Capítulo 3: Monstruos con piel humana

Illiam

«Vamos a morir», pensó Illiam.

Claria continuaba riéndose escandalosamente, arrodillada en el suelo y fuera de sí; ni Lissa, ni Illiam le prestaban atención. Los dos permanecían concentrados en la bullosa masacre al otro lado de la puerta.

La gente seguía muriendo allá afuera.

¿Una invasión extranjera en Seronia? Illiam lo consideraba probable, pero lo que dijo Claria sobre Mike y el peligro que vino con ellas del Bosque Profano, hacía que dudara de sus propias conclusiones.

«Justo después de que vino corriendo hasta aquí, ocurrió todo esto. Lo que dijo sobre Mike, ¿es cierto entonces? ¿Qué está pasando?»

Aparte de las carcajadas de Claria, reinaba un silencio total dentro de la casa. Aguardaban en quietud, pero ¿esperando qué? Illiam no entendía la pasividad repentina de su hermana, y claro, tampoco era como si él tuviera algún plan, pero estaba seguro de que no debían quedarse parados observando una puerta.

«¿Debería buscar un arma?» Illiam, por un momento consideró tomar un cuchillo de cocina, antes de desanimarse al recordar que nunca había peleado. 

¿De qué le servía un cuchillo si probablemente iba a quedarse estático cuando llegara el momento de usarlo?

Illiam estaba indefenso; su única esperanza de protección era su hermana. Eso lo frustraba, porque, siendo así el caso, ¿quién protegería a Lissa cuando llegara el momento de actuar? Claria, su compañera y amiga, parecía demasiado alterada como para ser de ayuda frente a un atacante inminente.

Pero Lissa era fuerte, extremadamente poderosa; Illiam se aferraba a ese pensamiento.

«Nada podría con ella. Sea lo que sea que esté ocurriendo, Lissa sería la última persona en caer.» Él tenía la esperanza de que ese pensamiento lo tranquilizaría, aunque fuera un poco.

Aunque no estaba funcionando. El chico era negativo por naturaleza.

Su cuerpo no mentía: extremidades temblorosas, un estómago dolorosamente agitado, y un instinto alarmado le negaban cualquier calma.

En medio de su confusión, un sonido en la puerta capturó la atención de todos.

«¿Qué? ¿Quién...?»

Dos toques suaves. Luego un tercero.

Alguien estaba tocando. Y por alguna razón, todos se giraron hacia la puerta adoptando posiciones defensivas; incluso Claria se levantó de un salto.

Lissa dio un paso al frente, pero su amiga la detuvo:

—¡Atrás, no te acerques a la puerta! ―gritó Claria―. Hay... un olor extraño... 

Claria parecía haberse recuperado de su anterior aturdimiento. ¿Quizás por el peligro? ¿Su deseo de sobrevivir?

En todo caso, el que Claria pidiera que no abrieran la puerta de aquel desesperado modo, hizo que Illiam se estremeciera. 

En una de las muchas historias que Lissa le había contado, dijo que no había nadie con el sentido más sensible y desarrollado que Claria; era quien mejor instinto de supervivencia tenía en el gremio de aventureros.

Si ella advertía un peligro más adelante, todos en su grupo, sin rechistar, le creían y tomaban otro camino distinto. Ahora, esa misma mujer de instintos agudos, les ordenaba que no abrieran la puerta.

¿Tenía razón?

Claria desenfundó las dos dagas que llevaba a los costados de sus caderas, y, aunque era la que más temblaba de los tres, como pudo, adoptó una postura de combate.

―Hola. ―Una voz bastante tranquila, amigable, que contrastaba como el blanco y el negro con todo el caos que se escuchaba de fondo, saludó al otro lado de la puerta, dando tres toques más, muy suaves, delicados, como si tuviera todo el tiempo del mundo, sin prisas, ni perturbaciones―. Señorita Lissa. ―Era un hombre―. ¿Se encuentra usted allí? ¿Quería realizarle una pregunta? ¿Me permite pasar?

―¡¿Qué demonios eres?! ―gritó Claria, intentando sonar amenazadora.

―Es Franklin, el vecino de al lado... ―dijo Illiam. Su voz sonó tan despacio, que dudó haber sido escuchado por alguien.

―¿Señorita Lissa? ―El hombre seguía insistiendo―. ¿Illiam?

Cuando Franklin lo llamó por su nombre, el chico sintió que un terrible frío atravesó su pecho de lado a lado como una lanza.

¿Por qué Franklin tocaba la puerta con tal tranquilidad, como si fuese a ofrecerles un pastel de manzana, ignorante de la masacre a sus espaldas? Su comportamiento era claramente antinatural.

―¡Habla ahora! ¿Quién o qué eres? ―volvió a preguntar Claria, escupiendo saliva en el proceso.

―Oh, lo siento, lo siento, mi error ―dijo Franklin, al tiempo que soltaba una risita―. Soy Franklin, vecino de Lissa e Illiam. No reconozco su voz. ¿Es esta la casa de Lissa? ¿Me habré confundido?

