Capitulo 1
Domingo por la tarde, el sol se escondía detrás del horizonte, dejando destellos sobre la reluciente pintura de los monoplazas sobre el gran circuito de Miami, mientras los gritos de la multitud se mezclaban con el rugir de los motores.
Franco Colapinto, piloto estrella de Ferrari, se juega su racha ganadora y con la que lideraría la parrilla. Su corazón latía con fuerza, mientras su ingeniero le daba las primeras indicaciones a través de la radio, pero Franco lo ignoraba, sólo tenía algo en mente ganar esa carrera a como diera lugar.
Con el semáforo en rojo, la tensión se hacía palpable. De repente, las luces se apagaron y los motores rugieron. Franco aceleró, dejando atrás a sus rivales, moviéndose con la precisión de un depredador en busca de su presa. Cada curva, cada adelantamiento, le llenaba de euforia. Estaba en la cima de su juego, y nada podría detenerlo.
Las primeras vueltas transcurrieron sin incidentes, y Franco se encontraba liderando la carrera. La estrategia del equipo parecía estar funcionando; su ritmo era inalcanzable. Sin embargo, en la vuelta crucial, la situación comenzó a cambiar. El equipo le dio la señal para entrar a boxes. Franco, con el corazón acelerado, sabía que debía confiar en su equipo, pero una pequeña chispa de duda lo atravesó.
Al entrar al pit lane, la presión en el box de Ferrari era palpable. Los mecánicos se movían frenéticamente, gritándose indicaciones entre ellos mientras las herramientas se desplazaban de un lado al otro del monoplaza. El ruido del hierro chocando y el color rojo que rodeaba al piloto intensificaban la tensión. Franco miró a los mecánicos, con la mandíbula apretada, esperando. El motor rugía bajo él, y sus manos apretaban con fuerza el volante, contando los segundos. La impaciencia crecía al notar que estaban tardando más de lo que habían hecho en los ensayos.
Podía escuchar los motores de sus rivales y el rugido que dejaban al pasar. Su corazón comenzó a acelerarse. Pensaba en la temible posibilidad de que alguien le quitara la posición y que todo su esfuerzo de 45 vueltas fuera en vano. Su pecho subía y bajaba, sus ojos se movían a ritmos que solo un piloto como él podría.
Comenzó a observar a su alrededor, tratando de encontrar la razón de su demora. Sentía el motor saludable, olía las ruedas duras quemadas mientras las retiraban, y enfocaba su mirada en Frank, el novato. Frank, nervioso, resbaló al acercarse a la llanta. Un gesto pequeño que pasó desapercibido para todos... excepto para Franco, que lo siguió con la mirada, observando los lentos y torpes movimientos del nuevo miembro del equipo. El joven temblaba, cambiando la rueda del monoplaza. Un segundo más... un parpadeo, un error casi imperceptible. Franco supo en ese instante que algo estaba mal.
-¡Vamos, vamos! -gritó Franco, pero su voz se perdió entre el ruido del motor y la adrenalina. Buscaba en su equipo una mirada que le transmitiera confianza, porque él no la tenía; algo iba a suceder. Era un presentimiento, como si alguien desde el más allá le dijera: "No te mereces ganar".
Finalmente, el pit stop terminó. Franco volvió a la pista, sintiendo el rugido de su motor bajo él, pero a medida que aceleraba, algo no estaba bien. La dirección del coche comenzó a fallar, y su corazón se detuvo. La rueda delantera izquierda no estaba fijada correctamente. Intentó controlar el coche, pero la pérdida de agarre lo tomó por sorpresa.
-¡No, no, no! -murmuró, tratando de mantener la calma mientras el coche se deslizaba hacia el borde de la pista. En un instante, perdió el control, y su monoplaza giró peligrosamente. El público contuvo la respiración mientras Franco se estrellaba contra las barreras.
Al detenerse, Franco salió del coche, aturdido y lleno de rabia. Frunció el ceño, su pecho subía y bajaba rápidamente, sus puños cerrados y la mandíbula tensa. La realidad de lo que había pasado cayó sobre él como un mazo: había perdido. Y lo peor, no por culpa suya. Sintió que la sangre le hervía, y antes de poder controlarlo, la ira lo consumió. Caminó hacia el box, donde el joven mecánico aún trataba de comprender la magnitud de su error. La frustración de Franco estalló.
-¿Sabes lo que acabas de hacer? -dijo, su voz baja pero afilada como un cuchillo-
-Franco yo se que me...- le temblaba la voz y buscaba las palabras correctas para explicarle a su piloto el error.
-¡Eres un inútil!- lo interrumpió, palabras que cayeron como agua fría sobre el joven piloto que hace unas horas atrás lo miraba con admiración.
