Retrato 5. David

Malditas sean las dos. Esto me pasa por confiar en mujeres (mamá, no te des por aludida, tu caso es aparte). Después de leer el penúltimo, nadie creerá mi capítulo. Me han obligado a escribir uno nuevo, contaré la verdad en vez de esa sarta de mentiras poniéndome como un angelito, ya no me importa porque pronto desapareceré; sólo lo sabe mi familia. Lo mejor es que tengo tiempo, cuatro días. Sin más preámbulos, voy al grano.

Crecí en el seno de una familia pudiente, no me faltaba ningún capricho. Sólo escuchaba música de Pink Floyd, mamá me explicaba lo que cantaban. Así fui creciendo en un ambiente ideal, donde todo era posible.

Hasta que tuve que ir al colegio, me gustó al principio mas no al final, pero estaba obligado. Empecé a construir mi muro para aislarme, no quise saber nada de mis compañeros, pero ellos no estaban por la labor. ¡Qué pesados! Menos mal que el dibujo y el inglés me sirvieron para sobrellevar mi condena.

Bueno, rectifico. Habían dos chicas que también me ayudaron a sobrellevarlo: Juddelys y Jennifer. La maestra demostró mucho interés por mis obras. Me complacían sus exigencias más que a ningún otro porque me servía para mejorar. Nunca se sabe demasiado, el talento no tiene límites. Confieso que lamenté acabar las clases porque significaba no volver a verla.

En cuanto a Jenny sentí más agradecimiento que otra cosa. Sin ella, la condena habría sido más dura, su ayuda me servía para aprobar.

Cuando la vi en el despacho de papá, sentí fastidio, que ella confundió con sorpresa. Creía que por fin había roto con mi pasado, me equivoqué. El colmo es que me tocó trabajar junto a ella, aunque debo reconocer que nuestra colaboración fue muy buena para la empresa.

No se conformaba con sólo verme en el trabajo, una y otra vez insistía en que saliéramos juntos. ¿Qué se había creído? Que por ayudarme en el colegio tenía derecho a fastidiarme la vida.

Mis compañeros se enteraron y empezaban a murmurar si yo no sería gay por rehusar sus invitaciones, por eso acepté y no me arrepentí. La discoteca era el sitio ideal para desfogar mi lado oscuro acumulado en el trabajo, donde no podía mostrarla.

¡Qué bien me conoce Jenny! Descubrió mi lado oscuro. Por eso no quiero convivir con ella por si algún día hago algo de lo que arrepentirme.

Aniuska apareció en el momento oportuno, cuando ya empezaba a hartarme de Jenny. La utilicé para provocarle celos y me abandonara. Pero se hicieron amigas y tuve que seguir con ambas.

¿Por qué no les mandé a tomar viento fresco? Con Jenny, porque temía que eso la afectara en su trabajo. Con Ani, para no estar siempre con la misma.

Dejemos a un lado a las chicas. La agencia es una selva donde todos luchamos por superar a los demás. No importa cómo, el fin justifica los medios. Ya sea copiando o mintiendo. Es como la ley de los vasos comunicantes, cuando uno sube, otro baja. Descubrí desde el principio que mi muro me perjudicaba y decidí derribarlo.

Mis únicas aficiones eran el trabajo y la discoteca, no me interesaba nada más, ni siquiera la música de Pink Floyd. Formaba parte de un pasado que decidí eliminar. Ya hemos contado lo que representa la discoteca para mí, sólo añadiré que me sentí identificado con la canción "Hit the lights".

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Nos reconocimos al primer vistazo en una exposición de pintura, nos saludamos y la invité a tomar algo, con temor al rechazo. No se negó, charlamos de lo que tenemos en común, como amigos. Sigue siendo tan guapa que despertó mis sueños de adolescente, lo cuales jamás se cumplieron ni con ella ni con ninguna otra; aunque Jenny lo intentó, no quise por miedo a comprometerme.

Se alegró mucho por mi éxito y me contó que trabajaba en Fuenlabrada, lo que se llama una ciudad dormitorio cerca de Madrid.

Eso ocurrió la primavera pasada. Mis sueños se hicieron realidad con ella, descubrí que siempre la he amado

Su estancia en España estaba a punto de concluir. Encontró trabajo de lo suyo en Nueva York, su avión saldría el día siguiente, domingo 17 de julio a las 20 horas.

— ¿Por qué no lo has dicho antes?

—Porque no quise hacerte daño. Incluso llegué a pensar que lo mejor era no decirte nada y desaparecer sin avisar.

—Hubiera sido mejor. Porque te amo y no soportaría vivir sin ti.

—David, eres fuerte. Se te pasará, tienes dos mujeres que te aman y cualquiera de ellas puede hacerte feliz.

—Te equivocas, sólo te amo a ti.

—Confundes la felicidad con el amor. Sólo puedes amarte a ti mismo.

