CAPÍTULO 9

Fase 3 de la posesión demoniaca:
Posesión:
Cuando una persona llega a este nivel se le llama posesión completa. El demonio
ahora tiene el control sobre los pensamientos individuales de las emociones y de la conducta. Cuando la víctima está siendo poseída por lo general se escuchan extrañas voces amenazantes.
"El mayor logro del diablo es hacer creer que no existe".

Eren.

Unas palmadas en mi rostro me sacaron de mi profundo sueño.
Me removí incómodo al sentír una extraña frialdad contra mí pecho, intentando acurrucarme y obtener un poco de calor.

La angustiada y lejana voz de mi tía llamaba mi nombre y el de dios rogando por mí, con cada segundo se hacía más clara, y mi consciencia volvía poco a poco a mi cuerpo.

—Eren, por favor, despierta.

Abrí los ojos de golpe y me levanté del piso del baño rápidamente mientras miraba a mi alrededor, expenctante y alerta.

—Gracias a dios— escuché un murmullo detrás de mi.

Me giré lentamente, esperando cualquier cosa.

—¿Te sientes bien, Eren?— Annie se levantó del piso y se acercó.

Miré alrededor nuevamente, buscando alguna cosa rara o fuera de lo común, sin embargo todo estaba en orden.

—Supongo que sí— dije extrañado.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo acompañado de un sonrojo que azotó mi rostro. Había olvidado que estaba completamente desnudo frente a Annie.
Solté el grito menos masculino en el mundo antes de tomar una toalla y enredarmela en la cintura.

La risa de la rubia hizo que el sonrojo de mi rostro se incrementara.

—Vamos Eren, ¿quién crees que cambiaba tus pañales cuando tu madre no estaba?

—Pero es diferente… he crecido— murmuré.

—Sí, ya lo noté— sonrió burlona.

—¡Oye!— tomé un papel higiénico y se lo lancé. Suspiré tratando de calmar mis nervios— ¿Tú sola me sacaste de la tina?

Me miró extrañada.

—¿De qué hablas?, cuando entré ya estabas fuera.

Esta vez fui yo quien la miró con confusión.

—Cuando me desmayé estaba dentro de la tina—miré esta—. Estaba completamente hundido y el agua era oscura— fruncí el ceño al notar que el agua era cristalina de nuevo.

—Tal vez saliste y no lo recuerdas.

—… Sí, tal vez sea eso.

Era ridículo pensar en eso, porque lo recordaría perfectamente, no era como si alguien olvidará el hecho de que iba a morir y no luchara por su vida, pero no daba crédito a ninguna otra opción, tal vez en mi inconsciencia como habia dicho Annie, había salido del agua.

—Wow… espera… date la vuelta— dijo levantándose y acercandose a mí. Confundido la obedecí—. Mira esto.

Me arrastró fuera del baño hasta quedar frente al espejo de cuerpo completo que estaba en la habitación. Me puso de espaldas contra en reflejo y entonces pude ver a lo que ella se referia. Mis ojos se abrieron, casi saliendo de órbita y mi respiración se detuvo.
El espejo reflejaba mi espalda, las marcas y heridas que hacía poco habían estado incomodándome y causándome dolor había desaparecido, dejando en su lugar cicatrices algo rojizas. Annie acercó poco a poco su mano para hacer contacto con mi espalda. Inconscientemente me preparé para el dolor, dolor que nunca llegó, las heridas estaban completamente cicatrizadas.

—¿Cómo es que pasó esto?— pregunté sorprendido.

—Parece que tienes un ángel guardián— mi tía sonrió.

Entre erré los ojos sin estar seguro de sus palabras.

—Sí … Un ángel guardián— susurré cuando noté la cicatriz con forma de una "Len mi espalda baja.

—Llamaré a Pixis para que venga a revisarte eso.

—No, no es necesario, ya sanó ¿no?, eso es lo importante.

—Bien, pero aún así iremos más tarde, tenemos que comentarle todo esto-.

—De acuerdo— asentí regresando mi vista al espejo.

—El tiempo se pasa volando— murmuró mirando a través de la ventana. El cielo había pasado de un naranja fuego a un negro azulado, haciendo que las estrellas resaltaran sobre el oscuro color.

Eran alrededor de las 8 p.m.  y mi cuerpo comenzaba a reclamar por la falta de horas de sueño a las que lo había sometido, sin embargo, no sabía si podría recompensarlo, todo dependía de lo que pasara esa noche.
Mis párpados comenzaban a pesar, como si un par de rocas estuvieran enganchados a ellos, mis ojos dolían, y docenas de bostezos luchaban por salir de mi boca.

—Sería bueno que durmieras— propuso la rubia.

—Yo también lo creo.

Caminé hasta mi maleta y la abrí en busca de una camiseta cómoda y un pantalón igual, pero ¡oh sorpresa! , había olvidado el pijama.

—Creo que olvidé mi ropa para dormir— sonreí apenado.

—Creo que tengo algunas prendas que podrían quedarte, espera— salió de la habitación.

