24. Cleo

Buen domingo!

Aquí es de noche y mi día ha sido de locos, pero he logrado editar el cap a tiempo. Muchas gracias a todas las cuentas de fans y memes de mis historias que están surgiendo en instagram! No deben de etiquetarme o hablarme para compartirlas por todas partes.

Como siempre, no se olviden de votar y comentar el cap al final!

Mi pregunta del día de hoy es simple: Están disfrutando de la historia? Llevaba tiempo sin escribir nada contemporáneo, y en lo posible realista... 

Xoxo,

Sofi

***

Cross Station se encontraba entre sus lugares menos favoritos de Londres. Era un hecho. Sabía que debería estar orgullosa de siquiera recibir invitaciones para ir, era una muestra de poder y su posición en la escena pública de los criminales. Solo aquellos más arriba lograban entrar a Cross Station. Otro sitio en el cual mostrarse para recordar que nadie debía meterse en los asunto de Cleo Las, todo sin necesidad de cumplir ninguna amenaza.

Aun así, no le gustaba ir.

La primera vez que había recibido una invitación, había ido. Una regla de base. Nunca rechazar nada similar, aquello era asegurarse de no volver a recibir una. Y había estado bien al principio. La emoción de la exclusividad, música, alcohol, hacer algunos contactos conveniente. Del tipo que su padre le había enseñado. Ser amigo del diablo, no su enemigo, y jamás mezclar negocios. El encanto evitaría que otros quisieran matarte sin motivo, y atraería aliados, palabras de Leo Santorini.

Eso no cambiaba que no le atraía para nada la idea de lo que estaba haciendo. La primera vez que había presenciado una ejecución había sido en Cross Station. Y había aprendido que los criminales eran lo último por lo que tenía que preocuparse allí.

—Tienes que alejarte de la zona —murmuró Cleo—. No puedes quedarte dando vueltas o esperar en el auto. Búscate algún lugar que esté abierto y ve a pasar el rato allí. Si alguien te intercede, eres el chofer de la señorita Las. Quería beber, así que te contraté. Me llamas si hay problemas.

Houdini lucía como si ella le acabara de anunciar que se había terminado el cereal. Cleo tuvo que recordarse que solo se trataban de negocios. Eran socios, otro mister Nobody, nada más. No le importaba ni necesitaba saber la edad del crío, e intentaba no pensar en el peligro en el que lo estaba arrastrando. Podía encargarse de todo. Él no tenía porqué salir herido.

—¿Cuánto tiempo tomará? —preguntó Houdini y ella suspiró.

—No lo sé —admitió.

—Dos horas —respondió Hermes desde el asiento de atrás y Cleo encontró su mirada en el espejo retrovisor—. Si toma más de dos horas, la partida está arreglada.

Era una opción, aunque ella sabía mejor que nadie que ningún negocio estaba arreglado en Cross Station. Iba contra las reglas.

Señaló un lugar delante donde detenerse y Houdini obedeció. Podía sentir los fuertes latidos de su corazón en su pecho. Se dijo que sería como cualquier otra vez al salir del vehículo, excepto que el fracaso no era una opción. Cinco joyas del Nilo. Intentó imaginarlas, sentir el peso en sus manos, la satisfacción al recuperar lo robado. Podía hacerlo.

Le hizo una seña a Hermes para que la siguiera, concentrándose en el imponente sonido de sus tacones contra el asfalto al cruzar la calle. Él no había mencionado nada sobre la otra noche, y ella había preferido no hacerlo tampoco. Tal vez fuera lo mejor. No había lugar para segundos pensamientos en ese tipo de vida. Nada cambiaría el pasado.

—¿Es malo? —preguntó Hermes detrás.

—Puedo sacarnos con vida de aquí si las cosas se complican —respondió ella, tal vez más para convencerse a sí misma que otra cosa.

—¿Por qué a todos les aterra tanto este lugar?

—Porque cometes un error, y terminas muerto en medio de la pista de baile.

