Capítulo 15: Sofía



Durante algún tiempo, la ejecución de los criollos fue un tema de conversación recurrente en el pueblo y circulaban diferentes versiones de la historia. La mayoría de los feligreses coincidían en que su muerte había sido una pérdida lamentable ya que los tres eran buenos muchachos. Sin embargo, un grupo reducido creía que formaban parte de un movimiento clandestino que abogaba por dejar de rendir cuentas ante el rey de España.

Fuera cual fuese la verdad, el luto y el miedo se apoderó de los pobladores. Los cuerpos quedaron expuestos a fin de disuadir a cualquiera que quisiera seguir sus pasos, pero eso no evitó que el padre Facundo dedicara una misa en su honor. Se veía demasiado afligido y las malas lenguas decían que aquello se debía a que en el fondo apoyaba los ideales de los traidores.

Antonio Pérez Esnaola zanjó el asunto de raíz al explicarle a toda la familia que ellos no conocían a esas personas lo suficiente y no era correcto hacerse eco de las habladurías. Por otro lado, cuando le contaron de la visita de Antony Van Ewen el buen humor se apoderó de él. El inglés era un excelente partido, ya fuera para Amanda o para Sofía. Había demostrado su gran generosidad al compensar con creces el brazo de Diego. Sin lugar a dudas, una alianza matrimonial con él resultaría provechosa para la familia.

Sofía había estado fantaseando con el inglés desde aquel día. Quizás no tuviera un halo de valentía y osadía como Pablo Ferreira, pero era muy guapo; su elegancia, sus facciones finas y su acento resultaban igual de seductores.

La joven se había encargado de bordar una gran parte del vestido de novia de su hermana mayor. También había ayudado en la decoración de la estancia La Rosa, en donde se celebraría la fiesta después de la ceremonia en la iglesia. Todo estaba quedando espléndido. Isabel era muy afortunada y Sofía esperaba tener tanta suerte como ella.

En una ocasión, Catalina llevó a Isabel a su habitación para tener una conversación privada acerca de lo que se esperaba de ella la noche de su boda. Por supuesto que Sofía intentó escuchar detrás de la puerta, pero pudo oír muy pocas palabras antes de que su madre la llevara de la oreja hacia la sala en donde estaba el resto de la familia.

El día de la ceremonia llegó junto con el otoño. Parecía como si los árboles de la estancia La Rosa derramaran lágrimas doradas para despedirse de Isabel. La joven lucía triste, pero hermosa. Ese día iba a dejar a su familia para convertirse en la señora de Páez. Sofía la iba a extrañar muchísimo, pero al mismo tiempo se alegraba por ella. En algún momento había temido que a causa de su frialdad, su hermana se quedara para vestir santos.

La iglesia estaba más llena que nunca. Muchos de los invitados de Roberto Páez habían llegado de distintos puntos del virreinato e incluso de Europa, por lo que La Rosa estaría atestada de huéspedes durante unos cuantos días.

Sofía se acercó a Esteban Páez que estaba manteniendo una distendida conversación con Mariano Bustamante. El hermano del novio la saludó apenas con una inclinación de cabeza y la ignoró para seguir contando una anécdota. La joven que no estaba acostumbrada a que nadie la despreciara se marchó con el ceño fruncido. Por fortuna distinguió a Pablo Ferreira entre la multitud y se acercó a él.

—Luce usted bellísima, mi bella dama —dijo Pablo con galantería y besó su mano.

Sofía le sonrió coqueta, pensando que Esteban Páez tendría que aprender algunos modales. Apenas tuvieron la oportunidad de intercambiar unas pocas palabras antes de que el padre Facundo les pidiera a todos que se sentaran.

Diego, a quien Sofía no había escuchado llegar, la sorprendió colocándole una mano en la espalda y la guio hacia donde se encontraba toda la familia. Ella se acomodó entre su primo menor y Amanda que lucía preciosa. Las últimas semanas había estado muy atareada entre los dibujos que hacía para el cura y los preparativos de la boda, pero el trabajo ocupaba su mente y la hacía sentirse bien.

Roberto Páez estaba muy guapo y elegante. Se había afeitado la barba por completo, lo que le daba una apariencia más juvenil. A su lado se encontraban María Esther y Esteban, los padrinos de boda, y detrás de un atrio de madera labrada, el cura aguardaba de pie.

Cuando Isabel entró a la iglesia del brazo de su padre, todos se pusieron de pie para contemplarla. Caminaba despacio como intentando postergar lo inevitable.

—No quiere casarse —le susurró Amanda a Sebastián que estaba a su lado.

—Me temo que nunca he visto a una novia que de verdad quiera hacerlo —comentó el muchacho por lo bajo.

Una vez que Isabel llegó junto a su futuro esposo, el padre Facundo comenzó a hablar:

—Queridos hermanos, nos hemos reunido aquí para que Dios garantice con su gracia vuestra voluntad de contraer matrimonio. Cristo bendice copiosamente vuestra unión y os enriquece hoy y os da fuerza con su Sacramento para que os guardéis mutua fidelidad y podáis cumplir con las obligaciones del Matrimonio.

Les preguntó si aceptaban unirse en matrimonio hasta que la muerte los separe y una vez que ambos aceptaron, los declaró marido y mujer.

—¡Puede besar a la novia! —dijo el cura y Roberto Páez besó a su esposa con ternura.

Un elegante carruaje transportó a los recién casados hasta la estancia La Rosa. Conducía Leónidas, que lucía un traje acorde para la ocasión. Sofía, Amanda y sus primos los siguieron en otro vehículo.

Los Pérez Esnaola no habían escatimado en gastos. Una boda por todo lo alto era la mejor manera de demostrar que eran una de las familias más pudientes del virreinato. Habían preparado platillos suficientes para alimentar a un batallón y el menú contaba con deliciosos bocadillos españoles y locales. Las melodías interpretadas por un pianista experto y el abundante vino especiado alegraban el ambiente.

Pocas horas después de terminado el almuerzo, las mejillas sonrojadas de los presentes, delataban los efectos del alcohol. La tarde transcurrió entre risas, bailes y alguna que otra riña pasajera entre los invitados. Sofía, por su parte, no se despegaba de la cintura de Pablo Ferreira.

—Creo que ya sé por qué las personas disfrutan tanto de los bailes —le confesó el criollo al oído.

—¿Por qué? —atinó a preguntar ella con timidez.

—Porque es la única forma de que dos personas se acerquen tanto sin que llegue a considerarse inmoral —dijo, rozando con los labios el lóbulo de su oreja.

Sofía podía sentir la cálida respiración del joven sobre su cuello y la hacía estremecer. Estaban demasiado cerca, tanto que temía que escuchara los latidos de su corazón. Un pequeño movimiento fue suficiente para que sus labios quedaran enfrentados. Muerta de miedo lo besó. Había leído muchos libros románticos como para tener una idea aproximada sobre lo que debía hacer, pero llevarlo a la práctica era muy diferente. Él correspondió al acercamiento. Sus labios eran suaves y estaban algo húmedos. Fue un beso corto, pero tierno y perfecto para ella.

Una mirada rápida a su alrededor bastó para confirmar que nadie los hubiera visto. Aún no podía creer lo ocurrido. Pablo había correspondido al beso y aquello solo podía significar que él también la amaba. Era el día más feliz de toda su vida.  




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