Capítulo 4: Lissa se despide

Illiam

Lissa dio un pequeño estirón hacia adelante, arrodillada, logrando alcanzar su arco y una de sus flechas. Prosiguió a ponerse de pie, despacio, sin despegar la vista de Claria.

—Claria, qué... ¿qué te pasa? —Las palabras se entrecortaban dentro de la garganta de Lissa.

Illiam decidió levantarse también, sintiendo pequeños espasmos, cosquilleos en sus piernas que le impedían mantener una posición firme. Lissa se paró frente a él, cubriéndolo de la atenta mirada que Claria, por un segundo, había puesto sobre él.

—¿Entonces qué me dices? —preguntó Claria, haciendo girar hábilmente una de sus dagas en el empeine de su mano—. ¿Sabes algo del Vestigio? Por favor, amiga, no me hagas repetirlo de nuevo.

—No sé nada de ese maldito Vestigio —respondió Lissa—; es más, no sé qué mierda sea eso. Dímelo tú.

Illiam retrocedió dos pasos, uno a la vez, lento y discreto. Sus talones chocaron con algo que produjo un ruido metálico. Al voltearse, descubrió que era el hacha corta que el señor Franklin había lanzado antes. Se apresuró a tomarla y la elevó temblorosamente frente a sus narices, apuntando el filo hacia Claria.

—¿Qué haces, Illiam? —Claria giró sus ojos escarlatas hacia él, manteniendo esa sonrisa extraña en sus labios—. Lissa, tu hermanito puede hacerse daño con eso.

—¿No es hora de que te vayas, Claria? —Lissa puso la flecha en medio del arco.

—No puedo. Necesito encontrar el Vestigio.

Durante unos segundos, un silencio se acentuó dentro de la casa y permitía escuchar con mayor claridad el caos en la calle.

A lo lejos, pudo percibirse el ruido de una puerta siendo destruida, y los gritos de una niña que decía: "¡Van a entrar, mamita!".

Illiam sintió un dolor en el pecho y, además, frío en las plantas de sus manos y pies.

Los ojos de Claria daban miedo, mucho miedo. ¿Qué fue lo que ocurrió? ¿Por qué sus ojos cambiaron de esa forma y qué demonios era el Vestigio? Illiam no tenía más que preguntas sin respuesta en su cabeza, y el no saber, el ser presa de la incertidumbre y lo desconocido, lo aterraba aún más.

Lissa soltó una fugaz carcajada, irónica, fingida, quebrando el silencio. Claria levantó una ceja y la observó con un gesto divertido, sonriendo.

—Te quiero, estúpida —dijo Lissa, con voz decaída—. No sé qué demonios te pasó, pero ya no eres Claria.

Entonces las pupilas de Claria se enrojecieron aún más y brillaron como dos luceros en medio de la oscuridad. Su sonrisa se ensanchó y, frunciendo el ceño, se relamió los labios al mismo tiempo que adoptaba una postura de combate. Lissa, con arco en alto y flecha apuntando hacia ella, pareció sentir la tensión en el aire.

—¿Hermana? —Illiam retrocedió aún más, chocando su espalda contra una pared.

—Mantente alejado, Illiam.

Una daga silbó hacia Lissa, quien, con destreza propia de una aventurera de élite, se inclinó hacia atrás; la hoja, siguiendo su recorrido, se incrustó en la pared, cerca de Illiam; pero eso provocó que la arquera abandonara su postura. Seguidamente, Claria corrió sin darle tiempo a Lissa de estabilizarse, dio un enorme salto que, por poco, hizo tocar su cabeza con el techo, y descargó una sólida patada en forma de abanico dirigida a la mejilla de Lissa, tumbándola al suelo, cerca del comedor y alejándola de Illiam.

Claria, al caer al suelo agachada como un gato, similar a un depredador cerniéndose sobre su presa, no perdió un segundo en acaballarse sobre la arquera.

—¡Lissa! —Illiam gritó al ver a su hermana acorralada, sintiendo que las cuerdas vocales se le desgarraban.

El chico apretó con fuerza el mango del hacha, dio dos débiles pasos al frente, con intención de hacer algo para ayudar a su familia, pero Lissa lo detuvo con un grito:

—¡Quédate allí!

Claria, enloquecida, lanzaba zarpazos a diestra y siniestra con su otra daga, una y otra vez, sosteniendo la empuñadura con las dos manos y arremetiendo con toda su fuerza. Lissa, quien, como podía, se defendía cubriéndose el rostro formando una X con sus brazos; si no fuera por la cota de malla que decidió no quitarse cuando llegó del viaje, ya tendría los tendones de sus antebrazos desgarrados y los huesos expuestos.