Ella se detuvo al llegar a un callejón. Se dio vuelta para enfrentar a Hermes, siendo consciente de las cámaras de seguridad filmándolos y la discreta puerta metálica a un lado. Nadie, en todo Londres, jamás sospecharía de que ese fuera un oscuro rincón distinto a los miles que tenía la ciudad. La contraseña cambiaba cada noche que Cross Station estaba activo, la entrada también, incluso la hora de admisión.

Suspiró y se acercó un paso para arreglar la corbata de Hermes. Había cogido una de sus pelucas favoritas, asegurándose de dejar mechones que cubrieran sus orejas para disimular el diminuto auricular que traía puesto. El micrófono se encontraba en uno de sus brazaletes. No le atraía para nada la idea de estar conectada, prefería no imaginar las consecuencias si era descubierta, pero la situación lo demandaba.

Desató el nudo y lo volvió a armar, deslizando con cuidado un micrófono entre la suave tela negra. Él estaría más expuesto que ella. Y aunque sabía que aquello no debería afectarle, no podía evitar pensar en lo que podría llegar a hacer si Hermes se veía amenazado.

—Cross Station no es peligroso solo por los criminales que lo frecuentan —murmuró Cleo mientras terminaba de armar su corbata—. Lucifer era el ángel más hermoso del cielo, el favorito de Dios. Las personas creen que lo traicionó por soberbia, queriendo más poder y estando celoso de los humanos. Nadie se pone a pensar que tal vez eso es lo que se supone que parezca. Una perfecta fachada, para que Dios ponga a su servidor más confiable a controlar los demonios como su rey. No por nada se dice que el diablo tiene dos rostros.

Se alejó tras ajustar el nudo y llamó a la puerta. Mantuvo su cabeza en alto durante toda la secuencia. Presentaciones, contraseña, otro incómodo hisopado para demostrar que no era un riesgo biológico... El guardia en la entrada le entregó un pequeño farol, y ella siguió escaleras abajo el oscuro pasadizo, Hermes a sus espaldas.

Pocos conocían en realidad la verdadera extensión del underground de Londres, la cantidad de túneles y estaciones construidas que nunca se habían utilizado ni tenían propósito alguno en la actualidad. Sospechaba que ni las propias autoridades sabrían en realidad todo lo que se ocultaba allí. Pero era un sistema perfecto, un laberinto de oscuridad cuya entrada cambiaba a cada ocasión, pero siempre llevando al mismo lugar.

—Ojos en el objetivo —dijo Hermes a sus espaldas.

Cleo ahogó una risa, apenas conteniéndose de decirle que no era una principiante. Se detuvo frente a la pesada puerta de metal al final. Tuvo que utilizar todas sus fuerzas para lograr abrirla, el metal chirriando contra el suelo. Qué horrible sonido.

Fue tragado casi al instante por la música dentro. Hermes se ocupó de cerrar la puerta antes que Cleo pudiera hacerlo. Las luces estaban lo suficientemente bajas como para que ella se relajara un poco, se sentía a salvo en la oscuridad. También había menos gente, lo cual no debería gustarle sabiendo que sería difícil perderse allí. Pero Cross Station siempre había sido así.

—Juegos arriba, negocios abajo —murmuró Cleo—. No bajes la guardia. No hagas trampa. Me llamas si me necesitas.

No esperó una respuesta. Se alejó antes que más personas pudieran verlos juntos, incluso cuando nadie se metía en negocios fuera de los suyos en Cross Station. Fue directo a la barra, sentándose en uno de los altos taburetes y esperando que su racha mejorara. Levantó una mano y pidió champagne.

—Estamos dentro —susurró.

Mantuvo su brazalete a la altura de sus labios, apoyada sobre sus codos en la mesada. Fingió desinterés al mirar su móvil mientras el barman le servía una copa. Los operativos en equipo le parecían una pérdida de tiempo. Los demás no necesitaban saber lo que hacía, o con quién hablaba, o dónde estaba. No necesitaba seguir exponiendo sus contactos y sus métodos.