Suspiré y me acerqué a la ventana, mirando la calle solitaria, y casi oscura de no ser por los faroles que iluminaban débilmente algunos metros de asfalto.
Observé a una chica caminar con nerviosismo, mientras se abrazaba a sí misma, y unos metros atrás, un par de chicos la seguían sin ser siquiera cuidadosos a que alguien sospechara sus intenciones. Me quedó muy en claro lo que iba a suceder cuando uno de los chicos se apresuró para quedar frente a la joven. Sus manos tomaron y acariciaron bruscamente el rostro de la chica mientras el otro sonreía con diversión al mismo tiempo que delineaba cada curva que se establecia en el cuerpo de la chica. La hermosa joven luchaba contra ambos y miraba alrededor buscando ayuda. Su mayor error fue gritar por ayuda, ambos chicos golpearon cada parte de su cuerpo antes de arrastrarla a un callejón donde solo la oscuridad sería testigo del pecado que cometerían.

Me sorprendí a mí mismo cuando no tuve reacción alguna más que sonreír divertido. Incluso intenté sentír un poco de tristeza o lástima, pero eso nunca pasó. Sabía que no era así como quería sentirme, no era algo de lo que me alegraría, hubiera hecho cualquier cosa para ayudar, pero de nuevo, no era el que controlaba mi cuerpo.

Sentí la puerta cerrarse lentamente y tuve muy en claro que no era Annie.

El temblor azotó mi cuerpo, pero aún así no quité mi sonrisa y tampoco giré.

—Pobre chica, ¿no lo crees?— para mi sorpresa, mi voz salió firme y grave, muy diferente a la que normalmente tenía. No, eso no era lo que quería decir, quería ayudarla.

Nadie respondió, pero sabía perfectamente que no estaba solo en esa habitación, podía ver la silueta de alguien reflejándose en el cristal. Mentiría si dijera que no me estaba muriendo de miedo.

—¿Cómo fue que lo hiciste?, lo de mi espalda— me atreví a preguntar.

No tenía idea de donde estaba sacando el valor para hablar de es forma tan tranquila, incluso podía sentír como mi corazón chocaba bruscamente contra mi pecho como si en cualquier momento quisiera salir

…¿Qué te hace pensar que fui yo quién te curó?

—Por favor— en un intento de controlar mis nervios tomé la llave que colgaba de mi cuello entre mus dedos para comenzar a juguetear con ella— Se perfectamente que no fue un "ángel guardián".

Escuché como inhalaba profundamente antes de hablar.

Me diste lástima, y llorabas como nenita cada que algo tocaba tu espalda, estabas desesperándome— escalofríos recorrieron mi cuerpo y me sentí aún más aterrado.

—¿También te dio lástima cuando estaba en la bañera?, ¿por eso me sacaste?

Sonreí con nerviosismo cuando ninguna voz contestó, tal vez ya…

n no puedes morir… aún tengo muchas cosas que hacer contigo.

Mi cuerpo se petrificó al sentír la voz provenir justamente detrás de mí.

No finjas no tener miedo, porque no te funciona, puedo olerlo a kilómetros, estás aterrado, y haces bien, porque voy a doblegarte, voy a hacerte sufrir como jamás lo has hecho, vas a desear jamás haber nacido, suplicarás que te mate, y entonces conoceras lo que es el verdadero miedo.

Me quedé ahí parado, siendo incapáz de moverme tan solo un centímetro mientras sentía la fría presencia alejarse. Había firmado mi sentencia de muerte.

—Eren— la voz de Annie hizo que saltara en mi lugar, haciendo que reaccionara— ¿Puedo entrar?

—Si, pasa.

Me giré mientras la rubia abría la puerta y me miraba extrañada.

—¿Por qué cerraste la puerta?

Esperé un poco pensando en la respuesta, no podía decirle que no había sido yo, no quería preocuparla más.

—No tengo idea— dije con una sonrisa.

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Los siguientes cuatro días transcurrieron extrañamente normales, no había sucedido nada desde lo que había pasado en la habitación, sin embargo, Annie e incluso yo mismo nos habíamos sorprendido por algunas cosas que hacía, comenzaba a actuar extraño, e incluso me estaba preocupando. Habían veces en los que pasaba minutos, incluso horas mirando la pared, gruñía y estaba fuera de mí mismo. Las pesadillas se habían reducido a simples pero escalofriantes voces que se presentaban entre sueños de vez en cuando. Todo había estado saliendo muy bien, y eso era precisamente lo que comenzaba a preocuparme. Mi tía parecía alegre y aliviada, incluso llevó de regreso a los pequeños. Mis amados y adorables primos que antes me miraban con admiración y devoción ahora lo hacían con miedo, sus ojos reflejaban lo aterrados que estaban al estar cerca de mí. Me evitaban de cualquier manera, poniendo algún pretexto para salir corriendo y creía saber perfectamente el porqué.

