9: Idiota.

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Parpadeó por la sorpresa al notar que ellos ya sabían sobre sus visitas secretas al circo. ¿La matarían por no haber pagado?

No le importaba, se recordó.

Sin embargo lo que sí le importaba era descubrir porqué había un gran sentimiento de emoción recorriendo su cuerpo. ¿Era por el hombre frente a ella? Nunca había visto a un hombre tan... atractivo. Y eso lo hacía sentir...

Sentía un cosquilleo en su entrepierna.

El pelinegro frunció el ceño, impaciente.

—¿No responderás? —preguntó luego de unos segundos.

¿Acaso era idiota? Tenía una puta cinta en la boca, nadie podría hablar con eso, ¿cómo planeaba que ella le respondiera?

Evitó rodar los ojos, y en su lugar sólo señaló la cinta con su mirada y la volvió a dirigir a él, esperando que entendiera lo que quería decir.

Y para su gran alivio, lo entendió. Estaba un poco asustada de que fuera un idiota.

—Puedes mover la cabeza, pequeña rata —prácticamente le gruñó, cómo si fuera una tonta.

«¿Pequeña rata?» repitió para ella misma. ¿Quién se creía para decirle así? Para su gran desilución, al parecer sí era un idiota.

Rodó los ojos, ligeramente irritada con la situación. Y no se dio cuenta de lo que había hecho hasta que él volvió a hablar.

—Vuelve a hacer eso y será lo último que hagas en tu puta vida —le volvió a gruñir, pero con más enfado y salvajismo, cómo si fuera a cumplir lo que decía.

Las alarmas de advertencia de su cabeza se encendieron cuando él se inclinó hacia ella, pero ante todo pronóstico no la atacó –no por completo–, sino que le quitó la cinta de los labios con rudeza.

—Carajo —susurró al sentir el ardor en sus labios.

Quizo maldecirlo, pero no le traería cosas buenas, así que prefirió apretar los dientes.

Ese maldito idiota le había arrancado la cinta con tanta fuerza que tenía la sensación de que tenía sangre en los labios, casi podía sentir cómo se hinchaba su boca ligeramente ante el cosquilleo.

—¿Me responderás ya? —le preguntó una vez más.

Notó cómo cerró sus puños con fuerza hasta que sus nudillos se volvieron blancos, casi sonríe por la diversión de estar llevándolo al límite. ¿Cuánto aguantaría hasta golpearla?

No.

¿Cuántos golpes aguantaría ella si la golpeara? Probablemente se desmayaría al primero.

Finalmente se relamió los labios y empezó a hablar, notando cómo la atención del pelinegro bajaba a ellos. ¿En serio tendría sangre?

—Sí —murmuró, luchando por mantener una voz tranquila y estable—. Admito que este circo no es lo que imaginaba la primera vez que llegué, pero sus espectáculos son... interesantes.

Si hubiera tenido las manos libres se hubiera abofeteado a sí misma, su voz había ido bajando de tono hasta casi volverse un maldito susurro.

No podía concentrarse en lo que decía cuando un hombre así estaba frente a ella. ¿Qué carajos? Tampoco era cómo si fuera tan... o bueno, sí. Pero no era por eso, se aseguró.

Era imponente, su aura era tétrica, parecía superior en todos los sentidos. Simplemente era como si estuviera frente a un dios siendo una simple humana.

Inferior, así se sentía, y hasta ese nivel.

Sintió su rostro enrojecer cuando escuchó las fuertes carcajadas del payaso. No le creía ni mierdas.

Era en serio lo que había dicho, pero su tono no le había ayudado en lo absoluto a que sonara sincera.

Se suponía que él era el payaso, no ella, entonces ¿por qué era él el que se reía?

Leah apretó los dientes.

—¿Cómo te llamas, pequeña rata? —ese apodo la volvió a molestar.

Lo que tenía de atractivo lo tenía de idiota al parecer.

—Leah —respondió sin pensar, sonando segura por suerte.

Tampoco quería que dudara de su nombre. Pero al parecer de nada sirvió porque él pareció dudar de nuevo.

Casi rueda los ojos una vez más.

—Bien, Leah —se burló—. ¿Cuántos años tienes?

¿Tenía curiosidad o eso era un interrogatorio previo a la muerte?

—Dieciocho —volvió a responder.

El pelinegro frunció el ceño, dudoso o confundido, ella no lo sabía. Pareció pensar en algo, casi pudo ver el foco prenderse sobre su cabeza.

Se inclinó hacia ella, casi a noventa grados hasta que sus rostros quedaron a una distancia considerablemente corta, pero no tanto.

—¿Sabes quién soy, Leah? —ronroneó, con una media sonrisa.

Y los nervios se hicieron presentes.

¿Por qué? Carajo, sólo había dicho su nombre son un ronroneo sensual, tan masculino pero... caliente.

Desvió la vista, sintiéndose incapaz de mantenerle la mirada a esos ojos de un azul sorprendente, pero se arrepintió al instante y lo volvió a ver.

Regañándose por haberse mostrado temerosa. Repitió la pregunta que le había hecho, como si casi la hubiera olvidado.

