CAPÍTULO 6
El individuo puede parecer catatónico pasándose largos períodos de tiempo sin pestañear. Debido a que estos síntomas particulares también pueden indicar ciertas condiciones neurológicas, hay que tener en cuenta el historial clínico del individuo.
Ya que se dice que los ojos son la ventana del alma, los cambios físicos pueden afectar a los ojos de la víctima en cuestión. El color de los ojos puede cambiar a diferentes colores de forma natural. Otra forma de los ojos puede ser una señal importante de la posesión cambiando del color normal del del ojo al negro oscuro.
"El mayor logro del diablo es hacer creer que no existe".
Eren
Me vestí con una camiseta floja y suave que me habían dado en el hospital para no dañar ni causar más traumatismo en las heridas de mi espalda.
Bajamos hasta el aparcamiento para esperar al Pixis. Cuando llegó entramos al auto de Annie entre quejidos y jadeos de dolor por parte mía, tener la espalda completamente lacerada no es muy agradable y placentero.
—¿En dónde están los niños?— pregunté entre gruñidos al notar la falta de los pequeños.
—Pedí a una buena amiga que los cuidara, no quería dejarlos solos en casa— dijo entrando al auto.
—¿Estarán bien?
—Claro que sí.
Suspiré y me encorbe hacía adelante evitando el contacto del respaldo contra mi espalda.
—¿A dónde iremos?— pregunté en un murmullo.
—A la iglesia— dijo Pixis mientras mi tía encendía en coche.
—Eso ya lo sé — recargué mi frente en el respaldo del copiloto—. ¿A cuál de todas?— jadee sintiendo un ardor en la espalda.
—Donde fue la ceremonia de tus padres— dijo Annie manejando el auto hacia la salida del aparcamiento.
—… ¿Por qué ahí?
—¿Conoces alguna otra iglesia?— tenía razón, mi familia siempre había sido muy entregada a esa iglesia, siempre yendo a misa, dando grandes donaciones y apoyando en todo lo posible— Además, el cardenal Grouard está ahí, él era muy amigo de tus padres, él podría brindarnos mucha ayuda, quizás el mismo se encargué, ten confianza Eren, todo esto se arreglará.
Quise reírme, ¿todo se arreglaría?, por favor, estuve a punto de ahogarme con mi propia sangre y casi tengo un colapso cerebral, tengo pentágramas satánicos en toda mi espalda, y ella me salía con eso.
Aunque de alguna forma se lo agradecía, trataba de darme ánimos, quería que mantuviera la "fe", pero ¿cómo mantener algo que jamás la tuve y que no me molesté en tener?
Fe… tener fe, ¿fe en Dios?, ¿fe en lo que probablemente sea una deidad falsa?, ¿fe en algo surrealista?, sí, claro, lo único que quería era terminar con todo esto de una vez, e iría ahí solo si hay una oportunidad, por más mínima que fuera, ¿Dios es misericordioso y escucha tus plegarías?, bien, que escuche las mías.
Suspiré y miré por la ventana, estábamos en la ciudad, la gran y estresante ciudad, donde todas las personas seguían una misma rutina todos los días. Eran al rededor de las 3 de las tarde y habían algunas familias paseando feliz y despreocupada mente por los parques y calles, parejas jóvenes y adultas del mismo o diferente sexo caminaban tomados de la mano con una gran sonrisa, algunos hablando, otro simplemente caminado en silencio ignorando todo lo que pasaba a su alrededor.
Suspiré.
¿Por qué no podía ser una persona normal y simple como ellas?, ¿por qué no podía tener problemas ordinarios como el dinero o calificaciones?, ¿por qué tenía que pasarme esto a mí?
Escuché mi estómago rugir, era normal, después de todo no había probado alimento desde la anoche anterior. Noté como algo se movía en a la altura de mi pecho, chocando con la camisa y mi piel.
Metí mi mano por el cuello de la camiseta, sacando el par de cadenas que rodeaban mi cuello.
Las miré, examinando los dijes. El collar de mi madre que Annie me había dado, el collar de mi padre y la llave de el sótano, tomé esta última, recordando las palabras que mi padre siempre repetía.
—Papá, ¿para qué es esa llave?— pregunté apuntándola, sentado en la cama mientras movía los pies hacía adelante y hacia atrás notando que colgaban debido a mi altura .
—Es la llave de el sótano, hijo— dijo arrodillándose a mi altura y acariciando mi cabeza.
—¿Algún día podré bajar?
—¿Quieres saber que hay allá abajo?— preguntó poniendo la llave justo frente a mí, mis ojos brillaron y una enorme sonrisa se plasmó en mi rostro. Levanté mi mano para tomarla, pero papá la quitó de mi alcanze y me miró con una sonrisa— Nada puede superar la curiosidad humana— se levantó y camino a la mesita de noche donde siempre guardaba la llave.
