007
Tras haber caminado lo que parecieron eternidades bajo el haz solar bañando los rincones de la ciudad. Miguel continuó detrás del menor, escudriñando con cierto ápice de interés el cambiante diseño en baldosas, ladrillos y hasta el mísero cambio en los vertiginosos bosquejos de un mundo perfilado a la perfección. Los detalles en la ropa, los rostros y demás no fallaron en hacerle girar sobre su eje un par de veces antes de seguirle el paso a su guía a los adentros de uno de los edificios duplex al costado de la calle.
Una vez subieron las escaleras frontales, la luz se transformó en una escabrosa y cómoda oscuridad acompañada por el tintineo y el bullicio del exterior colándose a través de la edificada fortificación.
El futuro lamentablemente no contaba con las maravillas orgánicas deleitando sus orbes bermellón. Ese comando refreno en la emoción además del asombro estaba pasando a volverse un mero susurró en sus cavilaciones. Se hallaba por primera vez disfrutando del tiempo fuera de la burbuja creada ignorantemente en su laboratorio. Jamás sería lo mismo mirar por un haz digital desde la cueva como lo era la maravilla de un mundo extendido bellamente ante sus primerizos orbes cabrilleantes.
—Ven, mi mamá salió un rato, no creo que tarde pero espero esto sea rápido— comentó el moreno, moviéndose avidamenge dentro del acogedor santuario al que llamaba su hogar, andando entre lánguidos pasos sin percibir la creciente curiosidad en su compañero, que al seguirle resultaba complicado mantener los ojos al frente y no agazapar el recuerdo de los contornos, aromas y matices en su mente.
La puerta del cuarto del adolescente se abrió ante la penumbra, permitiéndole breve entrada a su sitio privado. Lugar en el que pasaba la mayor parte de su día tras una paliza en el exterior bajo el manto de Spiderman.
Miguel se detuvo al alba en el arco de la puerta, teniendo que agacharse ligeramente con tal de no golpearse la cabeza con el borde. Trazando fugazmente desde las figuras de acción hasta los nítidos posters pegados sobre la cama individual en el extremo. Y así, inevitamente se recordó a sí mismo. La experiencia lo empapó con recuerdos de sus años adolescentes acompañado por su medio hermano, Gabriel. Dos que juraron permanecer inquebrantables hasta el fin de los tiempos.
—Creo que guardé un teléfono por aquí. Tiene al menos seis meses sin usarse— encogió los hombros al rebuscar sin orden alguno dentro de los cajones de su escritorio a caoba lijada. Hallando un modelo viejo de IPhone junto a un cable y un mullido adaptador cobrando un tono amarillento por el excesivo uso.
Por más imposible que pareciera, Miguel dejó salir una breve risilla entre dientes al mantener la vista puerta sobre la montalla de ropa sucia sobre la cama. Alzando una ceja ante el comentario que desdeño por sus labios apenas abriéndose.
—¿Sabes? Lavar tu ropa no tiene que ser así de difícil, Morales.
Miles chasqueó la lengua, girándose a observar la misma pila de ropa que se prometió lavar dos semanas atrás antes de haber salido por la ventana para salvar el día. La vida de ese adolescente en concreto no era similar a la del resto, aunque si bien presentaba sus desafíos, un minuto de serenidad en medio del suplicio podría funcionar para poner en orden el lugar.
—Por un minuto ignora el desorden, las clases del siglo XXI comienzan ahora— chasqueó al encender el dispositivo electrónico, que aunque tratase de ocultar su sorpresa, lucía alivado ante el hecho de que el chatarro aún funcionaba—. Bien, vamos a configurar esta cosa.
Por otro lado, Miguel inspiró profundamente, henchiendo sus pulmones con una cantidad de oxígeno justificable. La calidad no era la mejor pero era lo que había. Fin filtros de carbono en cada esquina era complicado tener aire respirable sin complicaciones de salud.
Languideció contra la pared, recargando su magnánima figura sin más que un breve resoplido, aguardando en silencio al mirar por la ventana al fondo de la habitación.
¿Había perseguido a ese mismo muchacho meses atrás? No lo parecía.
Antes de que pudiese caer nuevamente a la realidad, resintió el gélido aparato presionando contra la palma de su mano, menguandose una vez el contacto del calor humano combatió la superficie de aluminio. Podía mirarse en el reflejo del frente.
—Parece un tamagochi en tus manos, tío— Miles comentó en sorna, expectante a las enormes manos de Miguel recubriendo el celular—. No es el mejor teléfono pero servirá. Almacenará números de teléfono, redes sociales y demás. Cosas que Michelle usa todo el día.
No entendió absolutamente nada al principio, sin embargo, al concentrarse logró captar el rol de la tecnología de ese mundo, huellas digitales, pagos en línea, números de teléfono y demás. Lejos de ser una total pérdida de su tiempo, su cerebro estaba empapado con conocimientos distales a su área de investigación. Miles presentó problemas para su mundo, era innegable, pero estar ahí junto al mismo joven, escuchando y entendiendo las razones detrás del comportamiento humano le hizo removerse. Aglomerando la culpabilidad contra su pecho como si de un puñal se tratase.
—¿Miles, estás en casa?— llamó su madre desde la puerta de entrada, resonando las bolsas de papel del supermercado contra la isla de la cocina, transformándose en pasos ávidos contra el suelo en dirección a la habitación.
Una vez Rio Morales observó al extraño hombre de anormal tamaño, frunció el entrecejo, danzando la perniciosa mirada sobre su hijo al cruzarse de brazos contra el pecho.
