28. Cleo
Hola!
Feliz lunes. Esperemos esta semana resulte mejor que la anterior... Muchas gracias a todos quienes respondieron a la encuesta para mi trabajo final de master! Me ando esforzando, promocionando mis historias en Facebook y demás, así que cualquier consejo que tengan para hacerme crecer en wattpad es más que bienvenido. Y muchas gracias a todos quienes me ayudan en ese sentido recomendándome en redes o grupos, compartiendo los links, creando cosas en las redes relacionadas con las historias. No tienen idea de cuanto les agradezco y los amo.
Como siempre, no se olviden de votar y comentar al final!
Y ya andamos en la recta final, así que me gustaría saber quién creen que va a narrar el último capítulo y por qué.
Xoxo,
Sofi
***
Para el momento en que regresó a la base, solo podía pensar en que había sido demasiado por un día. El viaje la había dejado completamente agotada, sin contar todas las llamadas y transacciones online que había tenido que hacer durante la vuelta para asegurarse de tener todo lo que necesitara. Planear un robo no era tan sencillo como podía parecer. Los arreglos, los pagos, el chequear que todo fuera enviado el día debido a la dirección indicada... Un trabajo bien hecho implicaba tiempo y dedicación.
Eso no dejaba de lado el hecho de que su estado actual no era el mejor. No había pensado en cuánto tensaba su cuerpo al conducir su motocicleta, hasta que cada movimiento por más pequeño que fuera le había dolido. Había recibido un mensaje de Dorant preguntándole cómo se encontraba, Cleo se había contenido de responderle con un "jódete" por simple educación y cortesía política. El joven podía esperar un buen rato antes que ella decidiera escribirle.
Tanto para ser casi amigos...
Las puertas del ascensor se abrieron, y ella sintió una punzada de decepción al ver la sala vacía. ¿Qué había esperado? Era casi medianoche. El simple hecho de haber encontrado un lugar donde comprar sushi para llevar había sido un milagro, y su estómago le recordó que todavía no había cenado. Le restó importancia a lo que fuera que hubiera esperado y fue directo a la cocina.
Se detuvo al ver a Hermes allí. Sin ron esta noche. La ligera decepción desapareció, y ella prefirió ignorar ese sentimiento. Le dio la espalda al momento de dejar su bolsa sobre la mesada y comenzar a sacar sus cosas. Doce gloriosas piezas de sushi. El salmón se veía tierno y rosado, y ella ya podía saborearlo en su boca.
—Te necesitamos entera para el golpe —comentó Hermes.
—Lo estoy —Cleo lo ignoró al abrir la heladera y coger una botella de vino blanco—. Este lugar sería mejor si tuviera una cava. ¿No es muy tarde para que estés sobrio o despierto?
—¿No lo es para que apenas estés cenando?
Cleo se sirvió una copa y se sentó sobre la mesada para mirarlo, cogiendo su bandeja de sushi y palillos. Estaba sobrio, eso era una novedad, y apoyado al otro lado comiendo una paleta de helado. Tal vez lo hubiera interrumpido antes de prepararse su trago nocturno. ¿Tanto dolería el desamor en realidad? Cincuenta mil dólares seguía siendo más que ochenta y cinco libras, pero la dignidad no debería tener precio. No para ella, y no para alguien como él considerando su ego.
—El crimen no tiene horarios —respondió ella, él sonrió—. Tampoco descanso.
—Debemos ser dos en escena para el robo —dijo Hermes—. No pongas en riesgo mis ganancias, emperatriz.
—Sé lo que hago —Cleo levantó su copa en un silencioso brindis y bebió.
—¿Cómo te sientes?
—Como si cuatro hombres que me superaban en edad y tamaño me hubiera pateado mientras estaba en el suelo por un buen rato.
Era más de lo que le había dicho a su padre de momento, debería estar contento. Cleo separó el salmón del resto de la pieza y lo comió de un bocado. Apenas se contuvo de gemir. Delicioso. Toda la espera había valido la pena por ese mísero segundo. Cogió el arroz que quedaba y no dudó en empaparlo en salsa de soja antes de tragarlo también.
—Podrías haber pedido ayuda —comentó él dándole un mordisco a su helado.
—Conseguiste la invitación. ¿No?
—No al precio que hubiera preferido —respondió Hermes—. As nos dijo de abortar. Este Janus....
—Nada que no pueda controlar —dijo Cleo.
