CAPÍTULO 11
"El mayor logro del diablo es hacer creer que no existe".
Eren.
—Entra, Eren— dijo Annie después de abrir la puerta de su casa.
Con pasos pesados me adentré a la vivienda, apoyándome de la columna al notar que mis piernas temblaba.
Me habían dado de alta en el hospital días después de que aquello sucediera. Dijeron que estaba completamente sano, pero a pesar de lo que los doctores habían dado por hecho, seguía sintiéndome débil y cansado, tenía frío todo el tiempo y al caminar tenía que apoyarme en las paredes para evitar caer por la falta de equilibrio. Puede que dijeran que estaba bien, pero definitivamente no me sentía ni lucia de esa forma.
—Hace frío— susurré.
—Sí, en estos días la casa bajó su temperatura y la calefacción no sirve.
—¿Puedo dormir un rato?
Annie suspiró cerrando la puerta principal.
—Eren, en el hospital pasabas todo el día durmiendo, solo despertabas para comer o ir al baño, creo que te haría bien un poco de movimiento.
_Si, lo sé, pero de verdad me siento cansado, Annie, se que los doctores dijeron que me encontraba perfectamente, pero los ojos me pesan todo el tiempo, mi cuerpo entero duele— repliqué.
Annie suspiró y se rascó la sien mientras pensaba.
—... De acuerdo, pero antes debes comer algo, no has comido nada desde ayer por la noche, no quiero que vuelvas al hospital por desnutrición— dijo alzando las mangas de su suéter mientras caminaba a la cocina.
Sonreí sin poder evitarlo.
—Bien, pero que sea algo delicioso— dije lo suficientemente alto para que mi tía me escuchara desde la cocina.
—¡Todo lo que hago es delicioso!
—Lo sé— dije más para mi mismo que para Annie.
Caminé lentamente hasta el salón y me senté justo frente al televisor sin saber que hacer.
En cada extremo del sofá había una mesita pequeña con una lámpara y fotografías de Annie, mi tío, Bertholdt y Reiner juntos.
Sonreí inconscientemente y miré alrededor sin nada que hacer, luchando para no quedarme dormido ahí mismo.
—¡Eren! ¿podrías ayudarme?— escuché a Annie gritar desde la cocina.
—¡Claro!
Me levanté del sofá y caminé despacio hasta la cocina con cuidado de no caer.
—¿Qué hago?— dije caminando hasta el fregadero para lavarme las manos.
—Corta la cebolla— dijo mientras meneaba con una espátula algo dentro del sartén.
—¿Quieres hacerme llorar acaso?— exageré con un toque divertido mientras tomaba un cuchillo.
Annie sonrió divertida y se giró.
—No exactamente— regresó la mirada a la comida—. No vayas a cortarte.
—No soy un niño, Annie.
—Pero eres muy torpe.
—¡Oye!
—Cállate y corta la cebolla— dijo mientras reía.
—¿Los niños siguen con tu amiga?
—Sí —caminó hasta el frigorífico y buscó algo dentro—. Quiero pensar que me extrañan, pero cuando los llamo hablan tan rápido solo para volver a jugar... Al menos están cómodos.
Suspiré.
—Les aterro— comenté con pesadez —. Si salgo de esto no creo que vuelvan a mirarme de la misma forma.
—Hey... eres su primo favorito, te adoran, solo están un poco confundidos, además, saldrás de esto de alguna u otra forma.
Suspiré con pesadez, guardando silencio.
—Eso espero— susurré para mi mismo mientras miraba mi reflejo en el porcelanato de la encimera.
Estaba hecho un caos.
Las ojeras casi negras resaltaban en mi rostro, pómulos prominentes, mis ojos hundidos y labios resecos al igual que mi piel pálida. A veces realmente dudaba que fuera a salir de esto.
—Eren, ¿terminaste con la cebolla?
—Oh, si, claro— Annie tomó los trozos de cebolla en sus manos y los lanzó a el sartén— ¿Qué más hago?
—Corta el pimiento en tiras.
—Bien.
Observé el alimento en la tabla con el ceño fruncido. Siempre había tenido un conflicto con cortar los pimientos. Es suave, dulce y un poco picante, era fácil de picar, existían de diversos colores, incluso mezclas de ellos, sin embargo el tallo extremadamente duro hacía un contraste enorme con el resto del fruto. Tal vez sonaría un poco torpe, pero cada vez que cortaba uno obtenía una pequeña herida. Justo como ahora.
—Joder— susurré casi en silencio, tuve suerte en que Annie no me escuchara.
Volteé disimuladamente, observando a Annie por encima de mi hombro para verificar que Annie no se hubiera dado cuenta. Suspiré de alivió cuando ví que ella seguía centrada en el sartén.
Miré mi dedo y lo llevé a mi boca, lamiendo la sangre tratando de parar la pequeña hemorragia.
—"Eren".
Giré bruscamente mi cabeza en dirección a la entrada de la cocina.
Una cabellera rubia un tanto sucia y despeinada y un par de enormes ojos azules afligidos me miraban desde el umbral de la puerta. Su piel era pálida, sin color, llegando a ser grisácea. La pequeña mano apoyada en la pared estaba un tanto huesuda y maltratada, incluso parecían manchadas de tierra al igual que su pequeño suéter azul.
Sus pantaloncillos estaban llenos de lodo seco al igual que sus pies que estaban descalzos sobre las losetas.
—"Ayúdame, por favor".
Su voz transmitía la tristeza más grande que hubiera escuchado en mi vida, era melancólica, abatida, depresiva. Mi cerebro instantáneamente hizo click, y todo cuadró.
—¿Armin?
El pequeño retrocedió un poco, mirando a su alrededor con temor.
—Espera.
—Eren, ¿a dónde vas?— cuestionó Annie confundida, mirándome alarmada.
—Ahora vuelvo.
Dejé el cuchillo sobre la tabla de picar y me enfoque en seguir al niño a lo lejos.
El pequeño iba corriendo tan rápido entre las habitaciones que más de una vez lo perdí de vista. De vez en cuando volteaba en mi dirección para asegurarse de que lo estuviera siguiendo.
Mi corazón estaba acelerado y mi respiración agitada, el aire me faltaba.
Un intenso dolor de pecho hizo que me detuviera junto a la escalera. Me apoyé en la pared respirando profundamente y cerrando los ojos con fuerza para tratar de calmar un poco el dolor.
Pasos apresurados subiendo los escalones me hicieron abrir los ojos de golpe.
Pude ver los pequeños pies del rubio corriendo en la escalera con prisa.
Dejé el cansancio y el dolor de lado y a grandes zancadas subí las extensas escaleras.
Me detuve de golpe al girar para seguir subiendo. El corazón casi se me sale del pecho al mirar al infante de pie al final de la escalera mirando al suelo. Casi me tropiezo con mis propios pies por retroceder con prisa de manera inconsciente.
Tragué con dificultad, ¿qué se supone que debía hacer? El ambiente se sentía demasiado tenso y oscuro, diferente a como era tan solo unos cuantos minutos atrás.
Todo se había ensombrecido, todo parecía más escalofriante.
La temperatura había bajado brutalmente y se sentía un frío más crudo del que ya hacía, incluso sacaba un poco de vaho por mi boca debido a mi respiración agitada.
Mi cuerpo temblaba y no estaba seguro de si era por el frío o por el miedo.
Puede que fuera por ambos.
Mis vellos estaban de punta y constantes escalofríos me recorrían de pies a cabeza. El sudor frío cubría un poco de mi frente y las palmas de mis manos.
Era extraño, el ruido era casi nulo, solo se podía escuchar el viento correr y las ventanas vibrar. Era como si estuviera solo. Ni siquiera se podía escuchar nada proveniente de la cocina, y eso era lo que más temía. ¿En dónde estaba Annie? Estaba seguro que había salido justo detrás de mí.
Un suspiro violento me sacó de mis pensamientos.
Armin estaba mirándome profundamente con una mirada que no podría describir.
Agachó la mirada y comenzó a caminar hacía el pasillo a su izquierda.
Me quedé unos segundos mirándolo expectante sin saber que hacer hasta que lo perdí de vista detrás del muro.
Reaccioné y lentamente subí las escaleras hasta llegar al inicio del pasillo.
No se podía observar el final debido a la falta de luz. Le daba un aspecto sombrío, como si fuera infinito.
El entorno era frío y la madera del piso crujía y rechinaba.
El niño no estaba, solo se podía notar la oscuridad.
Distinguí el interruptor en la pared y me acerqué rápidamente.
Sabía que no iba a funcionar, pero aún así lo intenté sin sorprenderme mucho cuando la bombilla no respondió.
Tragué duro y cerré mis puños sudoroso, dándome un poco de fuerzas y ánimos mentalmente.
Solo es un niño, me dije.
Sin saber que hacer comencé a caminar muy lentamente. No sabía en dónde estaba el rubio y eso era lo que más nervioso me ponía. Mis ojos iban de un rincón a otro y soltaba un suspiro tras otro para tratar de regularizar mi respiración. Mi corazón golpeaba contra mí pecho, bombeando la sangre a una velocidad exageradamente presurosa y tragaba duro sin dejar siquiera que la saliva se volviera a formar en mi boca.
Mi garganta dolía al igual que mi pecho y mi cabeza punzaba con cada movimiento que hacía.
Todas las puertas estaban abiertas de par en par, dejándome ver perfectamente el interior de las habitaciones. Todas estaría en penumbra de no ser por la luz de la luna que se colaba por las ventanas.
Se habían comenzado a escuchar ruidos por toda la casa, de un lado a otro, lo que causaba que mi dolor de cabeza incrementara.
Todo mi cuerpo temblaba, mis manos estaban entumecidas por el frío al igual que mis pies.
Me detuve un segundo.
Solté un bufido y me abracé a mi mismo para tratar de conseguir algo de calor.
Un ruido al final del pasillo hizo que levantara la vista automática.
En la última puerta del lado derecho se podía apreciar una pequeña cabeza asomándose hacía mi dirección. Sólo era una pequeña silueta.
Sus manos se aferraban al marco y lo rasguñaban con ansiedad, parecía murmurar algo muy quedamente con la cabeza gacha.
Dí un pasó al frente con inseguridad y temor.
—¿Armin?
Los rasguños y los murmullos pararon. Él levantó su cabeza lentamente. No podía ver su rostro, pero podía sentir su mirada penetrante sobre mí.
Me quedé congelado, respirando lento para evitar que cualquier sonido que no viniera de la casa se percibiera. Sabía perfectamente que estaba observando cada centímetro de mí... Y eso me ponía los pelos de punta.
—"Ven".
Y sin más se metió por completo a la habitación, cerrando la puerta tras de sí.
Con el corazón al mil, caminé hasta la puerta y me detuve frente a ella unos segundos. Acerqué mi mano a la manija y la alejé con algo de duda.
¿Realmente era buena idea?
Estaba siguiendo ciegamente al espíritu de un niño, ni siquiera estaba seguro de que fuera realmente un niño. Podía ser cualquier cosa, buena o mala.
Tratando de no pensarlo demasiado tomé el pomo y abrí con brusquedad la puerta.
Era el dormitorio de los niños.
—Oh, claro que tenía que ser esta maldita habitación.
El color azul adornaba todas las paredes junto con pequeños diseños de carritos.
En las repisas habían figuras de acción y muñecos un tanto tétricos que hacían que un escalofrío me recorriera de pies a cabeza, ¿cuál era su manía con tener juguetes extraños?
Extrañamente la lámpara que estaba en la mesita de noche entre las camas estaba encendida. Era pequeña, pero iluminaba perfectamente la habitación, mucho mejor que estar completamente en penumbras.
Miré a mi alrededor buscando algún rastro del niño, pero en ese lugar no había nadie.
Miré debajo de las camas, detrás de la puerta, en los rincones de la habitación y no encontré nada. Ni una señal, ni un movimiento o algo fuera del lugar en el que debería estar.
Solo me quedaba por revisar el armario.
Abrí las puertas y corrí las prendas rápidamente buscando entre ellas, sin saber exactamente qué.
Cerré las puertas frustrado. ¿Ahora qué?
Recargué mi cabeza en el armario y cerré los ojos tratando de calmar el dolor punzante dentro de mi cabeza.
Suspiré cansado.
El rechinido de la cama hizo que mi cuerpo se congelara, un escalofrío recorriera toda mi espalda y que mis ojos se abrieran a tope.
Oh, ahí está.
Dándome fuerzas volteé.
Si, ahí está.
Estaba sentado en el borde de la cama, mirando la puerta y dándome la espalda. Parecía estar jugando con sus manos mientras murmuraba de nuevo cosas que no lograba entender.
Mis rodillas temblaban y de no ser por estar apoyado en las puertas del armario habría terminado en el suelo.
Sequé mis manos un tanto sudadas en mis pantalones.
