Epilogo
Epílogo
Un año y seis meses después estaban arreglándose para una gala organizada en el palazzo veneciano de un amigo de Zoro, y Nami salía de puntillas de la habitación donde dormía su hija de un año, Zomi, cuando él apareció en el pasillo exigiendo saber dónde había puesto a su hija.
—Baja la voz —lo regañó ella—. La niña se acaba de dormir. He tenido que contarle la historia del osito tres veces y, si tengo que volver a contársela, me va a dar algo.
—Pues vas a tener que escribir otro libro, cara —rió Zoro.
—¿Por qué me sobra mucho tiempo? —replicó Nami, irónica.
Desde que dio a luz el año anterior apenas había tenido un minuto para sí misma. Zoro, sin que ella lo supiera, había llevado el cuento que había escrito mientras estaba embarazada a un editor amigo suyo y éste se mostró encantado de publicarlo. Además había tenido que pasar varias semanas promocionándolo cuando aún estaba dándole el pecho al bebé y eso requería cierta logística y mucha energía.
El problema, si el éxito podía llamarse un problema, era que el cuento no sólo había gustado a su hija, sino a miles de niños y su editor insistía en que escribiera más.
Ser la esposa de Zoro también era un trabajo a tiempo completo y, además, pertenecía a varias asociaciones benéficas que intentaban reducir el analfabetismo entre los adultos. Pero sabía que durante los próximos meses podría estar particularmente cansada y era un tema que debía hablar con su marido lo antes posible.
—¡Estás increíble, cara mia! —exclamó Zoro, observando la túnica estilo griego que dejaba un hombro al descubierto.
—Tú tampoco estás mal —sonrió Nami.
Zoro llevaba la camisa desabrochada y, como siempre que veía aquel ancho torso, sintió una ola de calor por todo el cuerpo... pero dio un paso atrás, riendo, cuando su marido intentó abrazarla.
—¿Tienes idea del tiempo que he tardado en hacerme este moño?
—Pero estoy seguro de que no tardaría nada en deshacerlo —observó él.
—Eso es lo que me preocupa.
Sonriendo, Zoro asomó la cabeza en la habitación de Zomi.
—No voy a despertarla, te lo prometo —murmuró, tomándola por la cintura—. Es maravillosa, ¿verdad? La segunda mujer más bella del mundo después de mi esposa. Y el hecho de haber estado a punto de perderte durante el parto...
—No estuviste a punto de perderme, exagerado. Miles de mujeres se hacen cesáreas.
—Una cesárea de emergencia —le recordó él—. Tú sabes que esa noche me robó diez años de vida.
—Esta vez la cesárea será programada... bueno, eso si el próximo niño es tan grande como nuestra pequeña elefanta.
—¿Has dicho «esta vez»?
—Estoy embarazada de diez semanas —sonrió Nami—. ¿Te alegras? Sé que no lo habíamos planeado, pero...
—¿Qué si me alegro? —Zoro tomó su cara entre las manos—. Antes de tenerte a ti y a Zomi me creía un hombre feliz. Dormía bien y no tenía preocupaciones. Nunca tuve miedo por la sencilla razón de que no tenía nada que no pudiera ser reemplazado —luego sacudió la cabeza, asombrado de haber sobrevivido tanto tiempo sin ellas—. Mis chicas son absolutamente irremplazables, dos joyas.
La sincera declaración llevó lágrimas a los ojos de Nami.
—Mira, me has hecho llorar... tonto. He tardado horas en maquillarme.
—¡Ahora soy feliz! —rió Zoro, tomando su mano para ponerla sobre su pecho—. Me moriré de miedo hasta que nazca el niño —admitió—, pero esta vez estaré mejor preparado. Aunque vas a hacer que me salgan canas.
Nami rió, acariciando su pelo verde.
—No tienes una sola cana.
—¿Y cuándo las tenga me seguirás queriendo?
—Te voy a querer siempre, amor mío. Aunque si te quedaras calvo... en fin, una chica tiene que poner el límite en algún sitio.
—Y un hombre también. Y mi límite es compartirte con nadie esta noche —decidió Zoro—. Además, con ese vestido romperías demasiados corazones. ¿Nos quedamos en casa?
La oferta era muy tentadora.
—¿Y Mihawk no se enfadará?
—Olvídate de Mihawk y piensa en mí —dijo él, tomándola por la cintura para apoderarse de su boca.
Cuando se apartó, Nami tenía una sonrisa soñadora en los labios.
—Nunca dejo de pensar en ti, cariño. Además, un hombre no puede ir a una fiesta sin su hija... estoy segura de que Mihawk lo entenderá.
—Sí, lo entenderá perfectamente —asintió Zoro, inclinando la cabeza una vez más para besarla—. Creo que está medio enamorado de ti, pero sabe que eres mi chica.
Nami sonrió. Había encontrado una rara joya y pensaba recordarse continuamente que era la chica más afortunada del mundo; era la chica de Zoro.
Fin
Terminado!
espero sus hermosos comentarios c:
fue un placer adaptar esta obra para ustedes. Muchas gracias a todos los que se dieron el tiempo de leer c:
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