—¿Por qué?
Porque era uno de los hermanos de Dorant, y en el fondo era blando, incapaz de golpear a una mujer. Unas pocas sonrisas y ocasiones para demostrarle que ella no era una amenaza, y eso había sido suficiente para terminar en su lista buena. Aquello no evitaba que Cleo desconfiara de sus negocios, o lo que en realidad hacía cuando no andaba jugando a ser un criminal. No era como si pudiera confesarle algo de eso a Hermes, así que prefirió ir por otra verdad.
—Janus y yo nos conocemos desde hace años —admitió—. Definitivamente más piadoso que Dorant. No alguien con quien me guste tratar de todos modos.
—¿Hay algún crim peligroso que no conozcas?
Ella lo meditó un rato, separando otra pieza de sushi y comiéndola. Bebió vino. Le gustaba creer que conocía a los suficientes, y los suficientes también la conocían, como para mantenerse fuera de problemas o al menos saber manejarlos. En secreto había esperado ser retenida junto a Janus por su pequeño número, entonces él habría murmurado algo para perdonar todo el episodio al ser hermano del dueño y todo habría salido perfecto. No había tenido esa suerte. Dorant no lo había permitido.
—Conozco todos los nombres correctos —confesó Cleo.
—Al parecer no los suficientes para que no te golpeen —contradijo Hermes.
—Pero sí los suficientes para hacer que esto funcione —dijo ella—. No dudes de mis métodos cuando los resultados son innegables.
—No dudo de tus métodos —él se acercó hasta estar frente a ella—, pero no me vuelvas a dejar a oscuras. No me gusta.
—En este mundo no siempre podemos elegir —Cleo le sostuvo la mirada.
—Pero podrías haberme advertido. Somos un equipo.
—Con suerte socios —corrigió ella.
—No me importa. Mientras este robo no se concluya, tenemos que trabajar juntos, lo quieras o no.
—Creo mi opinión es evidente —Cleo separó otra pieza.
—¿Puedes dejar de torturar al sushi de ese modo? Estoy seguro que es un sacrilegio —dijo él y ella tragó el salmón antes de coger el arroz.
—¿Quieres? —preguntó.
—No me gusta —respondió Hermes y ella lo miró indignada.
—Eso sí es un sacrilegio —Cleo lo señaló con sus palillos.
—¿Recuerdas algo de ayer?
Prefirió beber, a responder eso. No le gustaba la idea de que él supiera más que ella. No le gustaba pensar en el estado que la debía haber visto. Era una emperatriz, con su cabeza en alto y la corona intacta, como para haber sido vista de rodillas y ensangrentada.
—Dijiste que alguien mintió —Hermes se acercó otro paso, bajando su voz—. ¿Recuerdas quién?
—¿Tú recuerdas algo de la otra noche? —preguntó ella en respuesta.
—¿Sobre que mi novia se tiraba a mi hermano y todo el mundo estaba al tanto? Por supuesto —respondió él—. Eres la única persona a quien se lo he dicho, y la única a la que no le ha importado una mierda. Ni una sonrisa, ni una burla, ni siquiera una mirada de lástima.
Ni había vuelto a mencionar el asunto, porque no debería importarle. Se dijo que no le interesaba en lo más mínimo. Él había sido cruel, jugando con sus ingenuos e inocentes sentimientos, riendo con la otra chica al haberla utilizado. Cleo tan solo la había visto una vez, y por apenas unos pocos segundos. ¿Entonces por qué no le sorprendía el desenlace de todo? ¿Su tendencia habitual en no confiar en nadie fuera de su sangre? Dorant era lo más cercano que tenía a un amigo, y así había terminado la noche anterior...
—No pierdo el tiempo en cosas que no me incumben —respondió Cleo.
—Extraño, hubiera jurado que serías la primera en regocijarte de saber la verdad —comentó Hermes.
—No todo gira alrededor de ti, ciertamente no yo —ella comió otra pieza—. Y si piensas quedarte en Londres...
—Creo que una joya del Nilo es suficiente para que al menos me toleres.
—Soy una chica exigente —admitió Cleo, Hermes sonrió.
—No lo dudo —respondió él—. ¿Qué hubieras hecho si las cosas hubieran sido diferentes en New York?