Mordía mis labios y jugaba con los puños de mi suéter. Inflaba mis mejillas y soltaba el aire lentamente para no llamar su atención.
Sobé mi antebrazo temeroso y me dí ánimos para avanzar.
Todo el sigilo y la tranquilidad que había planeado se fue por el caño cuando una de las tablas de madera protestó bajo mi pie.
Mi respiración se cortó y una maldición involuntaria salió de mi boca.
—Me lleva la...
—"Mi mamá decía que los niños malos que maldicen ponen triste a Dios".
Tragué grueso por enésima. Cerré con fuerza mis ojos mientras chasqueaba la lengua para liberar un poco la tensión que se acumulaba en mi cuerpo.
—Ah, ¿si?— murmuré sin saber exactamente que decir—. Tu mamá era una persona muy sabia.
¿Qué se podía decir en estos casos?
Me quedé esperando un tiempo una respuesta, un movimiento, un sonido, pero nada. Todo era silencio, de vez en cuando se escuchaba el viento pasar rápida y ferozmente haciendo vibrar las ventanas.
El malestar seguía haciendo de las suyas en mi cuerpo, en una menor magnitud sin embargo.
Me armé de valor. Si quería acabar esto rápido debía ir directamente al grano. Tenía que jugar con mi suerte y dar por hecho que era el infante.
—¿A...Armin?— mi voz flaqueó al pronunciar su nombre y un nudo se instaló sin permiso en mi garganta— ¿Qué es lo que necesitas, cariño?— el mote afectuoso salió de entre mis labios sin pensarlo.
Sin darme cuenta eso aligeró el ambiente.
Un suspiro un tanto desanimado fue emitido por el pequeño.
—"¿No extrañas a tus papás, Eren?"
Parpadeé un par de veces confundido.
Era una pregunta que me había tomado completamente desprevenido.
Oh, claro que lo hacía, cada minuto, cada instante.
Extrañaba la comida de mi madre, su aroma por toda la casa, extrañaba que revolviera mi cabello cuando estaba molesto y sus abrazos cuando estaba triste o desanimado. Extrañaba a mi padre, sus firmes abrazos, sus chistes malos, sus enojos cuando no conseguía que la bombilla de la cocina encendiera.
Extrañaba los paseos al lago, las visitas a los museos incluso si resultaban aburridas para mí.
Una sonrisa nostálgica se plantó en mi rostro.
Eran lo que más amaba en este mundo y ahora ya no estaban.
—Todo el tiempo.
—"Yo también extraño a los míos"— el pequeño blondo tomó la colcha de la cama y la estrujó entre sus pequeños dígitos—. "Y no podré verlos nunca más".
El nudo en la garganta duplicó su tamaño.
—"Al menos Levi me dejó despedirme de mi familia"—. Añadió.
Fruncí el ceño extrañado, ¿despedirse?
—Perdón... ¿qué?— dije confundido.
—"Levi le es fiel a su naturaleza incluso si no quiere serlo, no es una opción que el quisiera tomar, es lo que él es".
Mi frente dolió cuando mis cejas se juntaron aún más. No estaba entendiendo absolutamente nada.
—¿A qué te refieres?.
—"Él no es malo, solo a veces no puede controlarse y lo hace sin darse cuenta, él nunca quiso ser así".
—Yo... Yo... Creo que no comprendo— admití extrañado.
—"Él curó tus heridas en la espalda".
—Bueno... Él hizo las heridas en mi espalda.
—"¿Y no te preguntas por qué las sanó?" — replicó girando un poco la cabeza sin llegar a mirarme del todo.
Iba a responder, pero nada completamente coherente salió de mi boca. Mis intenciones de hablar quedaron en el aire y solo me quedó cerrar la boca y desviar la mirada, ¿que más podía hacer? Realmente no sabía que decir. Y la repentina madurez del niño me tomó por sorpresa.
—"No tiene control sobre si mismo".
—Es maligno.
—"Claro que es maligno, es un demonio después de todo".
La simple palabra me causó un escalofrío. Sabía que lo era, pero parecía que mi mente aún no lograba asimilarlo.
—"Es muy difícil que escapes ahora... Él ya te eligió".
—... ¿Qué es lo que debería hacer?— pregunté tratando de que mi voz no me fallara.
—"No mucho, en realidad... Una vez te eligen es difícil escapar..."— soltó un pequeño suspiro—. "A menos que haya un sacrificio".
El tono seco y profundo y la lentitud con la que dijo la última oración me erizó cada vello de mi cuerpo. El sudor frío comenzó a recorrer mi espalda.
Esperaba que no fuera lo que estaba pensando.
—¿Sacrificio de qué?— pregunté con un hilo de voz.
La silueta de una triste sonrisa se apareció en su rostro y agachó la cabeza.
—"Es obvio, ¿no? Alguien tiene que dar su alma en tú lugar... De esa manera, estarías salvado inmediatamente".
Sentí todos los colores abandonar mi rostro y la habitación dar vueltas.
La simple idea me hizo sentir nauseabundo. Me hizo sentir enfermo. No podía imaginar a alguien más muriendo por mi culpa solo para salvar mi pellejo. No podía imaginar a alguien tomando mi lugar.
Pasar por lo que pasaba era algo que nunca le desearía a nadie.
—"Aunque veo que no te encanta la idea".
Dejando de lado el malestar anterior decidí cambiar de tema.
—Antes dijiste que necesitabas algo— Tragué en seco antes de continuar—. ¿A que te refieres?
—"Encontraste mi diario".
Por enésima vez un escalofrío recorrió mi espina dorsal, mi respiración se trabó por milésimas de segundo y los vellos de mi cuerpo se erizaron por completo.
Aún no lograba superar mentalmente lo que había leído en esa pequeña libreta.
Y no es como si fuera de mucha ayuda ver al fantasma de la persona que alguna vez relató esos escritos.
—"Me gustaría tenerlo de vuelta".
—¿Cómo puedo hacer eso?— giró su rostro en mi dirección al mismo tiempo en que una pequeña sonrisa se acomodaba en su rostro.
—"¿Me ayudarás?".
Instintivamente sonreí. Mis pies tomaron vida propia e hicieron que a pasos lentos me acercara a la cama en donde se encontraba el niño.
—Claro que sí— murmuré después de tomar asiento junto a él, cuidando la distancia.
Su sonrisa se ensanchó aún más hasta que sus azules ojos se achicaron y un pequeño y corto atisbo de brillo se insertó en su mirada triste.
—"Hay un viejo abedul en el patio trasero de tu casa"— explicó con emoción—. "Es el más grande de todos"—me fue imposible evitar que una sonrisa tomará lugar en mis labios al notar que el tono infantil se recuperaba en su voz y al ver los gestos que hacía con sus pequeños brazos para describir el árbol.
Después de todo seguía siendo un niño con un desafortunado destino.
"Uno que tú tendrás también", musitó algo en mi mente.
Agité la cabeza para aclarar mis pensamientos. No era momento para esto.
—"¿Podrías enterrarlo ahí?"— su infantil sonrisa seguía en su rostro y el ligero brillo de emoción seguía en sus apagados ojos.
Conocía ese abedul. Era el más viejo y grande de todos los que se encontraban a su alrededor. Imponía respeto automáticamente al verlo, pero eso no evitaba que mi madre me contara historias por la tarde cuando nos recostábamos bajo su sombra. Simplemente era muy bello.
—Por supuesto, cuenta con ello.
Sonrió satisfecho y volvió a mirar al frente.
—"Ten cuidado, Eren"— ahora fue mi turno de mirarlo. Sabía a que se refería—. "Muy pronto todo va a terminar... Su hambre está aumentando cada vez más... casi no tiene control de sí mismo"— Ya no sonreía—. "En estos momentos es imposible evitar la muerte de alguien".
Cerré los ojos y negué con la cabeza. Tenía miedo. No. Estaba aterrado.
Miles de sentimientos se apoderaban de mí.
Ira, tristeza, ansiedad, culpabilidad, melancolía, desesperación, angustia.
Iba a explotar, no sabía cómo manejar todo lo que estaba pasando.
—Armin... ¿Puedo ser completamente honesto contigo?— el pequeño me miró, alentándome a continuar—. Me estoy muriendo del miedo, no quiero que alguien más sufra por mí, pero le tengo pánico a lo que suceda cuando muera.
—"Lo sé, Eren, y te comprendo perfectamente... Yo también tuve miedo, pero al final no fue tan malo"—una mezcla de miedo y cariño que no logré comprender apareció en los ojos del pequeño—. "Él realmente lamentó lo que hizo, y yo aprendí a perdonarlo".
Mi ceño se frunció hasta el punto en que mi frente comenzó a doler, además de que el dolor de cabeza solo empeoró.
Tal vez esa era la razón por la que mi cerebro simplemente no lograba comprender lo que el niño me decía.
—"Se que suena raro y no lo entiendes, pero no es necesario que lo hagas".
Aún sin tener la oportunidad de captar lo que el rubio trataba de decir, el rubio se bajó lentamente de la cama y comenzó a caminar hacía la puerta.
Sus pies descalzos arrastrándose contra la madera del suelo hacían que sus pasos rechinaran.
Cruzó la puerta de la habitación y comenzó a andar hacía el pasillo en penumbras.
Salí de mi ensimismamiento y rápidamente me levanté, siguiéndole.
—Es-Espera, Armin.
En sólo cuestión de segundos el niño ya estaba al otro lado del pasillo, mirándome por encima de su hombro.
—"Buena suerte, Eren. Gracias por ayudarme"— Su voz retumbó por todo el pasillo.
Fue cuando pestañeé que el niño desapareció.
Suspiré resignado, viendo a mi alrededor.
Iba a dirigirme nuevamente a la cocina cuando, solo después de dar un par de pasos, las escaleras comenzaron a rechinar, justo como si alguien estuviera subiendo por ellas.
De no haber sido por el hecho de que Annie no estaba por ningún lado y de que los pasos resonaban demasiado como para ser de Armin, hubiera pensado que era alguno de los dos.
Pero con cada golpe la casa retumbaba.
Los cuadros del pasillo vibraban y las puertas se balanceaban levemente.
Todo a mi alrededor se cimbraba y mi corazón estaba a punto de salir de mi pecho.
Con cada paso que se escuchaba, todo se tornaba más violento.
Mi respiración volvió a ser irregular y el sudor frío comenzó a correr por mi espalda de nuevo.
Cerré mis manos en puños de manera inconsciente, tan fuerte que mis uñas se clavaban en la palma.
Los pasos cada vez se sentían más cercanos al final de las escaleras y yo seguía sin poder siquiera parpadear.
Eran lentos, con un repiqueteo metálico que hacía que mi sangre se helara. Podía escuchar el toque de una mano pasándose por el pasamanos de la escalera y de vez en cuando rasguñandolo.
El dolor volvió a mi cuerpo de una manera impresionante que me hizo doblarme. Los músculos de mi abdomen dieron un tirón, parecía como si mis piernas estuvieran teniendo miles de calambres a la vez y los nervios de mis brazos se tensaban.
Respiré profundo tratando de hacer el dolor soportable. Solo tardé un par de segundos en recuperar la postura y tan pronto como volví mi mirada al final del pasillo me congelé.
Mi madre estaba al otro lado del pasillo, inmóvil, mirándome fijamente y por completo sería.
No era como si su rostro hubiera lucido feliz todo el tiempo cuando estaba viva, pero algo que siempre la caracterizaba era su expresión amable.
Algo en el rostro de la mujer que supuestamente era mi madre no cuadraba en absoluto.
Su rostro era serio, sí, pero su mirada era escalofriante.
Era apagada, fría, llena de odio y hacía que te congelaras por completo.
Tragué en seco y sin saber exactamente qué buscaba, miré a mi alrededor sin dejar de estar pendiente de cualquier movimiento que pudiera ser realizado al inicio del pasillo.
—"Ven hijo mío, vayamos a casa"— extendió sus brazos en mi dirección y en su rostro se dibujo una expresión de cariño tan radical y falsa que un escalofrío me recorrió.
Era definitivo el hecho de que esa no era mi madre.
Algunos hilos en los puños de mi suéter comenzaron a ser torturados y deshilachados, deshaciendo un poco el tejido.
—Tú no eres mi madre— escupí.
Todo rastro de ternura en su expresión quedó en el olvidó cuando terminé de pronunciar esas palabras.
El enojo en sus ojos se hizo más intenso y regresó sus brazos a los costados de su cuerpo.
—"Tu asquerosa madre está jodidamente muerta".
Apreté la mandíbula hasta el punto en el que mis dientes empezaron a rechinar y convertí mis manos sudorosas en puños.
—"Oh, la dulce Carla, siempre tan tierna y manipulable"— comenzó a caminar de lado a lado del pasillo.
—No... Digas el nombre de mi madre— gruñí.
—"Puedo traerla de vuelta... A ambos. Los verías otra vez".
