Capítulo 12

Never have I ever met somebody like you,
Used to be afraid of love and what it might do
But goddamn, you got me in love again...




Vivir con el tobillo roto era un infierno. Como le habían prometido, después de que el efecto de la anestesia pasara, fue dado de alta. La enfermera le había enseñado como caminar con esas odiosas muletas y su muñeca herida.

Alec, como buen novio que era, había estado con él todo el tiempo mientras aprendía a usarlas, manteniéndole en balance y ayudándole a subir al coche de sus padres para ir a casa. Anna le habían ofrecido llevarle, y Alec había aceptado, agradeciendo como un millón de veces a los Bane.

Y a Magnus no le importaba. Sentado en la parte de atrás del auto, tomados de la mano, no hablaban mucho, pero no dejaban de sonreírse. A pesar de la incomodidad de tener a sus padres delante de ellos, tener a su lado a Alec era tan tranquilizante como siempre.

Casi se sentía como si ya fueran una pareja oficial con el permiso de sus padres. Bueno, los padres de Magnus. Ellos siempre le apoyaban, sin embargo, Maryse y Robert... probablemente solo creían que la sexualidad de Alec era una etapa.

Alec tenía que ir a casa, a pesar de que los padres de Magnus le habían invitado a cenar.

– Me encantaría, – le dijo a Magnus, acariciando su mejilla por ultima vez, parados en el jardín. – Pero le prometí a mis padres que estaría ahí. Están intentando que seamos una familia normal. Así que nos quieren a todos en la cena. –

Alec no tuvo que decir mucho, su expresión claramente decía que no se veía muy esperanzado.

– ¿Tus padres ya se llevan mejor? – Magnus preguntó.

– Algo, creo. – Alec se encogió de hombros. – ¿recuerdas la noche que Ilmare nació? Mis padres habían ido a un restaurante del pueblo al que solían ir cuando eran jóvenes. Supongo que para recordar buenos momentos. Lo intentan. Así que supongo que nosotros también debemos intentarlo. –

Magnus sabía que Alec se refería a Jace, Izzy él, quienes habían sido los más afectados por las peleas de sus padres. Max no había tenido que sufrir mucho por eso gracias a sus hermanos.

– Okey, – Magnus le contestó, antes de darlo un dulce beso. – Buena suerte, entonces. –

Vio a Alec irse a su casa, y después se fue con sus padres a cenar. Magnus estuvo preocupado por Alec durante toda la cena, deseando que las cosas fueran bien en su casa. Finalmente se fue a dormir bastante temprano, porque realmente necesitaba descansar en su cama.

Cuando despertó el viernes en la mañana, se sentía como si no hubiera dormido nada. Su cuerpo aun dolía y su cerebro no se sentía listo para ir a la escuela.

– Puedes saltarte la escuela si quieres, e ir hasta el lunes, – Anna le sugirió.

– Pero ya falté ayer a clases, – Magnus objetó, sin saber porque lo hacía. La mayoría de los adolescentes morirían por la oportunidad de faltar a clases.

– ¿Estás seguro? – ella le preguntó, y Magnus asintió. – Bueno, pero prométeme que llamarás si te sientes mal, ¿okey? –

Magnus se lo prometió, abrazó a su madre y se preparó para irse. Raphael pasó por el en su auto, y se comportó incluso más sobreprotector que su madre, al ver todos los vendajes de Magnus.

– Estoy bien, – Magnus le dijo, intentando calmar a su amigo. Temía que Raphael comenzara a llorar.

– No hagas eso de nuevo, – su amigo dijo, con un tono que intentaba ocultar lo preocupado que realmente estaba. – Casi nos da un ataque cuando tu papá llamó a Ragnor para decirle lo que te había pasado. Quería verte en la tarde, pero tu papá nos dijo que ya te habías dormido. –

– Me acosté temprano. Fue un día muy loco, – Magnus le confirmó.

– Bueno, intenta no tener días más locos como ese, – Raphael gruñó. – Ahora cállate y déjame ayudarte con tu mochila. –

Al parecer había algunas ventajas en tener el tobillo roto. Raphael cargó la mochila de Magnus durante todo el día, solo dándosela a Ragnor cuando tenía que ir a alguna clase lejos de Magnus. Catarina le había llevado galletas y el café favorito de Magnus.

– No te acostumbres, – ella le dijo, dándole su comida.

– Claro que no, – Magnus sonrió comiendo las deliciosas galletas de chocolate hechas en casa. Eran perfectas.

– ¿Estás gimiendo? – Ragnor preguntó, interrumpiendo a Magnus groseramente.