El piloto se acercó al mecánico, que retrocedió ante la intensidad de sus ojos. La gente observaba, atónita. El joven mecánico trastabilló hacia atrás, sus ojos llenos de miedo y confusión. Voltea su rostro esperando la golpiza. A su alrededor, el box había quedado en silencio, roto sólo por el sonido seco de su caída al suelo.- ¡Por tu culpa he perdido la carrera! ¡Todo se ha ido a la mierda por tu incompetencia!-la voz de Franco resonaba, cada palabra como un golpe.
Los miembros del equipo intentaron separarlos, pero Franco continuó gritando, sin preocuparse por las cámaras que capturaban el escándalo. La escena era caótica, y el flash de las cámaras iluminaba la vergonzosa confrontación. El piloto, con el rostro rojo de ira, se dio cuenta de que el escándalo lo seguiría como una sombra.
-Franco, mírate, ¡esto no es lo que somos! Deja de arruinarlo todo por un error. Tienes que parar, es solo un niño- Charles, su compañero de escudería intenta tomarlo del brazo pero la rabia de Franco era imparable.
-¡En el momento que aceptó este trabajo dejó de ser un niño!
-Solo tiene 20 años, tienes que calmarte. Tu tuviste su edad, entiendelo.
-¡¿Y quién me entiende a mi?!
-Yo te entiendo, sé lo que se siente perder una carrera, pero no es el fin del mundo, no puedes caer antes tus impulsos. ¡Joder Franco, eres mejor que esto!
Esas palabras logran calmar a Franco, hasta que un camarógrafo se acercó y burlonamente agregó:
"Al final solo eras un latino resentido como Checo, con pésimo humor que nada puede sin un muy buen auto o un mal compañero de equipo"
Charles frunció el ceño y volteó los ojos, sabía lo que se avecinaba, suspira agotado por la actitud de Franco y por la prensa que sabía lo volátil que era su compañero. Sabía que buscaba la prensa, y lo habían conseguido.
-¡Aleja tu puta cámara de mi vista! -gritó el joven, golpeando el lente con tanta furia que la cámara se tambaleó. Esa reacción explosiva se convertiría en la última imagen que el público vería en vivo.
Esa tarde nadie hablaría de Oscar Piastri, el piloto de McLaren que ganó el gran circuito. Las redes sociales estaban inundadas de la escena violenta protagonizada por la estrella de Ferrari, la gente ya le había dado un título: LA CAÍDA DE UN IDOLO.
Franco, luego de que lograron calmarlo, se retiró por una zona privada del circuito y a medida que se alejaba, el peso de su propia arrogancia y la presión de la competencia lo seguían. En ese momento, se da cuenta de que ha perdido más que una carrera: ha comenzado a perder el respeto de su equipo y de la prensa, y las repercusiones serán devastadoras.
Aquella noche, el brillo de su fama se tornaría opaco, y el camino hacia la redención empezaría a desdibujarse. La presión y el dolor personal estaban a punto de llevarlo a un abismo del que sería difícil salir.
Había decidido volver caminando hacia el hotel. La ciudad de Miami se encontraba iluminada, las personas pasaban a su alrededor sonrientes y despreocupadas, incluso un vagabundo sonreía mientras hablaba con su divertido amigo imaginario.
"Como me gustaría ser él y vivir en una realidad diferente"
Franco anhelaba llegar al hotel y relajarse con su novia Sophia. Últimamente, la había descuidado, y ahora, en medio de esa escena violenta, ella era lo único en lo que podía pensar.
"Ni siquiera me reconozco. No sé en qué me convertí. A veces pienso que me estoy destruyendo, que la pista es lo único que queda de mí... Pero, ¿qué queda cuando la velocidad se detiene? ¿Cuando el rugido del motor se apaga y estoy solo con mis pensamientos?
Cierro los ojos y siento el peso del mundo sobre mí. Todos los días son más duros que el anterior, cada victoria me arrastra más lejos de lo que una vez fui. ¿Es mi amor por la velocidad más fuerte que el que siento por Sophia o por mi familia? ¿Es esta obsesión lo que me define? Papá solía decirme que un hombre tiene que saber lo que está dispuesto a sacrificar para ser grande. Pero, ¿cómo ser feliz si lo único que sé es correr?
Sophia... Ella me necesita, lo sé, pero ¿la necesito yo tanto como la pista? ¿Cómo elegí esto por encima de todo lo demás? Ella ha estado allí, en las sombras, mientras yo brillaba bajo los reflectores. Pero, ¿de qué sirve brillar si la luz solo quema todo a mi alrededor?
Y papá... hace meses que no me llama desde esa maldita pelea, aún recuerdo los asados en familia en Pilar, cuando cabalgamos o solo caminábamos pero siempre volvíamos más unidos y yo con una nueva enseñanza. ¿Fui tan lejos que ni siquiera él puede alcanzarme? Cuando le dije que María ya no iba a representarme, pensé que me entendería, que vería mi ambición. Pero quizá lo que él vio fue mi arrogancia, la misma que me está ahogando ahora. Ojalá María estuviera aquí, siempre sabía qué decir, cómo manejar la situación, cómo manejarme a mí. Pero ahora... ¿quién me maneja a mí? ¿Quién me salva de mí mismo?"
