CAPÍTULO 8
Los movimientos inusuales del cuerpo de la víctima son también un punto importante a tener en cuenta. Puede parecer que se deslizan en lugar de caminar o incluso pueden retorcer su cuerpo de forma extraña y aparentemente imposible. La levitación es también un signo potencial que apunta fuertemente a la posesión demoníaca.
"El mayor logro del diablo es hacer creer que no existe".
Eren
—Vámonos de aquí— dijo el rubio tomando mi brazo haciendo que volviera en mi—. Vamos— tiró de mi mano mientras caminaba hacía la puerta, sin embargo no me moví— ¿Qué pasa?
Miré mis pies, intentando caminar.
—No puedo moverme— susurré—. No puedo caminar-.
—¿Parálisis?— preguntó Annie preocupada.
—No— dijo Erwin mirando la casa como si buscara algo—. Lo está reteniendo.
Una oscuridad inundó la casa por completo, susurros y quejidos llenaron el ambiente al igual que un olor a putrefacción.
—Tenemos que irnos, de verdad— dijo él más alto mientras abría la puerta.
—Eren, camina— Annie se acercó a mí.
—¡No puedo hacerlo!—dije nervioso—. No puedo hacerlo— mis manos estaban comenzando a sudar.
De verdad no sabía que hacer, mis pies estaban fijos en el suelo y por más que quería que se movieran me era imposible,
—No hay opción— murmuró Erwin acercándose a mí mientras me miraba como si se disculpara. Pasó una mano por debajo de mis rodillas y la otra la posicionó en mi espalda baja, cargándome evitando tocar las heridas.
Mierda, no, por favor no.
La mesa de centro que estaba en el salón salió disparada hacía el otro lado del mismo, los quejidos subieron su volumen y la puerta principal se cerró de golpe. Unos fuertes pasos se escucharon en la plata de arriba acercándose poco a poco a la escaleras.
La madera de los escalones comenzó a rechinar poco a poco, como si alguien estuviese bajando.
Un grotesco y espeluznante cántico acompañó los susurros y gruñidos.
Las puertas —tanto de la primera planta como la segunda— comenzaron a cerrarse y abrirse, las paredes eran rasguñadas y algunos objetos comenzaban a levitar.
—Señora Leonhardt… abra la puerta.
Annie se acercó lentamente a la entrada, tomando el pomo y girándolo en un intento de abrir la puerta.
—No abre.
Conforme el cántico se hacía más fuerte, las puertas se azotaban con más fuerza y los objetos caían o eran lanzados contra las paredes, haciéndose trizas.
Crubí mis ojos con mi mano, tenía miedo.
—Por favor… por favor detente— susurré para mí. Ya no aguantaba, mi espalda comenzaba a arder y podía sentir la espesa y caliente sangre recorrerla, mi cabeza punzaba y mi estómago se revolvía —. Por favor— supliqué escondiendo mi rostro en el arco del cuello del rubio.
Todo se detuvo de golpe, la casa quedó en completo silencio y las cosas que levitaban cayeron al mismo tiempo causando un estruendo.
—¡Ya!— dijo Annie cuando la puerta cedió.
El rubio caminó rápidamente, saliendo y dirigiéndose al auto con mi tía detrás. Cuando estuvimos frente al coche puso mis pies en el suelo y con cuidado quitó la mano de mi espalda.
Me separé de su cuello, notando las tres lineas rojizas que tenía alrededor de este.
—Tú…
—Lo sé, no te preocupes, es algo que no se puede evitar.
—…Tiene que alejarse— murmuré.
—No, estoy dispuesto a ayudarte.
—¿Por qué?— pregunté sin entender. Todo aquel que estuviera cerca mío podía salir lastimado, era un riesgo que no estaba dispuesto a correr.
—Porque se que puedes salir de esto.
Simplemente suspiré y cubrí mis ojos con mi mano, todo se salía de control.
—Suban— dijo el más alto mirando la casa.
Abrí la puerta trasera con cuidado y me senté en el interior de igual manera, recargándome en el respaldo del copiloto.
—¿A dónde iremos?— pregunté.
—Por lo pronto a mi casa— dijo Annie acomodándose en el asiento.
—Es mejor estar alejado de aquí, sobre todo tú— Annie arrancó el auto, retrocediendo hasta llegar al portón.
—Yo abriré—dijo el mayor saliendo del coche para abrir las grandes y robustas puertas de metal.
—Eso no cambiará nada— musité cuando estuvo de vuelta dentro del vehículo—…Esa cosa dijo que me seguiría a donde fuera, está agrediendo a personas cercanas a mi, incluso a usted, no quiero que les suceda algo… mucho menos a los niños— miré a Annie suplicante.
—No pasará nada, Eren. Ellos no estarán en la casa, debes calmarte, todo estará bien.
—¿Y que hay de ti?— mi voz tembló.
—Yo estaré bien— me sonrió dulcemente y puso es marcha el vehículo, dirigiéndose a su casa—. No te librarás de mí tan fácilmente— rió—. No hasta mi muerte, sin importarme las consecuencias estaré contigo… sin importarme el daño, porque te quiero como a un hijo— tragué en seco intentando deshacer el nudo que se había formado en mi garganta.
