CAPÍTULO 17

–¿Entonces estas facturas se van directo a la oficina del contador? —preguntó Carina.

–Correcto —hizo una pausa— ¿Estás segura de quedarte con mi puesto?

–Eres la que más gana de aquí, Isabella, tu sueldo me serviría de maravilla. ¿Ya le dijiste a Rizo que piensas renunciar?

–No —respondió Isabella— Aún faltan un par de meses y no quiero ponerlo sobre aviso, además, quiero que tú estés lista para poder dejar todo en tus manos, será más fácil para ti contratar una recepcionista que ayudar a una nueva coordinadora.

–Buenos días —saludo Massimo acercándose a la recepción.

–Buenos días —respondieron ambas al unísono.

–¿Qué tal el fin de semana, chicas?

–Bien, en familia, ¿Y el suyo, señor? —respondió Carina.

–Me alegro; el mío estuvo fantástico —hizo una pausa— ¿Y el suyo, señorita Espósito? —preguntó Massimo sonriendo y mirando a Isabella.

–Inusual —respondió con una sonrisa.

–Espero que eso sea bueno —dijo Massimo.

–Yo también lo espero —sonrió.

–Bien, que tengan un buen día.

–Igualmente, señor Santino —contestaron ambas.

Massimo camino y tomo el elevador para subir a su oficina.

–Es la primera vez que lo veo sonreír de esa manera —dijo Carina a Isabella— La persona con la que pasó el fin de semana debe de hacerlo muy feliz.

Isabella se quedó callada, no quería que alguien más se enterara de que había pasado el fin de semana con él, por lo menos hasta que ella supiera si esto solo era un juego.

Los días transcurrieron y se acercaba el día de la inauguración del edificio de Enzo, justo una semana antes de navidad.
El trabajo para Isabella y para Massimo pasaba con normalidad sin ningún evento extraordinario.
Ella había hecho algunas compras navideñas, además de adquirir el vestido que usaría la noche del evento.

–Es de color tinto, hermoso, aunque ya no estoy segura de usarlo —dijo Isabella al teléfono.

¿Pero por qué? —preguntó Alessia al otro lado de la línea.

–Siento que es muy provocativo.

Cariño, cuando veas el mío no pensarás lo mismo.

–¿El tuyo? —dijo Isabella, sorprendida— Pero aún estarás con tus padres para entonces.

Alessia soltó un suspiro.

Hay algo que no te he dicho.

–¿Qué pasa? ¿Todo bien? —preguntó con preocupación.

Sí, todo bien es solo que tengo que ocuparme de algo antes de volver al trabajo.

–¿De qué? ¿Qué pasa?, Me asustas.

Volveré antes porque mi casero venderá la propiedad, así que yo me quedaré sin casa, me dio un tiempo para buscar y desalojar, pero ya sabes, es fin de año, será difícil —contestó Alessia

–Entiendo, pero encontraremos la solución, ya verás, no te preocupes —consoló Isabella.

Lo sé. Entonces es por eso que voy a regresar antes.

–¿Y qué dijeron tus padres? porque no estarás en Navidad con ellos.

Lo entendieron y ellos irán a pasar la Navidad conmigo, para esa fecha aún estaré viviendo ahí.

–¡Qué bien!, si quieres la pueden pasar en mi casa.

De hecho es algo que te iba a pedir, tú sabes que yo no cocino para nada, no quisiera arruinar la Navidad con alguna de mis aberraciones.

Ambas rieron

–Sí, evitemos que tus padres terminen en el hospital —rio.

–¡Oye! —exclamó Alessia indignada.

–Para mí será un placer cocinar para todos, así mi navidad será más alegre —dijo Isabella.

–¿Este año piensas celebrarlo como antes? —preguntó Alessia.

–Intentó retomar eso, tener a tus padres aquí, tenerte a ti en casa, será muy bueno para mí.

Ellos estarán encantados de volver a verte.

–A mí también me dará gusto —hizo una pausa— Entonces estarás aquí para la inauguración, ¿cuándo llega tu vuelo?

El viernes

–¡Perfecto! Entonces paso por ti.

No creo que puedas, llego a mediodía, pero tengo una idea

–¿Cuál?

Te espero en mi casa el viernes, te quedas a dormir y el sábado vamos a la inauguración juntas ¿Qué dices?