Sin percatarse de todo lo que había caminado, Franco se encuentra frente a la puerta del hotel, el reloj que coronaba la entrada señalaba que eran las 8 pm; ingresa al pulcro y blanco recibidor arrastrando los pies.
Al entrar a su habitación, busca a su novia esperando encontrar un abrazo y un "todo va a estar bien" sin embargo lo único que halló es la habitación apenas iluminada por los veladores y una Sophia acelerada armando sus maletas.
La joven se percata de la presencia de su novio y se detiene a observarlo, al verlo allí parado con sus ojos verdes apagados, su rostro casi pálido y su mirada de súplica se planteó por un momento salir corriendo y fundirse en sus brazos, pero, tenía que ser fuerte, por ella, por su salud mental y emocional.
-¿Qué haces?- Franco la seguía con la mirada sin entender, o sin querer entender, lo que sucedía.
-Me voy Franco, ya no puedo manejar esto, llegué a mi límite. Soporte todo este tiempo a tu lado, pero ya no puedo más.- Con la voz quebrada responde sin dejar de moverse por la habitación.
-Detente, por favor.- rompió en llanto mientras paraba y sostenía las manos de su amada. - Se que te descuide, que me enfoqué demasiado en mi y que me encerré, dame una oportunidad de redimirme, te lo suplico. - se arrodilló ante ella buscando la misericordia, pero sólo encontró los azules ojos de su novia llenos de lágrimas pero firmes ante su decisión.
-Lo lamento, pero me perdí a mí misma por estar contigo, sé que merezco algo mejor, te amo pero, merezco ser feliz.- Giraba su mirada hacia un lado evitando la de su novio, ella sabía que si lo miraba iba a ser débil y por el bien de los dos, ella tenía que ser la fuerte.
-Lo se mi amor.- se pone de pie sin soltar sus manos y poniéndose a su altura, buscando un abismo de amor en su mirada.- Déjame ser el hombre que te haga feliz. Solo te pido que me des tiempo.
-Franco, tú no puedes hacerme feliz, aquel chico risueño, amable, divertido que conocí ya no está más, no se en que te convertiste. - Logró mirarlo, con mucho esfuerzo, sus labios temblaban viendo los de Franco, un impulso le decía besalo se que quieres pero su lado más racional sabía que eso sería un grave error.
-Sigo aquí, déjame demostrártelo.
-No, ahí dentro ya no hay nada.- apoyó su mano sobre el pecho del joven para luego subirla a su mejilla derecha, Franco cerró los ojos ante este contacto, Sophia observó una lágrima bajar por las largas pestañas del chico, la siguió por sus sonrojadas mejillas y la perdió en la comisura de sus labios. Al ver los hinchados y rosas labios de su novio, se vio tentada a besarlo, pero la mano de él sobre la de ella la hizo reaccionar y alejarse.
Ella sabía que él merecía una explicación aunque esta fuera muy dolorosa, por más que él nunca la perdonaría y que podría significar el fin de algo más que solo su noviazgo.
>>Fran, tú terminaste conmigo mucho antes de que yo lo hiciera. ¿Recuerdas aquella noche en Singapur? Te fuiste a festejar tu victoria mientras yo me quedaba sola en el hotel. La gente comenzó a especular, todos me decían que andabas con otras mujeres, que en cualquier momento me ibas a dejar.
Esa noche en Singapur, Sophia la recuerda como un antes y después en su vida, fue el momento exacto en el que supo que ellos ya no debían estar juntos. Es una noche que la va a acompañar por el resto de su vida, como el recuerdo más doloroso pero más iluminador.
-Yo no estuve con nadie más que con vos...puede ser que me dedique mucho a mi carrera, pero eres la única mujer en mi vida, eso te lo puedó asegurar. Te amo, como jamás ame a nadie en mi vida, cada momento contigo lo atesoro con el alma.
Franco no podía parar de hablar, buscando con ansias que su novia recapacitara y recordará aquellos momentos que habían vivido que los hacía tan felices.
>>Todos los planes que tenemos amor, íbamos a buscar un niño, los planes de la boda...ya tienes tu vestido de ensueño, las invitaciones, todo escogido, no puede estar sucediendo esto. Todo lo que te hayan dicho es falso, mi única motivación es estar contigo el resto de mi vida.
-Yo también tenía esa ilusión, hace un año atrás cuando nos habíamos comprometido, pero ese hombre se quedó allá,cuando los reflectores se prendieron y los trofeos llegaron yo me perdí en la oscuridad, era solo un elemento más en tu vida, un adorno, un objeto que debías tener...me sentía como la mujer trofeo que sale con un piloto estrella, no me sentía la exitosa abogada que soy.