—Gracias— susurré.
El nudo en mi garganta me hacía más difícil el respirar, mis ojos escocían. Las palabras de Annie solo hacían que me preocupara más, tenía que acabar con esto lo más pronto posible.
Al llegar a su hogar solo se pudo sentir la soledad acompañada de una extraña frialdad que su casa nunca había tenido.
—¿Por qué hace tanto frío?
Froté mis brazos con mis manos para conseguir un poco de calor.
—No lo sé, yo dejé la calefacción encendida— la rubia caminó hacia uno de las rincones del salón para observar la calefacción—. Que extraño, aún esta encendida y sigue funcionando, ¿quieres que suba la temperatura?— me miró.
—No, así está bien… ¿en dónde está mi maleta?— cambié el tema.
—Está en el maletero del auto, iré por ella.
—Gracias—siseé.
Miré alrededor, recordando los viejos tiempos en que mis padres pasaban horas platicando con mi tía y su esposo en esta casa. De verdad había pasado mucho tiempo.
—¿Se marcha ya?— le pregunté al mayor notando como había dado media vuelta y se dirigía hacia la puerta.
—Si, Eren— se giró y se acercó lentamente hasta quedar frente a mí.
Tocó suavemente mi frente con sus dedos para seguir son mi pecho y mis hombros, persignandome. Finalmente besó mi cabeza de forma paternal y revolvió mi cabello.
—Llámenme si me necesitan, cuando sea.
—Gracias.
—Dios está contigo— dijo antes de caminar hacia la puerta y salir mientras escuchaba como se despedía de Annie.
Suspiré y miré a mi alrededor, notando algunos de los crucifijos que colgaban de las paredes.
—Eso espero— musité.
—Eren— me llamó la rubia—. Aquí está tu maleta, ven conmigo, te diré donde estará tu habitación— se dirigió escaleras arriba conmigo siguiéndole de cerca.
Pasamos a través del gran pasillo que tenía un gran espejo justo al final. Miré mi aspecto, bolsas debajo de mis ojos, manchas que parecían ser sangre seca sobre mi ropa y rostro y hematomas en mi piel y mi cuello con las mordidas. Estaba muy demacrado, incluso parecía mayor de lo que era.
—Esta será tu habitación, era la que…— la interrumpí.
—Mis padres usaban— sonreí. La miré unos segundos y asentí en forma de agradecimiento—. Gracias.
—No hay nada que agradecer, mi niño—se acercó a abrazarme cuidando el no poner sus manos sobre mi espalda—. Date una ducha y descansa, mi habitación es la que esta justo en frente, llámame si necesitas algo.
—De acuerdo.
Annie salió del cuarto dejándome solo. Dejé mi maleta en la cama y saqué la poca ropa que llevaba para comenzar a acomodarla en el ropero.
Dí un largo suspiro al terminar y miré alrededor pensando en que hacer.
—Tal vez si debería ducharme.
Reí perezosamente. Caminé hacía el pequeño baño que había en la habitación y entré cerrando la puerta detrás de mí.
—Ya no te drogues, Eren— bromeé conmigo mismo notando de nuevo mi apariencia demacrada.
Suspiré y comencé a sacarme la camiseta poco a poco, teniendo mucho cuidado. Después de unos cuantos gruñidos y jadeos de dolor, dejé la camisa sobre la tapa del retrete y proseguí a quitarme el pantalón y la ropa interior.
—Vaya— murmuré al notar los pequeños moretones en mi cadera y piernas.
Sin darle mucha importancia doblé la ropa y la dejé junto a la camisa.
Me acerqué a la bañera, corrí la persiana y abrí la llave para que la tina de baño comenzara a llenarse.
Solo faltó esperar unos cuantos minutos para que estuviera lo suficientemente llena para poder entrar.
Metí lentamente mi mano, comprobando la placentera calidéz del agua.
—¿Y ahora como rayos me ducho?
No había tomado en cuenta el hecho de que la espalda me ardería como los mil demonios al entrar en la bañera.
Suspiré rendido y me encojí de hombros mientras metía cada uno de mis pies en el agua, sosteniéndome inútilmente de la pared para no resbalar.
Corrí la persiana nuevamente, cerrándola esta vez.
—Espero que no duela tanto— murmuré.
Fuí sentándome poco a poco en el piso de la tina, soltando uno que otro gruñido a causa del ardor que azotaba mi espalda cada que el líquido hacía contacto con otra herida.
Me coloqué justo en medio, evitando cualquier contacto con las paredes de la bañera. Tomé la esponja que estaba colgada de una de las llaves y comenzé a tallar mi piel con delicadeza y tarareando una canción cualquiera, sintiéndome como una mujer divina disfrutando de su baño de burbujas.
—Que homosexual eres, Eren— me burle de mi mismo al notar las estupideces que estaba haciendo.
Me quedé quieto y recalibrando la situación cuando recordé que no tenía nada con que secarme.
Miré al mi alrededor tratando de encontrar algo, sin embargo nada era de utilidad.
