Retrato 4. Aniuska

—Ani. Me inscribí a un concurso de literatura. El tema es libre, los únicos requisitos son hacer cinco capítulos con mil quinientas palabras cada uno e incluir la canción "Hit the lights" de Selena.

— ¡Anda, la nuestra!

—Exacto. Por eso me inscribí, quise contar mi historia, mas con un capítulo tengo suficiente. Se me ocurrió que otros cuatro expresaran su opinión acerca de mí. Mis padres y Jennifer han escrito su capítulo y me gustaría que tú escribas el cuarto.

—Lo haré fatal, nunca he escrito.

—No importa, lo corregiré sin cambiar su esencia.

— ¿Por qué Jennifer?

—Porque es muy ingeniosa.

—A veces me pregunto cómo pueden gustarte dos chicas tan distintas.

—Por eso, si fueseis iguales, me quedaría con una.

— ¿Hay algún plazo?

—Sí, hasta el domingo que viene.

—No sé. Creo que me pides demasiado. Mil quinientas palabras me parecen mucho.

—No son tantas, puedes contar también lo que quieras de tu vida. Muy pocos pueden presumir de ser tan internacional como tú.

—De acuerdo, acepto el reto.

—Ya verás que bien te sientes. Escribir es una evasión de la realidad.

—David, muchas gracias por tu confianza.

—Una última cosa. Lee antes los capítulos de mis padres, Jennifer y el mío.

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Para empezar, debo ser una sorpresa para vosotros; no me extraña, siempre he pasado desapercibida. Nada más que aparezco brevemente en una conversación entre David y su madre. No me importa, me siento más cómoda así.

Creo que debo presentarme para llenar ese espacio vacío en la vida de David. Mi nombre es Aniuska Ivanova, hija de Iván y María. Mi padre creció en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Era un excelente saltador con pértiga, aunque nunca batió ningún récord, pero siempre participaba en las Olimpíadas o campeonatos internacionales. Uno de esos torneos le llevó a Venezuela, le gustó tanto ese país y como no compartía las ideas socialistas, que decidió desertar y permanecer allí. Encontró petróleo y se hizo rico.

Algo parecido le sucedió a mi madre María. Nació en Lanzarote, aunque sólo vivió allí unos meses. Sus padres eran socialistas y huyeron de la Dictadura española. ¡Qué paradoja! Se enamoraron a pesar de tener ideas políticas diferentes. No tuvieron éxito con sus anteriores parejas, se conocieron casi con cuarenta años.

Así vine al mundo, con padres mayores y millonarios. Se cuenta que los hijos de madres tardías tienen algún defecto en su desarrollo. No tuve ningún defecto físico mas creo que sí intelectual: una introversión exagerada.

Hubo elecciones en Venezuela. Mamá pensaba votar por Chávez y papá no, por sus ideas socialistas. Papá comentó:

—Chávez quiere nacionalizar toda la energía, si gana nos dará una miseria y se quedará con lo nuestro. Prefiero venderlo bien antes de que sea elegido y marcharnos de aquí.

—No votaré por él. Si no gana, lo conservaremos.

—Créeme, conozco a esta gente, ganará. Aznar gobierna en España y allí hay bienestar. Será nuestra última emigración.

La predicción de papá fue acertada. Vinimos a Madrid.

Yo era en el colegio la mosquita muerta, me sentaba en la última fila, para que nadie me observara. La que pasaba desapercibida, incluso para los profesores, aunque eran los únicos frente a mí. Tal vez fuera por mi nombre tan exótico.

Nadie se acercaba a mí en el recreo, ni yo a ellos ni ellas. Pasaban de mí, lo cual agradezco. Cargaban todas sus bromas sobre David, sentía compasión por él. Era un genio incomprendido, le admiro desde entonces. Se parecía a mí en cierto modo, introvertido, callado y reacio a la compañía.

Mi afición favorita era la lectura. Leía en el recreo y en casa. Mi madre me pedía que saliera y tuviera amigas, mas yo no estaba por la labor. Aún no sabía que mi soledad se acababa.

Sentí celos cuando supe que Jennifer visitaba a David. Por lo menos corría ese rumor, ella trataba de ocultarlo en un principio. No me enteré porque alguien me lo contara, sino porque soy buena oyente y estaba al tanto de todas sus murmuraciones. Un día Jennifer se encaró con Jose para ponerse a favor de David, debía estar harta de tantas bromas. Desde entonces, no ocultó su predilección por David.

Jose cambió porque su compañera favorita le puso en evidencia delante de sus íntimos. Se le esfumaron esos aires bromistas y se volvió taciturno.

Cuando acaban las clases, suelo ser la última en salir, para no coincidir con los demás. Un día, Jose me esperó.

