8: Frente a él.

Dedicado a:

Un fuerte dolor de cabeza la despertó e intentó llevarse una mano a la cabeza, pero notó que estaba atada.

Sintió unas gruesas cuerdas en sus muñecas, en sus rodillas y en sus pies, al igual que un montón de cinta sobre sus labios.

Estaba encerrada también. Observó a su alrededor.

Parecía una pequeña casita, quizás una casa rodante, pero no estaba habitada, habían baúles, complementos del escenario, luces, e incluso habían unas armas en otro extremo de la habitación.

La habían atrapado los del circo, aunque no era cómo si no hubiera querido estar ahí desde el principio.

Su ropa ya no estaba mojada por la lluvia, pero aún así tenía rastros de sangre y tierra por doquier, el agua le había quitado bastante.

Intentó gritar, o bueno, quiso gritar, pero al instante supo que eso sólo la ayudaría a quedarse sin voz. En ese momento, nadie sería de gran ayuda.

O de mínima, en realidad.

Cerró sus ojos un momento y un movimiento brusco la despertó, abrió los ojos de golpe y sólo pudo alcanzar a ver un pequeño pie salir del lugar y volver a cerrar la puerta.

¿Era un niño? ¿Habían niños en ese lugar?

Sintió su mano punzar y recordó por completo la herida que tenía, seguramente ya estaba infectada, y su madre, cómo buena enfermera que había sido, le había dicho que si se infectaba podrían llegar a tener que mutilarle la mano.

Soltó aire por la nariz a modo de suspiro y echó su cabeza hacia atrás, notando algo duro y húmedo en su cabello, sin querer saber qué era, pero teniendo una idea muy clara.

Era su fin.

Con un trapo se limpiaba la sangre de las manos, su show había terminado y su cuello le dolía un poco.

Había dormido mal por la tensión de la rata, y tuvo que hacer un show especial para el cierre, con tres víctimas.

Estaba agotado.

Alan se acercó, era el hermano menor de Román, todos en el circo lo conocían. Principalmente porque siempre iba de aquí para allá sin importar qué viera, con una sonrisa y su lealtad hacia su hermano intacta.

—¿Has visto a mi hermano? —cuestionó el niño al acercarse a él.

Tenía once años, aunque era muy maduro para su edad, quizás por las experiencias vividas dentro de esa carpa.

Logan lo miro desde arriba, con seriedad.

—No, ¿por qué lo necesitas? —su amistad con el menor era poco más que imaginaria.

Él no se metía con niños, ni con animales, y cuando algo no le interesaba para sus juegos entonces se mantenía apartado.

Aún así solía hablar con Alan y lo ayudaba en lo que pudiera, porque tenía una deuda con Román, y sabía que su hermano menor era lo más importante que tenía. Era su forma de pagarle.

El pequeño pareció pensar si era buena idea decirle, pero al final lo hizo.

—Mi hermano atrapó a la rata —todos en el circo estaban enterados del asunto, y todos le decían así—. Y ya despertó.

Logan apretó los dientes, habían atrapado a la rata y no le habían dicho ni mierda.

Desde su punto de vista, él debía ser de los primeros en enterarse de las cosas, pero al parecer no era así para Román, que se esforzaba en mantenerle ocultas las cosas lo más que pudiera.

Intentó no maldecir frente a Alan, intentó y se quedó ahí porque al final lo hizo entre dientes.

—Alan, llévame con la rata —le dijo.

—Creo que primero debería buscar a mi hermano —dudó.

—Pues tu hermano está ocupado, y no queremos que se escape, ¿verdad? —se inclinó hasta quedar a la altura del niño.

El pequeño suspiró, convencido de las palabras de Logan, y accedió.

Lo llevó hasta la bodega, ahí guardaban las armas que usarían para los espectáculos, e incluso alguno que otro cuerpo cuando las ferias estaban cerca.

Tal cómo estaban ahora.

Alan abrió la puerta y Logan pasó, con los puños cerrados, y antes de ver al interior habló con el menor.

Para tranquilizarse y no romperle la cara a la rata apenas la viera.

—Tu hermano ya debe haber terminado, estaba en el escenario cuando lo ví —le dijo al final, Alan asintió y salió corriendo en busca de su hermano.

Logan inhaló y se volteó, frunciendo el ceño al ver a aquella “rata”.

Era una chica, con el cabello rubio muy largo, piel pálida y los ojos cerrados, estaba durmiendo, notó, por la respiración tranquila.

Era linda, tuvo que admitir, y se veía tan tranquila usando ese cadáver de almohada, ¿habría notado lo que era?

Su ropa estaba manchada de tierra y sangre, de seguro la habían lastimado cuando llegó, aunque no se viera ni una herida.

¿Cuántos años tendría? Él le calculaba unos veinte, más o menos.

