25. Hermes

Hola!

Feliz viernes!

La cuenta de fans de Instagram kindomofdalesist estará haciendo este fin de semana una actividad sobre mis historias, y el premio mayor es dedicación del próximo capítulo de Cinco de Oros para que estén al tanto.

Also, como todos los viernes, nos vemos en el live dentro de unas horas! En las stories del instagram SofiDalesioBooks van a encontrar la cuenta regresiva y van a poder conectarse. ¿Pueden creer que ya votaron una Cleo y un Hermes? Hannah Kleit y Valentin D'Hoore, y en un rato terminan las votaciones para escoger una Siri. 

Sin distraerlos más, les dejo debajo el cap de hoy. No se olviden de votar y comentar al final!

Y mi pregunta del día es si tienen un momento favorito en lo que va de la historia y cuál.

Xoxo,

Sofi

***

La partida se dio por terminada. Una vez que Janus había sido descalificado por tramposo, el resto había fluido demasiado rápido.

Debería haber sonreído cuando una mujer tomó sus huellas y le entregó la costosa invitación laminada en oro, la firma de Ninshiki abajo. Su mente no estaba allí. Cleo había dicho cinco minutos. ¿Entonces por qué todavía no había vuelto? Su silencio lo estaba volviendo loco.

Hermes había jugado el resto de las manos por inercia, manteniendo la cuenta de cartas y queriendo terminar aquello cuanto antes. Con su principal oponente fuera, no había sido difícil. No había esperado encontrarse con alguien que tuviera tan buena memoria como él o fuera tan rápido con las cartas, pero su contrincante había tenido mejor suerte. Todavía no había aprendido a dominar el azar.

Pero nada de eso importaba, porque no había señal alguna de Miss Santorini. No debería inquietarle aquello. Era grande, podía cuidarse por su cuenta. Aun así, Cleo Las no era del tipo de guardar silencio, y él no podía verla por ningún lado. No se encontraba en la barra donde la había visto la mayor parte de la noche, ni tampoco en el piso de juegos. No había rastro de ella en ninguna parte.

—¿Alguna señal? —preguntó As.

—Nada —admitió Hermes.

—Su comunicador está fuera de línea —agregó Siri.

—Mierda —murmuró As—. ¿Puedes rastrearla por su móvil?

—Sin señal —respondió ella.

Nada de eso estaba bien. Intentó mantener la calma, sentir lo que aparentaba. Cleo era apasionada, y tendía a exagerar bastante algunas veces. Cross Station no podía ser tan peligroso como ella había dicho.

Cogió su móvil y buscó en la agenda. Como había sospechado, solo tenía otros cuatro números allí. La llamó. Nada. No podía irse de allí sin ella. No podían hacer el golpe sin ella. Y prefería no imaginar lo que sería de él, si algo le había pasado a Cleo y la familia Santorini se enteraba.

—¿Tienes la invitación?

—¡No es el momento, As! —se quejó Siri.

—¿Sigues sin encontrar a Cleo? —la voz de Houdini estaba teñida de preocupación.

Niños. No sabían lo que era moverse en este mundo. No conocían el verdadero peligro que implicaba. Creían que los altos círculos eran cuestión de apariencias y fiestas, como si la gravedad no existiera y las leyes de la física no dijeran que la sangre siempre caía desde arriba hacia abajo. Ellos tal vez vivieran en un charco de sangre, pero eran los de arriba quienes la derramaban.

Se detuvo al ver a Janus entrar por una discreta puerta a un lado. Si él le había hecho algo a Cleo por haberlo inculpado... El joven parecía mucho más preocupado por su teléfono, intentando hacer una llamada que claramente no lograba conectar. Hermes se acercó sin dudarlo. Nunca le había atraído la violencia en lo más mínimo, no recordaba jamás haber dado un golpe, pero Cleo no aparecía y si él le había hecho algo...

—Me debes un favor, lo devuelves cuando lo reclame —Janus no lo dejó hablar ni levantó la mirada de su móvil.

—¿Dónde está....?

—No tengo tiempo para esto —Janus lo miró de un modo letal antes de dejar algo en su mano—. Siempre cobro mis favores.

Partió sin que Hermes tuviera la oportunidad de comprender qué había sucedido. Bajó la mirada solo para encontrar el brazalete de Cleo en su mano. Su corazón se encogió enseguida. No podía dejarlo escapar, un favor podía ser algo demasiado costoso en el futuro. No se encontraba en una posición para apostar a lo desconocido. No con alguien que todos parecían preferir evitar.

