2: El Circo Rojo.

Dedicado a: Maxto_1.

Las luces se volvieron a apagar, pero Leah pudo ver el movimiento en la oscuridad, una persona se posicionaba en el centro del escenario, y traía algo consigo.

Las luces se volvieron a encender e iluminaron a un hombre. Se vestía muy similar al presentador, pero su apariencia se asemejaba más a la de un mago, por la forma de la parte trasera de su saco, sus guantes blancos y la gran caja rectangular que tenía al lado.

Parecía que iba a hacer el truco de desaparecer las partes del cuerpo de una persona por el estilo de la caja.

Levantó el micrófono y lo llevó a su boca.

—Buenas noches —saludó, no esperó para empezar su acto—. Antes de empezar, sólo tengo una pregunta para ustedes: ¿creen en la magia?

No. Ella no creía en la magia, en lo más mínimo, pero al parecer era la única que pensaba así, ya que todos empezaron a gritar nuevamente, emocionados.

El mago sólo se rio a carcajadas, echando su cabeza hacia atrás. El sonido no se escuchó, ya que los gritos lo opacaban y el micrófono no estaba cerca.

—Me gustan sus respuestas —ronroneó, de una forma en la que la piel de Leah se erizó. Algo estaba por pasar—. Bueno, necesitaré de un ayudante para esta noche, ¿alguien se ofrece?

No supo quiénes o cuántas personas levantaron la mano, pero debieron ser varias ya que el mago paseó su vista por todas las gradas, escogiendo. Y su vista se detuvo en alguien.

—Tú —señaló, sonriente—. Pasa el frente, por favor. Y prepárate, que esto será... sorprendente.

Algo en todo eso le resultaba extraño. No le molestaba, en realidad, pero tenía el presentimiento de que algo iba a ocurrir pronto, la sonrisa del hombre de traje parecía afirmárselo.

Se veía tan emocionado, feliz y rebosante de entusiasmo, pero había algo más, un brillo extraño que se ocultaba en lo más profundo de sus ojos, pero ahí estaba, llegando a la superficie hasta ser visible.

Pero no le asustaba, más bien le intrigaba el saber qué iba a hacer a continuación.

Una mujer bajó, era de baja estatura, supo Leah cuando se paró junto al mago, quien le sacaba una cabeza.

Tenía una ropa elegante, vestido entubado por debajo de las rodillas, unos tacones bajos y un peinado espectacular. Parecía de treinta años.

Se sentía extraño. ¿Porqué una mujer así –con ropa de marca y manicura espectacular–, estaría en un circo en medio del bosque? Si ella tuviera dinero, no lo gastaría yendo ahí, sino que estaría en su casa, disfrutando de... de lo que sea que disfrutaban los ricos.

La sonrisa de la mujer era falsa, forzada, y el miedo y tristeza se arremolinaban en sus ojos. ¿Porqué? Tenía tantas preguntas, tanta curiosidad. ¿Qué estaba pasando?

Todo era muy extraño.

—Muy buenas noches, señorita, ¿cuál es su nombre? —cuestionó, mirándola fijamente.

—Joana —su voz tembló, cómo si reprimiera las ganas de llorar.

Parecía alguien que lo tenía todo, pero aún así, estaba en medio de ese escenario de tierra, manchando sus costosos zapatos negros, y amenazando con llorar frente a todos.

—De acuerdo, Joana, entonces te daré las instrucciones —con una mano abrió las tres puertas miniatura y le indicó que entrara, ella lo hizo, y él las volvió a cerrar. Leah la vio empezar a llorar antes de desaparecer de su vista—. Lo único que harás será estar ahí, yo me encargaré del resto, suerte. ¿Listos?

Esta vez, todos se quedaron callados, expectantes ante lo que estaban por ver. Con las expectativas por los cielos, supo Leah al ver los pares de pies moviéndose, cómo si sus torsos se inclinaran hacia adelante para no perderse nada.

El mago dejó a un lado el micrófono y una chica con payasito negro se acercó, cómo si estuviera en una pasarela y la larga y delgada katana que tenía en las manos fuera el objeto central de su vestuario. ¿Una katana?

¿Qué harían con esa katana?

No, no era sólo una, eran tres. La mujer tenía otras dos colgando de la espalda en forma de X.

El mago hizo girar una de las tres partes de la gran caja, mostrando o, más bien, dando la ilusión de que eran tres,

Una música empezó, la típica que se escucha cuando vas a ver algo impresionante, tan divertida y carismática que Leah no pudo evitar sonreír en pequeño.

En el escenario, el hombre sostuvo una de las espadas que su ayudante le daba, y la mostró al público haciendo movimientos exagerados con las manos, cómo si mostrara que era real.

Con una sonrisa escalofriante, metió una de las katanas en la caja inferior, por el lado derecho, la zona de las piernas.

La caja se movió bruscamente. ¿Qué pasaba? Los aplausos del público no la dejaban escuchar algo extraño.

El mago agarró otra katana, y en la segunda caja la ingresó por el frente, se apartó, mostrando su truco.

Y Leah pudo jurar que vio algo líquido salir por el borde inferior de la caja y caer en la oscura y fría tierra que estaba debajo.