—¿Todos en posición? —preguntó As en el auricular.

—Encontré un McDonalds abierto —declaró Houdini y Cleo escuchó a Siri sofocar un grito.

—¿En serió? —preguntó ella—. ¿Y sirven McFlurry? ¿Me traes uno?

—Eh... no lo sé —respondió Houdini.

—No es el momento —comentó As.

—¡Pero no como uno hace meses!

—Podemos conseguirlo después —dijo Hermes—. ¿Blackjack? ¿Han pensado en algo más modernos? El Pai Gow es lo que está de moda ahora.

Cleo giró para fijarse en el piso superior. No se sorprendió al ver que Hermes había logrado pasar. Miró justo a tiempo para verlo tomar lugar en una mesa, seguro con los demás jugadores. Había sonado como algo que él diría para unirse a la conversación. Lo vio hablar y chocar vasos como si se trataran de conocidos de toda la vida. En secreto, siempre había admirado la facilidad con la que lograba eso.

¿Podrían haber sido amigos del pasado haber sido distinto? ¿De ella no haber llamado a su padre o Leo Santorini no haber acudido tan rápido? ¿Hermes en serio la habría sacado? Por lástima, algo que ella jamás hubiera aceptado. Y nunca hubiera tolerado el dolor de permanecer cerca de alguien que le gustara, y solo tuviera ojos para otra. ¿Entonces qué? ¿Otro contacto para guardar como Dorant?

—Está dentro —susurró Cleo, su copa en alto para disimular a qué le hablaba.

—¿Tienes una buena visión? —preguntó As.

—No mucho —admitió ella.

—Mantente atenta.

Se contuvo de poner los ojos en blanco. Lo sabía. No necesitaba órdenes. Se había asegurado de acordar con Hermes todas las señas y códigos necesarios antes, y ocultar bien el micrófono de él también. No le preocupaba tanto que lo descubrieran aquí, como que As escuchara. Al menos dentro del nudo de la corbata, Hermes sabía que sus palabras estaban a salvo y solo se escucharía lo que escogiera decir lo suficientemente alto. Algo que a Cleo tal vez debería inquietarle, la posibilidad de una traición de su parte, pero ahora mismo no era su asunto.

—¡Hay McFlurry! —exclamó Houdini y Siri chilló.

—¡Tráeme! —pidió ella, As resopló.

—¿Algún posible inconveniente o enemigo, señorita Las?

—Sin buena visión para eso —respondió Cleo.

Su móvil vibró con un nuevo mensaje de su padre. Tenía señal, eso era bueno. Leyó los detalles del contacto que le había pedido y agendó la cita. Le respondió con un rápido agradecimiento y una promesa de comportarse y guardar el secreto. Si su padre le había advertido sobre no compartir el contacto, entonces debía ser serio. Leo Santorini confiaba ciegamente en ella como para tener que recordarle esas reglas si no fuera importante.

—Los necesitamos a ambos vivos para el golpe —recordó As—. Y eso incluye saber qué tan expuesto se encuentra Hermes. Entonces lo preguntaré de nuevo. ¿Tengo a un hombre comprometido?

—Deberías relajarte y confiar más, sabemos lo que hacemos —respondió ella.

—Quiero nombres.

—¿Entonces conoces el Pai Gow, Chow? —la voz de Hermes fue apenas más que un susurro.

Cleo resopló. Uno de los alias más vagos que conocía, pero Chow era inofensivo. Un comerciante de animales exóticos que una vez había intentando venderle un fenec. Y mientras que ella admiraba al poderoso zorro del desierto, jamás lo hubiera sacado de su hogar. Y le había dejado muy en claro a Chow lo que le pasaría si tocaba la fauna de Egipto, tal vez exagerando con antiguas maldiciones inventadas.

