Capítulo 25: ¿El regreso de los Ojos Rojos?


Antes de leer...

Perdón si hay errores de ortografía... intentaré corregirlos cuando termine de escribir la novela ¡Graciaas! Por cierto, puedes ayudarme con eso marcándolos en los comentarios, si quieres :3


Brown

La muerte de su amigo no solo conmocionó a Brown; toda la Ciudad sin Ley se vio envuelta en un caos sin precedentes. El rumor de la aparición de "Un Ojos Rojos", generó un terror abismal que se propagó como la peste entre los habitantes.

La misma noche en que Bill se quitó la vida, el bar entero había sido invadido por gritos y murmullos:

"¡Antes de que muriera, vi que los ojos se le pusieron rojos!", había exclamado alguien. Brown no recordaba si era hombre o mujer.

"¡Un Ojos Rojos aquí!"

"¡Va a pasar lo mismo que en Seronia!"

"¡Tenemos a los demonios viviendo entre nosotros!"

"¡Me largo de aquí!"

"¡Ya no hay lugar seguro en el mundo!"

"¡Nos vamos a transformar nosotros también!"

"¡No digas estupideces!"

"¡Esto es un castigo!"

"No, un castigo no. ¡Es un recordatorio, porque ya no tememos ni a Dios ni a los demonios!"

"¿Antes de que este tipo se matara, preguntó algo sobre el Vestigio?"

"No lo sé."

"En Seronia, todos los Ojos Rojos preguntaron por esa maldita cosa del demonio."

"¡Llamen a los guardias para que investiguen!"

"¿Qué es el Vestigio?"

"Dicen que es un artefacto perdido de una civilización antigua."

"¡Qué va! Es el alma de una criatura mítica; de Barmax."

"¿Barmax el dragón? ¡Pero qué estupidez!"

Brown apenas recordaba lo que pasó después esa noche; si no fuera por el detallado informe que había recibido, no se habría enterado de nada, ya que el tiempo parecía haberse congelado para él, impidiéndole procesar los eventos subsecuentes a la muerte de Bill.

El informe decía que, un escuálido viejo ebrio, se había desnudado en mitad del bar mientras lloraba y temblaba, y que luego se subió a una mesa y gritó a todo pulmón:

—¡Es el fin de los tiempos! ¡En Seronia solo fue el principio! ¡A todos nos va llegar la hora! ¡Incluso la Arquera de Plata, Lissa la Bendecida por el Fuego, ha muerto!

Dijeron que luego bajó de la mesa, corrió hacia la puerta entre los demás clientes que, asqueados, lo esquivaron, y salió a la calle gritando:

—¡Nos van a matar a todos! ¡Lo sabía! ¡Siempre lo supe! ¡Esto es obra de los demonios! ¡Ocurrirá lo mismo que en Seronia! ¡Hay un Ojos Rojos aquí, gente! ¡Teman a Dios! ¡Busquen salvación, o váyanse a la mierda! ¡En mi caso, yo siempre quise mostrar la verga!

Aquel hombre fue el primero en esparcir el rumor entre las calles.

Al principio, según decía el informe, todos afuera habían tomado en broma las palabras del loco desnudo

"Nada más es un viejo borracho asqueroso", dijeron varios.

Aun así, la curiosidad incitó a la mayoría a acercarse al bar en busca de respuestas. Entre ellos, varios comerciantes y transeúntes, ingresaron al bar por la fuerza empujando al vigilante hacia un lado, quien tampoco opuso mayor resistencia. Un par de minutos después, llegaron cincuenta personas más y se apiñaron en la entrada, todas intentando ingresar en medio de forcejeos.

Aquellos que se habían quedado atrás observando a los demás peleando por entrar, murmuraron  llenos de incertidumbre:

"¿Y si lo que dijo el borracho fue verdad? ¿Y si hay un Ojos Rojos allá dentro?"

"¿Alguien sabe cómo empezó todo en Seronia? ¿Nos transformaremos nosotros también?"

"No digan estupideces. Aún no sabemos qué pasó."

"¿La Arquera de Plata murió?"

"Eso es lo que se dice."

"Imposible. Alguien como ella no puede morir."

"Es la Bendita por el Fuego."

"¿Y si los demonios la mataron?"

"Algunos creen que Seronia fue visitada por un Cambiaformas."

"¿Dices que el Cambiaformas acabó con todo un reino, y mató a Lissa?"

"Si estuviera viva, ¿no crees que Seronia seguiría intacta?"

"Además, ¿cómo se pelea contra algo que se mete en tu cabeza y te quita la voluntad?"

La gente especulaba y se ponía más nerviosa.

Así transcurrió una hora, en la cual fue formándose, poco a poco, una masiva aglomeración de personas en esa zona (cientos), entre las cuales había otro centenar de soldados que intentaban mantener el orden en medio del caos, todos apretujados entre las callejuelas y el camino principal, sudados y asustados.

"¡Pero ¿por qué no dicen nada los guardias?!"

"¡¿Es verdad que hay un Ojos Rojos en el bar?!"

"¡¿Por qué nos ocultan información?!"

