Capítulo 11: Isabel



Isabel les propuso a sus padres posponer la boda hasta que su primo se repusiera del ataque del perro. Sin embargo, con el correr de los días, las heridas de Diego mejoraron gracias a los intensivos cuidados de Sofía y de María Esther y no hubo necesidad de mover la fecha. No había visto a su prometido desde el día en el que arribaron a Buenos Aires y la idea de compartir toda su vida con él no la emocionaba en absoluto.

Aquella mañana las mujeres de la familia Pérez Esnaola estaban bordando los manteles que utilizarían en la boda. Los hombres de la casa, por su parte, habían salido de cacería acompañados por Pablo Ferreira, Juan Bustamante y Mariano: su hijo. Algunos años atrás, alguien había encontrado los huesos de un monstruo cerca del río y los habían enviado a España. Allí aún era tema de conversación. Los Bustamante estaban convencidos de que podrían encontrar un espécimen vivo de aquel ser. Si lograban capturarlo, las tres familias serían generosamente recompensadas por el rey.

Amanda le había suplicado a su padre que la dejara acompañarlos y por supuesto que recibió una negativa. Ir de cacería no era algo que una mujer pudiera hacer y mucho menos si se trataba de una Pérez Esnaola.

Tres golpes secos en la puerta rompieron la monotonía de la tarde y sobresaltaron a Isabel. Era demasiado pronto como para que los hombres de la familia hubieran regresado.

La tía de las muchachas dejó su bordado sobre la mesa y se dirigió a abrir. Intercambió algunas palabras que Isabel no logró escuchar y permitió que dos hombres jóvenes ingresaran a la sala. Isabel fijó su mirada en la prominente nariz de uno de ellos y luego en los paquetes que llevaba en los brazos. El otro tenía el cabello rubio recogido hacia atrás y vestía con suma elegancia. Saludaron apropiadamente a María Esther e hicieron una inclinación de cabeza en dirección al resto.

Las damas se incorporaron y fueron a recibir a los inesperados invitados.

—Lamento mucho no haber podido anunciar nuestra llegada con anticipación —se disculpó el más guapo.

Hablaba bien español, pero su acento delataba que no era su lengua materna. Isabel supo de inmediato de quienes se trataba.

—Mi nombre es Antony Van Ewen y él es Simón, mi secretario —agregó.

—Es un placer conocerlos —dijo Catalina y a continuación presentó a cada una de sus hijas.

—Lamento no haber podido pasar antes, pero quería venir en persona a ver al joven Diego. ¿Será posible que pueda hablar con él?

—Me temo que ha salido, mi señor, pero sería un placer que nos acompañe a almorzar. Estoy segura de que mi hijo y los demás habrán vuelto antes de la puesta del sol. Si le parece bien, puede esperar a que regresen —agregó María Esther.

—Sería un gran honor, pero lamentablemente tengo que organizar mis barcos para que partan esta misma noche y estamos corriendo con los tiempos —se disculpó Antony.

—Es una verdadera pena —comentó María Esther.

—Me tomé el atrevimiento de traer algunos regalos para su familia. Sé que no compensa todo el sufrimiento que debe haber experimentado el muchacho, por culpa de mi perro, pero quiero que sepan que ya ha sido sacrificado y que no volverá a ocurrir nada semejante. Me gustaría que sus hijos puedan seguir actuando como nexo entre mis proveedores locales y los capitanes de mis barcos. Por supuesto, serán ampliamente recompensados.

Amanda hizo a un lado de la mesa los manteles que habían estado bordando para que Simón pudiera depositar sobre ella los paquetes que cargaba. Antony hizo un gesto para que se acercaran y vieran los regalos.

Sofía, que era curiosa por naturaleza, comenzó a abrir los obsequios y un momento después Amanda e Isabel se sumaron. Había telas de buena calidad suficientes para confeccionar por lo menos una docena de vestidos, una caja labrada que contenía joyas, piedras preciosas y una veintena de especias y conservas diferentes. Isabel no podía creerlo, nunca hubiera pensado que el brazo de su primo valiera tanto.

A pesar de que alegaron estar apurados, los hombres aceptaron quedarse a conversar. Catalina y sus hijas se encargaron de despejar la mesa y de preparar mate y unos bollos dulces.

—¡Muchísimas gracias!, todo está delicioso. Es una bebida muy interesante —comentó el inglés, luego de degustar la infusión.

Simón, por su parte, se mantenía al margen de la conversación y, sentado junto al altivo y elegante inglés, parecía haberse vuelto invisible.

—De haber sabido que vendrían, lo hubiéramos recibido mejor —se disculpó Catalina mirando con la cabeza ladeada al inglés.

—Créame, mi señora, que todo es perfecto así. Ah, por cierto, señorita Isabel, le doy mis más sinceros buenos deseos. Don Juan Bustamante me comentó que usted va a casarse dentro de poco tiempo —dijo Antony, dirigiéndose a Catalina y luego a Isabel.

—¡Gracias! —pronunció la joven con una falsa sonrisa en el rostro.

—Si me disculpan la intromisión, me gustaría saber si las señoritas Amanda y Sofía ya están comprometidas —dijo Antony observando a las hermanas de Isabel.

—No, por el momento no tienen ningún compromiso —respondió Catalina.

Sofía le sonrió coqueta al inglés, mientras que Amanda, por su parte, estaba tan pálida como un fantasma. Isabel no pudo evitar fruncir apenas los labios, se encontraba muy incómoda. Sentía que su madre las exhibía como simples esclavas para ser vendidas al mejor postor. Se preguntó si sus padres estarían dispuestos a entregarle a alguna de sus hijas a un adinerado pirata inglés.

Tanto Antony como su secretario eran solteros y deseaban casarse pronto. Isabel reflexionó sobre lo extraño que resultaba que en un momento en donde la tensión entre España e Inglaterra no dejaba de crecer, Van Ewen se mostrara interesado en mujeres españolas. No parecía ser el tipo de persona que se dejara encandilar con la belleza. Era posible que las intenciones del inglés estuvieran más relacionadas con su beneficio económico personal que con motivos románticos. Una esposa española podía resultar la excusa perfecta para infiltrarse en tierras de la corona sin llamar demasiado la atención.

Isabel estaba casi segura de que se encontraba frente al futuro esposo de alguna de sus hermanas. A pesar de que la mayoría de las miradas del inglés iban dirigidas hacia Sofía, Amanda era dos años mayor y la costumbre exigía que ella fuera desposada primero.

Después de algunos mates los muchachos se despidieron y Van Ewen prometió que cuando regresara de su viaje volvería para conversar con los señores de la casa. No tuvo que decirlo, estaba claro que para pedir la mano de alguna de las jóvenes Pérez Esnaola. Isabel esperaba que Amanda no fuera la desdichada novia, todos recordaban sus mareos en el barco en el que había llegado a Buenos Aires y casarse con alguien como Van Ewen sería condenarla a una vida de sufrimiento. No obstante, la decisión definitiva la tendría su padre, como siempre.




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