Vapor en la colina.
Madame Grace vivía al pie de una colina de la cual, cada jueves sin falta, se le podía ver descender a toda prisa. Y el primer día en que su nuevo ayudante se presentaba a trabajar no sería la excepción.
Jules aguardaba a un costado de la casa para resguardarse como se lo habían indicado. Podía escuchar un traqueteo aturdidor que seguido de un horrible estruendo le hicieron abandonar su puesto.
Una nube de vapor se formaba a espaldas de Madame Grace, quien para descender la colina debía levantar su vestido hasta dejar al descubierto los cordones de sus botas.
A los ojos de Jules era impresionante la agilidad en el descenso de su patrona, pues estaba acostumbrado a que las damas de su clase se vieran más limitadas usando un corsé tan ajustado como el que ella traía puesto. Sin embargo, para los habitantes del pueblo les parecía una insensatez verla subir hasta la cima acarreando todos sus utensilios vestida con tanta elegancia, para que al cabo de unas horas inclusive su sombrero adornado con plumas y flores volara por el aire junto con las astillas provenientes de su misteriosa máquina.
Muchos le advertirían que sería mejor buscar otro empleo, pero Jules deseaba observar de cerca el trabajo de Madame Grace. Ya que a pesar de su locura de cada jueves, todos en el pueblo se habían visto beneficiados de sus innumerables inventos. Desde doctores que ahora podían extraer muelas sólo jalando una palanca, hasta sastres que producían vestidos al ritmo de engranes más rápidos que cualquier costurera de la nación.
Una vez que Jules se sintió en confianza, decidió calmar su curiosidad y por fin preguntar a Madame Grace sobre el proyecto de la colina.
—Se podría decir que es un transporte.
—Madame, si puede perdonar de nuevo que me inmiscuya, ¿para ir a dónde? Creí que usted nunca salía del pueblo.
—No a dónde, sino a cuando. Hay alguien a quien me gustaría visitar y ninguna máquina que se mueva por cielo, mar, o tierra, me ayudaría a encontrarla.
Asombrado por tan grandes ambiciones, Jules se propondría a esforzarse al máximo en cada tarea que le era asignada, esperando así ser de ayuda para que estás se vieran realizadas.
Las semanas transcurrían, evaporándose una tras otra al igual que las ilusiones del joven Jules por ver a Madame Grace cumplir su meta...
Un jueves con mal clima, Jules aguardaba bajo una sombrilla esperando ver volar el sombrero de su patrona una vez más. El aturdidor traqueteo dio inicio, pero el estruendo nunca llegó.
Confundido, Jules subió corriendo la colina. Tropezando un par de veces llegó a la cima y, cuando miró alrededor no encontró a nadie. En el suelo se hallaba aquel sombrero decorado con plumas y flores, Jules lo sostuvo entre sus manos y con una sonrisa en su rostro exclamó a los cuatros vientos;
— ¡Buen viaje Madame Grace!
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