Prefirió no mirarlo, y beber a responder aquello. Se habría enamorado, como una idiota, solo para encontrar seguro un corazón roto al final. Él no hubiera dejado a la otra, ni siquiera fijado en ella. Los hombres ciegos de amor no veían más allá de su pareja, tal vez por eso había sido tan fácilmente engañado. Y prefería no pensar lo que su padre hubiera hecho, porque Leo Santorini eventualmente hubiera ido a buscarla, de saber que lo había abandonado por un chico considerando todo lo que él pensaba de las relaciones.
—Emperatriz... —Hermes se acercó otro paso, ella lo detuvo con un pie en su abdomen.
—No soy un reemplazo —murmuró.
Su pulso tembló al beber otro trago. Niña tonta, cayendo por falsas palabras y gestos vacíos, como si todos esos encuentros en el pasado hubieran significado algo para él también. Había logrado meterla una noche al Metropolitan, todo el museo vacío solo para ellos. Había bailado en el templo de Dendur hasta que sus pies habían dolido, nunca habiéndose sentido tan cerca de Isis. Había llorado de frustración al ver todos los sarcófagos y reliquias robados, y había tomado su tiempo frente a cada objeto, jurándoles en secreto que algún día regresarían a donde pertenecían. Y había creído que él la besaría entonces. Solo dos adolescentes, metiéndose a escondidas en uno de los museos más importantes del mundo, riendo y correteando por los pasillos. ¿Qué otra cosa podría haber esperado?
—¿En serio crees que podría haber otra igual a ti en el mundo? —preguntó Hermes.
Ese era el problema. No necesitaba ser única en el mundo, porque ya lo era. Su sangre, su herencia, su historia, todo lo que hacía... Nadie podría compararla jamás. Había sido única desde su nacimiento, pero no había sido única para el chico que había deseado en ese momento. Tontas hormonas y sentimientos adolescentes.
—Tenemos un robo que hacer juntos, no mezclo negocios con mi vida personal —respondió ella y él cogió su rostro con una mano para obligarla a mirarlo.
—No conozco tu nombre, y tú tampoco conoces el mío.
—Pero conoces mi historia, y yo la tuya —Cleo le sostuvo la mirada con desafío—. Eso es suficiente para mí. Los hombres con corazón roto se lanzan sobre lo primero que encuentran. ¿No?
—Por supuesto. Su nombre era Hayley, y no la debe haber pasado nada bien al presenciar un arresto —respondió él.
—Tus reglas, no las mías —dijo Cleo.
—¿Y a dónde me han llevado esas reglas, más que a perder más de una década de mi vida rodeado de personas que no dudaron en apuñalarme por la espalda? —preguntó Hermes—. Puedes estarte tranquila, no eres ninguna damisela que rescatar para mí.
—Tú tampoco eres mi tipo.
—Mentirosa —susurró él.
—¿Por qué lo serías?
—¿A quién más contradices con la misma pasión que a mí?
—Te sorprendería —dijo ella y él se acercó más.
—Mentirosa —repitió, sus labios rozando los suyos con el movimiento.
Cleo contuvo la respiración. Se paralizó por la repentina cercanía. Debería alejarlo, se negaba a retroceder. Podía sentir su frío aliento, y su costoso perfume. Y escuchar el fuerte pulso en sus oídos. Debería alejarse, porque su ingenuo yo joven no lo había hecho y así había terminado. Pero ya no era tan tonta como entonces, o tan crédula. Quizás fuera cuestión de una vez para descartar por completo la opción, como había sido con Dorant. Eso había funcionado.
No supo cuál de los dos fue más rápido, si ella en cogerlo por su chaqueta para tirar de él, o Hermes en tomarla por la cintura y acercarla. Solo supo que había deseado y llorado demasiado ese beso de joven como para que ahora su corazón diera un vuelco ante el tacto de sus labios. Se sentía hambriento, y desesperado y tan malditamente bien que él se hubiera quebrado primero, que la deseara.
Hermes la atrajo más cerca. Ella alejó los restos de su cena de la mesa. La copa rodó y cayó en el lavabo, rompiéndose en el acto. As y su obsesión por el orden podían irse a la mierda. Luego de lo que había hecho la noche anterior merecía un buen beso, uno que debería haber sido suyo demasiados años atrás. Uno que se había ganado por estar cumpliendo tan bien el plan.
Sus labios eran fríos y demandantes, su agarre tan fuerte. Jadeó cuando él besó su mandíbula, y echó su cabeza hacia atrás para darle mejor acceso a su cuello. Culpó al sushi, y al vino. Culpó a todo lo que podía culpar en ese instante. Y se culpó a sí misma, porque sería tonto no hacerlo.