Si As interpretó su silencio como que no era una amenaza, o él mismo había escuchado de Chow como para descartarlo también, no le importó. Se entretuvo con su móvil, fingiendo beber cuando era necesario hablar, escuchando a Hermes mencionar nombres sin verdadero valor cada tanto. Miró la hora con aburrimiento. Dos horas era demasiado.

Había presenciado juegos en Cross Station antes. No estaba segura de si la invitación sería lo más valioso sobre la mesa o no, pero si las partidas apenas estaban comenzando, entonces tenían para un buen rato. Hermes tendría que ganar las suficientes rondas como para no quedar fuera, consiguiendo fichas para pagar participación en la siguiente. Nada con lo que él no pudiera lidiar a juzgar por cómo parecía estar pasando un buen rato.

Era un buen actor.

Consideró escribirle a Dorant, comprobar que no había ninguna amenaza inminente presente. Él debía tener la lista completa de invitados. ¿No? Pero no deseaba deberle más favores a ese sujeto. Además, ella seguía posponiendo la tarde de películas en su casa. Solo hasta que el trabajo terminara, al menos.

¿Tal vez debería proponerle de tomar unas vacaciones juntos? Alguna bonita playa mediterránea y un hotel cinco estrellas. Dudaba que Dorant fuera a quejarse. Necesitaría un respiro cuando todo eso terminara, y de seguro desaparecer por un tiempo también. Aunque tal vez primero debería sacar a su abuelo de prisión.

—¿Cómo está la situación? —preguntó As.

—Sigue en juego —dijo Cleo.

—¿Y su estado?

—Se está tomando su tiempo —ella bebió un pequeño sorbo.

—He tenido mejores noches —la voz de Hermes fue apenas lo suficientemente alta para oírla—. Estás teniendo una buena racha, Janus.

As soltó una maldición. Cleo contuvo la respiración. La copa se resbaló de su mano al oír el nombre. El barman la miró de un modo letal antes de comenzar a limpiar. Ella le devolvió una mirada desafiante. Tenía problemas más grandes por los cuales preocuparse que si le molestaba tener que hacer su trabajo. Janus era un problema mayor.

—Sal de ahí ahora mismo —dijo As—. Si está aquí por la invitación no la perderá. Buscaremos otra.

—No —dijo Cleo enseguida.

—No queremos provocar a ese sujeto —dijo él.

Era cierto. Ella preferiría haberlo evitado de ser posible, pero era la única invitación que se encontraba en dominio público. Culpó a Dorant. Debería haber previsto que algo así podría pasar por confiar en él. Ingenuamente había creído que no se lo cruzaría en Cross Station, debió haber sido más pesimista.

—Puedo ocuparme —dijo Cleo—. No abandones.

Miró hacia arriba, su corazón golpeando con adrenalina. Hermes no se había movido de su lugar. ¿Confiaría en ella en vez de la orden de As? Contó en silencio los segundos, esperando que él se pusiera de pie y se retirara. ¿Qué estaba haciendo? ¿De nuevo corriendo hacia el peligro por un traidor?

—Todo dentro —dijo Hermes y Cleo no supo si relajarse o al contrario.

—Necesitamos distraerlo —murmuró ella rápidamente—. Siri, su agenda. Podemos fingir una llamada. ¿Puedes lograrlo?

—Si Hermes puede acercar sus teléfonos... —comenzó Siri y se detuvo—. Oh, eso fue rápido.

Lo imaginó sonriendo, por supuesto que sería rápido. Presumido. Pero Cleo no tenía tiempo que perder en ello. Cambió su móvil personal por el de trabajo.

—Léeme la agenda, rápido —dijo ella.

—Ehh... Nada aquí tiene sentido —comentó Siri—. Americano, Asfodelos, Dorant, Duquesa, Fleming, Fleming dos, Ligeia, Salis...

—Espera —interrumpió Cleo—. Ligeia. ¿Puedes conectar una llamada de mi teléfono al suyo bajo ese contacto?

—¿Estás segura? —preguntó As.