—Tú no puedes hacer una mierda, ellos ya están muertos.
—"¿Y acaso Armin no? Él sigue aquí, gracias a mí".
—¿Y se supone que esa es una buena noticia? ¡El niño debería estar con su familia, no aquí, vagando en la oscuridad!
—"Tsh Tsh Tsh" — levantó su dedo índice en mi dirección mientras chasqueaba la lengua—. "Baja la voz, joder. Estos malditos niños gritan por todo"— reclamó a sí mismo.
Los ropajes se convirtieron en cenizas de a poco, mostrando a su paso una gabardina negra bastante larga.
La carne que simulaba a mi madre comenzó a desprenderse, dejando ver un desastre de músculos faciales y algunos nervios que conformaban normalmente un rostro.
Con ayuda de sus largas uñas arrancaba violentamente los trozos de piel que no lograban caerse por sí mismos, dejando que la sangre saliera a borbotones, deslizándose por su cuello y llegando a la gabardina mientras que otras gotas más pequeñas se salpicaban sobre el piso.
Mi piel estaba completamente erizada, mi cerebro en shock y mi estómago estaba comenzando a revolverse sin piedad. Era una escena de prácticamente desollamiento tan grotesca y escalofriante que me cortó la respiración y provocó una mueca de escepticismo y asco.
Segundos después, la piel de su rostro comenzó a regenerarse, solo que ahora no era el rostro de mi madre. Eran los rasgos de aquel demonio que tanto había estado jodiéndome la vida. Levi.
Conforme su rostro tomaba forma, un olor a azufre y putrefacción comenzaba a inundar la casa, provocando, junto a la escena que acababa de presenciar, que tuviera que hacer lo posible para controlar unas cuantas arcadas.
Cerré los ojos y respiré profundamente pese al olor para tratar de tranquilizarme un poco y aclarar mi mente.
—"Me queda bastante claro que no entiendes una mierda".
Su voz me tomó por sorpresa, haciéndome dar un saltito en mi lugar y sus palabras hicieron que el enojo llegara a mí al igual que la frustración.
—Oh, claro, perdón, pero lo único que tengo claro en estos momentos es que quieres matarme, comer mi alma y probablemente abusar de mí tomando en cuenta lo que pasó en el hospital— las palabras salieron de mi boca sin darme cuenta debido a mi desesperación. Me arrepentí al momento en que terminé de decir esas palabras. Mi nerviosismo aumentó. Al fin y al cabo no estaba hablando con una persona normal. Y, a pesar de eso, vi su expresión seria flaquear al igual que su respiración, recuperándose un microsegundo después y dando paso a una expresión y una risa aterradoramente burlesca.
—"Así que recuerdas eso"— rió.
La rabia dentro de mí aumentó.
—Eres asqueroso.
—"Sí, me lo dicen seguido".
El olor era absolutamente insoportable, hasta el punto en que mis vías respiratorias comenzaban a escocer y mi estómago se revolvía cada vez más. Un calor extraño comenzó a crecer dentro de mí, extendiéndose por todo mi cuerpo, y, sin poder aguantar más, una arcada fue más rápida que mis reflejos y terminé vaciando mi estómago. Mi garganta ardía como el mismísimo infierno. Mi nariz moqueaba y los fluidos se juntaban con lágrimas que salían sin permiso de mis ojos.
Mis rodillas fallaron y caí de golpe sin poder evitarlo. Todo mi cuerpo se había debilitado de un momento a otro y todo volvía a dar vueltas a mi alrededor.
El dolor corporal volvió más intenso que antes y el calor interno me quemaba el pecho.
Mis ojos estaban cerrados con fuerza y los músculos de mi rostro se sentían entumecidos. Mi garganta ardía y me resultaba casi imposible respirar debido a que el vómito inundaba mi faringe.
El olor era horrible, casi tanto como el del ambiente.
Sentía como entre todo el espeso fluido se colaban grumos de todos tamaños, que al caer al suelo producían un tintineo metálico que me hizo pensar lo peor.
Logré abrir mis ojos y cuando las lágrimas se disiparon, logré distinguir un brillo metálico que me heló la sangre.
Un poco de la luz que emanaba la lámpara del cuarto de mis primos se colaba por la puerta y hacía que me fuera un poco más fácil ver lo que salia de mi boca. Era una sustancia que hubiera sido por completo negra, de no haber sido por el hecho de que en algunas partes se podía distinguir un líquido carmesí que juraba que era sangre, sobre todo por la cuestión en si de que entre todo el líquido habían trozos de cadenas, engranajes, grapas y clavos.
Sentía como todos estos cortaban mi esófago y garganta al expulsarlos y no ayudaba en absoluto que, sea lo que sea que estaba saliendo de mí, se sentía extremadamente caliente.
De un momento a otro, el vómito paró y comencé a toser e inhalar con toda la fuerza que podía, ignorando el dolor que esto implicaba.
—¿Qu...Qué es es...to?— formulé como pude. Me costaba emitir cualquier sonido, me sentía exhausto y me faltaba la respiración.
Los pasos se acercaron hacia mí, provocando que toda el piso temblara bajo sus pies. Su presencia lúgubre y aterradora me invadió casi al instante. Estaba caminando a mi alrededor, observándome.
—"Te estás pudriendo por dentro"— su voz era más ronca que hacía unos minutos. Me estremecí cuando sentí los pasos detenerse justo a mi lado.
—Por favor... solo detén esto—imploré con voz temblorosa.
Su carcajada resonó por todo el pasillo y me tomó por completo por sorpresa.
Se movió otra vez. Sus pasos se escucharon nuevamente, solo que esta vez se hacían cada vez más lejanos a mí.
—"Todo suyo, chicos".
Levanté la cabeza con rapidez. Ya no se distinguía a nadie en el pasillo, todo era solitario y silencioso.
Agradecí internamente y suspiré aliviado. Por un segundo creí que todo había acabado, hasta que un sonido comenzó a provenir de la habitación a mi izquierda.
Me torné para ver que era el causante de ese sonido y me arrastré tembloroso hasta la puerta, retrocediendo casi al instante por la sorpresa.
Una mano pálida había salido de golpe de debajo de la cama, y comenzaba a arrastrarse hacía afuera, dejando ver poco a poco un cuerpo del mismo tono. La piel era tan blanca que incluso podían verse a la perfección las venas un tanto grisáceas. De la punta de sus dedos salían unas uñas largas y quebradas, llenas de tierra y otra sustancia seca que me atrevería a decir que era sangre.
Segundos después, una cabeza demasiado grande, que no cuadraba en absoluto con el tamaño del cuerpo, comenzó a salir de debajo de la cama también. Era deforme en todos los sentidos de la palabra. Una nariz diminuta, casi inexistente y muy respingada, una quijada ladeada que dejaba salir sus colmillos amarillentos y sucios junto a un líquido extraño que debía ser su saliva, unos orificios a los costados que suponía que servían como oídos y una nula presencia de ojos era lo que conformaba su rostro. Un poco de cabello crecía de su cuero cabelludo. Era poco, pero era lo suficientemente largo como para llegar al largo cuello de esa cosa.
Tragué en seco sin saber que hacer a parte de solo comenzar a retroceder.
Otro ruido provino de la habitación en penumbra que estaba justo en frente. Pasos arrastrados.
A mi derecha, una sombra comenzaba a emerger desde el interior de la habitación que estaba completamente a oscuras. Una sombra por completo negra y extremadamente alta, sin rasgos faciales y que caminaba tan lento y firme que resultaba tétrico. Estaba seguro que media más de dos metros de alto, sin contar el gran sombrero de copa que le aumentaba unos cuantos centímetros a su imponente figura. El aura que emanaba era tan elegante como tétrica y malvada. No se distinguían sus rasgos, pero podía sentir perfectamente su mirada penetrante sobre mí.
El fuerte sonido de un cristal siendo roto me hizo desviar la cabeza al inicio del pasillo. Un cuadro había sido lanzado contra el otro lado del pasillo, volviéndose añicos al instante. Casi un segundo después, una de las primeras puertas se cerró tan fuerte que por un segundo creí que se partiría en dos.
Un gruñido gutural que me puso los nervios de punta comenzó a resonar al mismo tiempo que risas y pasos eran emitidos por todas las esquinas de la casa.
Era como si hubieran cientos de personas en ese momento conmigo y yo simplemente no los pudiera ver.
Por instinto, retrocedí lo más rápido que pude conforme ellos iban avanzando, hasta que mi espalda chocó con la pared del final del pasillo. No había notado lo cerca que estaban esas cosas. Su caminar lento hacia que la situación fuera una verdadera tortura. No sólo eran ellos, se sentían decenas y decenas más que miraban, expectantes. Incluso podía sentir las presencias rodeando, ejerciendo cada vez más presión sobre mí y alterándome más con cada segundo que pasaba.
Todo estaba siendo prácticamente destruido por esa fuerza invisible que lanzaba todo a su paso. El ser con cabello largo y piel blancuzca se arrastraba por el piso con todas sus fuerzas hacia mí, clavando sus quebradizas uñas en la madera y dejando un rastro de espesa saliva, mientras que aquel hombre alto que era completamente negro iba a pasos tardado pero agigantados.
Las risas parecían burlarse de mí conforme mi nerviosismo y mi miedo iba creciendo.
Fue cuestión de segundos para que -al menos dos de ellos- estuvieran a centímetros mí, a punto de tocarme.
Cerré los ojos con fuerza y contuve la respiración, esperando con resignación lo que fuera que pudiera pasarme en los próximos segundos.
Podía sentir una respiración, un apestoso aliento con hedor a cloaca, y una risa burlona justo frente a mi rostro.
Noté como unas manos heladas apretaba con fuerza mis mejillas, mientras que otras tocaban el resto de mi rostro y retiraban el cabello que cubría mi frente sudada. Algo puntiagudo repasaba mis rasgos uno a uno, de manera torpe y brusca. Cada vez los sentía más cerca.
No valía la pena resistirme o correr, por que iban a atraparme de inmediato, así que solo esperé, sintiendo como me tomaban por los hombros con mucha fuerza y me sacudían violentamente.
—¡Eren, por favor despierta!
Abrí los ojos cuando reconocí la voz de Annie gritando justo en mi oído.
Inhalé tanto aire como pude y me alejé de golpe por instinto, golpeándola por accidente.
Estaba en el suelo, justo en el inicio de las escaleras. Mi pecho subía y bajaba por mi respiración agitada y miraba a mi alrededor solo para asegurarme de que ninguna de esas cosas estuviera ahí.
Annie se había encogido contra una pared, llorando tanto que sus ojos estaban por completo rojos e hinchados. Se llevaba las manos a la cabeza, alborotando su rubio cabello, aunque parecía no importarle en absoluto.
—No...No respirabas— Annie secó sus lágrimas con la manga de su chaqueta mientras trataba de controlar su llanto—. Saliste de la cocina tan rápido... Yo... Quise seguirte y cuando salí tras de tí, estabas en el suelo convulsionado, después simplemente dejaste de respirar y tú corazón dejó de latir... No sabía que hacer, el teléfono no está por ningún maldito lugar— el llanto volvió tan fuerte y lo único que pude hacer fue acercarme a consolarla mientras trataba de procesas lo que me decía.
Estuve muerto por unos minutos.
—De verdad lo lamento, Annie— murmuré mientras la abrazaba y acariciaba su cabeza—. Lamento preocuparte.
Ella se separó y me miró directamente a los ojos.
—¿Qué pasó?— la súplica se reflejaba en sus ojos, rogándome que le dijera la verdad.
Y eso haría.
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Llevábamos alrededor de 5 minutos sentados en el salón en silencio. Mismo tiempo en el que mis labios habían sido torturados por mis dientes.
Todo el tiempo durante el cual le estuve contando a Annie lo que había sucedido había estado jugando con mis manos, tronando mis nudillos de vez en cuando.
Cuando terminé de decirle todo, ella simplemente asintió y guardó silencio, sumiéndose en sus pensamientos.
Habían pasados 5 minutos ya. Los 5 minutos más largos de mi vida, esperando alguna otra respuesta.
Toqué mi garganta.
Sorprendentemente no dolía. Estaba por completo bien, no dolía ni escocía, podía tragar como normalmente lo hacía.
Todo en mi estaba bien, aunque aún seguía luciendo enfermo, y cansado, y de vez en cuando temblaba involuntariamente.
—Así que...—musitó Annie, tomándome por sorpresa— ¿El niño dijo que había una manera de salvarte?
Ladeé mi cabeza sin comprender. Ella estaba mirando a un punto fijo sin ver algo en absoluto, sumida aún en su mente y mordiendo sus uñas.
—Annie, no creo que...
—Podemos salvarte si alguien más ofrece su alma por ti.
Me quedé paralizado ante sus palabras.