Lo próximo que escuchó Illiam, fue una explosión; una repentina y gran esfera de fuego naranja surgió de la boca de Lissa y chocó contra Claria, haciendo que esta volara por los aires y rompiese la pared frontal de la casa, dejando una gran ventana irregular al lado de la puerta con vista a la calle.

Pero eso, quizás, no fue suficiente para detenerla.

De entre los escombros, Claria comenzó a levantarse lentamente, tosiendo, llena de polvo.

Lissa agarró el arco con determinación, tomó la misma flecha de antes y la colocó en el centro de la cuerda, la cual comenzó a tensar mientras apuntaba con precisión a Claria, cerrando un ojo.

—Siempre... siempre supe que eras más fuerte que yo, pero no lo quería aceptar... —expresó Claria, quedamente, cuando ya estuvo de pie. Hablaba como Claria, pero definitivamente no era ella.

A Claria le sangraba la frente y tenía la mitad izquierda del rostro chamuscado, rojo, sanguinolento, con algunos pedazos de carne hechos girones que dejaban expuestos los músculos de su mandíbula. Donde se suponía que debía estar su ojo, había un cráter negro y profundo que sangraba sin cesar, limpiando todo rastro de la belleza salvaje de la cual, esta aventurera, siempre había gozado. Además, su brazo derecho había explotado, dejándole un irregular muñón del que sobresalía un blanco hueso partido; y, aun así, a pesar de tener tal apariencia moribunda y devastada, ella seguía sonriendo, observando con su restante ojo escarlata a Lissa.

—Te lo dije mil veces, Claria —Lissa también sonrió; aunque fue una sonrisa melancólica—, soy la más fuerte, siempre he sido la más fuerte...

Luego soltó la flecha, cuya se incrustó en el pecho de Claria y explotó, despezando su cuerpo como consecuencia; sus extremidades y entrañas volaron por los aires, tintando la gris sala del color de la sangre.

La pared terminó derrumbándose por completo, esparciendo trozos de roca por aquí y por allá como si hubieran sido lanzadas por catapultas. Los tres sillones de la sala se volcaron hacia el frente y parte del techo de madera cayó en medio. La mesa, que estaba a un costado de la sala, quedó destruida; algunos escombros impactaron sobre ella. 

En el ambiente, flotaba una densa capa de humo blancuzco y mugre.

Illiam había sido empujado por la onda explosiva. Estaba sentado en el suelo, tosiendo con sus ropas negras empolvadas, rascándose los párpados en un intento de retirar un poco el polvo que logró entrar en sus ojos. Luego se levantó, despacio, al mismo tiempo que apoyaba su brazo en la pared para impulsarse hacia arriba.

Aunque la gruesa capa de mugre en el espacio no le permitía ver con nitidez su entorno, no tardó en concluir que todo era un desastre. Había piedras por doquier, tierra, migajas, muebles destruidos, paredes cuarteadas; y lo más seguro era que la casa, en cualquier momento, podría venirse abajo. Como la pared del frente había sido destruida, pudo ver (aunque no quería) los cadáveres que ya habían sumado números desde la última vez que echó un vistazo afuera; no se detuvo a contemplar los detalles sanguinarios, y buscó a su hermana entre los restos que quedaban en la sala.

—Lissa... —Cuando la encontró, de espaldas y arrodillada en el suelo, siendo iluminada por la débil luz blancuzca de la luna, cuya alcanzaba a filtrarse al interior por el boquete que dejó la explosión, dijo su nombre—. ¿Estás bien?

Al principio, ella no respondió, tan solo realizaba sonidos con su nariz, como si estuviera sorbiendo y limpiándose con el dorso de su mano algo en la cara. Su cabello plateado, que bajaba por toda su espalda, se veía aún más blanco y pulcro de lo que solía ser, a pesar de que acababa de pelear a muerte contra Claria.

—¿Sabes algo, hermanito? —preguntó Lissa, rompiendo el silencio. Su voz sonaba cansada, abatida—. Pensé que después de hoy nuestras vidas iban a mejorar, pero mira todo este... infierno —añadió ella, y su voz se quebró—. Hoy, cuando amaneciera, iba a hablar con el secretario del rey para que me dieran mi paga y mi puesto como guardia del castillo; tendría un sueldo que incluso nos alcanzaría para vivir en un barrio mejor...

—Hermana... —Illiam sintió un nudo asfixiante en su garganta; quiso ir hacia ella, abrazarla, llorar juntos, pero un dolor en su cabeza hizo que se detuviera.

El chico se envió una mano a la frente, que era la zona en la que palpitaba la molestia y luego se miró la palma. Había sangre en ella, mucha sangre. Quizás, una de las muchas piedras que antes salieron disparadas en todas direcciones, alcanzó a golpearlo. Él sentía una calidez en la mitad de su rostro, y, probablemente, se debía a que, la espesa y roja sangre que su herida borboteaba, ya había comenzado a regarse por su mejilla desde hace un rato.

