera se agitó ligeramente cuando Mei reaccionó al beso, llevándola más cerca, sus cuerpos ya casi fusionados. Yuzu la besó más profundamente, sus manos recorriendo la piel de Mei con un toque que era a la vez suave y urgente, como si estuviera buscando algo más que solo consuelo.

Mei, a su vez, no se quedó atrás, envolviendo sus brazos alrededor de Yuzu, perdiéndose en el sabor de sus labios. El ritmo de sus respiraciones se volvía más entrecortado mientras sus cuerpos se movían lentamente al unísono, buscando más cercanía, más de la otra.

Finalmente, Mei se separó un poco, pero no demasiado, sus labios apenas separados de los de Yuzu, su aliento caliente sobre su piel.

"Te quiero tanto, Yuzu..." dijo Mei, con una sonrisa seductora y un tono de voz que dejaba claro lo que sentía.

Yuzu la miró con intensidad, su respiración agitada, y acarició suavemente la cara de Mei, sus dedos dibujando líneas delicadas por su piel.

"Y yo a ti, Mei..." respondió, sus ojos brillando con una mezcla de deseo y amor.

Se miraron en silencio, el ambiente cargado de tensión mientras ambas sabían que, en ese momento, no necesitaban nada más. Solo ellas, en su propio mundo.

"No me importa nada más que estar contigo, Mei." Yuzu susurró contra sus labios, antes de besarla una vez más, más profundo, más lento, con un cariño que hablaba de todo lo que sentían.

El agua en la bañera estaba empezando a enfriarse, pero ni Mei ni Yuzu querían moverse. Estaban sumidas en la calidez de su amor, disfrutando de cada momento que pasaba con la otra.

Finalmente, decidieron salir de la bañera, envolviéndose en toallas suaves y secándose lentamente, pero el ambiente seguía cargado de la misma energía, de la misma cercanía. Mei miró a Yuzu mientras ambas se preparaban para dormir, un suspiro escapando de sus labios.

Ambas se metieron bajo las sábanas, abrazadas, y mientras el mundo fuera seguía su curso, ellas se encontraron en su propio refugio. Mei se acurrucó en el pecho de Yuzu, escuchando su respiración tranquila, y finalmente, cerraron los ojos, dejándose llevar por la paz que solo el amor podía brindarles.

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