Sophia lloraba desesperada, sintiendo que Franco nunca iba a lograr entender lo que sentía, como se percibía a sí misma. Su autoestima estaba por los suelos y se sentía derrotada.
>>Fran...-hizo una pausa, su mirada se apartó de la de su novio y la direcciono al suelo.- Te menciono la noche en Singapur, porque no fue tu actitud la que desató todo esto, fue la mía y lo que hice esa noche.
-¿A qué te refieres? - el rostro de Franco tomó otra expresión, sabía lo que Sophia le iba a decir, pero esperaba estar equivocado.
-Esa noche estuve muy vulnerable y encontré en alguien más el consuelo que no podía encontrar en ti.- No queria, no podia voltear a verlo, la vergüenza y la culpa se apoderaban de ella y se podía notar en sus sonrojadas mejillas y su mandíbula tensa.- Lo siento no tengo perdón, ni busco justificarme...pero tampoco voy a mentirte.- continuo al notar el largo silencio tras su confesión.
Franco soltó las manos de su novia no creyendo lo que escuchaba, dio un paso hacia atrás analizando la situación, miles de pensamientos rondaban su mente, casi mareandolo, momentos con ella pasaban como una película frente a su ojos y su mirada perdida en la habitación buscaba encontrar una respuesta, no quería perderla y era consciente de que él había cometido muchos errores, no podía culparla de buscar en otros brazos lo que él hace tanto tiempo le estaba negando.
-Pero...- suspiró- Que hayas cometido un error no significa que debamos tirar todo por la borda, tenemos una historia hermosa Shopi, tres años juntos y podemos ir por más. -sostuvo a la chica por los hombros buscando en sus ojos una respuesta afirmativa, esperando que los de ella se iluminen y digan ambos "ok, cometimos ambos errores, nos perdonamos, trabajamos en ello y seguimos" pero ella no volteó su mirada hacia él, todo lo contrario, la bajo por completo.
-Esa es la cuestión Franco...no busco eso. No fue un error estar con él, el error fue no terminar contigo cuando eso comenzó.
-¿Quieres estar con él?
Sophia no respondió con palabras, pero su mirada fue suficiente para Franco. En ese momento Franco sintió que la habitación se teñía en penumbras y una niebla se apoderaba de su corazón.
-¿Quién es?- es lo único que le salió preguntar en ese momento, mientras la ira se iba apoderando de su mente.
-Eso no importa..
-¡¿Quién mierda es Sophia?!- terminó de explotar, buscando una respuesta, necesitaba odiar a alguien, a alguien más que a sí mismo.
-Oscar.- respondió asustada por el aumento de voz de su, ahora, ex novio.
-¿Oscar? ¿Mi amigo? ¿Mi principal rival en la pista?
Los ojos de Franco liberan agua a borbotones, no pudiendo creer lo que escuchaba, se alejó por completo de ella tomándose la cabeza, peinando hacia atrás su cabello rizado, su mirada perdida tratando de revisar en sus recuerdos algo, algún indicio, alguna situación que se le había escapado y que podría haber sido una señal de esa traición, pero lo único que se le venía eran recuerdos hermosos junto a ellos y sin darse cuenta noto en sus memorias las miradas y sonrisas entre Oscar y Sophia, los abrazos e insinuaciones. Se sentía estúpido por no notarlo antes. Tiró su cabeza hacia atrás y tomó una bocanada de aire, buscando calmarse, tratando de que la ira no se apodere de él como aquella tarde en el paddock, sabía que la había perdido pero no quería darle más motivos para que se fuera.
Al volver su cabeza al frente, su mirada se encontró con la de Sophia, sus labios se separaron, quería decir algo pero no sabia que, ya no había nada más que decir o hacer, sabía que ese caluroso día de verano en Miami, lo había perdido todo, solo se limitó a tomar nuevamente su abrigo y retirarse de la habitación sintiendo como a cada paso dejaba atrás pedazos de su vida y de sí mismo, voltea por por última vez y ve a Sophia caer rendida al borde de la cama.
Franco baja al bar del Hotel, mientras Sophia se desborda en llanto en la oscuridad de su habitación.
...
Era la tercera, cuarta, quizás quinta copa que Franco tomaba con gran ímpetu. Inclinandose para tomar hasta la última gota de aquel delicioso y caro whisky, era cuestión de tiempo para que la sustancia hiciera efectos, no solo por la graduación de alcohol sino porque el joven piloto no acostumbraba beber, mucho menos en temporada. Pero era más que necesario para conciliar el sueño esa noche.
Un poco tambaleándose, logra bajar de la butaca y en un acto penoso busca la puerta para dirigirse al recibidor del hotel y, con mucha suerte y paciencia, consigue subir al ascensor para ir a su cuarto.
El ambiente del bar era calmo, con unas luces tenues y jazz de fondo, por lo que la escena patética que hacía Franco se notará aún más, iba chocando con las mesas de otros comensales que lo miraban con despreció. Pese a eso logró salir al blanco y dorado recibidor.