—Hola, si vivimos tan cerca, me parece una tontería ir separados. ¿Puedo acompañarte?

Me sentí sorprendida e incómoda. Nunca antes alguien se había dirigido a mí.

—Encantada, gracias.

Sólo contaré que fue el inicio de una grata amistad. Aunque yo prefería a David por ser más parecido a mí, excepto en estos detalles: Él alto y yo canija; él atractivo, yo del montón; él moreno, yo rubia y él mucho más inteligente.

Nos dispersamos todos los compañeros tras el fin de la secundaria. Excepto Jose y yo, no nos veíamos todos los días, porque él empezó a trabajar. Ya me sentía cómoda estando con él. Hasta que llegó el día de mi decimonoveno cumpleaños. Fuimos a la discoteca e intentó besarme.

—Jose, por favor.

— ¿No te gusto?

—Me caes muy bien, pero aún no sé si te amo.

—Tal vez esto te ayude a saberlo.

Me dio un paquetito, lo desenvolví y vi una cajita, ya imaginaba lo que podía ser y no me equivoqué: un anillo.

—Perdóname, no quiero comprometerme todavía.

—Has tenido mucho tiempo. Si no lo sabes ahora es porque no me amas.

Me puse a llorar porque no quería hacerle daño, pero tampoco quería mentirle. Comprendí que tenía razón.

—Jose, lo siento. Será mejor que no volvamos a vernos.

—Estoy de acuerdo, Ani. Gracias por tratarme tan bien.

—Gracias a ti. Adiós.

Se despidió y fue a la salida. Sentí ganas de volver a llorar, di gracias a la música que me atrajo a la pista. Me sirvió de catarsis para desahogar el disgusto. Ya no existían Jose, ni los chicos que bailaban cerca de mí, sólo yo... y David.

Entró con Jennifer, fueron a la barra para beber y él me vio bailando. Cuchicheó al oído de ella, dejó el vaso y se acercó a mí cuando empezaba a sonar "Hit the lights". No podía creer mi suerte, cuando una puerta se cierra, otra puerta se abre. ¡Qué bien baila! Disfruté de ese momento, me bastaba sólo eso para que mi cumpleaños fuera feliz.

Acabó la canción y David gritó que si quería tomar algo. Los tres estuvimos juntos hasta el cierre.

David había dejado de ser el chico retraído del instituto. Ya tenía confianza en sí mismo y sabía lo que quería, excepto en el amor, dudaba a quién elegir entre nosotras.

Me ha llamado de vez en cuando para quedar solos en la misma discoteca. Ambos disfrutamos, él por escapar de la rutina y yo por estar junto a él. No me importó que me besara.

Cada vez que sonaba la canción de Selena Gómez, me animaba por la letra y el título. Yo era una chica tan apagada que, cuando coincidieron David y esa canción por primera vez, mis luces se encendieron.

Prefiero omitir mis sentimientos respecto a él. Porque sé que lo va a leer y opto porque tenga libertad de elección. Si él me ve como un espejo, yo le veo como el modelo a seguir. Hasta aquí puedo contar.

Mil doscientas cuarenta y siete palabras he escrito. Me cuesta creer que haya sido capaz. David tenía razón, me ha sentado bien escribirlas. Es bueno contar algo íntimo, sobre todo si no tengo a nadie a quien abrir mi mente. Papá es un viudo jubilado y amargado. No quiero que se haga ilusiones con mi futuro.

¡Maldita sea! El teléfono me interrumpe. ¿Jennifer?, ¿qué querrá?

—Dime.

—Quiero hablar contigo, ¿puedo ir a verte?

—Claro que sí, te espero.

Colgamos, no paro de preguntarme qué quiere decirme, supongo que me iba a pedir que deje a David. No estoy dispuesta, lucharé por él con puños y dientes.

No se hace esperar, nos saludamos como buenas amigas y me pregunta qué hago.

—También me ha pedido que escriba mi capítulo, estoy acabando.

—Se me ocurre una idea explosiva. Acaba con esta conversación.

—Sería como invitarle a que venga

—No me importa, ¿y a ti?

—Depende de lo que digas.

Así empieza:

—Enhorabuena, has ganado a David.

— ¿Te lo ha dicho?

—No hace falta, en un principio, salíamos una o dos veces a la semana, llevo tres sin verle fuera del trabajo.

—Estuvo conmigo el domingo pasado, tras tres semanas sin verle.

—Aquí hay misterio.

—No le busques tres pies al gato. Tal vez se sentía mal o no le apetecía salir.

—Nada de eso. Trabajo con él, sé cuando está mal y también que él necesita desconectar del stress del trabajo.

— ¿Qué insinúas, otra chica?

—Si no eres tú, debe haber otra.

— ¿Lo escribo?

—Todo.

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