—¿De qué estás hablando?— me levanté de golpe— ¿Te volviste loca?— una risa de nerviosismo salió sin mi permiso de mi boca—. Mira, no me hagas mucho caso, pero no creo que haya una sola persona en el mundo que de su alma al diablo por un desconocido, además... no pienso dejar que alguien más pase por esto solo para salvarme.
—No sería un desconocido— la miré fijamente, tratando de procesar lo que estaba diciéndome— Eren... Yo podría...
—¡No Annie, no, ni siquiera lo pienses!— la corté— ¿En qué demonios estás pensando?... Tienes a Reiner y Berthold, ellos te necesitan, son tus hijos...
—¡Tú eres como mi hijo!— Desvié la mirada al suelo, llevando mis manos a mi cabello por la frustración que sentía en esos momentos—. No sabes cuanto me duele verte sufrir de esta forma, ya perdí a tu tío... A tus padres... Por favor... No quiero perderte a ti también.
Las lágrimas volvieron a sus ojos. Agachó la cabeza y llevó sus manos a su rostro para cubrirlo. Un nudo gigante se formó en mi garganta. No. No podía dejar que ella hiciera eso.
—Annie...— me acerqué para sentarme junto a ella. Con delicadeza quité poco a poco sus manos para lograr verla a los ojos— Tienes que comprender... que no puedo dejarte hacer eso— ella sollozó—. No es la única opción que tenemos, tenemos al señor Erwin ayudándonos, no estamos solos en esto... Tienes que ser un poco más optimista, vamos a salir de esto, ¿vale? Entiendo que estés desesperada y tengas miedo, créeme que yo también me siento igual, pero no puedes pedirme que acepte eso, porque nunca lo haré.
Ella me miró por debajo de sus tupidas pestañas y asintió, secando sus mejillas.
—De acuerdo.
Tragué duro para deshacer el nudo que me causaba molestias al hablar. Dí un par de palmadas leves en su cabeza y me puse de pie.
—Ven, vayamos a terminar de preparar la cena.
Los siguientes dos días fueron normales y extrañamente pacíficos. Nada raro sucedió a excepción de alguno que otro golpe por la noche. Todo estaba en su lugar. No hubieron sueños raros, lesiones o movimientos de objetos. Simplemente fue normal.
Fue el tercer día por la tarde cuando me coloqué una chaqueta gruesa y me alisté para salir.
Le agradecí internamente a Annie una vez más por tomarse la molestia de haber sacado un poco más de ropa de mi casa.
Bajé las escaleras y me dirigí a la cocina, dónde Annie se encontraba fregando los trastes de la comida de hace un par de horas.
—Annie, ¿podrías prestarme tu auto un par de horas? Prometo devolverlo con combustible— levanté una mano en señal de promesa.
—Vaya, vas a salir, eso es algo nuevo— se burló—. Así que... ¿Saldrás con alguna chica linda?
Los colores se subieron a mi rostro y el bochorno se apoderó de mí.
—¡Tía, por favor!—grité.
—O tal vez sea algún chico.
Me sonrojé incluso más violentamente. Lleve mis manos a mi rostro para cubrirlo de la mirada acusadora que me estaba dando.
—¡Annie!
—Sabes que yo no juzgo— rió un poco—. Ya ya, claro, las llaves están en el perchero de la entrada- enjuagó el último plato sucio y lo dejo en el escurridor— ¿Puedo preguntar a dónde vas?
Tragué un poco, mientras trataba de bajar mi sonrojo.
—¿Recuerdas el favor de Armin?
La rubia me miró un tanto espantada y rápidamente secó sus manos.
—¿Piensas ir solo a la casa?
—¿Por qué no?—me encogí de hombros.
—Es peligroso, Eren— suspiró preocupada.
—Prometo que no tardaré, solo tomaré el diario y lo enterraré, será rápido.
—Creo que debería acompañarte, por sí acaso, además, será más rápido si lo hacemos entre dos personas—dijo quitándose el delantal.
—De acuerdo— contesté con algo de duda.
—Dame un par de minutos, voy a alistarme.
Poco tiempo después ya estábamos en el auto camino a mi casa. Mis manos transpirantes apretaban el volante con demasiada fuerza, causando que las venas de estas y mis antebrazos resaltaran. Estaba muy nervioso.
El camino se estaba haciendo más corto por las pocas ganas de llegar. Annie trataba de no hacerlo evidente, pero estaba tan o más nerviosa que yo. Se removía constantemente en el asiento y jugaba con sus manos, incluso ya se había roto una uña por accidente.
Los árboles que rodeaban el camino hacían que todo se volviera más inquietante y, mucho antes de lo que ambos hubiéramos querido, llegamos.
Se veía enorme e intimidante.
Cruzamos la reja y continuamos por el sendero para llegar a la casa. Aparqué cerca de la entrada y apagué el coche. Suspiré y recargué mi frente en el volante sin cuidado, causando que el claxon pitara un poco y me sacara un susto.
—Está bien— dijo Annie—. Solo hay que enterrar el diario y hay que largarnos de esta casa— me dio un par de caricias en la cabeza y se quitó el cinturón de seguridad.
Hice lo mismo y salimos del auto para dirigirnos al pórtico con pasos no tan seguros y rodillas temblorosas. Saqué las llaves de mi bolsillo y las miré con duda. La mano de Annie se posó sobre mi hombro y asintió, dándome ánimos.
Tragué en seco e inhalé profundamente, dándome el coraje y el valor.
Inserté la llave en la cerradura de la entrada principal y con miedo la giré. El click que provocó me hizo dar un brinquito en mi lugar.
Tomé el picaporte y de a poco lo giré, preparándome mentalmente. La puerta se abrió lentamente, generando un rechinido que me hizo chasquear los dientes bajito, hubiera preferido que todo hubiera sido en silencio.
A primera vista la casa se veía normal a excepción de los muebles que habían sido desacomodados la última vez y un par de cosas que estaban en el suelo que no estaban ahí con anterioridad. Se escuchaban algunos ruidos que provenían de algún lugar en el primer piso. No estaban cerca, pero tampoco estaban lo suficientemente lejos para poder tranquilizarme.
Tragué ruidosamente y miré a mi tía.
—Se que por educación las damas deben de ir primero, pero no se si en esta situación también aplique.
Ella rió nerviosamente, tratando de liberar un poco de tensión.
—Siempre tan considerado, mi muchacho.
Miré al interior de la casa para asegurarme de que todo estuviera en orden.
—Quédate detrás de mí— dí un par de pasos antes de girar—. Y por si acaso... Deja la puerta abierta.
Asintió y entrecerró la puerta. Observé a mi alrededor, pendiente de cualquier sonido que se escuchara.
La casa tenía un poco de polvo cubriendo los muebles, habían manchas de lo que se podría decir que era sangre seca en el suelo, unos cuantos rasguños en una de las paredes y algunos muebles estaban desacomodados por completo.
—Annie— me giré a verla—. Quiero que ante cualquier cosa que pase, tú salgas de aquí de inmediato, no me esperes.
Me miró confundida y segundos después su expresión cambió a enojo. Su mueca era de ofensa.
—A veces me sorprende lo poco inteligente que eres. No voy a dejarte, solo apúrate y acabemos con esto de una vez.
Comenzó a caminar escaleras arriba, dejándome a mí detrás, sin poder objetar nada.
Bufé con desesperación. ¿Por qué tenía que ser tan terca?
Le seguí el paso y subimos al segundo piso.
Las cosas ahí se veían un poco más turbias. Un par de cruces que estaban colgadas con anterioridad en las paredes estaban en el suelo y por alguna razón rotas. Los arañazos ahí se hacían más evidentes y sustanciosos, llegando a haber incluso en el techo.
La puerta de mi habitación no se salvaba en absoluto. A decir verdad, se podría decir que era la que más rasguños presentaba, siendo incluso más profundos que los anteriores.
Varios de esos rasguños tomaban forma de cruces invertidas.
Tomé la manija, respiré hondo y abrí la puerta poco a poco.
Un olor a carne putrefacta mi golpeó al instante. Arrugué la nariz y giré mi cabeza hacia otro lugar mientras maldecía, tratando de evitar hedor.
—Oh por dios— musitó la blonda con voz temblorosa.
Miré su expresión aterrada y de inmediato me esperé lo peor.
De a poco giré mi cabeza hacia la habitación, soportando el olor.
Dentro, justo en medio, había un pentagrama con líneas poco uniformes, pero lo que hizo que mi estómago se revolviera fue ver justo en el centro a por lo menos una docena de animales muertos. Gatos, aves, ratas y otras especies se encontraban inertes o simplemente destruidas, salpicando sangre en todas las direcciones. La materia gris y las vísceras se mezclaban entre sí y las larvas junto a las moscas se encargaban de devorar todo a su paso.
Estaba estupefacto, mi respiración se volvió agitada mientras analizaba el desastre. Aquel nauseabundo desastre.
—¿En dónde dijiste que habías dejado el diario?—pregunté sin poder apartar los ojos de la escena.
—En el cajón de tu escrito— contestó sin aliento.
Tragué duro. Ese maldito escritorio estaba al otro lado de la habitación.
—Bien, tú... Quédate aquí, por nada del mundo dejes que se cierre la puerta, ni siquiera por accidente, ¿sí?— ella solo asintió levemente, sin dejar de mirar.
Giré nuevamente, preparándome de manera mental y localizando los lugares más alejados de los restos. Quería estar lo más alejado posible de esa cosa.
Tan pronto como dí el primer paso dentro de la habitación, dí el siguiente, dando enormes zancadas para estar del otro lado tan pronto como fuera posible.
En cuanto tuve el escritorio frente a mí, abrí el primer cajón sin encontrar el cuadernillo, pero topándome con un brillo metálico que me resultó familiar. Era el collar con el colgante de crucifijo de mi madre que Annie me había dado. Lo tomé rápidamente y me lo coloqué, sintiendo un pequeño ardor cuando hizo contacto con mi piel.
Ignorando lo anterior, abrí el segundo cajón, encontrando ahora si el pequeño y desgastado diario azul. Lo tomé de inmediato y regresé junto a mi tía en un instante.
La miré un poco más tranquilo que antes y asentí levemente.
—Vayámonos de aquí.
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El patio trasero era muy grande, lleno de árboles y plantas que habían crecido naturalmente. Esa era una de las principales razones por las que mis padres habían comprado la casa.
Había un pequeño huerto de flores que mi mamá había cuidado desde que yo era un niño. Caléndulas, tulipanes, cosmos, crisantemos, petunias, peonías, entre otras especies de flores que coloreaban ese recuadro del jardín.
Por esa misma razón, se había construido una pequeña casita de madera que contenía las herramientas para jardinería y cuidado del exterior en general.
Me dirigí hasta ella para poder sacar una pala.
Abrí las puertas y tomé lo que necesitaba.
—Vamos— dije.
Fue suficiente caminar por un minuto para lograr visualizar el gran abedul que estábamos buscando.
Era alto. El tronco era grueso debido a que otros se juntaban y generaban uno solo que lo hacía ver mucho más imponente que los demás árboles, que lucían delgados y frágiles comparados con este. Ese era el árbol de prácticamente mi infancia. Las tardes en las que mi madre me contaba historias bajo la sombra de ese árbol aún estaban frescas en mí memoria. Era una tradición que habría deseado conservar durante toda la vida, pero con el tiempo mi yo infantil fue desapareciendo y con él mi apreciación hacia esos pequeños detalles de la vida que solo cuando los pierdes o estás a punto de hacerlo te das cuenta de la importancia y el significado que tienen.
Nos acercamos hasta quedar frente al árbol. Toqué la corteza rasposa admirando sus colores y acariciando la capa de musgo húmedo y suave que había crecido en el tronco. Sonreí con nostalgia mientras recargaba la pala.
—¿Podrías sostenerlo un segundo?— pregunté a Annie extendiéndole el diario. Asintió y con delicadeza tomó el cuadernillo.
Sequé el sudor de mis manos en mis pantalones y tomé de nuevo la herramienta. Pisé un poco el césped buscando un espacio que estuviera lo suficientemente blando para clavar la pala sin que causara repercusión en mis manos.
—No te vayas a lastimar, Eren— la miré un tanto ofendido.
Clavé la pala y comencé a cavar. No era necesario hacer un hoyo demasiado grande, solo unos cuantos centímetros serían suficientes para cubrir en cuaderno, así que fue bastante fácil y rápido.
—Annie— la llamé para que me diera el diario.
Ella estaba ojeando por última vez las páginas desgastadas y amarillentas. Un suspiro salió de sus labios y me extendió el diario.
—Espero que Armin obtenga un poco de paz con esto.
Miré la libreta y asentí un poco. Yo también, de todo corazón lo esperaba.
Lo coloqué con cuidado en el centro del agujero y lo cubrí de a poco con tierra con ayuda de las manos.
