Capítulo 20: Sofía


Sofía no podía sacar de su mente la mágica noche que había pasado bailando en los brazos de Antony Van Ewen. A partir de ese momento había incluido al inglés en sus plegarias y le rogaba a Dios para que no dejara que el joven se olvidara de ella. Lo que más deseaba era que pidiera su mano pronto. Estaba segura de que había existido una conexión entre los dos.

Se había confundido antes con Pablo Ferreira, quien había resultado ser un charlatán y un mujeriego. Sin embargo, Antony era completamente diferente. Se notaba a simple vista que era un hombre de honor.

El miércoles después del almuerzo Sofía escuchó el sonido de los cascos de un caballo que trotaba sobre el pedregoso sendero que conducía hacia la estancia. Corrió hacia la ventana y distinguió al galante inglés sobre un hermoso semental. Parecía un príncipe.

—¡Tía, es Antony! No se ha olvidado de mí —anunció emocionada.

—Tranquila, que no se note que estás nerviosa —aconsejó María Esther.

Esperaron a que el muchacho se acercara a la puerta y llamara tres veces. Lo hicieron esperar intencionalmente durante algunos segundos y luego María Esther lo invitó a entrar. Antony Van Ewen saludó con cordialidad a la mujer y a su esposo y luego se acercó a Sofía para besar su mano con galantería.

—¿Cómo se encuentra hoy, mi bella dama? —preguntó, con su irresistible acento.

—Estoy muy bien, gracias por preguntar —añadió Sofía con coquetería y le dedicó una sonrisa tímida.

María Esther propuso que se sentaran en la sala, mientras ella iba por algunos bocadillos. Catalina continuaba en su habitación, Sebastián y Diego habían salido a cabalgar y Amanda por fortuna se encontraba en la iglesia, muy lejos de la mirada de Antony. Si bien el inglés no se había mostrado interesado en la joven, Sofía no podía evitar sentirse nerviosa por su causa. Era mayor que ella y su familia consideraba que era justo que se casara primero. Sin embargo, Amanda no tenía pretendientes y últimamente se mostraba muy devota a la religión. Tal vez podría considerar hacerse monja y entregar su corazón a Cristo.

La conversación comenzó tranquila y viró en torno a algunas propuestas de trabajo para Diego y Sebastián. Justo cuando Sofía comenzaba a aburrirse, Antony Van Ewen develó la verdadera razón que lo había llevado a La Rosa.

—No quiero hacerlos perder tiempo con asuntos que luego podré tratar yo mismo con sus hijos. La verdad es que me gustaría casarme pronto y la belleza de Sofía me ha cautivado. Estoy al tanto de que sería conveniente que la señorita Amanda sea la primera en casarse, pero estoy dispuesto a pagar una generosa suma por cualquier tipo de inconvenientes que pudiera ocasionar adelantar la boda —añadió el hombre sin rodeos.

El corazón de Sofía latía acelerado y Antony miraba a Óscar Pérez Esnaola muy serio. Si su tío no aceptaba el trato ella nunca se lo perdonaría. Siempre había soñado desposarse con un hombre tan rico y guapo como él. Era como un héroe de libros de cuentos. Ella estaba segura de que la protegería de toda clase de peligros y de la adversidad.

—¿De cuánto dinero estaríamos hablando? —preguntó Óscar pasando los dedos por su elegante bigote.

—Bueno, más o menos... —comenzó a decir el inglés, pero fue interrumpido.

—¡No! Mi esposo no hubiera permitido algo así. Sería injusto para Amanda. Ella debe casarse primero —sentenció Catalina que estaba parada en el umbral de la puerta de la sala con el rostro cubierto con una mantilla negra.

Parecía una bruja y Sofía sintió un profundo odio hacia ella tras escuchar sus palabras. No podía creer que su madre fuera tan injusta.

—¡Mamá, por favor! Amanda no está interesada en el matrimonio. Quizás sería más feliz en un convento —sugirió Sofía, desesperada y con los ojos enrojecidos por las lágrimas que amenazaban con escapar de sus ojos.

—Estoy seguro de que podremos llegar a un acuerdo, mi bella Sofía. No se preocupe, por favor —la tranquilizó Antony con ternura.