Lissa volteó y observó a Claria con el ceño fruncido, nerviosa, al tiempo que se mordía el labio y sudaba a mares sin dejar de apuntar, temblorosa, su arco hacia la puerta.

―Dispárale ―pidió Claria, mirando fijamente la puerta―. Dispárale, Lissa ―repitió en voz baja―. Él no es tu maldito vecino.

―Pero es Frank, Claria... ―dijo Lissa, muy consternada y mirando desesperadamente a su alrededor.

―No, estás equivocada ―contrapuso Claria―. Esa cosa es...

―¡...!

Illiam no tuvo tiempo de procesar lo que estaba ocurriendo:

Un golpe sordo resonó, sobresaltando a todos. La madera de la puerta se resquebrajó brutalmente cuando el filo de un hacha la atravesó, girando en el aire a gran velocidad hacia Lissa. Ella, siendo lo más rápida que sus reflejos le permitieron, levantó la mano con la que sostenía el arco para intentar cubrirse.

―¡Mierda! ―gritó ella.

Un destello. Chispas. Un choque metálico. Pudo detener el hacha, pero el dedo pequeño de la mano derecha de Lissa cayó junto al hacha y su arco, cercenado en el suelo, cerca de sus pies. Gotas de sangre no tardaron en salir del muñón.

A través del agujero abierto en la puerta, podía verse un siniestro rostro barbado, por completo ensangrentado, con los ojos teñidos de un escalofriante rojo que destellaba en sus pupilas. Él sonreía ligeramente entrecerrando un poco los párpados.

«Franklin... ¿qué te pasó?»

No quedaba rastro alguno del Franklin que Illiam conocía de hace años; ese hombre tranquilo, amable, que acostumbraba en las noches a dar largos paseos por esta zona con su perro flacucho llamado Motas, ya no existía. Aunque esa persona tuviera la voz de Franklin, la cara de Franklin, no era él.

―Señorita Lissa ― Franklin, pese a su espantosa apariencia, seguía sonando dulce y tranquilo―, quería preguntarle... ¿sabe usted algo sobre un cierto Vestigio? Necesito encontrarlo.

Illiam pensó: «¿Qué demonios es el Vestigio? ¿A qué te refieres, Franklin?»

Veloz, Claria corrió hacia él, enfurecida, con los ojos desencajados. Saltó con una patada en el aire, destruyendo la puerta y, seguidamente, derribando a Franklin golpeándolo en el pecho, quien cayó de espaldas sobre la nieve del jardín. Ágil como un felino, Claria pisó el cráneo del hombre y le clavó la punta de una daga en el ojo derecho, acabando instantáneamente con su vida.

¿Qué había acabado de ocurrir?

Illiam no daba crédito de lo que sus ojos veían. ¿En serio el señor Franklin fue asesinado frente a él? Además, ¿qué era lo que estaba preguntando antes? ¿De qué hablaba? 

Lissa, apresurada, maldiciendo en voz baja, rasgó un extremo de la camisola negra que tenía bajo la cota y, con la tira, realizó un nudo sobre el muñón de su dedo.

Ahora que la puerta estaba hecha añicos, la horrenda sinfonía que componían los gritos de personas muriendo afuera, se escuchaba con mayor claridad, e Illiam quería ver con sus propios ojos qué era lo que ocurría en su barrio. Logró percibir a algunas siluetas que pasaban corriendo de un lado a otro. Pero no era suficiente. Así que, dando pasos imprecisos, caminó hacia Claria, quien yacía estática con la mirada perdida al frente, pisando el cuerpo de Franklin con uno de sus pies.

«Esto es el Abismo, el infierno.»

Cuando puso un pie fuera de la casa, al lado de Claria, y sintió el frío viento chocar con su cara, pudo ver la carnicería con todos sus colores y olores.

Hace un momento había pensado que otra nación invadió a Seronia; pero vaya que estaba equivocado. Ahora solo podía pensar en que un demonio surgió del Abismo y atacó el reino, ya que, la mayoría de sus vecinos, habían enloquecido, como si algo los hubiera poseído; andaban por las calles con cuchillos de cocina, machetes oxidados y hachas, persiguiendo a otras personas que huían, desesperadas por sus vidas, gritando aterrorizadas. Había guardias reales, con sus armaduras resplandecientes, corriendo de un lado a otro en una frenética persecución en la que asesinaban a civiles mientras sonreían bajo sus yelmos plateados. ¿Qué les pasaba? ¿No era su trabajo defender a los civiles? ¿Por qué entonces los mataban como ganado?

Había cuerpos descuartizados, tirados como basura; cabezas, brazos, piernas, vísceras, cuerpos de diferentes tamaños y edades desperdigados en diferentes zonas como una alfombra que cubría la nieve. Todo su entorno había sido reemplazado por una rojiza y espantosa matanza que llenaba de sangre todo lo que la vista alcanzaba.

Contuvo una arcada.