No del todo. Pero conocía sus mitos y leyendas, y Ligeia era el nombre de una sirena. Los hombres perdían la cabeza por sus sirenas, cometían errores. Y ella estaba dispuesta a apostar en ello.

—Sí —dijo Cleo levantándose enseguida.

—Ahora lo activo —respondió Siri.

—Cuando termine, bloquea el número. Que no pueda devolver la llamada.

Corrió al baño más cercano, sintiendo su pulso acelerarse al ver la pantalla con la llamada saliente. Bloqueó la puerta tras entrar, la música quedando al otro lado. El tono era peor que una cuenta atrás. Consideró rápido sus opciones al ver el sitio vacío. Podía hacerlo. Que los dioses la ayudaran, pero estaba a la altura de demostrar lo que valía su alias. Cleopatra había doblado la voluntad de los hombres más poderosos a su antojo, podía hacer lo mismo.

Cogió todas las toallas de papel que fue posible y envolvió su puño. La llamada fue directo al buzón de mensajes como había supuesto. Si estaba jugando no se interrumpiría por nada, no si se encontraba tras una invitación como ellos. Cleo escuchó el pitido para dejar un mensaje y sofocó un agudo grito antes de romper el espejo frente a ella de un golpe, asegurándose que el sonido quedara bien grabado para luego cortar de golpe.

Sintió el ardor en su mano. Bajó la mirada para encontrarse con el delgado hilo de sangre manchando su piel. Abrió el grifo e intentó limpiarse sin perder mucho tiempo. Necesitaba conseguir un receso para que él oyera el mensaje. Un respiro. Podía lograrlo. ¿Qué era un enemigo semejante cuando estaba obligada a convivir con cuatro desastrosos criminales?

Mantuvo su cabeza en alto al regresar a la sala. Cinco joyas del Nilo. Las imaginó en sus manos, sintió las asperezas de las piedras y sus pesos al sostenerlas. Fantaseó con cómo se sentiría guardarlas en sus bolsillos mientras subía las escaleras al piso de juegos. Pensó en el placer de llevarlas a su casa, tirarse en su cama rodeada de las joyas sobre sus sábanas de seda, sonreír al saber que lo había logrado. Y luego, regresarlas a su verdadero hogar.

—Necesito fichas —susurró ella al fingir acomodarse el cabello.

Hermes seguía en la mesa lo cual era un alivio. Y Chow. Eso estaba bien, había logrado más con menos. Había dos mujeres y otro hombre que no conocía ni le dio importancia. La croupière se trataba de una diminuta ninfa con un ridículo traje violeta y los símbolos de las cartas pintados en sus mejillas como lágrimas. El problema era que ninguno de ellos resultaba una amenaza, y ella esperó no estar cometiendo el peor error de su carrera al acercarse a la mesa.

Hubiera reconocido a Janus en cualquier lado, tal vez porque él nunca se molestaba en ocultar los ojos desparejos que le habían dado su alias. El dios romano de los dos rostros tenía un iris gris y el otro azul, y la mayor cantidad de fichas sobre la mesa. Y era determinado, del tipo que si estaba allí por la invitación también no se dejaría vencer por nada. Y si aquello sucedía, demasiado improbable, iría tras el ganador para tomar lo suyo.

Pasó junto a Hermes, los dedos de él rozando apenas los suyos, y Cleo deslizó las pocas fichas rápidamente entre todos sus brazaletes. El tintineo de sus joyas estaba bien, el ruido de sus tacones, las bajas luces, y cualquier distracción que pudiera aprovechar. Podía hacerlo. Londres era su cuna y le pertenecía tanto o más que como a cualquier gran criminal.

—Chow —Cleo sonrió al detenerse junto al pequeño hombre asiático—. ¿Cuánto por tres pavos reales?

—Eso depende de para cuándo los desea, señorita Las —ella mantuvo su sonrisa cuando él cogió su mano para besar sus anillos.