—¿Vas a decirme porqué hay un señor en la casa?— instigó bruscamente.
—¿Señor?— Miguel escupió con cierta ofensa, volviéndose consciente a su apariencia un segundo.
Rio ignoro la palabrería del desconocido, manteniéndose firme a lo que su hijo fuese a decirle antes de perder los estribos.
—¿Recuerdas a Gwanda? Bueno, también son amigos, casi trabajan juntos. Me pidió ayuda con algo.
—¿Ayuda con qué exactamente?— encarnó una ceja, oscureciendo su semblante sin buscar negociaciones.
—Le gusta Michelle y tiene una cita con ella mañana.
Una vez las palabras sobrevolaron en dirección a su madre, la tensión se desvaneció gradualmente. No obstante, Miguel bajo la invasiva respuesta por poco rechista, más decidió permanecer callado con tal de no provocar a la madre de Miles. No quería problemas, al menos no aún.
Rio suspiró, rindíendose a sonreirle a su hijo con una calidez extraña para Miguel, quién al resentir la conexión entre madre e hijo no hizo más que bajar la mirada. Careció de aquello durante años. Por más que quisiese mirar a su madre con ese amor para sentir la comprensión en su mirar, lo único que habría obtenido se tornó en una gran cicatriz en su interior. El dolor perduraría por años sin importar cuantas barreras se esmerara por extender.
Conchata siempre estaría impregnada en su memoria como la carencia de calidez en la madre que buscó gran parte de su vida. Y delante de él estaba Miles, un joven que tenía todo lo que él carecía.
—Bueno, pero no tarden mucho ¿vale? La comida estará lista dentro de poco. Ni un minuto tarde, Miles— el menor sonrió con un breve asentimiento, dejándo así que su madre le besara la coronilla de la cabeza antes de perderse nuevamente en la cocina; su dominio.
—Hay un lugar en la azotea— mencionó, rodando los ojos—. Créeme, querrás huir de aquí en cuanto ponga su música para cocinar.
El otro asintió, manteniendo sus emociones bajo los niveles mínimos aunque estuviese ahogándose en un vaso de agua.
Sin rechistar, Miles lo llevó al sitio en la azotea con vista a la ciudad, sentándose al borde junto a Miguel, lo que en realidad era un extraño momento considerando el daño que se habrían causado meses atrás con su incursión en La Sociedad Aracnida. El silencio, las bocinas de los autos en la distancia, los cuchicheos bajo el agudizado oído. Todo parecía acompañar el relemte instante de silencio.
—Es un buen mundo, Miles. Es...diferente— Miguel musitó, encorvandose al sentarse más al borde, junto a la cornisa.
—No es el futuro— carraspeó, dejando salir una risotada—. ¿Sabes? No está mal que quieras algo para ti por primera vez desde lo que pasó. Todos necesitamos un nuevo comienzo de vez en cuando.
El de ojos carmesí negó, perdiéndose entre el horizonte nacarado y sus propios pensamientos succionandolo.
—No lo entiendes, Miles. Ser lo que somos apenas nos deja con la posibilidad de vivir más allá. Los gustos se vuelven nulos y la responsabilidad se atañe al traje. Como dije antes...ser Spiderman conlleva sacrificios.
—No lo veo así...— el menor suspiró profusamente, trayendo a su mente al hombre que perpetuaba el mejor ejemplo de responsabilidad en su vida. Alguien con manojo en el deber y la vida misma—. Mi papá... es un hombre devoto al deber. Camina hacia el peligro todos los días para salvar a los que lo necesitan— asintió lentamente, parpadeando ante el escozor del lagrimeo en las cuencas oculares—. Y al final del día regresa a casa, a dónde pertenece. Y no, Miguel. Un hogar no tiene que ser un apartamento o una casa... pueden ser personas. Dónde tu corazón pertenezca, y mi papá lo hace todos los días... regresa a su hogar sin perder el sentido del deber.
El ego del mayor cayó a trompicones hacia el abismo. Finalmente atravesando la impenetrable muralla en torno a su ética. Toda su vida se centró en ser el estandarte de la justicia, de ser el hombre con el que nunca pudo contar en la infancia. Pero jamás se detuvo a mirar el daño que se provocó a sí mismo en el andar. Un muchacho le habría golpeado dónde más le dolía.
—Tampoco estoy afirmando que tu hogar pueda ser Michelle o forzosamente llegue a serlo— negó, ofuscado ante la posibilidad—. Puedes decidir y reírte de las dudas al final— se giró a mirarlo, casi carcajeandose en su cara—. Michelle es una persona increíble, conozco a pocas con el mismo corazón. Ha perdido tanto y aún así continúa como si nada hubiera pasado.
Miguel parpadeó un par de ocasiones, frotándose los ojos con los dedos, buscando aliviar la tensión mental para aclarar sus ideas.
—Aún te odio...pero gracias.
—De nada, me la debías. Además, después de esto seguramente tendrás que quedarte a comer o mi mamá te matará. Es tradición.— palmeó su hombro, perdiéndo el miedo a la versión pasada del mismo hombre sentado a su lado.
No era malo, solo no era alguien feliz.
NOTA
Si Miles y Miguel no hacen las pases en BTSV voy a llorar lo que nunca he llorado. Literalmente estos dos personajes son exageradamente similares.
Nuevamente gracias por su paciencia en cuanto a mis tiempos de actualización y de vez en cuando a la narración. Se me van las cabras.
Los amo mucho y perdón por lo que voy a decir, pero Cinnamon en mi corazón siempre será la número uno.
Pd: wattpad me cambia siempre los putos guiones
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