Esa curiosidad con saber que había en el sótano fue desapareciendo con el paso de los años hasta quedar completamente en el olvido, ya no mostraba interés ni hacía preguntas al respecto. La única razón por la que había bajado al sótano había sido un error… un error muy grande.
El auto dió vuelta, pasando a través de el gran portón que permitía la entrada al recinto de la iglesia.
—Llegamos— avisó Annie cuando terminó de estacionar el auto.
Levanté la cabeza y giré la observando la gran y victoriana estructura llena de barroquismo del siglo XVI. Extravagante en pocas palabras.
—Vamos— dijo Pixis abriendo la puerta del auto.
Inconsciente hice una mueca de desagrado y salí del auto de mala gana.
Sentí el aire chocar contra mi rostro y respiré profundamente. A pesar de estar en la ciudad el aire era fresco y tenía un familiar olor a hierbas recién podadas debido al césped de la iglesia. Mi mirada se dirigió al cementerio de la misma buscando las tumbas de mis padres. Algo llamó mi atención, un hombre de baja estatura estaba entre los árboles que estaban detrás del cementerio, observando fijamente desde la distancia. Conocía a las personas que estaban en esta iglesia desde hace tiempo, pero jamás había visto a un hombre de esa complexión por aquí. Ni siquiera me esforcé por ver el detalle de sus facciones, la distancia no me lo permitía.
—Eren— dijo Pixis en la entrada de Ia iglesia. Me giré para mirarle, recibiendo una seña para que me acercara a ellos.
—Ya voy.
Giré de nuevo hacía el cementerio, pero el hombre ya no estaba.
Tragué en seco y caminé de prisa hasta estar junto a ambos.
—¿Qué pasa, Eren?
—Nada… no te preocupes Pixis— dije mientras sonreía levemente para no alterarlo.
Toqué mi garganta tratando de deshacerme del gran nudo que sentía y me sofocaba.
—Bien, vamos— dijo Annie entrando.
Miré la iglesia sintiendo un poco de arcadas. Fruncí el ceño extrañado por mi propio comportamiento y sin más entré.
Sentí mi espalda escocer, al igual que las mordidas en mi cuello. Gruñí y moví la cabeza mientras acariciaba mi nuca tratando de calmar un poco el ardor.
Miré a mi alrededor con inquietud. Solo habían algunas personas, todas de tercera edad y la mayoría estaban incadas orando entre dientes con los ojos cerrados y las manos juntas.
Un hombre notablemente viejo estaba sentado mirando fijamente hacía el altar, no se movía, no oraba, no hablaba, solo miraba el altar sin mover un centimetro la vista, lo que llamó mi atención. Lentamente giró su cabeza en mi dirección, mostrando las marcas de la edad y algunas cicatrices profundas en su rostro. Sus ojos blancos hicieron que un escalofrío recorriera mi espina dorsal. Entonces supe porque no miraba otra cosa que no fuera el altar, era obvio que era un hombre ciego, pero eso no le quitaba lo espeluznante y terrorífico que se veía, sobre todo cuando tenía esas cicatrices en la cara.
Seguí caminando tratando de no mirarlo de nuevo, era escalofriante.
Nos dirigimos hacía una puerta justo a un lado del gran altar. Annie tocó la puerta, y unos segundos después uno de los clérigos abrió la puerta un poco. Jamás había visto a ese chico aquí. Un chico de cabello negro y adorables pecas en las mejillas.
—¿Si, en qué puedo ayudarlos?— respondió con una sonrisa amable.
—Estamos buscando al cardenal Grouard— dijo Annie.
—Lo siento, en estos momentos está indispuesto realizando las confesio-
—Está bien, Marco— se escuchó desde el otro lado de la puerta—. Dejalos pasar, he terminado.
¿Marco?, ese nombre estaba en el diario de el pequeño. Annie me miró expectante, estaba pensando lo mismo.
El chico asintió y con una sonrisa abrió completamente permitiéndonos el paso.
—Hola— dijo el cardenal.
—Hola— respondimos los tres a la vez, yo con el tono más bajo.
—¿En que les puedo ayudar?, soy todo oídos— dijo amablemente con una sonrisa mientras se sentaba en una de las sillas.
—Es algo... delicado— dijo Annie un poco dudosa de cómo explicarlo.
—Saldré en este momento— dijo el chico con pecas—. Llámeme si necesita algo, señor Grouard— dijo sonriendo antes de asentir en nuestra dirección como forma de despedida y salir por la puerta.