Posteriormente acomodé el pedazo de césped para que se viera como antes. No sabía que lograría con eso, pero era lo que él quería, y mientras hubiera una manera de ayudar a su pequeña alma, lo haría.
—Espero haberte ayudado, pequeño.
Sacudí las manos y tomé la herramienta. Hice un gesto con la cabeza, diciéndole a mi tía que nos fuéramos de ahí.
Caminamos de vuelta, devolví la pala al compartimento de herramientas y entramos de nuevo a la casa. El ambiente estaba más pesado que cuando habíamos llegado. Todo se sentía sumamente solitario y frío, hasta el punto en que se formó una ligera molestia en mi garganta. Bufé, sacando un poco de vaho en el proceso.
—Esto está mal, Eren, vámonos de aquí ya.
Estuve de acuerdo de inmediato. Tomé su mano y la jalé directamente a la puerta principal.
—Joder, Annie, recuerdo haberte dicho que no cerraras la puerta.
—Yo dejé abierta la maldita puerta.
Le creía, sobre todo cuando a mí mente llegó el momento exacto en el que ella la entrecerraba. Pudo haber sido el viento, quise pensar, hasta que puse una mano en la manija y al tirar de ella la puerta no abrió. El pestillo estaba puesto y estaba completamente seguro de que no había sido Annie. Traté de girarlo pero era imposible, era como si estuviera pegado.
—No se abre.
Comencé a respirar agitado. Mi pecho subía y bajaba increíblemente rápido, los nervios comenzaban a apoderarse de mí hasta el punto en que mis ojos se pusieron llorosos. No otra vez. Comenzaban a escucharse ruidos por la casa y eso no era para nada una buena señal.
Llevé mis manos a mi cabeza por la frustración que crecía en mí e hice un intento por respirar más pausadamente. Miré toda la casa en busca de algo que nos ayudara a salir. Nuestra única salida eran las malditas ventanas, así que arrastré a la rubia hacía la más cercana.
Quité el seguro y traté de abrirla sin tener éxito. Estaban inmóviles, también era imposible abrirlas.
Por unos segundos, mi cerebro se quedó en blanco, me congelé en todos los sentidos, mis pensamientos se bloquearon, simplemente mi cabeza dejó de funcionar.
Tal vez fue por el estrés aumentando, o la frustración, o el pánico de saber que era lo que podía estar a punto de pasar. O simplemente era todo eso junto.
Sentía mi presión cayendo, mi cabeza dando vueltas y mis fuerzas yéndose de repente. Me estaba alterando demasiado, todo se sentía tan distante y ajetreado. Sentía que cada vez me hacía más falta el aire, y ninguna bocanada, por más profunda que fuera, servía de mucho.
Tal vez obtendría heridas otra vez, tal vez las cosas de la casa saldrían volando, tal vez Annie saldría lastimada.
Cierto, Annie. Miré su expresión completamente aterrada, los ruidos se habían hecho incluso más fuertes, hasta el punto en que causaban algunas vibraciones. Eran imposibles de identificar con completa seguridad. Se podían escuchar pasos por toda la casa y al mismo tiempo, los rasguños no se hicieron esperar al igual que golpes en extremo violentos. No podía dejar que estuviera un segundo más ahí.
Obligué a mi cerebro a reaccionar y me quité la chaqueta. Envolví mi puño con la prenda y, con toda la fuerza que tenía, golpeé el cristal unas cuantas veces ignorando el dolor punzante que esto provocaba hasta que este se rompió. Sentía mi mano caliente y palpitante, pero traté de ignorar el dolor en ese momento.
Quité los cristales sobrantes de los bordes y miré a la rubia.
—Ven Annie, pasa tú primero— estaba seguro de que estaba a punto de replicar, pero supongo que fue mi mueca de sufrimiento lo que la hizo ahorrarse sus comentarios.
Pasó primero sus piernas a través del marco de la ventana y saltó los dos metros de distancia entre la ventana y el suelo.
Fue justo en el momento en que yo traté de imitar sus acciones que todo se jodió. Al apenas dar un paso para acercarme a la ventana sentí como algo tomaba mis pies y me hacía tropezar. Mi cabeza se golpeó contra una de las orillas de la ventana, haciéndome quedar aturdido. Un pitido sonaba en mi mente y el dolor era tan insoportable que mi vista se nubló, los gritos de Annie se escuchaban sumamente lejanos pero taladrantes, además de que todo parecía dar vueltas. Cerré los ojos con fuerza tratando de soportar el dolor y el mareo mientras hacía lo posible para levantarme. Era como sí la energía se me hubiera bajado de un segundo a otro.
Sentía un líquido caliente escurrir por mi frente y estaba seguro de que era sangre.
Escuchaba que algunos pasos se acumulaban a mi alrededor, como si decenas de personas estuvieran rodeándome sin dejar de moverse. Incluso se podían distinguir cuchicheos, risas, quejidos y llantos entre todos los sonidos que resonaban por la casa. Mi nerviosismo comenzaba a aumentar a cada minuto, los sonidos, los golpes, las voces y las presencias aumentaban con cada segundo, el ambiente se volvía más denso a cada instante y el dolor me impedía pensar con completa claridad. Un ataque de ansiedad me atacó a causa de todo esto, el respirar se me comenzó a dificultar, mi corazón iba a mil por minuto, la temperatura del ambiente se sentía incluso aún más gélida y a pesar de eso, el sudor comenzó a recorrer mi espalda y mi frente, mezclándose con la sangre. El oxígeno era cada vez menos y eso hacía que mi mareo aumentase.
Tratando de abrir la puerta principal, Annie gritaba desde afuera con angustia y eso solo causaba que mi nerviosismo se incrementara, además de la constante sensación de tener a alguien tras de mí.
Mi cuerpo me pesaba cada vez más y era extremadamente difícil para mis extremidades el poder apoyarme para levantarme. Iba a enloquecer en cualquier instante, ya no eran sonidos quedos, los cuchicheos pasaron a ser gritos, los llantos eran aterradoramente desgarradores y las risas se convirtieron en burlas directas hacía mí. Los golpes iban de tres en tres, y eran tan fuertes que juraba incluso que ya habían un par de puertas y muebles rotos.
Mi energía iba en constante deceso, la simple acción de respirar me dolía, había terminado por tirarme en el suelo y darme por vencido con intentar levantarme, porque era simplemente imposible, era como si una roca hubiese sido puesta en mi espalda y eso solo aumentaba la sensación de sofoco junto con el dolor muscular.
Inhalé lo más profundo que pude e hice un esfuerzo por tranquilizarme como pude. Seguía temblando por completo y mi cuerpo estaba bañado en sudor, mi corazón seguía queriendo salir de mi pecho y mi cuerpo seguía doliendo, pero tenia que calmarme de una u otra forma, porque el miedo no me permitía pensar con claridad. Mi vista se fue aclarando de poco, el dolor por el golpe fue disminuyendo y mi respiración bajó su velocidad.
Todo calló de repente. Tragué en seco, no sabía que tan bueno era eso. No habían más golpes, ni voces o gritos, simplemente todo se silenció de un segundo a otro. Al instante sentí como un peso enorme se me era quitado de encima, mis pulmones fueron capaces de inhalar mucho más y la debilidad fue bajando poco a poco, pero aún así me sentía bastante mareado y cansado. Las presencias parecían haber desaparecido y eso me dio rienda suelta para recostar mi cabeza sobre el suelo, mi cuello dolía por lo tenso que había estado. Siseé un poco cuando mi frente golpeada rozó contra el piso.
Ahora podía escuchar a mí tía desde la puerta, golpeándola con fuerza para poder entrar. Debía estar muy preocupada.
—¡Annie!—dije lo suficientemente alto para que me escuchara. De a poco me arrastré hacía la puerta que estaba a tan solo unos pocos metros— ¡Annie!—repetí. Escuché como ella suspiró de alivio y se acercó de inmediato a la puerta.
—¡Por dios, Eren! ¿Ten encuentras bien?
Su voz hizo que mí cabeza doliera un poco más. Definitivamente tendría que ir al doctor después de esto.
—No del todo, mi frente se abrió, está sangrando y me duele todo el cuerpo— dije lo suficientemente alto para que me escuchara al otro lado de la puerta.
—De acuerdo— musitó— Dame un segundo, buscaré una manera de entrar.
—¡No!—grité de inmediato—¡No entres, solo saldré por la ventana... Dame un minuto!
Me arrastré de vuelta a la ventana. Frente a esta, habían unas cuantas gotas de lo que suponía era mi sangre. Sin prestarle mucha atención puse mis manos en el marco y me apoyé para acercarme. Annie estaba afuera y sonrió de alivio al verme asomar. Me sentí más tranquilo al verla ahí parada, a salvo.
Ignoré el dolor muscular y apoyé la rodilla para poder ponerme de pie. No pude evitar soltar un suspiro de pesadez cuando terminé la acción. Mi vista volvió a Annie, solo que esta vez ella ya no estaba tan feliz. Vi el momento exacto en el que su rostro fue deformándose y cambiando de uno lleno de alegría a otro completamente aterrado. Sus ojos se hicieron grandes a la vez en que se llenaban de lágrimas, su boca se abrió completamente con asombro al tiempo en que llevaba sus manos para cubrirla mientras me veía fijamente. Su sollozo me causó un escalofrío, pero una respiración pesada en mi oído fue la que hizo a mi piel erizarse y los colores abandonar mi rostro. Me sentí más mareado aún, mis manos se aferraron a la ventana y el pánico se apoderó de mí otra vez.
Annie no me estaba viendo a mí. Annie estaba viendo justo detrás de mí.
Ahora era yo el que quería llorar, mi tía seguía inmóvil, completamente asustada, y no la culpaba en absoluto.
Escuché perfectamente como una puerta a mis espaldas era abierta lentamente. Fue gracias al rechinar que se produjo en el proceso que supe de inmediato que era la puerta del sótano. Eso me hizo tragar en seco. La respiración se hacía cada vez más violenta y pesada, acompañada por un gruñido tan grave que podía ser fácilmente considerado como bestial.
Una presión comenzó a hacerse presente en mi piel, sintiéndose bastante caliente.
—Llama al Señor Erwi-
Fue todo lo que pude decir antes de ser tirado del pie en dirección al sótano. Solté un grito ahogado por el susto. No hubo parte de mí que no fuera golpeada por la brusquedad con la que era arrastrado. Movía mis manos y clavaba mis uñas en los tablones de madera que cubrían el suelo para tratar de sostenerme de algo.
La fricción generada entre mi cuerpo y el piso quemaba. Mi camiseta se había levantado un poco, por lo que mi abdomen recibía de primera mano todo ese escozor.
Cuando la mitad de mi cuerpo pasó por la puerta del sótano, mis manos se aferraron al umbral con todas mis fuerzas. Mis dedos dolían, probablemente ya había perdido un par de uñas por mano y el ardor hacía que me debilitase, además de que mi cuerpo seguía doliendo como los mil demonios.
Un gruñido detrás de mí hizo que mi agarre se hiciera aún más fuerte. A pesar de que las escaleras se ubicaban cuesta abajo, la mitad de mi cuerpo levitaba horizontalmente. No solo era cuestión de no querer bajar, si no que también era para no morir de un golpe en la cabeza.
Solté un grito de dolor cuando sentí como algo se clavaba en mi pierna. No quise mirar que era lo que estaba pasando allá atrás, sabía que eso sería suficiente para que mis manos se debilitaran y me soltara. Cerré los ojos para soportar el dolor y concentrar toda la fuerza en mis dedos, que ya estaban completamente blancos. Sabía que no iba a aguantar demasiado tiempo e iba a terminar rodando por las escaleras y posiblemente muriendo, pero quería aferrarme a algo, literalmente.
Un llanto me sacó de mis pensamientos. Abrí rápidamente los ojos y miré por todos los lugares visibles de la habitación. Ahí, justo en la esquina más lejana, se encontraba Armin, abrazando sus rodillas y haciendo el mayor esfuerzo para esconder su carita y no ver lo que estaba pasando. De sus ojos rojos e hinchados caían lágrimas que empapaban sus regordetas y pálidas mejillas, su nariz moqueaba y de sus labios salían constantes hipidos que le cortaban la respiración. Sus ojos reflejaban aún más tristeza que la habitual.
—"De... De verdad lo siento, Er...en, yo no quería que esto pasara... Yo...Yo solo quería mi diario de vuelta"—dijo entre hipidos—. "No quería que algo como esto te pasara... lo siento muchísimo"— se escondió entre sus rodillas.