Dejó de pensar cuando notó la mirada de la chica sobre él, era pesada, supo al instante, con sus ojos marrones –por la oscuridad del lugar–. ¿Por qué estaba tan tranquila?

—¿Te divertiste espiando nuestros espectáculos? —cuestionó el payaso con una media sonrisa.

La chica no reaccionó, cómo si el hecho de estar frente a un asesino no le provocara absolutamente nada. Pero había algo en su mirada, no sabía qué era, pero no le gustaba.

No le gustaba porque no era miedo.

—¿No responderás? —preguntó luego de unos segundos.

La rubia bajó la mirada un segundo y luego levantó una ceja, como si le recordara que tenía una cinta en la boca que le impedía hablar.

—Puedes mover la cabeza, pequeña rata —respondió con obviedad.

Y ella sólo rodó los ojos. Logan odiaba que hicieran eso, en serio lo odiaba.

Frunció el ceño.

—Vuelve a hacer eso y será lo último que hagas en tu puta vida —gruñó.

Se acercó y le arrancó la cinta de la boca, haciendo que soltase un jadeo.

—Carajo —la escuchó susurrar.

—¿Me responderás ya? —apretó los puños.

Se estaba reprimiendo en grande, quería matarla ahí mismo, ¿cómo podía mostrarse tan tranquila enfrente de él? De un asesino, ¿acaso no sabía dónde estaba?

Su vista bajó a sus labios cuando ella se dispuso a hablar.

Estaban rojos gracias a cómo había quitado la cinta, al igual que la piel alrededor.

—Sí —murmuró, tranquila—. Admito que este circo no era lo que imaginaba la primera vez que llegué —habló, pero su voz iba perdiendo confianza conforme más hablaba—, pero sus espectáculos son... interesantes.

Logan se carcajeó fuertemente, cómo si entendiera al fin que aquello no era más que una pequeña actuación para que él no le hiciera nada.

—¿Cómo te llamas, pequeña rata? —cambió de tema, sin creerle una sola palabra.

—Leah —respondió sin dudar.

Quizás aquello fuera también una mentira.

—Bien, Leah —lo dijo con burla—. ¿Cuántos años tienes?

—Dieciocho.

Lo decía tan tranquila, con tanta calma, que él mismo dudaba de su detector de mentiras. O era muy buena mintiendo, o simplemente estaba siendo honesta.

Una pregunta apareció en su mente.

—¿Sabes quién soy, Leah? —cuestionó, inclinándose ligeramente para quedar más cerca y poder analizar todas sus expresiones.

Leah desvió la vista por un segundo, y luego lo vio a los ojos, quizás un poco nerviosa. Logan sintió satisfacción ante esa reacción.

—Eres el payaso favorito del circo.

Llevaba cinco minutos viendo a la nada, en esa oscuridad y con un cadáver sangriento a sus espaldas. Había reprimido las arcadas cuando pudo sentir el olor que empezaba a desprender.

Hasta que escuchó un ruido fuera del lugar, la puerta abriéndose y luego una voz.

—Tu hermano ya debe haber terminado, estaba en el escenario cuando lo ví —dijo la voz masculina.

Le fue imposible no reconocerla, tan ronca y grave, masculina, llena de ego y superioridad.

No supo qué hacer, los nervios la recorrieron de pies a cabeza, y lo único que pudo hacer fue cerrar los ojos y fingir dormir profundamente.

Escuchó los pasos acercarse, luchando por mantener su respiración calmada, y al parecer lográndolo con éxito.

Pudo sentir la mirada del hombre recorrerla, y por mucho que intentó, no pudo sentirse asqueada ante ello. Mayormente porque no se sentía cómo algo vulgar.

Aunque no veía, no podía estar segura.

Estaba frente al payaso que había tomado toda su atención, estaba frente a él y no podía verlo.

La curiosidad hacía que su cuerpo picara, no podía decidir en si mantener su juego o abrir los ojos, la cinta le impidió morderse el labio.

Y cuando menos lo esperó ya lo estaba viendo, la analizaba con curiosidad y quizás un poco de enfado.

Y ella hizo lo mismo.

Era alto, se veía más alto frente a ella que en medio del escenario, su traje negro le quedaba demasiado bien, y sus ojos azules eran... cautivadores.

Tenía algo oscuro salpicado en el rostro y manos, pero sutil, cómo si lo hubiera intentado borrar con un trapo. ¿Por qué se veía tan atractivo?

Respiró profundamente tres veces para mantener la calma.

«Tranquila», se dijo a sí misma.

Y pronto su mirada se cruzó con la del pelinegro, se sintió intimidada, muy a su pesar. Y algo en él le dijo que estaba intranquilo.

Quizás tenía dudas, curiosidad o simplemente la presencia de alguien desconocido en el circo le causaba ansiedad o incomodidad.

—¿Te divertiste espiando nuestros espectáculos? —le preguntó el payaso, y ella supo que estaba jodida.

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