–¡Me parece perfecto! Entonces el viernes saliendo del trabajo te veo en tu casa.

Perfecto nos vemos ahí.

–Tengo que colgar, está sonando el teléfono, ¡chao!

Isabella colgó el celular para levantar la bocina del teléfono de su oficina.

–Dígame señor Santino.

Podría subir a mi oficina un segundo señorita.

–Claro, voy enseguida.

Salió de su despacho rumbo al de Massimo, se sentía nerviosa, algo inquieta, no habían hablado mucho desde esa mañana en casa de Isabella.

Llamó a la puerta y entró.
Massimo se encontraba sentado en el sofá con el celular en la mano.

–Pasa, toma asiento.

Le tomó por sorpresa la invitación, pero no se negó, se sentó al lado de Massimo, esperando alguna indicación, aunque la ponía nerviosa, él no dejaba de ser su jefe

–¿Aceptarías ir a cenar a mi casa hoy? —soltó Massimo de pronto.

Esa invitación la tomó aún más por sorpresa, lo miró con asombro.

<<¿Quiere cenar de nuevo?>> Pensó Isabella.

–No me mires así —sonrío— ¿Te sorprende?

–Un poco —sonrío.

–Bueno, es que, la velada del otro día, aunque hermosa y extraordinaria, no era precisamente lo que tenía planeado; no me lo tomes a mal, la pizza y el vino son de mis comidas favoritas, pero no era lo que tenía planeado para nosotros.

–¿Ah no? ¿Entonces cuál es tu plan?

–Cocinar para ti —espetó.

–Massimo Santino, el empresario ¿Cocina? —dijo sonriendo en tono burlón— ¿Creí que tendrías algún chef personal?

–En ocasiones me gusta deleitar el paladar de alguna hermosa mujer.

Massimo se acercó un poco hacia ella, colocando su brazo en el respaldo del sofá detrás de Isabella, para quedar frente a ella.

–¿A qué hora? —preguntó Isabella.

Ambos se tenían a pocos centímetros, sus miradas coquetas se cruzaban, Massimo la hubiera hecho suya en ese mismo instante, pero tenía que deshacer el hechizo antes de poder tocarla.

–A las 8, ¿Está bien? —dijo Massimo casi en un susurro.

–Sí, pero no sé dónde vives.

–No hay ningún problema, pasaré por ti.

Massimo se acercó aún más, quedando tan cerca de los labios de Isabella, si él la hubiera besado en ese momento seguramente ella no hubiera puesto objeción.

–Te veo en la noche —susurro Massimo.

Isabella pudo sentir el aliento de él al pronunciar esas palabras, percibía su calor corporal, su perfume y hasta cierto punto se sentía un poco excitada.

–Hasta la noche –susurro Isabella.

Ella se puso de pie y sin mirar atrás salió de ahí.
Su corazón estaba acelerado, no había más dudas, ese hombre le gustaba, la excitaba, lo deseaba.

<<En qué embrollo te metiste Isabella>> dijo para sí, mientras bajaba por el elevador.

Se acercaba la hora, Isabella estaba casi lista, pero muy nerviosa.
Ya había probado con tres diferentes cambios de ropa, no sé decidía por qué perfume usar o qué accesorios colocarse y tampoco caía en cuenta de todo su nerviosismo.
Por su parte, Massimo la pasó igual, había salido temprano de la oficina, le había costado mucho elegir el menú de esa noche, hacía bastante tiempo que no cocinaba, tomar la elección de su atuendo tampoco fue fácil.

8:00 pm

*Llamaron a la puerta.

–Hola —saludo Isabella.

–Hola, ¿Estás lista? —preguntó Massimo al otro lado del umbral.

–Sí, claro, solo déjame tomar mis llaves y mi bolso.

–Por supuesto; ¿Podría pasar a tu baño antes de irnos?

–Claro, ya sabes dónde está, pasa.

Massimo entró al baño y para su sorpresa sobre el lavabo vio el medallón de Isabella había puesto cuidadosamente en un alhajero; él aún tenía una misión, destruir el medallón, ella no lo llevaba puesto, así que no había otra manera de apoderarse del dije, tenía el plan de volver a entrar a la casa y buscarlo, esa era la oportunidad y para su fortuna el medallón estaba ahí, no podía tocarlo porque le quemaría la piel, así que…

–Razel —dijo Massimo, casi inaudiblemente.

