Capítulo 29: Diego


A pesar de tener la mente y el corazón cansados, Diego no lograba conciliar el sueño. La tenue luz de la luna iluminaba a su hermano que respiraba con tranquilidad enredado entre las mantas. El joven se levantó procurando no hacer ruido para no despertar a Sebastián. Salió de su habitación y recorrió casi a ciegas los oscuros pasillos que lo llevaron hasta el salón.

Le sorprendió encontrar a Sofía allí. La mortecina llama de una vela ahuyentaba las sombras del recinto y su prima, ataviada con una bata, se encontraba ensimismada en la lectura de un libro.

—Hola —dijo él casi en un susurro y aun así sobresaltó a la muchacha.

—¡Diego, te confundí con un fantasma! —exclamó ella en voz baja.

—¿Tan aterrador soy? —bromeó el joven, acercándose al sofá.

—Eres adorable, pero estaba leyendo una historia de terror —confesó y se hizo a un lado para que su primo pudiera sentarse.

—¿Qué haces leyendo libros de fantasmas a estas horas de la noche? —interrogó él.

—¿Qué no sabes nada sobre libros de terror? Si los lees a la noche dan mucho más miedo —agregó Sofía y se recostó reposando su cabeza en el apoyabrazos del sofá y sus pies descalzos sobre las piernas de Diego.

—No sé mucho sobre libros de terror. ¿Por qué no lees para mí? —pidió él, mientras acariciaba con ternura uno de los tobillos de Sofía.

—De acuerdo, pero si tienes pesadillas va a ser tu culpa —advirtió Sofía divertida.

—Me arriesgaré —aceptó.

Érase una vez una mansión muy antigua que estaba rodeada por cientos de rosas del color de la sangre. Durante décadas muchas familias habían intentado habitarla, pero nunca se quedaban demasiado tiempo. La gente del pueblo aseguraba que algo extraño sucedía allí, pero nadie podía dar una explicación certera.

Un día una familia importante se mudó a la casa. Eran extranjeros y traían consigo un montón de sueños y esperanzas. Lo que no sabían era que el espíritu que regía la casa planeaba deshacerse de ellos. Esperaba espantarlos para que nunca más regresaran y así él podría descansar en paz, hasta que otro huésped indeseable interrumpiera su sueño.

El fantasma sopló muy fuerte y manipuló las ramas desnudas del viejo roble para que arañaran la ventana de los dos niños de la familia. Sus intentos de asustarlos no fueron suficientes y el padre colocó cortinas de terciopelo.

Luego el fantasma afiló las espinas de los rosales con el único objetivo de hacerles daño. En efecto, cuando la más pequeña de la familia fue a cortar una rosa, se pinchó el dedo índice y el fantasma probó su sangre por primera vez. En ese momento sus planes cambiaron, porque aunque antes se hubiera conformado con espantarlos, ahora había probado la sangre y ansiaba obtener más.

Día tras día, el fantasma de la mansión de las rosas manipulaba los objetos y el tiempo para lastimar a la familia. Era un fantasma muy listo y hacía que aquello que sucedía en la casa parecieran simples accidentes o enfermedades. Cuanto más daño les hacía, más fuerte se volvía el espíritu.

Una mañana fría del mes de mayo, la niña se topó con el fantasma que estaba absorbiendo, poco a poco, la vida de sus padres mientras dormían. Le pidió que se detuviera y que los dejara marchar. Al principio el fantasma se negó, pero, luego de meditarlo durante algunos instantes le ofreció un trato a la pequeña: su vida por la de su familia. Ella aceptó sin comprender lo alto que resultaría pagar ese precio.

Pasaron los días y la salud de todos mejoró. Ningún suceso que escapara a la normalidad ocurrió durante varios meses. Una tarde el padre les comunicó que había encontrado un trabajo en otro pueblo y que se iban a mudar. Por desgracia, el fantasma no había olvidado el trato y la niña tampoco.