—¿Es nuevo?— pregunté. Nunca lo había visto antes.
—Sí — dijo bajo. Tomó un suspiro antes de seguir—. Marco Bott, de pequeño padeció anemía y fue internado en un hospital, su caso fue muy extraño, aún con las inyecciones de hierro las hemorragias no paraban, sus padres trajeron como último recurso a esta iglesia durante meses, rogándole a Dios y después de algunos años aquí está, vivito y coleando. Pidió ser parte de la iglesia y servirle a nuestro señor como agradecimiento… es un gran chico, a pasado por mucho, pero nunca dejó de sonreír— dijo con una sonrisa.
Entrecerré los ojos. Definitivamente era uno de los niños de el diario. Miré de reojo a la rubia, que miraba fijamente la puerta por donde el chico había salido.
—Y bien, cuéntenme.
Annie me miró y yo asentí.
—Algo está pasando en la casa de los Jeager.
La sonrisa del cardenal desapareció y la seriedad reinó en su rostro.
—¿Qué pasa?
—Todo empezó.
La mandíbula del hombre se tenso y sus cejas se fruncieron, casi juntándose en una mueca preocupada. Desvió la mirada al piso y con sus manos apretó fuertemente los reposabrazos de la silla.
—Sabía que esto pasaría, debieron haberse mudado— habló con sí mismo mientras negaba.
—Señor, necesitamos ayuda, esto se está poniendo cada vez peor.
—Cuéntenme que ha pasado, todo, sin excepción.
Annie y yo comenzamos a relatarle todo. Desde la vez que entré al sótano hasta las pesadillas, heridas en mi espalda, absolutamente todo, y con forme avanzabamos la historia, su expresión se volvía más preocupante.
—Las marcas… ¿podrías mostrármelas?— dijo pensativo.
Asentí y me dí la vuelta mientras subía la camiseta con cuidado, mostrando mi espalda.
—Oh dios mio— susurró levantándose lentamente mientras se acercaba a mí. Pasó lentamente sus dedos por los rasguños, estos comenzaron a escocer y a arder. Gruñí sintiendo como rozaba las llenas de sus dedos.
—Te pondré agua bendita— dijo antes de ir corriendo al otro lado de la sala.
No quería agua bendita, quería que me ayudara.
—No creo que sea necesario— dije tratando de ver que era lo que estaba haciendo.
—¡Por supuesto que es necesario!
Segundo después volvió con un pequeño frasco lleno de agua, quitó el corcho y dejó caer un chorro de agua por mi espalda. Gruñí fuertemente y apreté mis manos, haciendo que mis nudillos se volvieran blancos.
—Deténgase —pedí, pero el siguió—. Deténgase— mi voz se hizo más grave y profunda—. ¡Pare ya!— grité dándome la vuelta y tomando con fuerza la muñeca del cardenal.
—Eren, déjalo— dijo Pixis tomando mi hombro—. Eren, es suficiente.
No podía soltarlo, lo único que sentía era ira, podía sentir mi corazón latir con fuerza y la sangre correr por mis venas a una gran velocidad, si seguía así le rompería la muñeca, pero a pesar de eso no me detuve, no podía.
—¡Eren!— gritó Annie jalando mi brazo.
Grouard estaba mirándome directo a los ojos con una expresión de terror en el rostro. Una sonrisa burlona apareció inconscientemente en mis labios y una sonrisa macabra y grave salió de mi boca.
—Suéltame, bestia asquerosa— otra risa salió de mis labios, pero no fue por mi cuenta. No tenía control de mi cuerpo, a pesar de que quería soltarlo mi cuerpo no respondía, si seguía de verdad le rompería la muñeca.
—¡Eren, suéltalo ya!— sentí como mi cuerpo volvía a estar a mis ordenes y rápidamente solté su muñeca, alejándome rápidamente de todos mientras pedía disculpas.
—Lo lamenta, lo lamento— dije con voz entrecortada mirando su brazo.
—Tranquilo Eren— dijo Grouard.
Mis ojos se humedecieron, no quería que esto pasara, no quería lastimar a nadie. De un momento a otro ya no tenía control de mis acciones y mi cuerpo actuaba por sí mismo.
—Por favor ayúdeme.
—Claro que sí— sonrió tratando de tranquilizarme—. Marco — llamó y enseguida el muchacho entró por la puerta—. Llama al obispo Smith, que deje todas las cosas que esté haciendo en este momento, tenemos una emergencia.
—Claro— dijo el chico antes de salir por la puerta.
—Todo se arreglará, Eren.
Quería creerlo, pero estaba siendo jodidamente difícil, sin embargo había una pequeña luz de esperanza, y si eso ayudaba, confiaría plenamente en ella.
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