—Eres el payaso favorito del circo —le respondió.

El pelinegro sonrió con satisfacción, orgulloso de que lo conociera.

—¿Por qué estás aquí? —cambió de tema otra vez.

Pensó en si debía mentirle o decirle la verdad, pero pronto notó que no le daría mucha importancia al hecho de que ella hubiera matado a su padre y luego hubiera huido al bosque.

Así que se encogió de hombros y se decidió a hablar.

—Yo... —la puerta de la casa rodante la interrumpió.

—No te dejé venir aquí, Logan —gruñó un hombre al entrar.

Román, supo pronto al ver el rostro del presentador del circo. «Logan», ¿ese era el nombre del payaso?

—Y tú nunca me dijiste que habían atrapado a la rata —le respondió, dejando de lado la diversión que tenía antes y reemplazándola con molestia, pareciendo olvidar también su nombre al llamarla rata de nuevo.

Al parecer sí se llamaba Logan. Lo analizó, y descubrió lo bien que le quedaba ese nombre. Pareciera que estaba hecho para él, no podía imaginar que se llamara de otra forma.

—Es porque no te incumbe —el hombre de sombrero de copa se masajeó el puente de la nariz.

—¿Que no me incumbe? —eso pareció encenderlo—. Soy tubmaldito payaso de circo, trabajo aquí, y si un puto policía llega a este lugar yo estaré igual de jodido que todos aquí. Así que sí, desde mi punto de vista, esto sí me incumbe.

Leah asintió inconscientemente, de acuerdo con lo que Logan decía.

El castaño lo notó y fijó su vista en ella, ignorando por completo al pelinegro y acercándose a la chica.

La rubia vio cómo Logan cerraba la puerta de nuevo y se apoyaba en ella, observando atentamente a sus dos contrarios.

—¿Tú qué opinas al respecto? —le cuestionó el presentador—. Porque parece que estás muy interesada en esto, ¿qué harías en mi lugar si encontraras a un polizón?

Leah tragó saliva e hizo una fina línea con sus labios todavía rojos.

—Responde —le ordenó.

Logan rodó los ojos y bufó con una pequeña risa desde su lugar, divertido aparentemente.

—Bueno... yo creo que los demás deben de saber si su seguridad está en riesgo, principalmente porque tú estás a cargo de ella si es que eres el jefe —su propia voz la hacía sentir pequeña, pese a que la presencia del castaño era mucho menos intimidante que la del pelinegro—. Y si encontrara a un polizón lo más seguro sería matarlo para que no hable de más...

Cerró los ojos con fuerza, se había tirado los lobos encima. Ahora la iban a matar, es decir, no le preocupaba morir, pero con ese comentario parecía que ella estaba pidiendo morir.

Qué estúpida.

Escuchó que el hombre frente a ella reprimía su risa, todo lo contrario a Logan que se reía a carcajadas. Idiota.

—O sea que quieres morir —básicamente aseguró Román.

—No —respondió—. Me refiero... alguien aparte de mi... pero serías un estúpido si no me matas, a menos que me dejaras quedarme...

«Por favor, sólo córtenme la lengua».

¿Cómo sería cortarle la lengua a alguien? Suponía que gritaría mucho y que sería un dolor insoportable. Poder emitir sonidos, pero no palabras...

Sacudió la cabeza.

—Entonces quieres quedarte —levantó una ceja—. No me importa, no te quedarás. Lo que me importa saber es: ¿por qué mierda estabas en medio del bosque, en pijama y cubierta de sangre?

Leah vio a Logan acomodarse en su lugar, repentinamente interesado en la conversación, dispuesto a saciar su curiosidad.

—Yo...

—¿Cómo encontraste el circo? —le preguntó sin dejarle responder—. ¿Le contaste a alguien sobre este lugar?

—¿Cómo carajos quieres que responda si no dejas de preguntar? —el pelinegro se masajeó la sien derecha.

Román sólo rodó los ojos, dándole pase libre para hablar.

—No le conté a nadie del circo, lo juro. Sólo... paseaba por el bosque, hace unas noches, y encontré la carpa —se apresuró a continuar al ver los ceños fruncidos—. Sólo me dio curiosidad, pero no tenía dinero, así que entré por la parte de las gradas... perdón.

Decidió tomar su papel de la chica responsable, sincera y que no causa problemas, porque si la echaban de ese lugar, muerta o no, estaría en problemas.

¿A dónde iría? Las autoridades la deberían de estar buscando, seguramente ya sabrían que el hombre muerto y la mujer "asesina" eran sus padres.

—No has respondido lo más importante, niña —el castaño amenazaba con perder la paciencia—. ¿Qué hacías hace un rato para terminar cómo estabas?

Leah respiró profundo, ¿debería decirles? En serio no creía que les importara mucho. Pero sí creía que no la dejarían escapar, o al menos no viva, ¿quién aceptaría en su grupo a una persona que traicionó a su propia familia?

Porque si era sincera... no le temía a la muerte, pero eso no significaba que quisiera morir.

—Yo... —lo pensó.

—¿Tú?

Al carajo.

—Maté a mi padre.

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