No supe qué contestar. Leí una vez que hay que escuchar para comprender, no para responder, éste es uno de mis defectos.

Nos duchamos juntos, nos vestimos en silencio. Si no puedes mejorarlo, cállate. Nos abrazamos junto a la puerta, lloré por primera vez desde que era un bebé, nos dimos el beso más largo de todos.

La emoción me embargaba, quise desaparecer para que no me dominase. Abrí la puerta y salí sin mirar atrás.

Monté en mi Porsche, circulé con precaución por la ciudad, hasta que llegué a la M-50, tomé posesión del carril izquierdo, aceleré sin fijarme en el velocímetro, sólo en la carretera. Deseaba que alguien se interpusiera para acabar de una maldita vez, pero todos los conductores se apartaban. Oí la sirena y la vi por el retrovisor. Frené y me indicó que fuera al arcén derecho.

— ¿Tiene usted prisa?

—Ninguna, tengo un grave disgusto.

— ¿De salud?

—No, sentimental.

—Lo siento igual. Debo multarle.

—Lo comprendo, es su deber. Prefiero pagarle ahora.

—Mejor para usted, así le sale más barato.

La velocidad no me había sosegado. Quise probar con el alcohol, me dirigí a la carretera de La Coruña y entré en la primera discoteca que vi.

—Un Chivas con hielo.

Lo bebí de un trago, me supo a gloria, pero seguía sereno. Pedí otro, el camarero me miró con cara de pocos amigos, estuve a punto de quejarme, mas yo había ido para emborracharme, no para montar bronca. Éste lo tomé más tranquilo. No me interesaban ni la música, ni las chicas ni nada más. Seguí en la barra, el camarero malaje salió de ella con una bandeja para servir en las mesas. Una chica guapa, rubia y con ojos claros que ya me costaba percibir su color; ocupó su lugar.

— ¿Cómo te llamas? —El alcohol ya me había llevado a la fase locuaz.

—No le importa.

—Tranquila, guapa. Sólo quiero charlar.

—Pues llame a alguien.

No supe si fue por la segunda copa o por el recuerdo de esta frase: "Sólo puedes amarte a ti mismo"; me pareció tener la tamborrada de Calanda dentro de mi cabeza. Pedí otra.

—Óigame, parece usted un joven responsable. No infrinjo ninguna regla del local si me niego a servir, no queremos ebrios.

Saqué de mi cartera un billete de cien euros y se lo di rogando:

—Sólo una y te quedas con la vuelta.

—Está bien.

Bebí las tres copas en frecuencia ascendente de tiempo, cada una me duraba más que la anterior. Me sentí mareado, un par de gorilas se acercaron cuando acabé la tercera.

—Señor, ¿nos haría el favor de acompañarnos?

—Con mucho gusto, me parece que no puedo ir solo.

Si yo soy alto ellos más, me llevaron en vilo agarrando mis axilas, hasta la salida. Un taxi esperaba y me montaron en él. El taxista me pidió mi dirección y se la dije. El colmo fue que no tenía dinero, menos mal que papá estaba en casa y lo pagó. No me preguntaron nada y me llevaron a la cama.

Por la mañana, la tamborrada se había dispersado, en su lugar entró un enjambre de abejas, que no dejaban de torturarme.

Papá, tal como el poli malo, inició el interrogatorio:

— ¿Qué pasó anoche?

Les conté toda la verdad. Mamá hizo de poli bueno:

—Ella se equivoca, te conozco mejor, sé que tú la amas. Jesús, ¿hay alguna posibilidad de que David vaya a Nueva York? Creo que vuestra sede principal está allí.

—Aciertas. Lo que no sé es si hay vacante para él.

—Averígualo. David, ¿ella te ha dicho algún sitio de allí para buscarla?

—No, mamá, ningún detalle. Es como si hubiéramos roto definitivamente.

—Pues te toca llamar o ir a Barajas esta tarde para preguntárselo.

—Prefiero ir al aeropuerto para volver a verla.

Salí de casa después de comer. El Porsche me llevó al aparcamiento de la T4. Fui con tanta antelación para asegurarme de llegar antes que ella, además la terminal era nueva para mi y quería conocerla para elegir el mejor sitio para esperar a Judy. Llegó a las 6. Todo salió a pedir de boca, como nuestro beso antes de pasar por el control.

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Papá me confirmó que empezaré a trabajar el 1 de septiembre, después de mis vacaciones. Lo mantuvimos en secreto, por Jennifer.

Viernes 29 de julio, Jennifer y yo acabamos nuestro último proyecto común.

—Enhorabuena, David, ya estás de vacaciones.

Le cuento mi traslado y me despido antes de que reaccione.

Hoy, sábado 30, mientras espero que indiquen la puerta, envío por whatsapp la foto del billete de avión y llamo.

—Te amo, mi querida profesora Juddelys. Hasta luego.

—Te esperaré en el aeropuerto John Fitzgerald Kennedy. 

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