Cuando sus ojos se acostumbraron al cambio de luz se encontró con dos de las personas que menos quería ver en ese momento.
-¡Tu!- grita en medio de un pequeño eructo.- Eres un maldito traidor.- se acerca con el brazo extendido señalando al rubio frente a él.
-Franco, no es lugar ni momento para hablar.-
Oscar buscaba tranquilizar al que hace menos de dos horas era uno de sus más grandes amigos.
>>Y menos en esas condiciones...vamos a decir cosas que no queremos.- busco razonar.
-¿Cosas que no queremos?- tambaleo.- ¿Qué no quiero decirte? eres un traidor y un...- el reflujo estomacal no lo dejó terminar su oración.- Un...
-¿Estás bien?- Oscar busca sostener a su amigo al ver que este se inclina hacia adelante, preocupado de que se cayera de frente al piso.
Lo miraba apenado por la situación, Franco había sido un gran amigo para él, cuando su padre falleció fue el único que lo acompañó en su peor momento tanto personal como profesional.
Al cruzarse sus miradas Oscar recordó aquellos momentos divertidos con Franco, como el día de la boda de Charles en los que se emborracharon y terminaron haciendo el ridículo frente a todos en la pista.
Se sentía fatal al traicionarlo y verlo caer al vacío y peor aún, saber que él había contribuido al estado deplorable de su colega.
-¡Suéltame! Tu ...y ella.. esa maldita- soltó entre dientes. Sophia no pudo contener más el llanto.
-No te voy a permitir Franco, a mi dime lo que quieras pero ella...-
Oscar no es un chico que se impacientara rápido o que reaccionara sin pensar, pero cada gesto y palabra de Franco lo empujaban a su límite.
>>Ella no Franco, la culpa es completamente tuya y mía, tu por descuidarla y yo por enamorarme de la novia de mi mejor amigo.
Oscar no pudo terminar pues se vio obligado a esquivar el puño de su amigo, haciendo que este caiga al suelo y gotas de sangre brotarán de su labio inferior. Al voltear y ver que más de una persona apuntaban con sus celulares hacia él, su rostro cambió, como si del golpe o la vergüenza, la ebriedad se le hubiera pasado.
>>Ven, te ayudo...- extendió sus brazos para tomar los de Franco.-
-Alejate, yo puedo solo.
En realidad sí le costó más de lo que debería para ser un atleta de alto rendimiento. Pero permitir que su enemigo lo ayudara a levantarse sería el acto más humillante para un joven orgulloso y competitivo como lo era Franco Colapinto.
Franco, ya lo suficientemente humillado, iba a retirarse a su habitación, pero Oscar diría la frase que lo haría explotar.
-Lo lamento.
La disculpa de Oscar resonó en él como una burla, un puñal que desgarraba su ya herido orgullo. '¿Lo siento, por qué? ¿Por robarme a Sophia? ¿Por arruinar mi carrera?
Franco solo imaginó la sonrisa burlona del rubio al decírselo y como un impulso animal, volteo con gran velocidad con el puño izquierdo impactando sobre el rostro de Oscar, ahora, era más sangre sobre el marmolado suelo.
Los presentes emitieron un sonido de sorpresa al unísono. Franco vio la sangre en el suelo y abrió grandes los ojos sin entender que había hecho. Sophia por su lado se acercaba a Oscar, pero este la hacía un lado.
Al voltear, un borracho Franco se encuentra con la mirada enfurecida de Oscar, una que jamás pensó ver o siquiera creía que el introvertido chico tuviera.
Sin previo aviso Oscar respondió propiciando un golpe en la mejilla derecha de contrincante, y el caos comenzó.
El ambiente elegante del hotel se rompió en mil pedazos cuando Franco y Oscar comenzaron a pelear. Las luces doradas y la música suave no eran más que un telón de fondo irónico para la brutalidad que se desataba en el suelo de mármol.
Pese a las exigencias de Sophia ambos hombres estaban inmersos en su batalla a puños y patadas, paseando por casi toda la sala, dejando a su paso, sangre y sudor, la gente los esquivaba, algunos solo murmuraban, otros buscaban separarlos pero el temor les ganaba, algunos solo no podían apartar sus móviles de la escena.
-Esto será viral.- se burlaba un adolescente mientras filmaba con detalles cada golpe que los pilotos propiciaban.
Oscar trata de librarse de Franco golpeándolo un par de veces, sus nudillos le dolían pero no tanto como su alma, quería parar, pero Franco estaba envuelto en su ira y no podía detenerlo, mas si defenderse.
Cada tanto la empujaba a Sophia que buscaba separarlos, sabía que ella no lograría nada y sería peor.
