CAPÍTULO 10

Cuando el maligno posee un cuerpo y lo maneja, puede hablar inclusive a través de él, puede hacer manifestaciones muy extravagantes, pero nunca podrá poseer el alma.
"El mayor logro del diablo es hacer creer que no existe".

Eren.

Un sonido agudo y constante taladraba en mi cerebro, haciendo que un dolor punzante azotara mi cabeza.
Podía escuchar la voz preocupada de Annie en algún lugar de la habitación.

Abrí los ojos lentamente, obligándome a acostumbrarme a la luz del cuarto.
El techo era completamente blanco y el ambiente emanaba un olor a químicos que solo hacía que mi cabeza doliera aún más. Iba a explotar.

Jadeé cuando intenté reincorpotarme.
Todo mi cuerpo estaba adolorido, tenía que hacer un gran esfuerzo para moverme, si es que a lo que estaba haciendo se le podía considerar moverse. Sentía como si un elefante estuviera sobre mí, recostado plácidamente mientra yo moría aplastado. Incluso el respirar se me dificultaba.
Moví mis brazo derecho y jadeé al sentír un ligero rasguño. Una aguja conectada a una bolsa de suero estaba clavada en mi extremidad.

—¡Eren!— lentamente subí la mirada, encontrándome con el preocupado rostro de Annie mirándome expectante.
Dejó a Pixis de lado y se acercó rápidamente hasta mí antes de abrazarme.

—Me alegra que despertaras.

—¿Cuánto tiempo llevo dormido?

—Casi una semana—contesto Pixis.

—¿Qué?—dije incrédulo—. Debes estar bromeando.

—No, efectivamente has dormido todo ese tiempo— Erwin apareció por la puerta.

Miré a Annie.

—¿Y los niños?

—Me temo que le deberé muchos favores a mi amiga— rió un poco.

Intenté sonreír un poco, pero lo único que se dibujó en mi rostro fue una mueca.

—¿Qué fue lo que pasó?

Miré al rubio sin expresión alguna, seguí con Pixis, quien me miraba expectante y por último a Annie. Suspiré y desvié la mirada hasta un rincón de la habitación, procurando mirar a otro lado menos a ellos.

—No lo sé—siseé mientras jugaba con mis dedos.

—¿Cómo que no lo sabes?— insitió Erwin.

—Solo... no lo sé, simplemente... todo se salió de control.

—¿Ves esa venda en tu muñeca?, el corte en tu brazo fue muy profundo, si tu tía no hubiera reaccionado y no hubiera atado su cinturón en tu brazo ahora mismo estarías muerto por desangramiento, esto simplemente no se salió de control, ¿por qué hiciste eso?

—¡Ya te dije que no lo sé!, ¿¡de acuerdo!?— no puede evitar descontrolarme aunque al instante me arrepentí por haber gritado, el obispo solo quería ayuda.
Presioné el puente de mi nariz con mis dedos mientras intentaba calmarme un poco— Lo lamento— me diculpé.

—Está bien, no debo presionarte para que hables, tú estado es delicado, no puedes alterarte mucho.

Sentí algo recorrer mi espina dorsal haciendo que girara el cuello ante la sensación.

—Creo que debería irme— dijo el rubio mirando el reloj que estaba en una de las paredes de la habitación.
Se acercó a mí mientras sacaba un rosario de su bolsillo. Me persignó y puso la cruz frente a mí para que la besara.

Con un irremediable asco gruñí y de un manotazo aparté su mano.
El rosario salió volando a otro extremo de la habitación.

—¿Qué...?— murmuró Erwin, mirando el rosario en el suelo.
Sus ojos me miraron severamente, completamente serio.

—Lo... Lo lamento— jadeé al darme cuenta de lo que había hecho.

No sabía por que lo había hecho, ni siquiera sabía de donde había sacado la fuerza para hacer un movimiento tan brusco como ese con tanta facilidad tomando en cuenta que me sentía fatal y sin energía.

—Eren... ¿puedo hacerte un par de preguntas?

Asentí sin prestar mucha atención.

El rubio se sentó en la cama, hundiendola solo un poco por su peso. Colocó su gran mano sobre las mías y las acarició un poco como si intentara reconfortarme.

—¿Recuerdas algo de tu niñez?

Levanté la mirado, observándolo con confusión.

—¿Mi niñez?—cuestioné confundido— ¿Qué hay con mi niñez?