No lo pensó al momento de dejarlo ir y correr hacia la puerta por la que había aparecido. Miss Santorini era más importante. Podía arreglar eso después, no podía arreglar una vida. No podía perderla antes de ganar su perdón, y ni siquiera sabía por qué le interesaba tanto lograr aquello.

El fresco viento nocturno lo recibió como una bofetada. No había nadie allí. No podía ser. Se llevó ambas manos a la cabeza, tirando de su cabello. ¿Qué había sucedido? Intentó mantener la calma, pero era difícil pretender sin nadie a quien engañar. ¿Cómo había permitido que aquello pasara? Ninguna invitación valía eso. Cinco millones de libra no valían una vida. Ni ochenta y cinco libras. Ni cual fuera el precio que los demás le hubieran puesto a ese golpe.

Alguien gimió.

Se dio vuelta enseguida. Cleo estaba sentada en el suelo, apoyada contra la pared. Fue extraño, pero sintió que su corazón volvía a latir. Se apresuró en acercarse a ella, arrodillándose para comprobar que seguía respirando. Su rostro estaba completamente cubierto de sangre, sus ojos cerrados. Tomó su cabeza con cuidado, tanteando su cuello en busca de un pulso. Cleo abrió apenas los ojos para mirarlo.

—Está bien, emperatriz. Soy yo —dijo él.

—Mis joyas... —su voz fue apenas más que un débil susurro.

—Serán tuyas pronto —Hermes cogió su mano con delicadeza—. Solo aguanta.

—La invitación...

—La tengo.

Él sostuvo su mano con firmeza, los dedos de ella no tenían fuerza alguna. No estaba bien. Cleo volvió a cerrar los ojos. No, tenía que permanecer despierta. Tenía que sacarla de allí cuanto antes. Jamás debería haberla perdido de vista.

—Houdini, sácanos de aquí ahora mismo —dijo Hermes—. ¿Me escuchaste?

—No sé dónde están —respondió el crío.

—Tengo su ubicación, ya te la envío —Siri saltó en el acto, antes que él pudiera responderle de mal modo—. Oh, oh...

—¿Qué? —preguntó Hermes.

—Están en medio de una manzana —la voz de As fue determinante—. ¿Pueden moverse?

Miró a Cleo, su estado tal vez peor de lo que creía. Palmeó su mejilla con suavidad, necesitaba mantenerla despierta. Sus labios se movieron en una silenciosa palabra. No debería moverla. No podía dejarla allí.

—Solo dime hacia donde ir —respondió.

Aflojó su corbata y arremango su traje. Tenía que sacarla de allí. Sin importar el costo. Cualquier alternativa era mejor a esperar que depredadores aparecieran o alguien quisiera terminar lo que había quedado inconcluso. No les prestó atención a los demás discutiendo entre ellos. Solo ella importaba. Tomó su mentón con firmeza, obligándola a levantar su cabeza y mirarlo. Cleo abrió apenas sus ojos.

—Santorini —susurró para que solo ella oyera y Cleo le sostuvo la mirada—. Hay legado en tu sangre. ¿No? Te tienes que mantener despierta. Tu abuelo escapó del mismo Mussolini. Tu padre robó cada museo de este maldito país. Puedes mantenerte consciente hasta que te consiga un médico.

—Me lo debes —ella le escupió sangre, él sonrió.

—Y una cena en el Meurice —agregó Hermes—. Ahora mantén la cabeza en alto, emperatriz. No queremos que tu corona se caiga.

Se dio vuelta y la obligó a subirse a su espalda. Sujetó con fuerza sus delgadas piernas al levantarse, asegurándose de estar inclinado hacia delante para que ella no se cayera. Sus brazos colgaban sin fuerza alguna sobre sus hombros. Chica tonta, priorizando el robo sobre su vida. Esas joyas no podían valer tanto para ella. Cual fuera su noble causa por devolver siempre las reliquias a su país, tenía que empezar a pensar un poco más en ella.

Escuchó las indicaciones de As y comenzó a avanzar. Miss Santorini seguía respirando, eso era todo lo que importaba. Debió haber tomado más en cuenta sus advertencias sobre Cross Station. Debió haberla escuchado mejor. Podía pretender ser una chica malcriada, pero jamás hubiera logrado hacerse un lugar sin apegarse a la fama de su padre de no ser capaz.

Ella murmuró algo que no pudo comprender.

—¿Qué? —preguntó Hermes.