—Esto no cambia nada —murmuró ella, poniendo una mano en su hombro para alejarlo.
—¿Alguna vez piensas en algo más que en tus joyas? —preguntó él sonriendo.
—Durante un trabajo, el objetivo es en lo único que pienso —Cleo lo empujó lejos con su pie, Hermes rió.
—Te sorprendería lo fácil que es repetir un robo —comentó.
—No cuando la historia está al alcance de mi mano.
Ella bajó de la mesada de un pequeño salto, sus tacones encontrando el suelo. Cogió la bandeja de plástico para tirarla junto con los restos. Apenas le dedicó una mirada a la copa rota. Había recibido una paliza en Cross Station, As podía lidiar con un vidrio quebrado la mañana siguiente. No era como si le importara.
—Deberías saber que siempre priorizo el trabajo —declaró Cleo, y sintió sus pasos mientras la seguía fuera de la cocina—. Es el único modo de llegar a la cima. El crimen existió aquí, antes que en tu país. Y seguirá existiendo cuando todo lo demás falle, porque el ser humano siempre prefirió hacer justicia por mano propia.
—¿Y acaso somos capaces de determinar la justicia? —susurró él en su oído y ella le restó importancia al avanzar por el corredor que llevaba a los dormitorios.
—Los dioses son los únicos capaces de impartir verdadera justicia, en mi creencia o cualquier otra —respondió Cleo alcanzando las escaleras—. Te miran a los ojos después de la muerte, y pesan tu corazón. ¿Qué es una ladrona de antigüedades contra un político corrupto? ¿Una simple criminal con clase contra un policía cruel? ¿Un estafador como tú contra un dictador? Este mundo, es regido por las leyes de los hombres, cuando solo la justicia de los dioses debería importarnos.
—¿Y si no crees en nada? —preguntó Hermes, ella se dio vuelta para mirarlo al alcanzar su piso.
—Entonces tampoco deberías creer en las leyes de los hombres.
Hermes la alcanzó y tomó su brazo, tirando de ella para darla vuelta. Cleo echó su cabeza hacia atrás para poder mirarlo. Era su juego, y él no debería salirse de las reglas.
—El hombre no tiene paciencia para esperar por la justicia divina —susurró él—. Desea las cosas en el aquí y ahora, no cuando la vida llegue a su fin.
—Por eso somos criminales —respondió ella—. Tomamos lo que deseamos en el momento, sin segundos pensamientos.
La besó primero esa vez, tenía que ceder en eso. Del mismo modo que su cuerpo cedió enseguida también. Era una sorpresa, debía admitirlo. Una parte de ella no había creído que volvería a suceder. Cleo cogió su corbata y tiró de él en dirección a su habitación. Solo una vez, para asegurarse de tenerlo en su mano y que él no se atreviera a traicionarla. No de nuevo. Para que supiera que le haría la vida imposible si se quedaba en Londres o cualquier parte del Reino Unido.
—Espera —él se detuvo antes que pudieran meterse dentro—. No en un lugar donde tienes que dormir todas las noches si te arrepientes.
Era algo curioso que se preocupara por esos detalles. Quiso decirle que ya no cometía errores, pero prefirió callar y dejar que él los metiera en su habitación. Poco importaba el lugar. El sonido de la puerta al cerrarse fue tranquilizado, sin tener que estar preocupándose por miradas curiosas. Siempre había sido demasiado discreta en cuanto a sus relaciones, como para ahora cometer un desliz semejante.
Pateó sus zapatos fuera. Hermes le quitó su camiseta. Y era frustrante, porque deseaba que la tomara con más fuerza, sentir la necesidad en su agarre, y notaba cada gesto en el que él se estaba conteniendo de hacer aquello, pero sabía que un simple roce en alguno de sus golpes y terminaría chillando de dolor. No era justo.
Siguió moviéndose hasta llegar a la cama. Tiró de él hacia abajo con ella. Que ese capricho adolescente terminara allí de una vez, para poder olvidarse completamente de lo sucedido. Tal vez de ese modo pudiera dejar de pensar en el pasado, concluyendo el único robo que no había logrado antes.