La pequeña se encontró a solas con el espectro y le pidió que la deje marcharse junto a su familia, pero un trato es un trato y no se puede romper. Las ramas de los rosales rodearon el cuerpo de la niña. Ella podía sentir las espinas como dagas perforando la piel de sus brazos. Intentó gritar, pero los pétalos de las rosas entraron por su boca y no dejaron que el sonido abandonara su garganta ni que el aire se abriera paso hacia sus pulmones.

Su hermano llegó justo a tiempo para ver como la niña era absorbida por los rosales. Junto a las flores, el fantasma se esfumó con una sonrisa perturbadora. El niño gritó y lloró, pero no había nada que pudiera hacer. Su hermana se había marchado para siempre.

El cuerpo de la niña no fue encontrado y nunca nadie creyó la historia del niño. La familia se mudó y siguió con su vida. Al crecer el niño comprendió que al igual que la historia, las rosas se pintan con sangre —leyó Sofía.

—¿Así termina el cuento? —preguntó Diego que por algún motivo se había imaginado a sí mismo como el niño de la historia y puesto a Sofía en el papel de la niña.

—Sí. ¿Te gustó? —preguntó sentándose y masajeando su cuello.

—No, fue horrible. Es muy triste ese final. ¿Por qué el niño no ofreció un trato para salvar a su hermana? —se quejó.

Sofía soltó una risita.

—La pequeña se sacrificó por su familia. A mí me gusta el cuento. No veo por qué siempre los hombres tienen que ser los héroes —reconoció.

—Es que es muy triste y luego ella se arrepintió —insistió.

—Es un libro de cuentos anónimos que me regaló Amanda, así que lo siento, pero no podrás quejarte con el autor —dijo divertida ante la indignación que sentía Diego por un simple cuento.

—Solo digo que por más que haya hecho un trato con ese fantasma, debería haber tenido oportunidad para retractarse de alguna forma. Estoy seguro de que podría haber encontrado otra solución si su familia la ayudaba. Debería haberles dicho... ¿Tú me dirías si te arrepintieras de casarte con Van Ewen, verdad? Quiero decir, no tienes que hacerlo si tú no quieres. Yo encontraría la forma de ayudarte —dijo Diego y se esforzó por mantener la mirada de Sofía que lo miraba sorprendida.

—¿Estás comparando a Antony con un fantasma? —dijo después de unos segundos y comenzó a reír.

—No, claro que no —Diego apartó la mirada y la llevó hacia la llama de la vela.

Ahora se arrepentía de haber dicho eso. Se sentía como un completo idiota. Sofía pareció notarlo y dejó de reír.

—Estaré bien con Antony. Te extrañaré muchísimo, pero prometo venir a visitarte siempre que pueda. Te prometo que nunca me vas a perder —agregó la joven y colocó una mano con suavidad en el brazo de Diego.

Él volvió a llevar sus ojos hacia el rostro de la muchacha. ¿En serio Sofía no se daba cuenta de lo mucho que él la amaba? ¿Acaso era tan ciega como para ignorar todas las señales? ¿O tan solo disfrutaba jugando con sus sentimientos de ese modo tan cruel?

Diego decidió arriesgarse a que le rompan el corazón de una vez y para siempre. Ya estaba cansado de estar rodeando la verdad con cautela. Si realmente ella no sentía nada por él, entonces intentaría arrancarla de su mente y de sus sentimientos, aunque una parte de él muriera con su recuerdo.

Con el corazón encogido por el miedo, colocó las manos sobre los brazos de Sofía y la atrajo hacia él. Sintió por primera vez la calidez de sus labios. Ella no lo rechazó, pero tampoco correspondió al beso. Él se apartó apenas unos segundos después. Podía notar la confusión en la mirada de la joven.

—¿Qué estás haciendo, Diego? Si Antony se enterara de esto te mataría. Tú no eres así. Será mejor que me vaya a dormir. No volveremos a hablar de esto —zanjó Sofía y se marchó dejando a Diego solo y avergonzado.




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