—No... soy... tu... damisela... que... rescatar.... —susurró ella y él sonrió.

—Discúteme lo que quieras, pero permanece despierta.

—Imbécil.

Podía ceder en ese punto. Había sido un imbécil al creer que no perdía nada con despreciarla en New York. En un mundo tan cruel y podrido, la mordaz honestidad de Cleo Las era una bendición.

Contuvo una maldición al encontrarse frente a una cerca. Quiso insultar a As, pero el otro criminal no tenía modo de saber por dónde lo andaba guiando, y tampoco tenía tiempo que perder. Le murmuró a Cleo que se agarrara con fuerza al momento de saltar y alcanzar la cima. Tiró de ambos hacia arriba. Cleo gimió de dolor. Houdini murmuró algo sobre haberse acercado cuanto era posible. Hermes saltó al otro lado.

Sus rodillas dolieron por el aterrizaje. Llevaba demasiado tiempo fuera de las calles en ese sentido. Tal vez también fuera su culpa, por haber sido vago con crímenes de clase y palabras, creyendo que el dinero que pudiera conseguir era la recompensa en vez de cual fuera la pasión que Cleo Las sintiera al recuperar su historia.

—¿Sigues despierta?

Ella no respondió. Pellizcó su pierna sin resultado alguno. Se apresuró y corrió el resto del trayecto. Houdini lo estaba esperando en la calle, el vehículo ya en marcha. La puerta trasera estaba abierta. Fue rápido en meterse junto con Cleo, cerrándola en el acto. Houdini giró desde el asiento del conductor para mirarlos. El crío palideció por completo al ver a Cleo cubierta de sangre.

—¿Qué suce...?

—¡Solo acelera! —dijo Hermes.

Houdini obedeció enseguida ante su urgencia, dándose vuelta y clavando su pie en el acelerador. Se fijó en Cleo. Sus ojos estaban abiertos, sus labios moviéndose en algo imperceptible. Limpió las lágrimas de sus ojos, sujetando con firmeza su mano. Necesitaba mantenerla despierta.

No le gustaba nada de aquello. Houdini estaba pidiendo un médico, y las voces de As y Siri seguían zumbando en su oído, y nada de aquello estaba bien. Chequeó rápido que ella todavía tuviera sus cintas pegadas a sus orejas para que nadie pudiera ver su diseño exacto. Miss Santorini había cuidado durante demasiados años cualquier rastro que pudiera dejar, como para ahora exponerse a un grupo de desconocidos.

—Puedo ocuparme —susurró él, ella movió sus labios de nuevo—. Resiste.

Cleo intentó hablar otra vez y él se inclinó para poder oírla. Su respiración no era más que el suspiro de un ave. Sus suaves labios rozaron su piel, machándola de sangre también. Pero estaba viva. Eso era suficiente.

—El robo... —murmuró ella.

—Deja de gastar energía en eso.

—Mintió.

—¿Quién? —silencio. Hermes la miró solo para encontrarla inconsciente—. Emperatriz. Emperatriz. ¡Cleo!

***

Fue, tal vez, una de las noches más largas de su vida.

Sabía sobre insomnio. Conocía la tortuosa agonía de no poder conciliar el sueño, la inseguridad torturándolo porque los besos de su pareja no sabían igual, la paranoia burlándose porque tal vez estuviera viendo cosas donde no estaban, el saber que estaba siendo engañado y no encontrar prueba alguna.

La prueba había sido peor. Todo el mundo lo había tratado como si estuviera loco al compartir sus sospechas, restándole importancia y diciendo que andaba perdiendo el tiempo. Por días, semanas, meses. Solo Berty se había atrevido a darle paz, y ni siquiera le había dado una respuesta. Solo una dirección y una hora.

Así que Hermes había cancelado a último momento un viaje de negocios, sin decir nada, y había ido al Plaza como su asistente le había indicado. Esperando... ¿Qué? ¿Que su tonta esperanza de no estar equivocado no fuera en vano? ¿Confirmar que su chica lo estaba engañando con algún desconocido?

Había pedido un ron, el frío de New York en Diciembre habiéndolo congelado. El intenso aroma de las rosas en la recepción por la época festiva había sido insoportable. La espera había sido insoportable, con todos sus nervios de punta. Nunca antes había estado tan inquieto, tan desesperado por estar equivocándose. Por una vez en su vida, deseó estar cometiendo un error en sus suposiciones, aun cuando nunca había pasado.