Se contuvo de responderle que aquello no era lo más adecuado dado el contexto actual. Chow siempre había sido demasiado dado al tacto, y Cleo nunca había disfrutado aquello. La croupière se aclaró la garganta. Cleo le dedicó una molesta mirada, como si le estuviera interrumpiendo un negocio en vez de ella estar interrumpiendo su juego. Los demás jugadores no parecían para nada disgustados ante los segundos extras para contar cartas y ponerse al día con sus cálculos. Los teléfonos estaban sobre la mesa para evitar trampas. Cleo notó el fugaz instante en que Janus se fijó en la pantalla del suyo, debió haber visto la llamada entrante minutos atrás.

—Nos encontramos en medio de una partida —dijo la croupière.

—Ruby. ¿Cierto? —Cleo le sostuvo su mirada sin vacilar—. Dorant es tan evidente con los nombres de sus empleados. Esto es una emergencia, así que mejor ocúpate de tu trabajo en vez de interrumpir mis asuntos que tienes un tramposo en tu mesa.

—Esa es una acusación muy fuerte para hacer en Cross Station —advirtió ella.

Una muy tonta para hacer en una partida de blackjack, además. Dudaba que alguno de los jugadores no estuviera contando las cartas. Ruby había sido contratada por su velocidad y manejo de juego para dificultar aquello, no porque luciera bonita de violeta y su brillante cabello pelirrojo la hiciera lucir como un hada.

La croupière siguió mirándola de un modo desafiante, a tan solo una palabra de llamar a seguridad, y Cleo resopló. Fingió molestia al alejarse de Chow, mucho más de lo que tres pavos reales seguro merecían. De todos modos, ni siquiera sabía quién podría querer esos animales en su jardín.

Y entonces fue su turno de apostarlo todo.

Fingió tropezarse al darse vuelta. Janus la atajó antes que cayera sobre él o pudiera acercarse demasiado. No importaba, eso fue suficiente para que ella dejara caer las fichas en el bolsillo de su saco, el acto perdido entre la poca iluminación y la música. Su corazón se detuvo, esperando que el joven lo notara, pero Cleo llevaba toda su vida practicando su ligereza de manos. Había lidiado con peores oponentes en ese asunto y vencido igual.

—Tantos modales para un sucio tramposo —murmuró ella y se aseguró de meter su mano sin brazaletes para sacar las fichas de su bolsillo, mostrándolas en alto—. Qué sencillo seguir en el juego cuando siempre tienes para entrar en la ronda —Cleo se enderezó y lanzó las fichas sobre la mesa, dirigiéndole una dura mirada a la croupière—. Deberías hacer mejor tu trabajo si te están pagando para esto.

Uno. Dos. Tres. Las quejas fueron instantáneas. Las acusaciones se elevaron. Ninguna contra ella. Qué sencillo era instalar el caos entre criminales. Ruby la miró con odio por sus palabras antes de coger su pequeño rastrillo de madera y adueñarse de las fichas de Janus, la sentencia firme en su gesto. Él la miró incrédulo, Cleo solo le guiñó un ojo al alejarse. Escuchó las acusaciones elevarse más a sus espaldas.

No llegó muy lejos de todos modos. Un guardia de seguridad se interpuso en su camino. Cleo levantó sus manos en alto, su expresión incuestionable. Por supuesto que habría llamado la atención, no era tan ingenua como para creer que se saldría con la suya sin inconvenientes. Al menos había logrado deshacerse de la amenaza, los demás le debían una grande. Más le valía a Hermes conseguir la invitación.

—Señorita Las —dijo el guardia.

—¿Les ayudo y esta es mi recompensa? —preguntó ella.

—Por favor, acompáñeme.

Cinco joyas del Nilo. Todas suyas. Las sostendría y apreciaría por horas. Años de historia en la palma de su mano. Gemas creadas por los mismo dioses. La lágrima de Isis. La sangre de Horus. El sudor de Seth. El veneno de Maat. El ojo de Ra. ¿Cómo sería verlas en persona? ¿Cómo se sentiría estar en su presencia?

