Capítulo 36: Isabel
Isabel había pasado casi toda la tarde recorriendo los cultivos. Quería asegurarse de que los trabajadores no pecaran de perezosos mientras ella estaba a cargo. Se sentía exhausta, pero era un cansancio agradable porque significaba que había hecho su mejor esfuerzo.
Cuando llegó hasta su vivienda se quitó las botas llenas de fango y las dejó en la entrada. Le sorprendió encontrar a su hermana sentada en el sofá de la sala. Amanda tenía los ojos tan hinchados que delataban que había estado llorando.
—¿Qué sucedió? —preguntó Isabel alarmada.
Tenía miedo de que algo malo le hubiera sucedido a algún miembro de su familia. Se acercó a su hermana y se sentó a su lado. Amanda la abrazó y ella correspondió.
—¿Todo está bien en La Rosa? —insistió.
—No volveré jamás allí —dijo en un susurro.
—¿Qué? ¿Por qué? —preguntó Isabel y se separó para observarla.
—No tengo un lugar a donde ir. ¿Puedo quedarme aquí? —pidió la joven y su voz se escuchó quebrada.
—Tranquila, querida. Estoy segura de que todo se va a arreglar. Cuéntame qué fue lo que sucedió —agregó Isabel intentando tranquilizarla.
La mayor de las hermanas le pidió a Dionisia que les preparara unas tazas de chocolate caliente. Mientras merendaban Amanda fue contando, paso a paso, cómo se habían desarrollado los acontecimientos, hasta que su tío la encontró dando clases de alfabetización a los humildes campesinos.
—Pídeles perdón a mamá y al tío Óscar. Estoy segura de que si te muestras arrepentida te permitirán regresar —aconsejó Isabel.
—No, yo decidí irme. No voy a dejar de ayudar al cura. Es una causa muy noble y no estoy haciendo nada malo —expresó Amanda conteniendo su dolor e intentando no llorar.
—No lo sé. No creo que sea necesario que ese tipo de personas aprendan a leer. No se necesita leer ni escribir para cultivar o cepillar caballos... —comenzó a decir Isabel, pero se detuvo al ver la forma en la que su hermana la miraba.
—¿Puedo quedarme aquí o también me echarás? —espetó.
Isabel sopesó por unos instantes la posibilidad de acoger a su hermana allí. ¿Qué pensaría su esposo cuando regresara de la ciudad? Por un lado era su hermana y quería ayudarla, pero le parecía una tontería la pelea que había desatado en la estancia. No era sensato que continuara insistiendo en hacer algo así y se arriesgara a manchar su reputación y la del resto de la familia.
—Deberías regresar a casa. Mamá debe estar muy preocupada —sugirió Isabel.
—Entiendo. No puedo quedarme aquí tampoco —dijo Amanda.
—Así como mi lugar está aquí con mi familia, tú tienes que regresar a La Rosa —agregó con pesar Isabel.
—Será mejor que me vaya —dijo Amanda y se levantó dispuesta a marcharse.
Isabel estuvo a punto de detenerla, pero permaneció sentada y no dijo nada. Lo mejor para Amanda era arreglar las cosas con su madre o si no lo perdería todo. Intentó convencerse a sí misma que si la invitaba a quedarse allí solo la estaría perjudicando. Al no tener otro lugar a donde ir, tendría que recapacitar y regresar a su hogar. Casi con seguridad su madre y el tío Óscar la aceptarían de nuevo. Cuanto más rápido regresara, el rencor sería menor.
Isabel resopló cansada y echó la cabeza hacia atrás con los ojos cerrados. La despertó el sonido de la puerta. Entre las sombras distinguió a su cuñado y al joven Mariano Bustamante que soltó una risa nerviosa al verla allí.
—Lo siento, creí que ya te habrías acostado —comentó Esteban Páez y ambos muchachos se escabulleron escaleras arriba.
Era tarde y ya debería haberse ido a dormir. Se dirigió a su habitación y observó a su pequeño durmiendo en su moisés de mimbre. Dionisia estaba junto a él, descansando en una silla.
Isabel se quitó la ropa y se puso un camisón, procurando no hacer ruido para no despertar al bebé. Apenas se metió entre las sábanas y apoyó su cabeza sobre la almohada, se sumergió en un profundo sueño. El día había sido demasiado largo.
El llanto de Manuel despertó a Isabel y a Dionisia que se apresuró a tomarlo en brazos para amamantarlo. Amanecía en Águila Calva y la señora de la estancia aprovechó para levantarse. Una de sus criadas la recibió en la cocina con pan horneado y un poco de leche recién ordeñada. Su cuñado y Mariano Bustamante aún dormían por lo que se dispuso a desayunar sola.
Llamaron a la puerta y alguien fue a abrir. Isabel escuchó unos pasos apresurados cruzando la sala y unos instantes después la puerta de la cocina se abrió. Era Sebastián.
—Por favor, dime si Amanda está aquí. Prometo que no diré nada en casa, pero estoy preocupado por ella —soltó el joven atropellándose con las palabras.
—Buenos días, primo. Acompáñame a desayunar. Amanda estuvo aquí ayer —dijo y Sebastián respiró aliviado.
—He traído sus cosas —dijo él.
—No, no está aquí. Vino a verme y me pidió que la dejara quedarse, pero le dije que regresara a La Rosa... —soltó Isabel preocupada.
Estaba claro que su hermana no había regresado a la estancia de su familia tal y como ella había supuesto que haría. ¿A qué otro sitio podría haber ido?
—¿Por qué le dijiste algo así? —preguntó Sebastián indignado.
—Creí que si regresaba, mamá la perdonaría —dijo Isabel, intentando excusarse.
—¡Está claro que no la conoces bien! —exclamó Sebastián enojado.
—Lo siento, pero si se quedaba aquí, tal vez nunca podría arreglar las cosas con la familia y todos en el pueblo hablarían de eso. No quisiera ver como el apellido Pérez Esnaola es arrastrado por el fango —agregó Isabel alzando un poco la voz.
No iba a permitir que su primo la culpara por haber hecho lo correcto. Si algo malo le sucedía a Amanda no era por su culpa, sino porque su hermana se comportaba como si hubiera perdido la cordura.
—Iré a buscarla y le llevaré sus pertenencias —dijo Sebastián a modo de despedida, parecía estar haciendo un gran esfuerzo por no gritarle a Isabel.
—No sabemos dónde puede estar. ¿Por qué no te quedas a desayunar conmigo y mandamos a algunos peones a buscarla por el pueblo? —sugirió Isabel, intentando hacer las paces con el muchacho.
—No, creo que sé en dónde puede estar —dijo el joven Pérez Esnaola y abandonó la cocina.
Isabel no tuvo tiempo siquiera para preguntarle a su primo en dónde creía que se encontraba Amanda. Sin embargo, la respuesta acudió a su mente después de unos segundos. Seguramente su hermana había buscado refugio en la iglesia en donde la ayudarían sus amigos, Julia Duarte y el padre Facundo. Se preguntó qué sucedería con Amanda a partir de ese momento y si su familia abandonaría la congregación. ¿Serían capaces de desterrar a Amanda para siempre de sus corazones? ¿Ella debería apoyar a su familia en esa decisión tan drástica? Quizá todavía estaba a tiempo de lograr que Amanda entrara en razón.
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