Su boca se abrió, maquinando ideas en su cabeza. No era posible, eso sería de locos, ¿cierto?

Por última vez, con la tercera espada, el mago la clavó en la tercera caja, la zona de la cabeza, en la parte izquierda, con mucha lentitud, y ahí pudo escuchar un grito desgarrador.

Y todos parecieron oírlo también, porque se levantaron de sus asientos y empezaron a gritar y aplaudir.

El hombre ignoró aquello, y su sonrisa pareció hacerse más grande cuando se dispuso a abrir la caja.

Retiró las katanas una por una y abrió la caja de arriba, no había nada.

Más aplausos.

Abrió la de enmedio, y Leah no pudo distinguir si había algo, pero desde el público se debería ver un pequeño monte de cabello, la parte superior de una cabeza.

Y cuando abrió la tercera caja, revelando un cuerpo ensangrentado y sin vida, el público enloqueció, gritando cosas incoherentes y aplaudiendo a más no poder. Cómo si quisieran romper sus propias manos.

Eso era una locura.

Leah se cubrió la boca para no gritar de la sorpresa, aunque de haberlo hecho nadie la hubiera oído. Se volteó, dispuesta a irse por dónde llegó, y así lo hizo.

—Lo lamento mucho, mi querida audiencia —escuchó Leah a lo lejos, con una voz cantarina—, pero me temo que este truco ha salido mal.

Tardó casi una hora en volver a su casa, supo al ver su reloj, había demorado demasiado en aquel circo de lunáticos, media hora para se exactos.

Llevaba más de dos horas fuera de casa, y la luna ya estaba sobre su cabeza, agradecía haber tomado la linterna ya que sino no hubiera encontrado el camino de regreso.

Se detuvo frente a la puerta de entrada, suspiró, sacudiendo la tierra de sus pantalones –por haber estado arrodillada bajo las gradas– y pasando una mano por su cabello, respirando profundamente antes de abrir.

Un fuerte abrazo la sorprendió, el cuerpo tembloroso de su madre la apretaba contra sí, llorando.

—Me preocupé muchísimo —sollozó—. No llegabas, y tardaste mucho, yo... no sabía qué hacer.

Su padre salió de la cocina, con un teléfono en la mano y un suspiro saliendo de sus labios.

—Disculpe la molestia, pero ya apareció mi hija. Muchas gracias —le habló a la persona en la otra línea, dejando el teléfono donde vio primero y yendo a abrazar a su hija.

—Perdón por tardar tanto... me perdí del camino y me costó volverlo a encontrar —su voz sonó tan sincera y arrepentida que ella misma se sorprendió.

No era del todo mentira, había tardado veinte minutos más de lo que debería ya que no recordaba por dónde estaba el camino, hasta que recordó la linterna que había llevado.

—No vuelvas a hacer eso —dijo el hombre—. Te dije que era peligroso, por favor.

—Sí, papá, lo siento.

El techo de su habitación tenía estrellas pegadas, probablemente de cuando su propia abuela era pequeña, había tardado mucho en lavar los gruesos y pesados endredones que tenía la cama, pero finalmente ahí estaba.

No podía dormir, no después de lo que había visto.

Y en realidad no era al cien por ciento por aquello, sino porque no podía estar tranquila gracias a ella misma.

El circo la había sorprendido, nunca esperó ver aquello –aunque ahora tenía un poco más de sentido el lugar–, más por algún motivo, no se sentía aterrada cómo debería estarlo.

Las imágenes del cuerpo femenino con una congelada mueca de dolor, el recuerdo de su grito y la sangre que cubría su cuerpo... no le producían nada. Nada más que emoción y adrenalina.

¿Qué le pasaba? Sabía que debería haber advertido a sus padres, decirles sobre aquel lugar tan terrorífico, que llamaran a la policía lo más pronto posible... pero no pudo. Las palabras no salieron de su boca en toda la noche.

¿Había algo mal con ella? Quizás aquella fuera la respuesta al por qué se había sentido tan... incompleta toda su vida.

Pero ¿esa era la forma de completarse? ¿Con cuerpos perforados y sangre manchando sus pieles? No se veía capaz de hacer tales cosas. Pero por algún motivo la idea no le parecía totalmente desagradable.

Se mordió el labio inferior, pensando en qué hacer.

Sus padres no la dejarían salir de la casa otra vez, al menos no pronto y no sola, pero ella tenía que ir a ese lugar una vez más. Necesitaba saber qué era todo lo que sentía y experimentaba cuando veía a una persona arrebatar la vida de otra cómo una clase de verdugo.

Se giró en su cama, cubriéndose hasta el cuello con las pesadas sábanas, el frío nocturno se colaba por su ventana abierta, pero se negaba a cerrarla y arriesgarse a sufrir calor y tener que levantarse otra vez.

Se volvió a voltear, esta vez dándole la cara a la pared.

Soltó su labio y se decidió, volvería al día siguiente, no importaba cómo o qué tuviera que hacer.

Pero debía ver eso una vez más.

¿Cómo vamos hasta aquí? ¿Les va gustando?
<3

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