Franco termina sobre Oscar y le proporciona golpizas, una tras otra llenas de ira y dolor, sus ojos llenos de lágrimas. En su mirada se podía ver el dolor que sus acciones le generaban, pero su mente, su lado más retorcido y oscuro manejaban sus puños sin dejarlo parar, mientras su corazón se debilitada tratando de luchar con esa oscuridad que se apoderaba de si.
Cada golpe lo alejaba más de sí mismo. Sabía que debía detenerse, que con cada puñetazo se hundía más en un abismo del que no podría escapar. Pero la ira lo dominaba, y no podía parar. 'No soy yo', pensaba mientras sus puños caían sobre Oscar. '¿En qué me he convertido?
De repente la gente comenzó a ser empujada, unos hombres se hacían presente en la escena, separando a los jóvenes.
-¡Soltame!, ¡voy a matarlo!- grito en español mientras se retorcía en los brazos del hombre afroamericano.
-Quieto muchacho, se acabó.- Franco volteo al escuchar la firme voz y bajo su mirada al pecho del hombre.
Una placa plateada y una inscripción M.D.P.D.
Sintió las manos firmes del guardia sujetándolo, y en ese momento supo que había llegado al límite. Su cuerpo, exhausto, ya no podía seguir luchando. El peso del hombre lo empujaba hacia abajo, pero era más que solo el peso físico. Era el peso de todas sus decisiones.
Mientras lo alejaban del lugar, Franco creyó ver a su yo pequeño, ese que competía en karting y soñaba con llegar a Fórmula 1, este le suplicaba en lágrimas que parara, que lo iba a matar.
...
Horas después, bajo el frío fluorescente de la comisaría, Charles pagaba la fianza, con una mezcla de preocupación y decepción en su rostro. Cuando finalmente lo dejaron pasar, se encontró con un Franco agotado y abatido tras las rejas, con la cabeza gacha, esperando en silencio
-¿Qué pasó? -suspiró Charles, viendo a su amigo a través de las rejas. Franco levantó la cabeza, sus ojos hinchados y enrojecidos. Se encogió de hombros, con la vergüenza carcomiéndolo.
-No sé ni por dónde empezar -murmuró Franco, con la voz ronca, mientras apartaba la mirada.
Charles se acercó a la reja, sus dedos tamborileando en el metal, y miró fijamente a su amigo.
-Sabes que no puedes seguir así, ¿verdad? -dijo Charles, intentando suavizar el tono, pero el cansancio en su voz era evidente-. Te estás hundiendo.
Franco asintió lentamente, apretando los labios para contener cualquier palabra. En ese momento, entró Lando Norris, con una sonrisa irónica en su rostro mientras pasaba junto a Oscar, quien cojeaba ligeramente.
-Deberías controlar más a tu muchacho -se burló Lando, lanzando una mirada hacia Franco.
Charles frunció el ceño y respondió con un tono serio.
-Lando, no es el momento -dijo, cortante, antes de volverse hacia Franco-. No le hagas caso. Ya sabes cómo es.
Franco, sin levantar la cabeza, susurró:
-Me da igual. Ya no importa.
Charles observó a su amigo con una mezcla de tristeza y frustración. Su habitual intento de bromear se desvaneció cuando vio lo derrotado que estaba Franco.
-Vamos, salgamos de aquí -dijo finalmente, abriendo la puerta para que Franco lo siguiera.
Franco caminaba detrás, la cabeza baja, las manos en los bolsillos, mientras Charles lo observaba de reojo, preguntándose cuánto más podría soportar su amigo antes de romperse por completo.
...
-Hoy celebramos un logro importante. Han recorrido un camino de esfuerzo, disciplina y valentía, y hoy, con esta insignia, asumen el compromiso de proteger y servir a la sociedad. Esto no es algo pequeño, porque ustedes han elegido estar al servicio de los demás, a menudo sin recibir reconocimiento.
En su carrera habrá momentos duros. Habrá decisiones difíciles y días en los que el peso de su responsabilidad se sienta abrumador. Pero, en esos momentos, recuerden siempre el motivo por el cual están aquí. Ustedes son el escudo que protegerá a los más vulnerables, el faro de justicia y esperanza en medio de la incertidumbre.
Nunca olviden que, más allá de sus habilidades y conocimientos, lo que llevará su labor a otro nivel será su compasión, su empatía y su capacidad para tratar a los demás con respeto. Ustedes no están solos; hoy se convierten en parte de una familia que se apoyará mutuamente en cada paso.
Caminen con orgullo. Sean valientes y mantengan siempre en su corazón el deseo de hacer de este mundo un lugar mejor. Porque cada día que usen este uniforme, tendrán la oportunidad de marcar la diferencia.
Felicidades, cadetes. El futuro está en sus manos.
Esas fueron las palabras del Director general de la policía francesa que dieron fin a la ceremonia de graduación de los nuevos cadetes de la policía nacional de Mónaco.
A Elena Moretti se le inflaba el pecho de orgullo al saber que esas palabras iban dirigidas a ella, que formaba parte de algo más grande que el legado de su familia, que su apellido. Que de ahora en más, ella trazaba su camino y no las expectativas de los demás.