—Bien, una pequeña charla de cinco minutos —cedió ella al seguirlo—. Nada con lo que no pueda lidiar. No tengo nada que ocultar.

Podría intentar huir. Correr. No llegaría muy lejos. Una simple llamada, y todos los guardias vigilando Cross Station y sus alrededores estarían sobre ella. Y huir solo confirmaría que había roto las reglas.

Fingió acomodarse su cabello. Quitó el auricular de su oído y lo dejó caer al suelo, asegurándose de hacerlo añicos al pisarlo con sus tacones. Un fluido movimiento, y el brazalete con el micrófono se deslizó fuera de su mano también, perdiéndose a su paso. Mejor no ser atrapada con esas cosas encima.

Siguió al guardia hasta una pequeña salida. Él sostuvo la puerta abierta para que ella pasara, Cleo mantuvo su cabeza en alto al hacerlo. Fuera, la noche se sentía más fría si aquello era posible. No reconocía el callejón en donde se encontraba, ni a los tres hombres esperándola. La puerta detrás se cerró en una clara sentencia. Continuó con sus manos en alto, una clara muestra de que no resultaba una amenaza.

No lo era. Conocía sus límites y sus capacidades, y sabía que no tenía opción alguna en un combate físico. Por alguna razón siempre había ido por los trucos y los engaños. Cuando no se podía vencer, lo único que quedaba era asegurarse que el otro perdiera. Como había hecho allí atrás al sacar a la competencia del juego.

Y estaba sola.

Responder el golpe sería aceptar el delito.

—¿Podemos hacerlo rápido? —preguntó—. Me gustaría ir a dormir temprano.

—Conoce las reglas —dijo uno de los hombres—. Está prohibido interrumpir un juego.

—No interrumpí nada, solo fue una pregunta —respondió Cleo.

—Juegos arriba, negocios abajo. Sin excepciones.

—¿Descubro un tramposo y es así como me pagan? ¿O acaso la partida estaba arreglada y no son tan justos como pretenden?

Una mujer estaba alejada hablando por teléfono. Ella se acercó al grupo, los hombres la dejaron pasar enseguida. Extendió su mano de perfecta manicura para ofrecerle el teléfono, Cleo sintió su corazón encogerse al saber lo que significaba. Juntó valor, tomó aire y lo cogió. Sintió todos los ojos sobre ella al momento de responder.

—Te advertí que las reglas son iguales para todos —dijo Dorant al otro lado.

Su voz era calma, pero Cleo sabía que él siempre lo estaba. No parpadeaba ni siquiera cuando estaba dando una sentencia de muerte. Ella intentó sonreír, tomarse a la ligera lo que estaba sucediendo.

—¿Lo son, o solo para quienes están fuera del círculo familiar? —preguntó ella.

—Interrumpiste un juego —Dorant evitó su pregunta—. ¿Inculpaste a otro de mis clientes de hacer trampa?

—¿Puedes probar aquello? —Cleo les echó una mirada a los guardias rodeándola—. ¿Por qué no le llamas y le preguntas como estás haciendo conmigo? Estoy muy sola aquí para un tema que involucra a dos.

—Ese es otro asunto.

—Entonces eliges la sangre.

—Siempre fui claro contigo, Cleo. Las reglas son iguales para todos —Dorant suspiró—. Tú te lo buscaste.

—Solo termina con esto de una vez, me estoy aburriendo —dijo ella.

—Tienes un hermoso rostro, intentaré que no lo arruinen —respondió él—. Lo siento.

—Todos sabemos las decisiones que tomamos.

Ella devolvió el teléfono, dejando que esa amenaza se hundiera. La mujer se llevó el móvil al oído y asintió antes de cortar. Se acercó hasta ella, su expresión seria. Cleo no dijo nada mientras la encargada del lugar se ocupaba de tantearla, asegurándose que no tuviera ningún auricular ni micrófono oculto. ¿En serio creían que sería tan principiante de dejarse atrapar con ello? Su vestido era demasiado corto como para tener algo que ocultar.