—Dime lo que recuerdes, mientras más mejor.

Miré a Annie confundido. Al parecer ella estaba igual que yo.
Pequeñas escenas recorrieron mi mente y me di cuenta de lo que el rubio hablaba.

Lo miré dudoso y comenzé a hablar.

—Recuerdo que... recuerdo que cuando nací mi padre casi se desmaya al verme salir... recuerdo cuando el doctor me entregó a mi madre, aún tengo su sonrisa en mi memoria— hablé con una sonrisa de lado.

—No puedes recordar eso— interrumpió Annie—. Eras apenas un bebé.

—Ya lo sé—sonreí amargamente—. Recuerdo la pequeña habitación color verde en la que mi madre me arrulla y me cantaba una canción de cuna para que me calmara, recuerdo cuando pasamos un tiempo en tu casa mientras encontrábamos una donde habitar porque el departamento de mis padres era muy pequeño, también recuerdo el gato que tuvimos y que después escapó para irse con tu vecino— reí—. Recuerdo sus ojos azules y su suave melena gris que tanto le gustaba a mi madre acariciar... Recuerdo el auto negro que mi padre había enviado tantas veces al taller para arreglarlo pero que siempre tenía una pequeña falla... Recuerdo cuando llegamos a esa casa, papá estaba tan emocionado que en seguida acomodó todos los muebles.

—Tan solo tenías dos años— dijo con los ojos cristalinos.

—Pero lo recuerdo— le sonreí.

—¿Cómo es posible?— susurró.

—Retrocognición... Hay algo que le está enseñando esos recuerdos— murmuró Erwin—. Tengo otra pregunta, ¿qué es lo que piensas o sientes al mirar o tener cerca un objeto sagrado?

—No lo se... A veces algo quema dentro de mí, simplemente trato de alejarme... me hierve la sangre... no se como describirlo, ni siquiera pasa todo el tiempo.

Erwin solo miró el rosario en el suelo. Se levantó y caminó hasta el para recogerlo.

—Eren, pon esto bajo tu almohada— me entregó un pequeño crucifijo de plata con cuidado mientras veía mi reacción—. Mantenlo junto a ti.

Observé el pequeño objeto, acariciándolo con la punta de mis dedos.
¿Esto era lo que cuidaría de mí?, ¿esto era lo que me salvaría?

—Reza antes de dormir, todo lo que puedas, Dios escuchará tus plegarias, el te ayudará, ten fe...

Estaba dejando mi futuro a una persona que profesaba y alababa algo que nunca había visto con certeza. Algo que probablemente no existía.
Hay personas que dicen y gritan que no hay que rendirse, que la fé en Dios lo es todo.
"La fe mueve montañas solo cuando es verdadera fe".
¿Cómo tener verdadera fe después de todo lo que está pasando?
Lo había pensado tantas veces y aún así no obtenía una respuesta.

—Porque Dios es bueno.

Y exploté.

—No bromees— reí con sarcasmo— ¿En serio es bueno? Oh, claro, lo olvidaba, es misericordioso y escucha tus plegarias-.

—Eren...

—Pues creo que se ha quedado sordo porque yo y millones de personas más hemos pedido y no ha habido ninguna respuesta... Tan solo quiero saber, ¿Si Dios es bueno por qué no endereza este mundo asqueroso y vil?, ¿por qué hay personas muriendo de hambre?, ¿por qué hay guerras?, ¿por qué hay niños sufriendo?

Lo sabía, estaba exagerando, pero me había cansado de esperar una respuesta.

—¡Eren! ¿qué te sucede?— Annie me miró sin comprender un poco. Su ceño estaba levemente fruncido, estaba un poco enojada.

Simplemente desvié la mirada incómodo. Me entretuve jugueteando con el crucifijo entre mis manos. Sentía la mirada de todos sobre mí.
Lo único que quería era que todos se fueran y me dejaran pensar por un rato.

—Está bien, no importa, debería irme. Dejémoslo descansar, debe seguir un poco aturdido.

—Trata de dormir, ¿si?, aún no recuperas todas tus fuerzas— Pixis revolvió mi cabello.

—De acuerdo—susurré aún sin levantar la mirada.

La puerta de la habitación se cerró cuando todos estuvieron fuera.