El agarre en mi pierna se debilitó por un segundo, segundo que utilicé para tirar con fuerza de ella y lograr zafarme. Caí de golpe sobre los escalones, llevándome varios golpes en las espinillas, piernas, pecho y abdomen, causando que todo en aire saliera con violencia y me dejara descolocado. A pesar del dolor, me levanté rápidamente y corrí con todas mis fuerzas hacia la ventana para poder salir. Uno de los muebles voló tan rápido hacía esta, tapándola y golpeándome en el proceso. Probablemente mi hombro había sido dislocado por ese golpe. Los muebles restantes hicieron lo mismo, bloqueando todas las ventanas del salón. Giré para poder ubicar otra salida, pero fue cuestión de milisegundos para sentir algo rodear mi cuello y levantarme. Mi espalda chocó contra una pared y fue entonces cuando más presión fue ejercida en mi garganta.
De a poco, vi como aquello invisible que me levantaba por los aires se materializaba y tomaba la apariencia del demonio que había estado infestando mi vida las últimas semanas. Sus cuernos emergían de entre su cabello blanco y sus ojos completamente negros me observaban iracundos. Su ceño estaba fuertemente fruncido y los colmillos afilados se asomaban a través de sus labios.
Podía sentir sus largas uñas clavarse en mi zona cervical y causar un poco de sangrado.
Su agarre era tan fuerte que me era imposible pasar el aire. Sentía la presión acumularse en mi rostro y mis piernas comenzaban a patalear por instinto. Tomé su antebrazo para tratar de alejarlo, pero fue completamente inútil, me estaba sosteniendo con tanta fuerza que si aplicaba un poco más, sería suficiente para romper mi cuello.
Lo miré a los ojos completamente desubicado. La falta de aire me aturdía por completo, la presión en mi laringe hacia que de vez en cuando tosiera y que mis ojos se llenaran de lágrimas. Mi desesperación aumentaba con el tiempo y hacía que me moviera con más violencia a pesar de que eso no trajera ningún beneficio a mi garganta. Todo se volvía borroso, estaba seguro que a este paso, todo acabaría pronto.
—Por favor— imploré con las pocas fuerzas que me quedaban—... Detente.
Su expresión cambió y me soltó de inmediato, como si le quemara. Caí al suelo sin poder evitarlo. Llevé mis manos a mi cuello e inhalé todo el aire que me fue posible mientras tosía. Me alejé lo más rápido que pude hasta que mi espalda chocó contra la pared de nuevo. Trataba de recuperarme lo más pronto posible para poder reaccionar a tiempo si volvía a intentar algo.
En ese momento la cerradura de la puerta principal fue prácticamente destruida y por ella entró Erwin seguido de Annie. Buscaron con la mirada hasta que dieron conmigo. La rubia corrió a en mi dirección mientras lloriqueaba y me tomó entre sus brazos. Erwin suspiró de alivió y, más calmado, se acercó.
—¿Có...Cómo llegaste tan rápido?
—Le envié un mensaje diciéndole que íbamos a venir, que viniera en cuanto pudiera, solo por si acaso—contestó la rubia mientras me envolvía en un abrazo reconfortante.
—Lamento no haber llegado antes.
Negué de inmediato. No, el solo hecho de que estuviera aquí me causaba un poco más de tranquilidad. Al menos sabríamos como protegernos.
—Está aquí, y eso es lo único que importa en estos momentos, Erwin.
Él sonrió dulcemente y de fondo se escuchó un grave gruñido acompañado de un chasqueo de lengua.
Al instante, la mesa del comedor salió volando contra el techo, haciéndose pedazos en el proceso. Los últimos objetos que quedaban en orden fueron lanzados con furia hacia todas direcciones, la casa comenzó a crujir con si tuviera vida propia y las puertas comenzaron a abrirse y cerrarse con extremada fuerza. Las paredes comenzaron a vibrar al tiempo que rasguños comenzaban a hacerse presentes por todos los rincones de la casa.
—Vayámonos de aquí— murmuró Annie.
Erwin se acercó para ayudarme a ponerme de pie. Ambos terminamos dirigiendo la vista a mi muslo. De él brotaba una gran cantidad de sangre. Era justo en lugar en donde había sentido como algo se clavaba. No le había puesto atención hasta ese momento.
La herida tenía la forma de una dentadura y era demasiado profunda. El rubio negó con la cabeza preocupado y sin siquiera avisarme, me tomó entre sus brazos.
Un rugido verdaderamente monstruoso resonó por toda la casa, haciéndola cimbrar por completo, cuarteando las ventanas, y haciendo que algunas puertas se hicieran pedazos. Me congelé. Nunca había escuchado a Levi gritar con tal magnitud de ira. Las pocas cosas que aún quedaban intactas en la cocina fueron disparadas hacia todos los lugares. Objetos que yacían en el suelo eran levantados y lanzados en nuestra dirección mientras nosotros tratábamos de esquivarlas como podíamos. Erwin gritó de dolor de un momento a otro. De inmediato lo inspeccioné para ver que era lo que pasaba. Su nuca estaba siendo marcada con rasguños y arañazos tan profundos, generando un sangrado que empapaba el cuello de su camisa blanca.
Me bajé de sus brazos al tiempo en que Annie se quitaba su delgado suéter y me lo entregaba. Mis piernas protestaron un poco debido a la rudeza con la que caí al suelo, pero traté de ignorarlo. Presioné la tela contra el cuello del rubio mientras este gruñía de dolor, en el caso de que se haya tocado alguna vena o arteria sería un gran problema. Lo empujé levemente para que caminara hacia la puerta, era realmente difícil avanzar cuando tenia que mantener la presión y teníamos que esquivar los objetos que volaban de un lado a otro. Antes de siquiera estar remotamente cerca, esta se cerró abruptamente dejándonos sin saber a donde ir.
Un extraño escozor que con el tiempo aumentaba comenzó a presentarse sobre la piel de mi pecho. Quemaba horriblemente, como si tuviera una gran cantidad de cerillos encendidos contra mi piel. Con un movimiento le indiqué a Annie que continuara con la presión mientras yo revisaba que estaba pasando. Estiré el cuello de mi camiseta encontrando nada más que el collar de crucifijo de mi madre al rojo vivo, achicharrando mi piel. De inmediato tiré de la cadena y me quité el collar, dejándolo lo más alejado posible de mi rostro y lanzándolo en cuanto tuve la oportunidad.
—Está tratando de quitarte cualquier símbolo religioso de encima— dijo Erwin—. Creo que ya ha iniciado.
—¿El qué?—Erwin me miró por primera vez con temor en los ojos.
—Con la última etapa.
En el momento en que dijo eso, mis piernas perdieron fuerza y fui a dar de bruces contra el suelo. Había sido repentinamente, no había sido por sus palabras, ni siquiera había tenido un mareo o me había sentido débil antes, simplemente mi rodillas se doblaron.
Mis manos tomaron un pedazo de espejo roto del piso y antes de saber siquiera por qué, ya me estaba acercando para apuñalar a Erwin, apuntando directamente a su cara.
Sus grandes manos rodearon mis muñecas e hizo fuerza para tratar de quitarme el vidrio de la mano. No sabía que estaba pasando, no tenía ningún control de mi cuerpo.
Quería decirle a Erwin que yo no quería esto, pero lo único salía de mi boca en ese momento eran gruñidos y voces que no pertenecían a mí.
No podía controlar absolutamente nada de lo que hacía, mi cuerpo se movía por su propia cuenta. Mi cuerpo larguirucho y delgado de la nada tenía la fuerza suficiente para lograr hacer que los gruesos brazos del rubio temblaran y perdieran poco a poco, dejando que el espejo se acercara cada vez más a su rostro. Con cada segundo, mi fuerza iba aumentando y al mismo tiempo, la distancia entre el filoso cristal y el ojo de Erwin disminuía. Una gota de sudor recorrió su sien y el rubio rechinó sus dientes, resaltando las venas de su cuello.
—Por favor, Eren, vuelve.
Fue cuando pude verme a través del reflejo del espejo que estaba en mi mano. Mis globos oculares estaban completamente negros, líneas oscuras tomaban lugar debajo de mis ojos abarcando gran parte de mis pómulos y mi piel, que ahora era notablemente más pálida, transparentaba en algunos puntos y dejaba ver venas que por alguna razón lucían sumamente oscuras, llegando incluso a aparentar ser negras.
De alguna u otra forma logré recuperar el control de mi cuerpo. Tomé un gran bocanada de aire debido a la sorpresa y miré el objeto que era sostenido fuertemente por mi mano hasta el punto en que esta ya comenzaba a sangrar. Lo solté inmediatamente como si de fuego se tratase y miré con miedo a ambos.
—Yo... Yo, lo siento, de verdad lo siento, no se que me pasó... No podía controlar mi cuerpo.
—Está bien, Eren, tranquilo... Lo comprendemos— Annie se acercó para intentar tranquilizarme. Inmediatamente retrocedí.
—No te acerques— susurré—. No... Por favor, no quiero hacerte daño.
—No, no, Eren, no lo harás, solo es cuestión de que intentes controlarte, ¿cierto, Erwin?—insistió.
—No sé si eso... funcione demasiado— intervino Erwin—. Me temo que ya está dentro de tí... No sé que tan fácil para tí sea esto, pero...— comentó con la mirada perdida—. Tienes que luchar desde adentro.
Tragué en seco. Lucharía contra un demonio por mi propio cuerpo, un demonio que había jurado hacerme sufrir hasta que deseara morir.
Me asustaba. Estaba muerto del miedo, pero me aterra a aún más la idea de siquiera ponerle un dedo encima a alguno de los dos. No quería lastimarlos bajo ninguna circunstancia.
—¿No podemos solo... Realizar un exorcismo o algo?¿Rezar un par de frases de la religión?— comenté nervioso. Erwin suspiró.
—Eren, hacer un exorcismo es mucho más que decir frases religiosas y rezar tres padres nuestros... Ambos lados tienen que tener fe en que funcionará, además de que necesito autorización para hacerlo.
—Erwin...— supliqué— No tenemos tiempo... En cualquier momento voy a-
Mi voz se cortó, ya no pude gesticular nada de lo que estaba pensando. De nuevo ya no tenía el control. Mi cuerpo se tambaleó un poco mientras caminaba a la cocina, ignorando completamente a Annie y Erwin.
Comencé a entrar en pánico cuando mi cuerpo se encorvó para tomar un cuchillo del piso.
Al instante en que lo tomé, comencé a caminar lentamente hacia los rubios, empuñando fuertemente el cuchillo. Sabía que iba a hacer, sobre todo por la rabia que estaba sintiendo en ese preciso momento. Con todas mis fuerzas estaba intentando abrir mi mano y poder soltar el cuchillo, pero en ese momento me era completamente imposible, como si mis extremidades estuvieran completamente dormidas mientras que alguien tomaba el control de mi cuerpo en donde yo solo podía fungír como espectador.
Trataba detener mis piernas, pero lo único que era capaz de hacer era pararlas por pocos segundos. Los músculos de la cara comenzaban a doler debido a la enorme sonrisa que se había colado en mi semblante. Annie se colocó detrás de Erwin cuando notó que me dirigía directamente a ellos.
—Eren...
—Yo no soy Eren, mujer estúpida— escupió mi boca con asco.
Un inmenso nudo se formó en mi garganta cuando varias voces salieron de mí a la vez. La mueca de horror de Annie me hizo sentir terrible y por alguna razón satisfecho a la vez. La cara de Erwin cambió a una mueca de enojo. Sus pobladas cejas se arquearon hacia el centro de su frente y sus labios se fruncieron bruscamente.
—Deja al chico.
Una ronca risa salió desde el fondo de mi pecho.
—El chico ya es mío— mi mano apuntó el cuchillo a mi antebrazo izquierdo, cubierto de heridas a medio sanar. El filo fue presionado contra mi piel y yo apreté los dientes y tensé mi mandíbula, sin estar seguro de que las muecas se mostraran en mi rostro, -seguía sintiendo la sonrisa en mi boca- porque a pesar de que no tenía el control de mi cuerpo, dolía, y dolía demasiado.
Del corte comenzó a brotar un líquido tan negro como el petróleo y de un hedor putrefacto que cayó al suelo y causando que comenzaran a deshacer un poco la madera que lo cubría.
—¿Puedes verlo?... Él me pertenece...— sentí como la sonrisa se ampliaba incluso más—. Y no pueden hacer nada para evitar que me lo lleve.
Poco después de esas palabras, ví como el semblante de Annie cambió de a poco. Desvió la mirada al suelo pensativa sin quitar su mueca de preocupación.
No Annie, ni siquiera lo pienses, dije en mi mente.
Mi pecho comenzó a temblar al mismo tiempo que mi voz, de mi garganta salió un sonido un tanto agudo que trataba de ser contenido por mis labios sin éxito, segundos después una risotada resonó en la casa junto con los golpes y objetos siendo destruidos. Una risa completamente psicótica y enferma que rasgó mi garganta e hizo retumbar las paredes.
—Ahora...—mis pulmones se llenaron de aire tratando de recuperar el aliento—. Les recomiendo que empiezen a correr.