En ese momento Razel apareció al lado de Massimo.

–A la orden, señor —dijo Razel, en un susurro.

–Ahí tienes el medallón, tómalo —señaló el alhajero.

Razel dirigió su vista hacia el collar y este se alzó por el aire, quedando flotando al lado de él.

–Sabe también como yo que en el momento en que pueda tocarla él también podrá encontrarla.

–Espero tener tiempo para llevarla lejos, ahora destrúyelo lo antes posible —ordenó Massimo.

–Por supuesto, mi señor, lo tengo todo preparado.

Razel desapareció y Massimo salió.

–¿Lista? —pregunto Massimo.

–Sí, ¿Nos vamos?

Ambos salieron de la casa de Isabella abordando el coche rumbo al departamento de Massimo, casi no cruzaron palabra en el auto, Isabella estaba nerviosa y Massimo no dejaba de pensar en el dije y en lo que haría si Razel lograba destruirlo esa noche.
Llegaron al edificio cattivo, entraron al estacionamiento y subieron por el elevador.

Isabella no pudo evitar una cara de asombro, el lugar era enorme y bellísimo sin mencionar que era el último piso de la torre de departamentos, así que contaba con una vista privilegiada.

–¡Wow! Esto es hermoso —mirando hacia el ventanal.

–Sí, lo es, puedes echar un vistazo, necesito ir a la cocina a verificar que la comida esté lista.

–¿Dejaste el horno encendido? —preguntó Isabella con asombro.

–Fuego bajo, así se cocinan mejor las cosas —sonrió.

Massimo camino hacia la cocina dejando a Isabella frente aquellas enormes ventanas, su mirada alcanzaba a ver el parque que conocía y la mitad de la ciudad, incluso se veía parte de la terraza de su restaurante, la ciudad contaba solo con unos cuantos edificios altos y este era uno de ellos, novedoso y costoso además.

–La comida está lista —dijo Massimo— ¿Quieres cenar ahora o prefieres esperar?

–Ahora está bien, la verdad es que tengo un poco de hambre —sonrió.

–Entonces pasa al comedor, enseguida sirvo todo.

–No, déjame ayudarte —pidió Isabella.

–Para nada, eres mi invitada, toma asiento, por favor.

Isabella se sentó y esperó a su anfitrión, quien minutos más tarde entró con un par de bandejas.

–Espero que te apasione la lasagna como a mí —comentó Massimo.

–Me encanta, veamos que tal tu receta —declaró Isabella.

–La mejor que puedas probar —sonrió— También prepare un poco de ensalada Caprese y de postre Crème Brûlée, ¿Te apetece?

–Combinando cocinas, me encanta.

Massimo sirvió un poco en ambos platos y vino en las copas.
Isabella se llevó un bocado a la boca.

–¡Oh por dios!, Esto es delicioso, ¿Dónde aprendiste a cocinar así? —exclamó Isabella.

–¿Por qué te sorprende tanto? —rio.

–Una persona como tú, normalmente tiene sirvientes, no cocina.

–Deberías de conocerme un poco más, no soy lo que aparento.

–¿Ah, no? ¿Y qué más debería de descubrir? —pregunto intrigada.

–Para empezar aprendí a cocinar por mi madre.

–Ahora entiendo por qué el sabor es tan tradicional.

–Sí —sonrió con nostalgia— Qué más quieres saber, para que te quites esa idea errónea que tienes de mí.

–¿Lo que sea? —pregunto divertida.

–Con esa mirada creo que ya me metí en problemas —sonrió.

–¿Hombre de palabra? —cuestiono— ¿Puedo preguntar lo que sea?

–Espero no arrepentirme, pero soy hombre de palabra, pregunta.

–Bueno, hay algo que siempre me he preguntado y en otra situación no lo preguntaría por cuestiones de confidencialidad, así que, ¿A qué te dedicas? Porque, por este departamento, tu coche, los trajes que usas y trabajar en Zoar, es seguro que ganas mucho más allá del mínimo.

Massimo sonrió de lado y sirvió un poco más de vino antes de contestar.

–Nada extraordinario, nena; vengo de una familia con un alto poder adquisitivo y digamos que tengo talento para las inversiones, nunca he fallado alguna.