La ceremonía continuó con risas, música y aperitivos, los presentes conversaban entre sí y las familias acompañaban a los recién graduados. Elena observaba el salón del Casino de Monte-Carlo buscando a su familia.
-¡Felicidades mi niña! - habla su madre a sus espaldas. Elena voltea y se unen en un gran abrazo.- Verte allí tomando tu placa me recordó a cuando yo tuve mi primer american express- Zahra presiona con entusiasmo la cabeza de su hija contra su pecho.
-Total paralelismo.- rió ante la comparativa absurda de su madre.- Mamá, me estas asfixiando.- alejandola para tomar una bocanada de aire.
Al alejarse nota como los presentes observaban la escena, se sintió algo apenada al notar los susurros de los presentes, no importaba lo que hiciera, no podía huir de su apellido.
-Felicidades, cariño.- interrumpe con voz resonante el padre de la joven entregando un enorme ramo de rosas rojas.
-¡Gracias, papá!
Elena se acerca a su padre y se entrega a sus brazos, ella a duras penas llegaba al pecho del imponente hombre, que con su traje Yves Saint Laurent y su 1,90 m de altura llamaba poderosamente la atención.
Amaba estar en brazos de su padre, no importaba si era una cadete entrenada para portar armas y detener de una patada a cualquiera, siempre sería la pequeña niña que su padre debía proteger. Siempre corría a sus brazos y se sumergía en su olor a tabaco y perfume Versace.
Lo único que más ansiaba en el mundo, además de encontrar el amor, era enorgullecer a su padre.
-Vittorio, Zahra, es un placer tenerlos acá con nosotros. - interrumpe el cálido momento familiar, Jean-Luc, el jefe de la policía de Mónaco, y ahora el de la joven de 26 años.
-El gusto es nuestro de estar aquí. No podemos estar más orgullosos de la fuerte dama que nuestra hija se convirtió.
Zahra hablaba como una melodía envuelta en seda, delicada pero innegable, llevando consigo tanto un susurro como un encanto. Su voz tenía una suavidad aireada, flotaba como una brisa suave, íntima pero seductora. Había un ritmo propio en su habla, un suave vaivén que reflejaba sus movimientos gráciles. Cada palabra parecía brillar en sus labios, sus vocales se alargaban con una sensualidad perezosa, como si saboreara cada sílaba antes de liberarla, era como un canto de sirena que hacía temblar hasta al hombre más poderoso de Mónaco...casualmente, ese era su marido.
Elena se quedaba prendida de su madre al escucharla hablar, ella quería un día tener esa facilidad para comunicarse. Veía como su madre con una sonrisa sutil o un ligero toque tenía a todos los hombres bajo su dominio.
El único que la podía dominar era el hombre a su lado.
La conversación continuó animosamente, Elena hacía algunas acotaciones, pero lo cierto es que no era de mucha conversación, su lado introvertido salía a relucir en los momentos más inoportunos.
De repente el resplandor de los flashes impacto en los ojos de Elena y se escondió tras su padre, se sentía de nuevo como si tuviera 10 años y el ruido lo atormentaba, las luces la aceleraban y su respiración se entrecortaba.
El recuerdo de aquella noche al salir del hospital dolorida, llorando en brazos de su padre. La prensa devoraba a una niña que había sufrido, que había sobrevivido y que perdía una parte de su niñez.
Y de repente, la calma. El brazo de su padre descansaba sobre sus hombros, en lo que le propiciaba un cálido beso en la frente.
-Tranquila, papá está aquí.
El cuerpo de Elena se relajó y pudo volver a conectar con el ahora. Por suerte, nadie había notado su ridícula escena.
Luego de un par de fotos el jefe se despidió de la familia.
-Los dejo que sigan disfrutando la noche, en verdad es un honor tener a su hija en mis filas, aunque algo extraño, se supone que nosotros debemos proteger a la familia dueña de Mónaco, no ellos a nosotros.
Los presentes rieron ante ese comentario, era habitual en ese ambiente la broma de "los dueños de Mónaco" a cualquier familia que tuviera alto poder adquisitivo. Pero lo cierto es que en la familia Moretti, ese chiste popular era más una realidad.
Vittorio Moretti, actual presidente de la FIA, dueño de empresas inmobiliarias y de inversión, manejaba a su antojo los números que definen a la ciudad de Mónaco como el paraíso del lujo...y del dinero mal obtenido.
Por su lado, su esposa, Zahra Al-Bakri, era la actual dueña de Al-Bakri company, la petrolera, con sede en Dubai, más grande en ese momento.
Juntos formaban una pareja poderosa, por lo que a la prensa les sorprendió cuando su única hija había decidido dejar su vida cómoda para dedicarse a proteger a ciudadanos del montón.