Algunas casas estaban en llamas, esparciendo olor a humo y cierto calor por el crepitar del fuego que parecía incandescente.

En eso, Illiam sintió que alguien tomó su tobillo. Gritó y saltó, liberándose del agarre.

―Alguien... sabe algo sobre el Vestigio? Necesito... encontrarlo. ―Era Franklin. Aún, con su ojo atravesado por el frio metal de una daga, seguía respirando, y su otro ojo brillaba con ese extraño tono escarlata.

Rápidamente, Claria le dio un fuertísimo pisotón en la sien, aplastándole el cráneo con el talón y haciendo que el otro ojo se le saliera de la cuenca, tintando la nieve con sesos y pedazos de carne.

Illiam vomitó lo poco y nada que había comido en la tarde. Su cabeza daba vueltas. Su visión se nubló y sus ojos se aguaron. Cayó arrodillado junto a los pies de Claria, que aún observaba con los párpados bien abierto lo que ocurría afuera. Illiam, como pudo, gateó e ingresó de nuevo a la casa. Llegó al largo sillón que estaba frente a la chimenea, e intentó ponerse en pie aferrándose al mueble, pero no pudo. Sintió nuevamente arcadas, y apenas pudo contener el líquido que subió por su garganta.

Lissa, apenas pudiendo reaccionar, se apresuró y lo levantó, limpiándole el vómito de las comisuras de los labios con un borde de su camisa.

―Illiam... ―susurró ella, dándole palmaditas en la espalda.

―Tengo frío... ―dijo Illiam.

Lissa fue, tomó su abrigo rojo de la percha, y luego lo extendió sobre los hombros del chico, procurando no dejarle ningún centímetro de su piel sin cubrir.

―Hermana, ¿qué está pasando? ―preguntó Illiam; la voz se le entrecortaba―. Por... ¿por qué todos se están matando allá afuera? ¿Qué es todo esto?

Lissa abrió sus ojos grises, y de ellos, como cascadas, lágrimas surgieron.

―No lo sé. ―Fue su respuesta, dada con cierta irritación en su voz―. No tengo idea, Illiam, no sé...

―Te diré lo que pasa, Illiam ―comentó Claria, sin despegar la vista de lo que ocurría en la calle, dándole la espalda a los dos hermanos―. Algo vino con nosotros del Bosque Profano. ―Sus hombros decaídos subían y bajaban agitadamente; parecía que podría derrumbarse con el más mínimo soplido del viento―. No sé cómo, pero... esa cosa... provocó todo esto. ―Sollozó―. Mike... algo le pasó cuando estuvo buscando a esa niña. Debimos haber ido con él, Lissa... Esto es nuestra culpa... Si lo hubiéramos acompañado... ―Sus palabras se cortaron. Sus hombros sufrieron un espasmo, trastabilló al intentar dar un paso hacia atrás y luego guardó absoluta quietud, así como lo haría una estatua.

¿Qué le pasaba? ¿Por qué dejó de hablar?

Por alguna razón, las acciones de Claria, su repentino silencio, provocaron agitación en el estómago de Illiam y cosquillas en la parte trasera de su cuello, como un presentimiento, uno que indicaba que algo malo (algo terrible) estaba a punto de ocurrir.

―Lissa ―susurró Illiam, queriendo advertir a su hermana; sus dientes castañeaban.

Pero Lissa pareció entenderle sin necesidad de palabras, ya que, con su mano izquierda, procurando ser discreta, silenciosa, intentó alcanzar el arco y la flecha tirados en el suelo, más adelante, entre las astillas y trozos de madera de la puerta. Fruncía el ceño y no le despegaba la vista a Claria; estaba atenta a cualquier movimiento que esta llegara a realizar.

Claria movió la cabeza, y su postura, antes tensa y decaída, adquirió rectitud y firmeza, y eso provocó que Lissa e Illiam se sobresaltaran.

―Oh, Por cierto ―De repente, el tono angustiado, abatido y desesperado en la voz de Claria, que estuvo presente desde el comienzo de sus palabras, cambió; ahora sonaba calmada, bastante tranquila―, Lissa, Illiam, ¿saben algo acerca del Vestigio? Necesito encontrarlo. Está aquí, en Seronia. Les agradecería si pudieran darme alguna pista. ¿Lissa? ¿Illiam? ¿Me escuchan?

«Corre... corre... corre... Lissa... hay que...»

Claria se agachó y tomó su daga tirada en el suelo, en medio de los trozos del cráneo destruido de Franklin. Luego se giró despacio, muy despacio, sobre la base de su talón izquierdo, sosteniendo sus dos dagas a cada lado de sus caderas.

«No... no...»

Claria tenía una sonrisa encantadora en su rostro canela; se veía demasiado hermosa, y sus pupilas, al igual que las de Franklin, brillaban con el color de la sangre.







¡Hola, gracias por llegar hasta aquí! Todas las imágenes que verás en esta historia, son generadas por inteligencia artificial; espero que te gusten :3

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