—Dudo mucho que Amanda quiera ser monja. No sobreviviría ni dos días en un convento, privada de las comodidades que tiene una dama —comentó María Esther y dejó un espacio para que su cuñada se sentara a su lado.

Sofía fulminó con la mirada a su tía. Se preguntaba por qué todos eran tan crueles y no eran capaces de pensar aunque sea un poco en sus sentimientos.

—Muy bien. No es mi intención causar... ¿Cómo se dice? Discordias familiares. Esperaré a que la señorita Amanda encuentre marido, pero mientras tanto me gustaría que me dieran permiso para cortejar a la preciosa Sofía. Me gustaría que seamos... novios —dijo Antony Van Ewen intentando encontrar las palabras adecuadas.

Sofía miró a su madre con una mirada suplicante.

—Está bien, pero deberán salir siempre acompañados por una chaperona. Dependerán de la buena voluntad de María Esther y de Isabel —aceptó la viuda.

—Gracias, mamá. No te arrepentirás, lo prometo —dijo Sofía, incapaz de disimular su repentina felicidad.

—Traje un regalo para celebrar nuestro noviazgo —el joven sacó del bolsillo de su chaleco una caja forrada en terciopelo negro.

La abrió acercándose a Sofía que quedó maravillada ante la hermosa gargantilla de rubíes.

—¡Es hermosa! —exclamó ella.

—¿Puedo? —preguntó él y Catalina asintió con la cabeza.

Antony se levantó y le dio la mano a Sofía para que también se pusiera de pie. Ella giró y acomodó sus bucles rubios hacia adelante mientras él colocaba la gargantilla en su cuello. Los dedos cálidos del inglés contrastaban con el frío del metal sobre su piel. Mientras él cerraba el broche de oro acercó su rostro a Sofía. Podía sentir su aliento cálido sobre el lóbulo de su oreja.

—Quiero que la uses la noche de nuestra boda. No quiero que lleves puesto nada más... —susurró antes de regresar a su asiento.

Sofía experimentó una extraña sensación de vértigo y sintió que le temblaban las piernas y que sus mejillas le ardían. Se sentó sin atreverse a decir nada. Tan solo le lanzó algunas miradas indiscretas a Antony que siguió conversando con el resto de la familia durante algún tiempo.

—Vendré a buscarla el sábado y la llevaré al teatro —prometió, besó su mano y le regaló media sonrisa antes de marcharse.

Apenas salió el inglés de la estancia, Sofía sintió su ausencia. Miles de sensaciones se arremolinaban en su interior y ansiaba con cada fibra de su ser volver a verlo pronto.

Sus primos entraron a La Rosa acompañados por Pablo Ferreira antes de que regrese Amanda.

—¡Diego, no lo creerás! ¡Antony Van Ewen y yo estamos comprometidos! —comentó emocionada asegurándose de que Pablo la escuchara.

—¡Felicidades, prima! —exclamó Sebastián poniendo una mano en el hombro de Diego que estaba tan pálido como un espectro.

—Me alegro por ustedes —se limitó a decir Pablo y se dirigió a saludar a los mayores.

Sofía estaba segura de que, aunque lo disimulaba muy bien, había visto a Pablo por lo menos un poco celoso. Después de todo, se habían besado en una ocasión y él no podía haber olvidado la suavidad de sus labios con tanta facilidad.

Diego, sin siquiera felicitarla, salió por la puerta que aún se encontraba abierta.

—¡Primo! —lo llamó ella confundida e intentó seguirlo, pero Sebastián la tomó de la muñeca y la detuvo.

—Déjalo, ya lo hiciste sufrir mucho —dijo él en voz baja y con el ceño ligeramente fruncido.

—¿Yo? ¿Por qué? ¡Jamás lo lastimaría! —agregó indignada.

—¿Acaso no te diste cuenta de que está enamorado de ti? Siempre te ha amado. Déjalo solo con su dolor —dijo Sebastián y sus palabras fueron como un baldazo de agua fría para Sofía.

¿Enamorado de ella? No daba crédito a lo que escuchaba. ¿Sería otra de las mentiras de Sebastián? No dudaba que Diego la quisiera mucho, tanto como ella a él. Eran mejores amigos, casi hermanos. Así había sido siempre. ¿De verdad Diego podía tener esa clase de sentimientos por ella? ¿Por qué nunca le había dicho nada si era de ese modo?





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