"Mi padre me enseñó el valor de mi nación y la protección de mis raíces, por ello quería dedicarme a algo más que ser solo la heredera de... quería sentir que genuinamente aportaba algo al país que me dio todo y me permitió crecer"
Esas fueron las declaraciones de la joven el día que por sus redes sociales había confirmado la noticia.
...
En dos semanas se disputaba la siguiente carrera del año, el circuito más famoso del mundo y en el que Franco aún no obtenía su ansiada victoria: El gran circuito de Mónaco, donde actualmente residía el joven.
Luego de aquella noche tortuosa, Charles lo obligó a tomar el vuelo más próximo a Mónaco para que descansara y recapacitara sobre sus acciones; mientras, la prensa hambrienta por la primicia buscaba hasta el más sórdido detalle de aquella noche. No tardaron mucho, se ve que más de uno de los presentes quería hablar.
La noticia dio la vuelta al mundo infidelidad+alcohol+pelea+carcel+pilotos de F1 todo hacia un cóctel perfecto para obtener los ansiados clicks sobre los enlaces a las noticias.
Franco sabía el problema que se había metido esa mañana cuando su jefe lo llamó para que se presentará en las oficinas, y al ver al cuerpo disciplinario de la FIA en las instalaciones de Ferrari, nada pintaba bien. Se sentía avergonzado, caminaba mirando al suelo mientras pasaba por el pasillo hacia la oficina de su jefe, bajo la mirada desaprobatoria de su equipo.
"...los testigos afirman que Franco y Oscar intercambiaron golpes en el hall del hotel. La pelea, que fue grabada por varios teléfonos móviles...Franco pasó la noche en prisión, mientras que Oscar fue liberado más temprano. Charles, el compañero de equipo y último gran aliado de Franco, se vio obligado a pagar la fianza para liberar a su amigo.
La escudería Ferrari, hasta el momento, ha permanecido en silencio sobre el incidente, pero fuentes cercanas revelan que consideraron suspender a Franco de inmediato. No obstante, este incidente marca un punto crítico en la carrera de Franco, quien parece estar perdiendo aliados y reputación a una velocidad vertiginosa.
Con el evento de beneficencia que se avecina y la presión sobre él, solo queda por ver si Franco será capaz de redimirse o si este será el punto de inflexión que lo lleve a la ruina definitiva."
-Eso es mentira, salí de prisión al mismo tiempo que Oscar...y no iba a buscar a Sophia, iba hacia mi habitación.-
-¡Ese no es el punto Franco , me da igual lo que es mentira cuando lo más grave es verdad!
No solo Charles, todo el equipo veía a través del vidrio templado como Loic, el director técnico, le gritaba a Franco señalando con fuerza la tablet sobre la mesa.
-Esto es un desastre.- habló uno de los mecánicos. - ¿Qué podemos hacer? Lo va a matar.
-Déjenmelo a mí, veré cómo calmar las aguas.
Charles se abrió paso mientras su equipo le pedía que no interviniera que iba a resultar peor.
>>Peor de lo que esta no creo que se ponga.- Ingresó con cautela en la oficina, al verlo los ojos de Franco se iluminaron y se podía ver a través de ellos la súplica de auxilio.
-Loic...
-Ahora no Charles, no es contigo.
-Pero...
-Pero nada. Se a lo que vienes, no puedes salvarlo siempre, tiene que aprender que todo tiene sus consecuencias.
-Si lo entiendo jefe, pero creo que Franco eso lo entiende.
-¡ Y si tanto lo entiende, ¿Por qué mierda actúa así?!
Al escuchar el grito del director el resto del equipo se aproxima, para apoyar a Charles, sabían que él no merecía ese trato.
-Loic.- suavemente se acercó Louise, su esposa y jefa del departamento comercial.- Porque no nos calmamos y lo hablamos en la asamblea directiva, gritando como desquiciado a tus pilotos no vas a solucionar nada.
Esas palabras lograron apaciguar al hombre que se retiró de su oficina, no sin antes dejarle en claro a Franco que no terminaba con él.
-Lo lamento.- Franco miró casi en lágrimas a su compañero.
Charles solo lo miró, negó con la cabeza y se retiró a hacer lo último que podía por su amigo.
Nadie en el equipo volvió a ver a Franco.
Esa tarde, el cuerpo directivo de Ferrari y el grupo disciplinario de la FIA se habían reunido para debatir el futuro de Franco, era una decisión difícil, si bien el joven generaba problemas, los millones que su imagen produce era demasiado tentadora para dejar ir.
Con intervención de Charles y ayuda de Alonso, el cual, luego de retirarse de la pista se unió a la FIA, lograron convencer al equipo de Ferrari de darle una oportunidad a Franco de redimirse, que se presente en acto de beneficencia que todos los años Ferrari hacía en Mónaco y que con la gracia y carisma que Franco manejaba a la perfección, volviera a ganar a la prensa y dejar contento a los sponsors.
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