La casa comenzó a rechinar por todas partes y el suelo comenzó a vibrar.
Un tanto tembloroso, mi brazo izquierdo comenzó a levantarse lentamente y, a su vez, objetos en el suelo también lo hicieron. Cristales rotos, cuadros, decoraciones y trozos de madera comenzaron a elevarse. Erwin abrió los ojos con pánico y tomó a Annie del antebrazo, tirando de ella para sacarla de la habitación lo más pronto posible.
Tan pronto como esto sucedió, todos los objetos salieron volando en su dirección, logrando apenas esquivarlo. A pesar de eso, no fue impedimento para que algún que otro cristal rozara y cortara un poco a ambos. Los cristales se estrellaron fuertemente contra la pared, haciéndose añicos y la madera se quebró por la fuerza con la que fueron lanzados.
Mi respiración se hizo más agitada cuando mi cuerpo comenzó a avanzar con cuchillo en mano, buscándolos. El paso calmado y la sonrisa en mi rostro no hacían más que ponerme más nervioso y angustiado. Cada paso que daba retumbaba y hacía retemblar la casa entera. Los objetos en el suelo se movían debido a las vibraciones y los demás sonidos solo se hacían más y más violentos.
Erwin y Annie solo podían huir de los objetos que eran lanzados contra ellos. A cada segundo la casa se volvía un desastre aún más grande. Nada estaba en su lugar, las cosas estaban hechas trizas y ninguna sala estaba medianamente bien. Todo estaba dañado y era doloroso ver como era destruido aquello en lo que mis padres habían puesto tanto empeño y dedicación.
Los rubios cada vez estaban más y más heridos, cortes, moretones, rasguños. Habían esquivado muebles, cuchillos y decoraciones que salían volando en su dirección con toda la intención de dañarlos mientras yo estaba detrás de ellos, pisandoles los talones.
Agradecía infinitamente que Erwin estuviera cuidando prioritariamente a Annie, cubriendola de cualquier objeto que fuera demasiado rápido para ser esquivado a pesar de que él estuviera más herido y débil. Pero sabía que no podía durar más tiempo de esa forma. Se veía pálido y una buena parte de su rostro estaba cubierta de sangre, esto en honor a los fuertes golpes que se había llevado en la cabeza. Se le notaba extremadamente cansado y agitado, además de tembloroso.
Fue con el último golpe de un jarrón que no fue capaz de esquivar, con el que cayó al suelo, aturdido. Annie gritó su nombre desesperada mientras que mi cuerpo se acercaba poco a poco al rubio, quien yacía atolondrado sobre el piso. La sonrisa en mi rostro se ensanchó incluso más y mi mano apretó tan fuerte el cuchillo que mis puños se volvieron blancos y temblorosos.
Él se dió la vuelta, quedando boca arriba mientras gemía de dolor. Fue en ese preciso momento en el que clavé el cuchillo en su mano, haciendo que quedara enganchada al suelo. Su grito de agonía se escuchó por toda la casa y eso hizo que una risa saliera de mi garganta sin mi consentimiento. Aterrado, miré como mi cuerpo se disponía a tomar un cristal tan grande como el cuchillo y lo clavaba con todas sus fuerzas en su otra mano, provocando que otro grito saliera de la boca de Erwin.
Fue cuando tomé un gancho para chimenea, que la desesperación comenzó a consumirme, al igual que la angustia y las ganas de llorar. Mi cuerpo se sentó en sus caderas y con mis manos empuñé la barra, alzándola poco a poco por encima de mi cabeza para tomar el suficiente impulso.
Me invadieron unas llorar, mi corazón latía frenéticamente y mi quijada estaba fuertemente apretada. Estaba a punto de matar a alguien con mis propias manos, alguien que conocía y que estaba tratando de ayudarme.
Traté de tranquilizarme y me concentré en hacer que mis extremidades siguieran mis órdenes.
No podía hacerles esto. No a Annie. No a Erwin. Él había dicho que debía pelear desde adentro, e iba a hacer todo lo posible.
Mientras mi cuerpo físico estaba regocijándose viendo a Erwin sufrir y retorciéndose, yo estaba tratando de tomar el control.
Celebré un poco cuando pude sentir como mi dedo meñique se movió bajo mi orden. Genial, solo quedaba toda la maldita mano y faltaba casi nada para que mis brazos llegarán al tope.
Sentía la excitación y la dicha que mi cuerpo experimentaba sin lograr comprender porque sentía eso. Mi cuerpo estaba preparándose para bajar los brazos y yo solamente podía mover un mísero meñique.
Instantes después, mis brazos comenzaron a bajar rápidamente y, a pesar de eso, pude verlo todo en cámara lenta. El gancho pasar justo frente a mis ojos divertidos, mi reflejo en los ojos azules del rubio, su rostro completamente aterrorizado mientras sus ojos desesperanzados se iban cerrando, preparándose para que la barra atravesara garganta.
Bufé desesperado. No podía hacer absolutamente nada con mi cuerpo, no podía detener mis movimientos a pesar de los esfuerzos, simplemente estaba dentro de mi cuerpo sin poder hacer nada con él. Erwin estaba cada vez más cerca de ser atravesado y a mí no se me ocurría nada que pudiera hacer.
Hasta que volví a ver mi reflejo en lo poco de ojos que aún quedaba a la vista antes de ser completamente cerrados y una idea vino a mí. No sabía si iba a empeorar o a mejorar las cosas. Ni siquiera sabía si iba a generar algún efecto, pero era lo único que podía intenta.
"Por favor, Levi" , cerré los ojos y dije lo más alto que pude con voz temblorosa, "Por favor... Por favor, detente".
Mis brazos pararon a medio camino y la sonrisa se desvaneció. Simplemente mi cuerpo se quedó congelado. Ni siquiera había tomado el control, solo... Todo se detuvo.
Solté un suspiro que se combinó con un sollozo que estuve tratando de contener. El ceño de mi rostro se frunció y mi lengua chasqueó. Se había detenido, pero mis brazos aún seguían en el aire, sujetando con fuerza la barra de metal.
Yo, mientras tanto, respiraba agitadamente, intentando calmar los sollozos que lograban salir de mi garganta. Quería preguntar a Erwin si se encontraba bien, decirle que lo sentía muchísimo, que no era mi intensión. Estaba verdaderamente preocupado, sus manos sangraban demasiado, su rostro estaba cubierto en su mayoría por sangre, sus ojos fuertemente cerrados y su ceño fruncido mientras esperaba el impacto y el dolor del gancho atravesando su pescuezo.
Unas cuantas lágrimas salieron de mis ojos sin permiso. "Por favor no le hagas nada", suspiré.
Un gruñido salió de mi garganta y pude sentir como mis músculos faciales se contraían de nuevo, furiosamente. Mis brazos volvieron a elevarse de inmediato y la respiración se me cortó.
Oh, dios, no otra vez.
Sentí un fuerte golpe en mi cabeza, no lo suficiente como para noquearme, pero sí lo fue como para que mi cabeza punzara de dolor y todo se viera borroso. Mi cuerpo se quitó al instante de encima del rubio por el impulso y soltó el gancho para chimenea. Mis manos fueron llevadas a mi sien sangrante mientras mi cuerpo trataba de levantarse, un poco aturdido. Todo me daba vueltas, el dolor no me dejaba pensar, me costaba ver con claridad y a mi cuerpo se le complicaba el simple hecho de apoyarse.
Mi cabeza giró levemente y mis ojos temblorosos pudieron divisar a la pequeña figura de Annie con un trozo de madera sólida en las manos. Estaba temblando aterrada.
De inmediato soltó la madera con pavor y se apresuró hacía Erwin. Sacó el cuchillo y el cristal de la palma de sus manos con todo el cuidado posible, tratando de ignorar los jadeos de dolor que salían de la boca del rubio. Con todas las fuerzas que tenía en su delgado cuerpo, ayudó al ojiazul a ponerse de pie. Mientras yo yacía mareado en el piso, ví como a la distancia, Annie y Erwin se perdían a través del marco de la puerta. Agradecí en mi mente.
Mi cuerpo se arrastró por el piso, aún ofuscado. Mi espalda se recargó contra un mueble y mi cabeza se agitó varias veces, tratando de alejar el aturdimiento que azotaba mi cabeza en ese momento.
Podía sentir la sangre espesa y caliente recorrer mi mejilla. Para este momento, mi rostro ya debía parecer una película del célebre Tarantino.
— Joder...— una voz furiosa salió de mi garganta—. Por eso odio los estúpidos cuerpos humanos— una de mis manos se dirigió a mi pómulo y, con asco, removió la sangre que bajaba por ahí—. Son tan putamente débiles.
Mi cuerpo se paró de golpe, generándome un mareo que al parecer no afectó demasiado, porque mis pies emprendieron marcha por sí solos como si todo estuviera perfectamente.
—Como sea, acabemos con esta mierda de una vez, muero de hambre— tomé el cuchillo ensangrentado del suelo.
Mis pasos fueron dirigidos directamente a las escaleras. Cada movimiento parecía un maldito terremoto que hacía crujir toda la casa. Los escalones estaban a nada de quebrarse y las paredes ahora estaban tapizadas de rasguños. La mayoría de cosas estaban hechas trizas sobre el suelo, causando que, a cada paso que diera, las cosas crujieran bajo mis zapatos. Fue así como llegué a la puerta de mi habitación. Esta se abrió sin que mi cuerpo la tocara, dejando ver un espacio completamente vacío. Mi cama, el armario, el escritorio y todos los demás muebles no estaban por ningún lado, la habitación habría estado vacía de no ser por el jodido pentagrama que aún estaba en el centro de piso. Mis pies me acercaron hasta quedar a pocos centímetros del centro. Mi brazo derecho se elevó un poco, y, con el cuchillo en la mano izquierda, un corte fue hecho en mi muñeca. Unas cuantas gotas carmesí cayeron en el centro del pentagrama, antes de que el líquido oscuro comenzara a emanar del corte. Pocos segundos después, los trazos del símbolo comenzaron a arder. Los llantos y lamentos se avivaron, al igual que las risas y voces mientras un grave cántico comenzó a sonar.
Las puertas se volvían locas, los gruñidos ahora eran gritos guturales y todo mi cuerpo comenzaba a quemar por dentro.
Mi cuerpo se colocó justo en medio del emblema en llamas, sin que me causara algún tipo de daño. De mi boca comenzaron a brotar un montón de palabras en un idioma que no conocía mientras que en mi cuerpo eran generados diversos cortes por algo invisible. Sorprendentemente ya no dolía, solo era un tacto profundo que ardía unos pocos segundos. Toda clase de líquidos y objetos extraños brotaba de las heridas que emanaban un olor a azufre impresionante. Me sentía cansado, mareado y adormilado a la vez, pero fue cuando ví el filo del cuchillo acercarse a mi garganta que entré en pánico.
Cerré los ojos, preparándome para lo que se viniera.
—Hora de irnos— Dijo quien suponía que era Levi desde mi cuerpo con un tono más calmado. Exhalé con miedo, el metal frío fue apoyado sobre mi garganta y poco a poco comenzó a ser deslizado. Escocía más que el resto de heridas, pero de alguna u otra forma se sentía más pacífica, y menos brusca, como si el corte fuera realizado con duda y cuidado a la vez. Esperé pacientemente a que el corte fuera terminado.
Así que iba a morir, ¿eh? Claro que me lo esperaba, aunque en el fondo aún tenía esa pequeña luz de esperanza en mi corazón. Tal vez hubiera podido aprovechar el tiempo para despedirme de Annie, Reiner y Berthold, del Señor Erwin, Pixis, de mis mejores amistades y de las personas que aún me quedaban de familia a pesar de que no fueran muchas más a parte de mi tía y mis primos. Pero nadie sabe cuando le llega su hora, y mucho menos hay alguien en este mundo que esté cien por ciento listo para morir. ¿Qué pensaría la gente cuando descubrieran que yo también había muerto?, ¿qué pensarían al enterarse que el último de los Jeager estaba bajo tierra? Habían tantas posibles respuestas a esa pregunta. En el funeral de mis padres habían tantas personas desconocidas para mí, ¿ellos también irían? A decir verdad, sería bastante extraño. Hubiera deseado ver a mis padres otra vez, poder abrazarlos, hablarles y decirles cuánto los extraño, pero no siempre se pueden cumplir ciertas cosas. Si, había tenido una vida corta, pero fue buena y a decir verdad no me quejo. Nunca me faltó amor, comprensión ni apoyo, todas las personas importantes estuvieron para mí incondicionalmente, experimente la mayoría de cosas que deseaba hacer y estuve con las personas con la que quise estar. Tal vez hubiera podido vivir más, pero no es algo que me mortifique. Sí, tenía muchas metas, y sueños por cumplir, pero no servía de nada lograrlos si mis padres no estaba ahí para verlos. Mis padres eran mis cimientos, obviamente sabía que no eran eternos, pero aún tenía más cosas que vivir con ellos y que me fueron arrebatados por un asqueroso auto sin frenos, así que morir no era mi mayor preocupación en este momento.