La mujer se alejó.

El primer golpe la tomó completamente por sorpresa. El dolor estalló a un lado de su mandíbula. Por un instante, todo fue oscuridad. Y agonía. Trastabilló hacia atrás. Frotó su rostro, intentando ignorar las lágrimas en sus ojos o el claro sabor de la sangre en su boca. Se quejó.

—¡Estoy segura que dijo que el rostro no!

Recibió un puñetazo en el estómago que la dejó sin aire. Se abrazó a sí misma y dobló de dolor. Escupió sangre. ¿Quién diría que se vería tan bien el rojo de noche? No tuvo tiempo de procesar aquello, un fuerte dolor estalló en su espalda y terminó por tirarla al suelo. Sus piernas ardieron al contacto con el concreto.

No tuvo oportunidad de hablar. Le siguió una fuerte patada a sus costillas. Gritó. ¿Qué había hecho? ¿En qué había estado pensando? Otro golpe. Más sangre. Todo era oscuridad, y dolor, y los ataques parecían venir de todos lados.

Se dobló por instinto, cubriendo su cabeza con sus brazos. Todo dolía. Sus ojos escocían. No tenía oportunidad de gritar sin que otro golpe la dejara sin aire antes. Cinco joyas del Nilo. Cerró fuertemente los ojos, intentando imaginarlas delante de ella. Preciosas, antiguas, robadas directamente de la tumba del faraón.

Escupió más sangre. No podía respirar. Los ruidos se sentían demasiado lejanos. La noche muy oscura. El dolor explotó a un lado de sus costillas, y luego en su pierna. Toda su piel ardía. Cinco joyas del Nilo. De regreso en su hogar. La historia restaurada y la justicia hecha. El pueblo de la emperatriz recuperando lo que le pertenecía.

Y entonces silencio. Nada.

Su cuerpo entero estaba temblando. Sus manos dolían de aferrar tan fuerte su cabeza. ¿Qué había hecho? Apenas se atrevió a abrir los ojos mientras intentaba mantener el control. Tenía que dejar de llorar. El aire no llegaba del todo a sus pulmones. Todo dolía. Había sangre acumulada en su boca, y la suficiente en el suelo para seguir manchando su rostro. Eso tenía que acabar en algún momento.

Escuchó el ruido de la puerta al cerrarse y luego los pasos. Un par de zapatos negros se detuvieron frente a ella. Cleo intentó estabilizar su agitada respiración antes de levantar la mirada. Podía hacerlo. Pertenecía a ese lugar tanto como cualquier otro. Era tan capaz como cualquier otro, o más. El mundo la había roto y rearmado una y mil veces, había nacido producto de una estafa y como el eterno recordatorio para un ladrón profesional de su error más estúpido, había crecido con el peso de los prejuicios de la sociedad encima. Y había triunfado siempre.

—Janus, tanto tiempo sin vernos —Cleo le sonrió a pesar del dolor—. ¿Vienes a terminar lo que tu hermano comenzó?

El joven se acuclilló frente a ella, luciendo tan impasible como siempre. La observó en silencio. Ella intentó no pensar en el aspecto que tendría. Su cuerpo quería darse por vencido. Sus ojos amenazaban con cerrarse. Permaneció despierta. Un paso en falso, y bien podrían ser sus últimos segundos. Si él la acusaba de haberlo inculpado... Una palabra, y sería ejecutada en el acto.

—Dame una buena razón —murmuró él de modo que solo ella pudiera oírlo.

—Bebí por ti la otra noche. ¿Algún motivo para haber escogido este rostro hoy? —Cleo le sostuvo la mirada ante su silencio—. Eso pensé. ¿No tienes otro lugar en donde estar?

No pareció nada contento con esa sugerencia. Janus se puso de pie y giró para hablar con los guardias, su voz demasiado baja como para que ella pudiera distinguir palabras.

Cleo cerró sus ojos de nuevo y esperó lo peor. 

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