Capítulo XI
-¿Qué estás haciendo en esta zona? ¿No sabes que aquí los humanos no pueden entrar?- Preguntó el demonio mientras ayudaba a la mujer a levantarse del suelo. Esta se extrañó, mas aceptó su ayuda sin quejarse, pues sabía que si lo hacía, nunca más volvería a ver la luz del día.
-E-estaba recogiendo manzanas y me perdí...- Respondió la mujer con la cabeza agachada. El demonio se fijó en la rodilla, brazos y mejillas de la mujer, los cuales estaban raspados, seguramente por la caída. Se agachó y le rompió la falda para poder fabricar una venda con el trozo. -¿¡Q-qué haces!?- Se quejó ella.
-No te quejes, trato de que la herida no se te infecte- Respondió el demonio atando el trozo de falda a la rodilla derecha de la mujer, pues la herida estaba sangrando. Se levantó y miró su rostro manchado, llevando inconscientemente su mano a una de sus mejillas. La mujer hizo una mueca de dolor al él tocar sus heridas. -Tienes que regresar- Dijo el demonio.
-¿Cómo?- Preguntó la mujer -Estoy perdida, no puedo caminar y ya esta anocheciendo.
-Te quejas demasiado, eres ruidosa- Sin esperar respuesta de la mujer, el demonio la cogió en brazos y empezó a caminar hasta llegar a la frontera de los humanos, donde la bajó. - Hasta aquí es donde puedo llegar. Si sigues ese camino llegarás a tu casa- Dijo.
-Graxcias por ayudarme...- Dijo la mujer haciendo una pequeña reverencia.
-Akuma.
-¿Eh?
-Mi nombre es Akuma- La mujer se volvió a poner recta y miró a los ojos a aquél ser, que ya no le parecía tan aterrador como antes.
-Mi nombre es Susan, es un placer- La mujer se despidió de él con la mano y marchó en dirección recta, apoyándose en los árboles, para llegar a casa. Mientras que Akuma la veía alejarse cada vez más y más hasta que su silueta se perdió entre los árboles y la oscuridad de la noche.
-¡Eh, Akuma! ¡Por el bosque se rumorea que te has enamorado de una humana!- Otro de los muchos demonios que habitaban en el bosque, salió de su escondite para atormentar al mencionado.
-Callate, Riyou. Solo la estoy utilizando- Respondió el demonio sentándose al lado de un pequeño rio qué había allí.
Durante un mes entero Akuma había estado pensando en aquella joven mujer. No había otra cosa que pensara. Siempre recordando su rostro, mas le sentaba mal el echo de que le seguía teniendo miedo. Sus ojos esmeralda le recordaban a la esperanza, su cabello negro a la oscuridad del cielo nocturno, sus labios rojizos a la sangre que se derramaba por salvar a alguien importante y su hermosa piel blanca a la nieve de la que el bosque se llena cuando es invierno.
El demonio no aguantaba más la espera de volver a verla, y se acercó a la frontera del bosque al pueblo. En las calles podia ver a los niños jugar, las mujeres hablando y, de entre ellas, a Susan. Quien llevaba una cesta con las los manos y, junto a otras mujeres, se acercaba para recoger manzanas.
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