No quedaba otra opción más que llamar a mi tía.
—¡Annie!— grité con la esperanza de que la rubia me hubiera escuchado con claridad.
Pocos segundos después escuché unos pasos dirigirse presurosamente hacía la habitación.
—¿¡Eren!?— escuché como la puerta de la pieza se azotaba contra la pared mientras la rubia entraba—¿¡Estás bien!?
—¡Estoy bien!— grité nuevamente—. Estoy tomando una ducha, pero no hay ninguna toalla con la cual secarme, ¿podrías traerme una?
—¡Casi se me salé el alma cuando te escuché gritar, idiota!— me reclamó.
—Lo siento—reí.
—Está bien, lavé todas esta mañana, tal vez ya haya secado alguna, ahora vuelvo— escuché sus pasos salir de la habitación y bajar las escaleras dirigiéndose hacía el cuarto de lavado.
Suspiré y abrazé mis piernas mientras cerraba mis ojos, tarareando una canción, dispuesto a esperar a la rubia, sin embargo, unos segundos después escuché como la puerta del baño se abría y sonreí con los ojos cerrados. Esa mujer era verdaderamente rápida.
—¿Eres hermana de Flash o algo por el estilo?— pregunté aún sin abrír los ojos mientras esperaba sus insultos por mi ridículo comentario, pero estos nunca se escucharon.
Extrañado abrí los ojos y corrí la persiana un poco para mirar el resto del cuarto, intentando encontrar alguna señal de que Annie había estado ahí, pero no había absolutamente nada.
Las puertas— del baño y de la recámara— estaban abiertas de par en par, dejándome ver al otro lado del pasillo.
Podía escuchar pasos caminar por el corredor en dirección a la recámara y conforme se acercaban más rápidos y fuertes se volvían. Me estremecí cuando se detuvieron justo antes de llegar a la puerta, quedando en completo silencio, hasta que la puerta de la habitación cerró de golpe.
Corrí la persiana de nuevo, como si eso me protegiera de lo que venía a continuación y escondí mi rostro entre mis rodillas.
Otra vez no, por favor.
Un chillido cercano proveniente de la puerta del cuarto de baño me hizo entender que la puerta se había cerrado. No tenía como salir, ni siquiera tenía la capacidad de hablar para llamar a Annie en ese momento, estaba petrificado. Lo único que pude hacer fue moverme a una de las esquinas de la bañera para seguir en la posición de un ovillo.
El grotesco cántico volvió y acompañandolo, las locetas de las paredes eran raguñadas, causando un irritante chillido que hacía que mi piel se erizara y que me provocara punzaciones en la cabeza. Tapé mis oídos y cerré los ojos con más fuerza, sintiendo el frío ambiente.
De la nada todo cesó. De no ser por el sonido de las gotas que salían de la llave y caían sobre el agua de la tina, el lugar estaría en completo silencio.
Sin saber de donde había sacado el valor abrí los ojos y levanté la cabeza observando como el agua— que anteriormente era completamente cristalina— se había tornado de un color oscuro.
Asomé mi cabeza hacía afuera, escaneando con la mirada todo el lugar, sin notar nada extraño o fuera de lugar.
Fue cuando sentí el agua moverse que mi cuerpo se paralizó y mi respiración se volvió entrecortada y errática. Había algo en el agua, de eso no había duda.
Lentamente volví la mirada al otro lado de la bañera, esperando encontrar algo, sin embargo no había absolutamente nada, al menos no en el agua.
Sentí unas manos recorrer mis brazos, pasando por mis hombros hasta finalmente parar en mi cuello, envolviéndose alrededor y apretando poco a poco hasta el punto en el que el aire comenzó a reducirse. Cerré mis ojos con fuerza, tratando de tranquilizarme y no comenzar a sollozar, ¿en dónde se había metido Annie?
—Eres más difícil de lo que pensaba.
La voz hizo eco por todo el lugar, haciendo que sonara más tetrica de lo que ya era.
Estaba justo en frente de mí y podía sentirlo perfectamente.
—Mírame.
Casi quise reirme. Casi.
No era lo suficientemente estúpido como para hacer eso, aún menos si me lo pedía.
Sentí el agarre sobre mi cuello apretarse aún más, haciendo que comenzara a sofocarme más de lo que ya estaba. Instintivamente llevé mis manos a este para intentar liberarlo, sin embargo no había nada tangible que causara esa presión. Comenzaba a desesperarme y abría la boca en busca de oxígeno.
Bajé la cabeza y la escondí de nuevo entre mis rodillas como si eso fuera a solucionarlo y fue entonces cuando abrí mis ojos. En el agua se reflejaba su silueta, inmóvil y de pie, justo frente a mí.
—¿De verdad planeas seguir con esto?— preguntó cuando pequeñas convulsiones azotaron mi cuerpo. El aire se había terminado por completo.
Todo se desvanecía, y podía sentír el agua cubriéndome por completo. Percibía los gritos de Annie desde fuera de la habitación, percibía el goteo del agua, percibía como mi vida iba escapándose poco a poco. Iba a morir. Mi alma ya no me pertenecía.
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