Sus manos fueron rápidas en deshacer su corbata y encontrar los botones de su camisa. Cleo los abrió sin dudarlo, sintiendo la cálida y tensa piel debajo. Quería clavar sus uñas en su espalda y mantenerlo allí, dejarle su marca como otra de sus presas. En su lugar le quitó su cinturón, tirando de su pantalón hacia abajo también. Él hizo lo mismo al desabrochar el pantalón de ella y quitárselo, sus manos torpes.
Cleo se apoyó sobre sus codos para continuar besándolo cuando él se levantó para patear fuera sus zapatos y su prenda. Se alejó un instante. En otra ocasión, lo hubiera hecho para apreciar su cuerpo. Sentir los magros músculos de su brazo, rozar sus definidos abdominales, apreciar la perfecta ve en su cadera. Y para que él la viera también, porque ella estaba orgullosa de su físico. En esa ocasión lo hizo porque algo había cambiado en el beso, y simplemente no se había sentido bien.
—No puedo —Hermes la miró con desesperación a los ojos—. Lo siento, pero no puedo.
Ella suspiró al oírlo, como si hubiera estado esperando siempre ese momento. Extendió una mano y acarició su rostro, su piel sintiéndose rasposa por la incipiente barba y ardiente bajo su tacto. Él se tensó, el dolor y la sorpresa evidentes en su mirada. ¿Qué esperaba? ¿Que se pusiera de pie, recogiera sus prendas y partiera con su orgullo intacto? Nadie tenía tal poder como para hacerla sentir mal.
—¿La sigues amando? —preguntó y él sacudió enseguida su cabeza.
—No. No es eso. Yo...
Qué curiosas eran las relaciones humanas, como uno era capaz de desear físicamente a otro sin tener el más mínimo sentimiento. O a la inversa. O tal vez, si uno era afortunado, una mezcla de ambas. Ella sabía mejor que nadie la verdad que todos los hombres callaban, en el fondo eran mucho más sentimentales que las mujeres.
Hermes se dejó caer a su lado y ella se giró para mirarlo. Las personas no dejaban de amar a alguien de un día para el otro, sin importar cuánto les hubieran roto el corazón. Mucho menos si se trataba de un final luego de tantos años. ¿Ella le habría dicho algo cruel? Él la había inculpado de un crimen en venganza, a Cleo no le sorprendería que la joven hubiera decidido devolver peor el golpe. Él habría estado desesperado por comprender el porqué, ella le habría dicho algo bajo como que su hermano era mejor en la cama. Qué frágil resultaba la masculinidad.
—¿Quieres que me vaya? —preguntó Cleo en un susurro y él cogió su mano.
—No —confesó—. Tan solo...
—No tenemos que hacer nada que no quieras.
—¿Por qué las cosas no funcionaron antes, Santorini? —preguntó Hermes mirándola a los ojos.
—Me convenciste de robar algo que luego te quedaste y me entregaste a la policía —respondió Cleo—. Me utilizaste. Creo que es motivo suficiente.
—¿Y qué estás esperando para devolver el golpe?
—No tengo tiempo para venganzas. No le aportan nada a mi vida.
—Todos en esta vida traicionan tarde o temprano —dijo Hermes.
—Entonces puedo asegurarte que cuando te traicione, no dolerá —Cleo acarició apenas su rostro—. Tienes mi palabra al respecto.
—Tan justa emperatriz —Hermes cogió su mano y besó la punta de sus dedos.
—¿Que quieres? —preguntó ella y casi rió ante su expresión al escucharla—. Me gusta rudo, y pasional, pero no creo que sea conveniente considerando el estado de mi cuerpo ahora. Nunca me quedo a dormir, y no dejo que otro duerma en mi cama. Y no permito que jamás se hable sobre lo sucedido.
Qué extraño, escoger una sola persona para pasar tanto tiempo en pareja habiendo tantas opciones en el mundo. No podía imaginar el elegir una sola pareja para el resto de su vida, o siquiera considerar el pasar su vida con un igual por fuera de su familia. ¿Él lo habría pensado?
Hermes se acercó y la volvió besar, suave. Ella no se movió, dándole su espacio para alejarse si lo necesitaba. Se quedó quieta cuando él encontró su cintura, deslizándoles la punta de sus dedos sobre la piel de su silueta de un modo tan delicado que casi la hizo temblar. Él murmuró un "despacio" contra sus labios, y ella se dejó llevar por las sensaciones. Sí, podía intentar eso. Sería una primera vez, pero todo merecía una oportunidad.
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