Unos pasos fuertes subiendo las escaleras me sacaron de mi momento de resignación. Mierda, no.
Tan pronto como irrumpieron en la habitación, tomaron mi cuerpo de entre las llamas mientras este se removía dando manotazos y agitando el cuchillo tratando de herir a cualquiera de los dos. Annie se llevó un corte en el brazo y en el pómulo antes de que Erwin pudiera tomar mi muñeca y me obligara a soltarlo. Sus manos estaban envueltas por retazos de telas empapadas de sangre que cubrían sus heridas y a pesar de estar herido en esos momentos, seguía siendo tan fuerte como sus músculos aparentaban.
Mi cuerpo se movía bruscamente, tratando de liberarse del fuerte agarre que ejercían sobre mis extremidades. Gritos de múltiples voces salían de mis labios y una furia que en mi vida había sentido comenzó a invadirme por completo. Ahora sí tenía miedo, un miedo auténtico y que expiraba por cada uno de mis poros.
Él iba a matarlos, no tenía ninguna duda.
—¡Hay que llevarlo a la iglesia!— gritó Erwin para ser escuchado por encima de los ruidos que inundaban la casa.
—¡¿Y cómo diablos vamos a hacer eso?!
—¡Tú conduces y yo lo detengo!
Fui sacado de la habitación a duras penas y llevado en dirección a las escaleras. Solo me retorcía para poder quedar libre y que toda la furia que se estaba acumulando en mi interior fuera desquitada. Fue así como, con un fuerte golpe, Erwin voló contra la pared, llevándose un buen golpe en la cabeza, mientras que Annie caía por las escaleras, llevándose varios golpes de camino, quedando completamente aturdida. Cerré los ojos con desesperación, dejando correr mis lágrimas sin saber que hacer.
Diablos, por favor no, dije para mí mismo.
Mi cuerpo se acercó al rubio y comenzó a propinarle golpes por todo el cuepo rabiosamente. Puñetazos, patadas, puntapiés, manotazos, rasguños, todo esto al mismo tiempo, tan fuerte y rápido que me costaba reaccionar. Estaba enmudecido. Erwin estaba siendo masacrado frente a mis ojos y yo no podía reaccionar. No había parte de su cuerpo que estuviera si quiera un poco bien, su rostro estaba lleno de moretones y cortadas, de su boca salía sangre mezclada con saliva, con los golpes podía escuchar uno que otro hueso crujir en el interior de su cuerpo mientras él solo podía encogerse y gemir de dolor. Fue cuando comencé a caminar hacía el cuchillo en mi habitación que pude reaccionar. Tan pronto como lo empuñé, mi cuerpo se giró sobre mis talones con toda la intención de apuñalar al rubio. Podía sentir el enojo que ebullía en Levi, las ganas de asesinarlos a ambos, de hacerlos sufrir y de quemarlo todo. Me sentía demasiado débil para asimilarlo del todo, pero estaba lo suficientemente cuerdo como para comprender, no tenía muchas opciones, me había jurado a mí mismo que los mantendría a salvo, y lo haría de la única manera en la que funcionaba.
"Levi...", susurré con cansancio, "Levi, por favor... Solo mátame de una vez".
Mi cuerpo se detuvo en seco, congelándose en su lugar a pocos pasos de Erwin.
El ceño de mi rostro se frunció con miles de emociones que me atravesaban a la vez. Tristeza, confusión, duda, dolor, enojo, diversión, era una decena de emociones que me invadían a la vez y se mezclaban sin darme el suficiente tiempo para procesarlas.
—¿Por qué mierda debería de hacerte caso?, prometí hacerte sufrir hasta que...-
"Hasta que rogara para que me matarás... Lo sé, y eso es lo que estoy haciendo, así que... por favor ..."
Mi cuerpo se quedó ahí unos cuantos minutos más, sin hacer un solo movimiento. Todo se había quedado en silencio, ya no habían llantos, gritos, gruñidos o golpes. Las puertas se habían dejado de azotar y los rasguños habían dejado de arruinar las paredes.
"Recién lo dijiste... Tienes hambre, has estado mucho tiempo sin consumir un alma, te ofrezco mi alma en bandeja de plata, mátame de una vez y come".
Solo fue cuestión de segundos para que un gruñido saliera de mi boca mientras guardaba el cuchillo en uno de mis bolsillo.
—Mocoso estúpido.
Antes de darme cuenta, el cuerpo de Erwin ya estaba rodando por la escaleras, cayendo junto a una Annie mareada y confundida.
—Solo quédense ahí, joder.
Miré a Annie, ella me miraba también. Su expresión reflejaba una mezcla de miedo y otra cosa que en ese momento no pude comprender. La miré con cariño y ternura. Solo quédate ahí, por favor.
Annie, mi tía favorita, otro de mis pilares, era hora de que pudiera vivir su vida sin más complicaciones, esperaba que de alguna u otra forma pudiera sentir todo el cariño que trataba de transmitirle en ese momento, a pesar de que no era el mejor momento ni tenía la mejor expresión en mi rostro. Le agradecía infinitamente todo lo que había hecho por mi, no solo en estos momentos, si no durante toda mi vida. Ella era parte de mi familia, estuvo siempre conmigo, apoyándome y consolándose, aconsejandome en momentos en los que lo necesitaba y tratándome como una madre a un hijo. Esperaba que estuviera bien, aunque conociéndola, se sentiría culpable por mi muerte, pero yo no la culpaba en absoluto. Esperaba que cuidara bien de los niños, que encontrara una forma de decirles que había muerto y que nunca nos volveríamos a ver, pero era Annie, una de las personas más fuertes que he conocido en mi vida, por supuesto que lo haría, lamentablemente ella ya tenía experiencia con esas cosas.
"Gracias por todo", murmuré mientras sonreía de lado con tristeza.
Como si supiera que eso era todo, Levi comenzó a dirigir mi cuerpo hacia el cuarto de nuevo, a paso calmado. Aproveché para mirar la casa por última vez. Tal vez no era tal cual la casa en la que había crecido, - todo estaba quebrado, las paredes ya casi no tenían pintura, las puertas estaban hechas polvo y las ventanas rotas permitían pasar la luz de la luna directamente- pero seguía siendo mi casa. Habían pasado tantas cosas que ni siquiera me había dado cuenta de que ya había anochecido, el viento se colaba por los cristales rotos y hacía que el ambiente se hiciera aún más frío. La velocidad y la fuerza con la que este corría hacía que resonara en las paredes y me dí cuenta que por primera vez en esas semanas, la casa se sentía realmente pacífica.
Podía escuchar los jadeos de Erwin, agradecía que estuviera vivo. Otro ruido llamó sonó, pero lo pasé por alto hasta que la voz de Annie llamó mi atención. Estaba quejándose por el dolor mientras se incorporaba apoyándose del barandal.
—O...Oye— sus piernas temblaban al igual que su voz. Sus ojos estaban llenos de lágrimas que caían por su rostro lleno de golpes y rasguños—. Oye...— mi cuerpo se giró para mirarla.
Sentí el desprecio con el que Levi le dedicó la mirada. Sabía que ella no haría nada, estaba demasiado débil para siquiera intentar subir las escaleras.
—¿Qué?
Annie soltó un sollozo combinado con un gemido de dolor. Su nariz había comenzado a sangrar, pero ella se limpió a sí misma enojada. Su bonito rostro se desfiguró con una mueca de enojo, las lágrimas comenzaron a correr en una cantidad más grande. Su mandíbula se apretó fuertemente, causando que que sus dientes comenzaran a rechinar. Hizo sus manos puño tan fuertemente, hasta el punto en que sus nudillos se tornaron blancos.
Inhaló fuertemente y dijo algo que me hizo palidecer y sentir que el mundo se me venía abajo.
—Te propongo un trato— tragó fuertemente antes de continuar—. Te ofrezco mi alma por la suya.
Una escalofriante sonrisa se formó en mi rostro.
—Mujer estúpida—dijo Levi con diversión—. No sabes lo que acabas de hacer.
Antes de poder siquiera asimilarlo, caí al suelo de golpe, sintiendo un dolor intenso recorrer cada rincón de mi cuerpo. La herida de mordida en mi pierna comenzó a sangrar sin parar al igual que los cortes que tan solo minutos antes habían sido realizados en mi cuerpo por algo imposible de ver, de mi boca fue expulsado una sustancia extraña, caliente y pestilente con mucha violencia, mi cuerpo temblaba y de golpe sentí el frío que inundaba el ambiente, un dolor corporal que jamás había sentido me golpeó tan fuerte que mi garganta no pudo contener un grito de agonía, tenía unos escalofríos tan violentos que me hacían retorcer en el piso. Estaba hecho un mar de sangre y fluidos apestosos. Había sido como si todos mis soportes hubieran desaparecido de la nada. Mis rodillas habían perdido la fuerza y se habían doblado tan fácil como el tallo de una flor. Ni siquiera era capaz de moverme, todo el dolor que no había sentido en su momento lo estaba sintiendo ahora, multiplicado por mil. Cualquier mínimo movimiento dolía como los siete infiernos.
Unos pasos bajando las escaleras resonaron por todo el lugar e hicieron que mi fuerza cayera en picada al igual que mi estabilidad mental. Levanté la mirada de inmediato a pesar del fuerte dolor que azotaba mi cuello.
Ahí, bajando lentamente las escaleras, la figura auténtica de Levi se movía lenta y tormentosamente. Su gabardina negra se arrastraba por los escalones llenos de polvo y cristales rotos. Sus blancas y finas manos se pasaban por el barandal sin tocarlo demasiado mientras lo arañaba con sus grandes garras.
En su otra mano, el cuchillo brillaba potentemente a la luz de luna. Lo sostenía con tanta fuerza y seguridad que incluso el mango se había doblado un poco. Fueron solo segundos para que él estuviera frente a mí tía, mirándole fijamente con un odio que, a pesar de la distancia, pude distinguir. Annie estaba pasmada en su lugar, incapaz de moverse.
La tomó del cuello de un momento a otro, con aún más fuerza que con la que me había tomado a mí en su momento.
—N-No— quería pedirle que se detuviera, quería reclamarle a Annie lo que había hecho, simplemente quería gritar, pero me era imposible. Estaba débil en todos los sentidos, mi garganta ni siquiera podía articular una vocal y el simple hecho de intentar moverme me dejaba agotado.
Pero no podía dejarla sola en estos momentos, me había hecho una promesa, y la mantendría a salvo costara lo que costara. Así que, con un dolor que me hizo sollozar, me arrastré hasta el inicio de las escaleras. Saqué mis últimas fuerzas para poder tirar del último escalón y poder llegar hasta ellos a pesar de que eso implicara bajar prácticamente rodando, pero me fue imposible, simplemente no me pude mover. Mis brazos no respondían, se sentían adormecidos, mientras sangraban a borbotones por las heridas. Mi fuente de energía estaba a nada de agotarse totalmente, el solo hecho de parpadear me costaba horrores.
Sollocé cuando ví que Annie comenzaba a patalear desesperadamente, mientras que su cuello sangraba. Gemí su nombre con mis últimas fuerzas mientras la veía a los ojos, sus ojos azules inyectados en sangre se estaban cerrando poco a poco, mientras que un pequeño hilo de sangre comenzaba a salir de entre sus labios.
—Annie— gimoteé por lo bajo, esperando alguna reacción. Lo único que obtuve fue un espasmo por parte de su cuerpo cuando el enorme cuchillo atravesó su abdomen si piedad. De su boca brotó aún más sangre, a la vez que sus ojos se cerraban por completo y su cabeza se dejaba caer hacía atrás sin soporte.
No.
No podía ser.
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Uy broh, que turbio.
Dude, no puedo creer que tarde tres años en actualizar esta wea.
Lo hice lo más largo que pude, casi 17k palabras, pero para ser sincera, no es la centésima parte de lo que se merecen.
Para ser sincera, no planeaba seguir esto, más que nada por la vergüenza, porque se me hace un descaro dejar esto así como si nada y volver de igual forma, pero vi que muchas personas de verdad querían seguir leyéndola, además de que a mi me encantaba la idea de terminarla, así que dije "¿por qué no?"
Este es el penúltimo capítulo, así que espero que lo hayan disfrutado muchísimo. Lo escribí con mucho amor para ustedes.
Les pido mil disculpas por haberme ido de la nada y sin siquiera dar un mísero aviso, de verdad espero que puedan perdonarme 💔
De verdad lxs amo muchísimo, gracias por inspirarme a seguir con esto y creer en este fic. Les pido disculpas otra vez JAJAJASJA, neta perdón :c
Lxs amo pt 1000
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