–¡Ja! ¿Es todo? —dijo incrédula. 

–¿Qué esperabas?, ¿Qué matará gente poniendo su nombre en una carpeta roja?, ¿Qué traficará con personas?, ¿Burdeles?, ¿Drogas?.

Isabella lo miró con asombro, no era sorpresa que todas esas y más  aberraciones se manejaran dentro de Zoar, pero si le sorprendía que él no estuviera dentro de ellas.

–Para serte sincera, sí —dijo apenada.

–No soy buena persona, en lo absoluto, y he hecho cosas terribles a lo largo de mi vida —mencionó solemne— Trato de no dañar a terceros y eso ya es decir mucho para alguien como yo.

Ambos hicieron una pausa sin dejar de mirarse.

–¿Tienes alguna otra duda? —preguntó Massimo.

–La verdad, ya no lo sé —sonrió de lado.

–No te limites, quiero que me conozcas, que no tengas dudas de mí.

Massimo se acercó y tomó la mano de Isabella, quería averiguar si Razel ya había terminado el trabajo.
Sus dedos rozaron los de ella, su piel ya no quemaba, podía tocarla.
Un escalofrío subió por el brazo de ella, erizando toda su piel.

–¿Por qué haces esto? —murmuró Isabella.

–¿No es obvio? Me gustas

Alzó su mano y pasó los nudillos por su mejilla, era tan satisfactorio poder tocarla, poder sentir su calor, su piel tersa y perfumada.

–¿Dijiste que había postre? —pregunto evasiva.

–Sí —respondió sonriendo.

Massimo se incorporó y retiró los platos sucios para llevarlos a la cocina.
Ella estaba nerviosa, estaba casi segura de que quien saldría perdiendo en todo esto sería solamente ella.

–¿Quieres comerlo en el balcón? —preguntó mientras sostenía dos pequeños recipientes.

–Claro, me encantaría.

Massimo señaló el camino y dio paso para que ella fuera por delante, era un balcón pequeño, pero con una vista hermosa, tenía dos sillas acojinadas y una pequeña mesa donde él colocó los platos.

–Espero que te guste, no soy muy bueno con los postres.

–Déjame probar y ya te juzgaré —alzó el recipiente y se llevó una cucharada a la boca.

Hizo una mueca de dolor.

–¿Qué, tan malo está? —preguntó Massimo.

–Digamos que casi pierdo un diente, se te pasó un poco la dureza del azúcar —dejando el recipiente en la mesa.

–Lo siento, ya no lo comas, soy pésimo para esto.

–Un poco —rio.

Se quedaron en silencio por un momento, admirando la vista que les regalaba la ciudad.

–No respondiste nada, supongo que eso significa que no soy correspondido —soltó Massimo.

Ambos miraban hacia el frente, tenían la mirada perdida.

–No es eso.

–¿Entonces qué es?

–No creo que pueda explicarlo.

Massimo movió su silla para quedar frente a ella, se acercó lentamente, ambos podían percibir mejor su olor, su calor.
Pasó la mano por su mejilla para tomarla del cuello y acercarla a él, la miró por un momento antes de probar sus labios.
La había deseado tanto estos últimos días, no deseaba a nadie más, no quería a nadie más.
Fue como una chispa, un fuego recorría el cuerpo de Isabella, sus labios quemaban, un ardor recorría su espalda, su entrepierna; estaba excitada, estaba perdida.
Massimo había suplicado por este momento, pero fue diferente, un beso extraño, frío, taladraba su alma, su pecho ardía, su piel se enfriaba, su pantalón apretaba, no había marcha atrás, ella era su perdición.

Se besaron con pasión unos minutos, fundiéndose en uno solo, hasta que Isabella se apartó.

–Ya es tarde —bajo la mirada— Tengo que irme a casa.

–¿Acaso eres Cenicienta? ¿Tienes que correr después de las doce?

–No, pero mañana tengo mucho trabajo. ¿Puedes llevarme a casa?

Era lo último que él esperaba, aunque no la obligaría a estar con él; quizá Razel se equivocó, no son los siguientes en la leyenda de Yidis, aunque Massimo ya estaba perdido en la esencia de Isabella. 

–Claro, vamos —dijo sin muchos ánimos.

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