—¡Maldición! —gritó Lissa, azotando sus puños en repetidas ocasiones contra el suelo.

Illiam nunca había visto a Lissa tan afligida y, al mismo tiempo, tan iracunda como en ese momento; no sabía si debía acercarse a ella, o si era mejor darle su espacio para que se desahogara.

«¿Desahogarse?», se preguntó, mordiéndose el labio, frunciendo el ceño. «¿Acaso tenemos tiempo para desahogarnos?»

En vez de estar perdiendo el tiempo de esta forma, deberían intentar encontrar un lugar dónde esconderse hasta que, lo que sea estuviera ocurriendo en el reino, terminara, o eso era lo que Illiam consideraba más acertado hacer, teniendo en cuenta que  había asesinos poseídos en las calles matando y preguntando por un maldito Vestigio que solo Dios sabría lo que eso fuera.

—Lissa, debemos irnos... escondernos —sugirió Illiam, entrecerrando los ojos e intentando ver a su hermana entre la cortina de polvo y humo que, aunque poco, ya había comenzado a disiparse.

Ella continuaba arrodillada, como si no lo hubiera escuchado.

—Debí acompañarlo... —sollozó Lissa—. Mike dijo que escuchó a una niña llorar en el bosque. No le creí, y... y siendo la estúpida que soy, le dije, "Mike, mejor ve tú solo a investigar. Yo aquí me quedo, no me muevo ni por todo el oro del mundo". Illiam —Su voz se quebró por completo—, si... lo que dijo Claria es cierto, entonces tu hermana es culpable de todo esto. Si Mike no hubiera ido solo... si yo no hubiera sido tan cretina...

—Lissa... —Illiam apenas podía contener el llanto atrancado en su garganta. Acomodó el abrigo rojo que su hermana le prestó para cubrirse bien los brazos, pues sintió frío.

—¿Sabes qué es lo peor?

—¿Qué...?

—Que no sé dónde podría estar el Vestigio.

—¿Qué dijiste?

Lissa apoyó una rodilla en el suelo, y, utilizándola como soporte, con la otra pierna impulsó su cuerpo hacia arriba, teniendo en una mano una flecha y en la otra su arco metálico.

El humo, la mugre, para ese entonces, se habían disipado casi en su totalidad, por lo que le fue posible ver a su hermana con todos sus colores; el cabello de ella, como lo había notado antes, estaba blanco, tan blanco, que parecía inmaculado, como si recién lo hubiera cepillado y arreglado; no tenía nudos, era lacio, brillante, fino y precioso. Illiam siempre había pensado que no había nada en ella que no fuera hermoso.

Y cuando Lissa se giró a Illiam, sus ojos grises, que se asemejaban a dos piedras preciosas alumbradas por el discreto destello de un rayo solar, parecían sonreírle, pese a que sus labios solo formaban una línea horizontal que no expresaban ninguna emoción. Sus ojos sí. Sus ojos tenían una mezcla de melancolía, como si estuviera a punto de despedirse o de...

Pero algo cambió repentinamente. Sus ojos... algo en ellos dejó de ser normal y las alarmas volvieron a dispararse dentro de Illiam.

«¿Lissa? ¿Qué te pasa?»

El gris perfecto de sus iris, adquirió un tono opaco, como si la luz de la vida se hubiera apagado en ellos.

«No, Lissa...»

Ahora estaban oscuros, sombríos y fríos; pero no duraron mucho tiempo en ese estado, pues un destello surgió de ellos, una flama escarlata incandescente que parecía calcinar lo que sea que la arquera fijase en su mirada. Luego, sus labios formaron una tierna sonrisa, y sus ojos, ahora rojos como la sangre, parecían burlones, divertidos; tenía la misma mirada que acostumbraba a poner cuando se burlaba de Illiam y lo hacía sonrojarse.

Pero esta vez, Illiam no estaba sonrojado, ni abochornado, ni molesto por alguna broma que le hubiera hecho, no, en lo absoluto. Lo que él sentía era sombrío, una presión invisible que oprimía su estómago y enviaba tortuosas arcadas que, con éxito, lograba contener antes de que salieran de su boca. No sentía sus extremidades, estaban dormidas, como si no las tuviera, como si no existieran. No podía caminar, no podía hablar, no podía ni siquiera sentir frío, o calor, o alegría, o tristeza, o miedo.

«No puede ser...»