Suspiré y miré la ventana. Estaba atardeciendo y el cielo se estaba pintando de tonos naranjas.
Devolví mi vista al crucifijo de plata. Bufé y lo puse debajo de mi almohada como me lo habían indicado, no creía en que funcionara pero era la única y pequeña opción.
Debía descansar. A pesar de haber dormido durante una semana me sentía extrañamente débil.
Me acomodé en la cama, sintiendo algunos movimientos de esta por los movimientos bruscos. Suspiré y miré el techo antes de cerrar los ojos.

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El sonido de un portazo me despertó. Abrí los ojos algo aturdido.

Las persianas estaban cerradas y en el reloj que estaba en la mesita de noche marcaba las 3:33 am.
Fruncí el ceño pensando que algún personal del hospital había entrado a la habitación y carraspeé la garganta con el propósito de que cualquier persona que haya entrado se diera cuenta de que me había despertado.

—Lo lamento, joven— contestó un hombre.

Gruñí mientras cerraba los ojos de nuevo y me acomodaba boca arriba.

—No hay problema.

Me dispuse a seguir durmiendo pero justo cuando estaba comenzando a perderme en el sueño sentí algo caliente y espeso gotear sobre mi frente.

Abrí los ojos extrañado intentado encontrar de donde provenía ese líquido.

Mis ojos se abrieron de sorpresa al notar el crucifijo de plata que antes estaba bajo mi almohada bañado en sangre y completamente pegado al techo.

Iba a levantarme de la camilla pero mi cuerpo volvió a recostarse sin mi intención. Volví a íntentarlo por segunda vez, pero parecía como si todo mi ser estuviera pegado a la camilla.

Miré alrededor intentando buscar al enfermero que había entrado a la habitación, pero no había absolutamente nadie.

Estuve a punto de gritar pero mis labios se sellaron de inmediato impidiendome producir otro sonido más allá de jadeos.

No podía moverme, era como estar atado de todas las extremidades a la cama. El sudor había comenzado a recorrer mi frente al igual que las palmas de mis manos y yo solo podía mirar la puerta con la esperanza de que alguien pudiera escuchar mis jadeos y entrara.

La luz comenzó a parpadear y mis nervios se alteraron aún más. Me moví con más desesperación y jadeé con más fuerza. Mis ojos comenzaron a cristalizarse y mi vista se tornaba borrosa.

Los humanos creen que solo podemos entrar a sus cuerpos— la voz que tanto había escuchado estas últimas semanas resonó en la habitación—. Ustedes realmente creen que sin su cuerpo no somos nada, creen que nosotros no tenemos una estructura como la suya... Lamento decirles que están muy equivocados.

En una de las esquinas de la habitación estaba el hombre que se había presentado físicamente por primera vez en mi habitación. Su cabello azabache relucía por la parpadeante luz y, al igual que su vestimenta negra, enmacarba su pálido, fino pero varonil rostro.

El aire abandonó mis pulmones cuando noté que comenzó a caminar en dirección a la camilla. Tragué en secó y me removí con más fuerza en un intento desesperado por liberarme. Desvié mi mirada al techo, buscando el crucifijo pero este ya no estaba. Busqué de al hombre, sin embargo no habían señales de él.

Mi brazo derecho cedió un poco y no pude evitar sonreír de alegría.
Mi vista se dirigió a la bolsa de suero que estaba conectada a mi brazo. Si tiraba lo suficiente de la pequeña manguera el atril para el suero caería y todos entrarían por el escándalo. Mi sonrisa se ensachó aún más orgulloso de mi plan.

Eso no te funcionará—susurró detrás de mí oído. Los vellos de mi nuca se erizaron y mi respiración se entrecortó—. Nadie te escuchara, incluso si gritas a todo pulmón.

Mis labios fueron liberados y a pesar de lo que había dicho lo primero que hice fue gritar.

Comenzó a trepar a la cama, hundiéndola conforme subía. Fue hasta que lo tuve en frente que me dí por vencido.
No podía moverme y a pesar de que ahora pudiera hablar nadie me escucharía.
Separó mis piernas y se puso entre ellas mirándome de una manera macabra y divertida.
Se inclinó sobre mí con una sonrisa quedando a pocos centímetros de mi rostro.

Miré esos hermosos ojos carentes de alma o señales de vida, llenos de oscuridad y maldad que sorprendentemente solo causó un agradable escalofrío en mi cuerpo. Algo estaba mal.