Magnus frunció el ceño. Quizá. Pero es que el chocolate es lo más delicioso del mundo. Bueno, quizá excepto por Alec. No podía imaginar como sería probar a Alec y chocolate al mismo tiempo... mierda.

Y claro que Alec tenía que aparecer en ese preciso momento.

– Hey, – Alec les saludó a todos, y besó suavemente los labios de su amigo. – ¿Qué dicen? ¿Qué estas gimiendo? ¿Y sin mi? –

Raphael casi se ahoga con su botella de agua. Catarina comenzó a soltar risitas y Ragnor hizo cara de asco. Mierda, ¿Alec acababa de decir eso? ¡No le ayudaba en nada con sus pensamientos!

– No digas más Alec, – Ragnor dijo. – Creo que rompiste a Raphael. –

– Estoy bien, – Raphael se quejó.

– Lo siento, – Alec le sonrió de forma tímida. – Se me salió. De hecho, venía a preguntarte algo, Magnus...–

– ¿Qué paso? –

– Me preguntaba si... ¿te gustaría tener una cita conmigo? – Alec le preguntó, algo tímido. – ¿Después del escuela? ¿Hoy? –

Magnus se quedó con la boca abierta. ¿Una cita? ¿Cómo de pareja? Sus tres amigos pretendieron ignorarles, dejando a Magnus solo en esa situación, esperando por una respuesta.

– ¿No... no tienes que entrenar? – Magnus se moría de ganas de gritar un ¡Si! Pero tampoco quería parecer tan desesperado y asustar a Alec. – ¿Con Eowyn? No tienes que dejar de hacerlo solo porque yo no puedo. –

Alec suspiró resignado, probablemente pensando que Magnus solo estaba dando excusas.

– No es por eso. Usualmente no practico un día antes de la competencia, para que Eowyn esté llena de energía. Pero no te preocupes, si... si no quieres, esta bien...–

– ¿Bromeas? ¡Claro que quiero tener una cita contigo! – Magnus soltó.

La sonrisa de Alec casi le hizo querer golpearse por tardarse tanto en responder. Recordó que Alec aun no sabía de su descubrimiento sobre sus sentimientos. Aun creía que Magnus solo le quería como amigo.

– ¿De verdad? – Alec exclamó, emocionado. – ¡Genial! ¿Te veo después de la escuela? –

– Prometido, – Magnus le susurró, antes de lanzarse a besar profundamente a Alec, ignorando los quejidos de asco de Ragnor.

El resto del día pasó demasiado lento para Magnus, quien esperaba con ansias su cita con Alec. Finalmente sonó el timbre, y Magnus caminó lo más rápido posible que el tobillo roto le permitió, para encontrar a Alec. Al verle parado esperándole, Magnus sonrió como un tonto enamorado, como le habían llamado sus mejores amigos al verle con Alec.

Alec cargó su mochila y caminó al paso de Magnus a su lado. Magnus siguió a su AUN NO novio por algunas cuadras, imaginando que irían a la cafetería donde la mayoría de los estudiantes iban después de clase. Aunque Magnus hubiera preferido algo más intimo, un lugar donde no tuviera que estarse cuidando de que Jace apareciera de repente y arruinara su cita.

Pero para su sorpresa, pasaron la cafetería como si nada, y siguieron caminando hasta llegar a una heladería, lejos de la mayoría de estudiantes.

– Espero que te guste el helado, – Alec dijo de repente, viéndose preocupado por no haberle preguntado antes a Magnus. – También tiene malteadas, y paletas, pero si quieres ir a algún otro lugar...–

– Me encanta el helado, – Magnus le interrumpió, besando la mejilla de Alec.

Alec se relajó, y abrió la puerta para él. A Magnus le encantaba lo caballero que era Alec con él. Inmediatamente le llegó el olor a helado, delicioso.

– ¡Alexander! ¡Que alegría verte! – una mujer de mediana edad se les acercó al verlos.

– Hola señora Dunbar, – Alec le respondió, sonriendo.

– ¿Alexander? – Magnus dijo, su corazón dando un salto. – ¡Nunca me dijiste que ese era tu nombre completo!

– Nunca surgió, supongo. Siempre me has conocido como Alec, y no es como que me fuera a presentar de nuevo...– Alec se intentó defender.

– Podíamos haberlo hecho. Dada nuestra historia, – Magnus se encogió de hombros.

Alec... no, no, Alexander. Magnus le iba a llamar así de ahora en adelante. Era un nombre hermoso.

Alec no contestó nada, así que Magnus decidió cambiar de tema. – Entonces, ¿Qué vas a pedir? Hay tantos sabores...

– Tómate tu tiempo. Le serviré primero a Alexander, – la señora Dumbar le dijo.