Theo había aparecido, y él no le había dado importancia. Una coincidencia. Su hermano mayor siempre había disfrutado de hacer sus negocios en el Plaza. Por supuesto, Theo había encendido un cigarrillo y comenzado a fumar importándole una mierda las leyes sobre prohibiciones en lugares cerrados. Hermes siempre había odiado el aroma del cigarrillo, lo había sentido incluso guardando las distancias. De todos modos, Theo tenía a todo el personal en su bolsillo como para que le dijeran algo.

Ver a una médica tratar a Cleopatra Las inconsciente en su dormitorio y no poder hacer nada era casi tan tortuoso como estar esperando en el Plaza solo para ver a su pareja encontrarse con su hermano como un par de viejos amantes. Para nada doloroso, pero definitivamente no tenía paciencia para aquello.

La mujer le había quitado el vestido y limpiado la sangre, vendado las heridas y tratado los golpes sin decir nada. Y había partido, con el mismo silencio y profesionalismo, una vez que As le había pagado al contado un buen fajo de billetes.

Hermes no dejó ni un solo instante a Cleo sola, desafiando con la mirada a As a que se atreviera a hacer algo. No podía culparlo, el joven había ordenado la retirada y ella había insistido en quedarse, y Hermes había tomado la decisión de confiar en Cleo antes que As. Eso no evitaba que no confiara para nada en él, ni sus intenciones. Y Cleo tenía secretos demasiado valiosos que guardar.

No pensaba permitir que As se le acercara a ella, él tampoco intentó. Partió junto con la médica, no sin antes advertirle que lo llamara si lo necesitaba. Siri apareció en un momento para dejar demasiado chocolate en la mesa de noche, murmurando algo sobre que Cleo había mencionado que le gustaba y para alegrarla cuando se recuperara. Houdini se pasó para preguntar cómo se encontraba.

No permitió que ninguno se quedara mucho tiempo. Ellos conocían a Cleopatra Las, y Hermes no podía dejar que esa ilusión se rompiera. Miss Santorini vivía de su imagen y el renombre que se había hecho, su posesión más preciada siendo su identidad, como para que él dejara que alguien pudiera revelar la verdad.

Su cuerpo entero deseaba rendirse por toda la tensión y problemas de la velada, pero no podía abandonarla. Aunque aquello significara pasar la noche en vela. Había conseguido la invitación, porque Cleo había preferido poner su vida en riesgo al romper las reglas que abandonar el robo. Se lo debía. Por aceptar trabajar con él a pesar de cómo habían terminado las cosas en New York, por tolerarlo, por no haberse burlado ni menospreciado al confesarle la verdad.

¿No podía aquello haber sucedido antes? Previo a su confesión de la otra noche, al Dom Pérignon, a esa dura vez que había preferido que ella lo atacara al culparlo de haber tocado el asunto de su madre, porque aquel había sido el peor momento, donde había comprendido que prefería callar y dejarla descargarse en vez de burlarse de su estado o intentar sacar provecho de ello.

Estaba jodido.

Una amiga. Amigos estaba bien. Ella siempre le diría la cruda verdad y él podía cubrir sus huellas cuando Cleo no pudiera. Huellas dactilares, orejas, labios, pasos. Esos eran los cuatro aspectos que los Servicios Secretos utilizaban para identificar personas. Por eso mismo Cleo era tan cuidadosa en cubrirse. Sin huellas, siempre con sus auriculares puestos o cintas pegadas, limpiando de cual vaso bebiera y comiendo todo de un bocado en vez de morder, caminando al ritmo de cual canción estuviera murmurando en su mente.

¿Qué se suponía que hiciera? Contactar a su familia estaba fuera de cuestión, Cleo sería capaz de matarlo y prefería no pensar en lo que la familia Santorini le haría si siquiera lo consideraban responsable. Y lo considerarían responsable.

Era admirable que tuviera una familia así, tan unida y tan leal, tan protectores los unos con los otros a pesar de su historial. Envidiable incluso. Se había equivocado al creer ser mejor que ella en el pasado. Miss Santorini tenía algo que él jamás tendría, ni siquiera podía imaginar. Y estaba bien. Ella se lo merecía. Por el corazón que tenía para la historia, por el modo en que pretendía que nadie le importaba cuando en realidad complacía a Siri o respetaba a Houdini, por no haberse burlado y vengado de él cuando le había dado la oportunidad.

Y se lo debía, porque si habían conseguido la invitación esa noche, era porque Cleo había tenido el valor de enfrentar lo que el golpe implicara si eso la acercaba un paso a sus joyas. 

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