Un vacío lo envolvió, una oscuridad interminable que solo desaparecía cuando se topaba con el brillante y rojizo resplandor que los ojos de su hermana destellaban, allá, al otro lado del largo sillón volcado en medio de escombros, sobre el que, minutos antes; antes de que la masacre empezara, antes de que Claria tocara desesperada la puerta, habían estado los dos, abrazados, frente al fuego de la chimenea (que ahora estaba punto de derrumbarse) bebiendo leche, felices, charlando, riéndose sin imaginarse nunca que, un infierno tan palpable como este que azotaba Seronia, pudiera ser siquiera remotamente posible.

—Hermanito, dije que, lo peor de todo, es que no sé dónde podría estar el Vestigio. —Lissa dio un paso al frente, tranquila, serena, sin pisar ninguna de las numerosas rocas que había esparcidas en el suelo—. ¿Sabes dónde puedo encontrarlo?

El chico comprendió al instante la situación, y concluyó que era imposible escapar. Sonrió, pero esa sonrisa era un reflejo de su propia resignación. Cayó de rodillas, dispuesto a morir a manos de Lissa, sin rechistar. ¿Qué más podía hacer? Lágrimas recorrieron sus mejillas y cerró los ojos.

Estando en completa oscuridad, escuchó los pasos de su hermana, acercándose lentamente a él.

Un paso más. Dos. Tres... ella ya estaba cerca.

Lo único que el chico pedía, desde lo profundo de su corazón, era que su muerte fuera indolora. Nada más. Estaba bien con ese destino. Muchas veces imaginó que moriría luchando como aventurero en el Bosque Profano, contra alguna horrible bestia que lo destrozaría con sus garras, así que la idea de que fuera su hermana quien terminara con su prematura existencia, no lo mortificaba.

Pero se estaba engañando.

En realidad, no quería morir, Illiam no quería morir. Estaba mortificado, realmente mortificado; y su resignación no era más que una excusa con la que quería mentirse a sí mismo.

«No quiero morir. ¡No quiero morir!», pensó, apretando los párpados y los puños, lágrimas se derramaban sin parar. «¡Pelea Lissa! Vamos, hermana...»

—¡Pelea! —gritó el chico—. ¡No sé qué mierda es el Vestigio, Lissa, pero pelea!

De repente, los pasos de su hermana se detuvieron en seco.

Illiam abrió los ojos, temerosos, curiosos.

¿Qué había pasado?

Entonces vio a Lissa, a un solo metro de distancia. Ella lo observaba desde arriba con esos ojos escarlata inhumanos; pero había algo diferente en ella. La sonrisa que hace un momento retozaba en su boca, desapareció y se mordió los labios tan fuerte, que una línea de sangre surcó su mentón. Luego, una lágrima recorrió su blanca mejilla. Fue allí cuando Illiam pudo ver de nuevo a su hermana, a esa triste y abatida aventurera que acababa de matar a su amiga, a la poderosa Arquera de Plata que lo protegería de cualquier peligro, incluso si tuviera que sacrificar su propia vida.

—Te amo, hermanito... —La voz de Lissa apenas era un débil hilo a punto de romperse.

—Y yo a t...

Pero Illiam no pudo terminar sus palabras.

Lissa, con mucha fuerza, había enterrado la punta de la flecha profundamente en su propia garganta. Sangre surgió a borbotones por las comisuras de sus labios y de su herida. Soltó el arco, el cual cayó a un lado de sus pies. La arquera, tosiendo sangre y sin poder mantenerse en pie un segundo más, también cayó de rodillas, frente a Illiam, quien tenía los ojos desorbitados, desencajados y la respiración entrecortada.

—Li...ssa...

Luego, la mujer cerró los ojos, se mantuvo firme un poco más de tiempo con una expresión de dolor y se desplomó hacia un lado, cayendo fuertemente en el piso, levantando polvo, al mismo tiempo que su sangre se derramaba formando un espeso charco y agonizaba retorciéndose donde estaba.

«¿Qu..»




Autor:

Hace mucho, cuando recién estaba escribiendo esta historia, había planeado que esta hermosa arquera de cabello plateado fuera una de las más grandes protagonistas; pero debido a los ajustes que hice en la historia, decidí que su destino iba a terminar en las primeras páginas del libro, ya que la historia girará entorno a su pequeño hermanito, quien, a partir de aquí, de este punto, vivirá cosas que solamente podría escribir un degenerado y esquizofrénico (o sea yo) ¡Muajajajaja!

No mentiras. A mí se me es difícil matar a mis personajes, ya que a la mayoría los veo como mis hijitos; incluso a algunos villanos.

¡Me alegra demasiado que hayas llegado hasta este punto!

Si tienes alguna recomendación, alguna queja, reclamo, puedes hacerla sin ningún tipo de escrúpulo; adelante, que soy muy bueno aceptando críticas.

De nuevo, muchas gracias.

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