Dejé que recorriera mi cuello con su respingona nariz, así como dejé que sus manos recorrieran mi cuerpo con una extraña delicadeza.
No se si fue por el hecho de que no controlaba mi cuerpo u otra cosa, pero no hice ni quise hacer nada cuando colocó mis piernas sobre sus hombros, o cuando se acercó de nuevo a mi rostro y presionó sus fríos labios sobre los míos. Simplemente me dejé hacer mientras las lágrimas salían de mis ojos.
Mi razonamiento lógico terminó de escaparse cuando sus manos recorrieron toda mi longitud. Era como estar en un sueño o un trance, como si estuviera alucinando, pero sabía que las sensaciones eran reales y sorprendentemente agradables, incluso cuando sabía que no era lo que debía sentir, simplemente mi cuerpo se rindió, ignorando mis ganas de seguir luchando.

Gemí cuando lo sentí introducirse en mi cuerpo. Dolía, dolía demasiado, era como si mi espalda se partiera en dos, pero aunque no quisiera aceptarlo había una pizca de placer que me incitaba a seguir y pedir más involuntariamente. Lo odiaba. Odiaba que mi cuerpo cediera sin que yo se lo indicara, y odiaba aún más que el estímulo estuviera haciendo de las suyas y enviara ondas de placer a todo mi cuerpo que me hacían sentir cada vez más débil.

Mis manos se aferraban a las sábanas.
Con cada roce la sensación de que mi cuerpo se derretía era mayor. Sus uñas se encajaban a mi cintura haciendo que jadeara y soltara gruñidos por el ardor.
No me dí cuenta cuando fue que pude moverme, pero no le tomé mucha importancia, aún así la opción de escapar había sido eliminada.
Intentaba acallar esos sonidos vergonzosos que salían desde el fondo de mi garganta. Mordía mi mano sin importarme el sabor metálico de la sangre que brotaba de la herida provocada por mis dientes.

Cada que tocaba cierto punto dulce dentro de mí, mi espalda se arqueaba y lloriqueaba murmurando incoherencias y malas palabras.
Solo podía mirarlo, parecía no inmutarse a comparación mía, pero de vez en cuando su ceño se fruncía y gruñía de una manera jodidamente grave que me atemorizaba.
De un momento a otro dejé de preocuparme por hacer ruido y terminé gritando bajo su cuerpo, clavando mis dedos en sus brazos.
Se sentía mal pero al mismo tiempo jodidamente bien, el ardor y el cosquilleo era lo único que sentía en ese momento además de la rabia hecha una sola junto con muchas emociones más que no podía ni quería explicar.
Sabía que eso no cambiaría nada, pero solo quería dejar de pensar en que él quería mi alma.

Estaba teniendo sexo con un demonio que quería matarme y alimentarse de mí, pero cuando estás en un estado como el mío en el que no sabía que hacer ni en quien confiar tus ideales chocan y tienes un colapso emocional que te derumba.

No se durante cuanto tiempo estuvimos así, ni cuanto tiempo estuve gritando para que mi garganta ardiera como lo estaba haciendo. Solo se que todo terminó cuando sentí que los músculos de todo mi cuerpo se contraían y mi anatomía temblaba por los síntomas del postorgasmo. Intenté regularizar mi respiración mientras que él salía de mí haciendo que jadeara.

Para mi sorpresa, cubrió mi cuerpo con las sábanas y me dedicó una mirada antes de comenzar a caminar hacía la puerta y salir por esta dejándome solo y tembloroso.

Fue después de unos segundo cuando entré en razón y solo atiné a llorar como si mi vida dependiera de ello.
Sollocé y grite e incluso Annie y Pixis llegaron junto con un par de enfermeros alterados por mis gritos.
Mi tía me tomó entre sus brazos y me estruja fuertemente mientras acariciaba mi cabeza y me daba leves beso en la frente.

Mi cuerpo temblaba, mi energía se había drenado por completo. El miedo se incremento y unas náuseas inmensas me recorrieron de pies a cabeza. Lloré como nunca había llorado en los brazos de la rubia, aferrándome a ella con el miedo de que algo como lo que acababa de pasar sucediera de nuevo.
Cuando logré calmar un poco mi llanto neurótico y los temblores en mi cuerpo, Annie se atrevió a hablar.

—¿Otra pesadilla?—susurró.

Yo solo atiné a asentir mientras me ocultaba en el hueco de su cuello, incapaz de formular si quiera una palabra.

Ojalá fuera eso.

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