La señora le conocía porque Alec siempre iba con su pequeño hermano, conocía sus gustos y sus sabores favoritos: chocolate con avellana con chispas de chocolate encima. Mientras que Magnus terminó pidiendo un extravagante sabor de frutas, con adornos de cereza, y chuchitos de colores, y en la cima un poco de crema pastelera.

Pasaron bastante tiempo platicando y saboreando el helado. Magnus controlado sus sonidos ya que no quería asustar a las familias a su lado. Pero es que Magnus siempre era tan expresivo, además de que le encantaba hacer enrojecer a Alec. Magnus tomó una cucharada de helado y se la llevó a su boca de forma sensual, disfrutando el sabor y viendo directamente a Alec.

– ¡Magnus! – Alec lucía como un tomate, – ¡No en público! –

– No estoy haciendo nada, – protestó, con una mirada de falsa inocencia.

Alec gruñó, intentando mantener su mirada en su helado. Dios. A Magnus le encantaba esa actitud tan tímida. No entendía como pudo haber sido tan ciego.

– ¿Es que no te has visto? – Alexander le preguntó, atreviéndose a verle de nuevo, con las mejillas rojas y sus pupilas dilatadas. – Eres tan...–

Alec no terminó la oración, solo le miró como si Magnus fuera una maravilla del mundo, haciendo que Magnus riera y tomara la mano de Alec entre la suya.

– Soy bastante guapo, lo se, – Magnus bromeó, pero luego agregó de forma un poco más seria. – Pero tu eres literalmente perfecto. Sexy, guapo... y lo que te hace tan perfecto, está aquí. –

Magnus señaló el pecho de Alec, donde se encontraba su corazón, sintiendo los acelerados latidos de Alec.

– No te merezco, – Magnus dijo, algo bajito, como esperando que Alec no le escuchara.

– Para, – Alec frunció el ceño. – Soy lo bastante grande como para saber quien me merece. Así que deja de hablar y come tu helado, o yo me lo comeré. –

Magnus inmediatamente comenzó a lamer su helado, haciendo que Alec nuevamente se sonrojara al verle. Magnus nunca se iba a cansar de ese sonrojo.

Después de un rato más, Alec invitó a Magnus a su casa. El chico le dijo que tenía que preparar a Eowyn para el día siguiente, limpiarle, entre otras cosas. Además de que Alec debía descansar para estar listo al día siguiente.

– No tienes que ir maña a la competencia si es difícil para ti, – Alec le dijo, mientras peinaba el pelaje de su yegua.

– ¿Difícil? – Magnus repitió confundido. – Usar las muletas no es tan difícil. Es molesto, pero si puedo. –

– No me refiero a eso, – Alec contestó, algo dudoso. – Se, se supone que también ibas a competir con Horrocrux. Si es doloroso ir sin poder competir... entonces no tienes que ir solo por mi. –

Como siempre, Alec solo pensaba en Magnus. Siempre era tan considerado con él, sin nunca pensar de forma egoísta.

– iré, – Magnus le prometió, besándole profundamente, saboreando aun del chocolate en sus labios, era un sabor perfecto. – Ya verás, ¡te voy a gritar tan fuerte que te avergonzarás de tenerme como novio! –

Magnus no se dio cuanta de lo que dijo hasta que vio los ojos muy abiertos de Alec, quien rápidamente intentó esconder su rostro, girándose hacía Eowyn y cepillando su cabello. Magnus sabía que esa era la forma de Alec de proteger su corazón en caso de que Magnus de repente dijera que se había equivocado de palabra.

– Entonces... um, – Alec habló, aun sin mirar a Magnus. – ¿Somos novios? –

– Quizá, – Magnus respondió, sintiéndose un poco tímido de repente. – ¿Quieres que lo seamos? –

– ¿De verdad? – Alec preguntó de nuevo, aun de forma cautelosa temiendo que Magnus cambiara de opinión.

Magnus no podía dejar de sentirse horrible al pensar en el dolor que Alec debía pasar por las tontas dudas que Magnus cargaba.

– Si, – Magnus le contestó, sonriéndole. – Quiero ser tu novio. Quiero salir contigo, de verdad. –

Magnus gimió cuando Alec le tomó entre sus brazos, levantándole para dar vueltas con él, sin dejar de reír y sonreír de felicidad, y llenar su rostro de besos.

Magnus no podía dejar de sonreír por el ataque de amor, quizá parecían unos tontos pero no le importaba: Alexander era su novio. Ahora, solo tenía que decirle como realmente se sentía. Pronto. No podía seguir posponiéndolo, Alec simplemente era irresistible.

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