Todo se salió finalmente de control cuando tomé un cuchillo de la cocina y comencé a cortar mi antebrazo, dejando la sangre fluir.
No tenía en claro el porque lo hacía, simplemente de un momento a otro estaba en la cocina, mirando sin expresión alguna como el líquido carmín que escurría, manchando el color blanco y puro del piso de la cocina.

—¡Eren!, ¿¡qué estás haciendo!?— La voz de la rubia resonó desde la puerta, mientras me miraba con terror.

Sin saber porqué, una sonrisa se coló en mi rostro mientras apretaba aún más el mango del cuchillo entre mis dedos.

—Suelta el cuchillo, ahora.

Mi mente se puso en blanco y un tema en específico se coló por mi mente de la nada.
Siempre me había preguntado porque los asesinos hacían lo que hacían. Había visto miles de programas y documentales donde mostraban testimonios de personas que habían sido atacadas, incluso habían de los mismos asesinos.

—¿Eren, qué haces?

Nunca entendí como era que asesinar personas los hacía sentirse vivos, me parecía ridículo, honestamente.

—Eren… alejate.

Nunca entendí su sed de sangre. En los programas lo decían de una forma tan escalofriante y sádica que incluso parecía sobre actuado por la frialdad con la que decían todo.

—Por favor, Eren, no lo hagas.

Mi madre siempre había dicho que esas personas no eran dignas de entrar en el reino de Dios y que tendrían que pagar sus pecados, arrepintiéndose por cada vida que tomaron sin derecho alguno.

"Vamos, hazlo, su vida por la tuya.  Hazlo y te dejaré tranquilo, podrás estar en paz durante el resto de tu vida, solo presiona el cuchillo sobre su pecho y todo lo que quieres se cumplirá". Habló una voz dentro de mi cabeza.

—¡Reacciona!

Eso hizo que volviera en mí, dándome cuenta de lo que estaba por hacer.
Sostenía firmemente el cuchillo contra el pecho de la rubia que me miraba aterrada. Podía ver mi reflejo en sus ojos. Ese no era yo. Me veía aún más demacrado que antes a pesar de que había descansado lo suficiente y recobrado fuerzas. Todo había mejorado estos días, no podía cambiar así de un momento a otro.

Solté el cuchillo de inmediato y me alejé de Annie mirando mis manos.
¿De verdad había estado a punto de matar a la única persona que me quedaba en esta bola de porquería asquerosa llamada mundo?

—Lo…lo siento, y-yo no… yo no quería hacer eso.

Mi vista comenzó a nublarse mientras retrocedía, alejándome de ella.

"Eres un cobarde"

Llevé mis manos a mis oidos tratando de callar los susurros mientras cerraba los ojos con fuerza dejando escapar algunas lágrimas.

"No tienes las agallas".

—¡Cállate!— deslicé lentamente mi espalda por la nevera.

Las cosas comenzaban a salir volando de un lado a otro. De la alacena salían volando platos y vasos hasta el otro extremo de la cocina, haciendo que se destrozaran contra la pared por la fuerza con los que eran lanzados. Voces resonaban por todo el lugar y el olor a putrefacción regresó. La lámpara que iluminaba la cocina se movía de un lado a otro como si de un terremoto se tratase.


"Tus padres estarían avergonzados de "

—¡Ya!— grité más alto.

"¡No mereces ser su hijo!".

—¡Cállate ya!— mi voz sonó completamente distinta. Esa no era mi voz.

Todo se detuvo de golpe, quedando únicamente con el chillido que hacía la lámpara al moverse de un lado a otro y con el olor putrefacto.

Fue entonces cuando sentí como algo retorcerse dentro de mí.

—¡Eren!

Las convulsiones no tardaron el llegar al igual que la sangre en secretar de mi boca, haciendo que me tirara en el piso. De nuevo la sensación de que estuvieran partiendo mi cuerpo a la mitad llegó a mí, mis manos y piernas se movían sin control, estirándose y doblándose de manera imposible para una persona común como yo. Como pude logré ponerme de rodillas cuando sentí que me ahogaría con mi propia sangre.

—¿¡Eren, qué hago!?— dijo Annie intentando acercarse.

—¡No!— grité haciendo que se quedara justo en donde estaba. Mi voz no había cambiado, incluso parecía que era más de una voz.

Caminé a gatas, observando como un líquido negro gotaba de mi boca y mi antebrazo. Tomé un cristal tirado en el suelo y lo presioné contra la muñeca de mi otro brazo, esperando que lo que brotara fuera sangre. Pero era obvio que no pasaría.
Del corte comenzó a escurrir el liquido negro, mientras que escarabajos y gusanos salieron de mi piel.
Comenzaba a sentirme mareado, mis párpados se iban cerrando poco a poco y comenzaba a caer en la inconsciencia.

—E…Eren.

—Lla-llama a Pixis.

Respondí antes de sumirme en la oscuridad mientras escuchaba las voces en mi cabeza.

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La historia ya está cada vez más cerca de su final.

Pregunta random, ¿de que país son?

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