"¡Hijos de puta! ¡Digan qué nos va a pasar!"

"¡Y el maldito gordo que tenemos por rey, envió a todos los magos y guerreros del castillo a invadir fronteras de mierda! ¿Quién nos va a proteger ahora?"

"¡¿Nos vamos a convertir?!"

"¡Hay demonios encerrados en el bar!"

Y otros varios soldados habían flanqueado la entrada al bar. No dejaron salir a las personas que habían alcanzado a ingresar, e impidieron el paso a quienes querían entrar.

"¡Tenemos autorización del amo de matar si no acatan las normas! ¡Váyanse a sus malditas casas o a sus trabajos, pero dejen que trabajamos, mierda!", había gritado iracundo un soldado; Brown recordaba haberlo escuchado desde adentro del bar esa noche.

Tras aquello, el informe relata un evento atroz... 

Muchos de los civiles enardecidos y cargaron contra los guardias en un desesperado, e irracional intento por entrar al bar. Acto seguido, los guardias desenfundaron sus espadas y formaron un baño de sangre... una masacre que dejó más de treinta cuerpos cortados en las calles, decapitados, sin brazos o con las entrañas al aire. Por supuesto, aquel acto sanguinario generó pánico entre los demás civiles.

En medio de un remolino de llantos y gritos, mercaderes, viajeros y transeúntes por igual comenzaron a correr como locos en direcciones distintas, alejándose del lugar, dejando atrás solamente a los cadáveres y las tiendas que quedaron vacías. Y cayó sobre el barrio el silencio. Luego las Hadas Rojas surgieron del suelo y bajaron de los cielos para alimentarse de los cuerpos, bañando las negras paredes de los edificios y los adoquines con su rojizo resplandor.

Después de que los guardias interrogaran hasta la última persona dentro del bar, y de que estas se sometieran al escrutinio de los sacerdotes que llegaron después, para descartar si alguno traía consigo la Esencia del Demonio, unos cuantos médicos y otros Sacerdotes de alto rango, se llevaron el cuerpo de Bill al castillo de Ojmil con la excusa de que lo necesitaban para estudiarlo, realizarle pruebas e intentar determinar qué magia habían usado en él, si es que era posible.

Brown ni si quiera pudo darle a su amigo un entierro digno.

«¿Digno? Ah... viejo Bill, te aprecio, pero... somos mercenarios; en otras palabras, unas mierdas. No merecemos algo digno como un entierro», reflexionó, sintiéndose incluso más abatido que antes mientras leía el informe por enésima vez

Brown se encontraba en la penumbra de su habitación, en el burdel de siempre, sentado en una sillita de madera frente a una mesita redonda, mirando a través de la ventana de al lado las vacías calles de la Ciudad sin Ley. No había tenderetes, ni carretas, ni peatones. Tan solo se escuchaba el aullido del viento y unos cuántos perros ladrando en la distancia.

Sin la gente abarrotando las calles, aquel lugar de negros edificios, parecía lúgubre y frío.

Brown reclinó su espalda contra el respaldo de la silla, sosteniendo en sus manos el informe. Ojmil se lo había hecho llegar a la puerta del burdel con un soldado de su guardia personal.

En las últimas líneas , Ojmil decía con su puño y letra: "Te espero en tres días, al atardecer, en el salón principal. Necesito hablar personalmente contigo, querido".

Brown soltó una corta risotada después de leer esas líneas, pensando en lo irónico de la situación: tres días faltaban para su reunión con la esclava de ojos verdes, en ese mismo salón donde Ojmil lo había citado, a la misma hora. ¿Qué demonios estaba pasando?

—¿Acaso planeaste eso, eh niña? —Volvió a reírse sin saber por qué.

Soltó los papeles del informe sobre la mesa y tomó un vaso de madera y bebió vino de él, como venía haciendo desde hacía horas. Cuando se lo acabó, tomó la botella de cristal que ya estaba casi vacía y volvió a llenarlo, pero esta vez, levantó el vaso sobre la mesa y vertió el líquido que fue propagándose lentamente por la madera.

—Sé que no te gusta el vino, imbécil, pero es lo que tengo ahora.

Brown sintió que un gélido viento le surcó el interior del pecho, y tuvo que suspirar para reprimir unas cuántas lágrimas después de haber bajado el vaso y ponerlo sobre la mesa.

De pronto, sintiendo una cólera que vino de la nada, frunció el ceño, apretó los dientes y se levantó, tumbando la mesa al frente y la silla hacia atrás. La botella del vino, que había estado sobre la mesa, se quebró al caer. Brown casi sentía que echaba humo por la nariz.

Gritó tras haber propinado una patada a la mesa que era pesada, maciza, construida con cilindros de madera y con remaches de metal, y aun así Brown la había partido por la mitad, enviando a volar astillas por todas partes. Luego tomó la silla con las dos manos y la estrelló contra la pared gris que tenía a su espalda, haciendo añicos el mueble sin contemplación alguna.

Luego giró sobre su propio eje, y corrió hacia el tocador donde estaba el espejo y lo rompió de un solo puñetazo, esparciendo filudos fragmentos por el suelo. Después tomó el marco del espejo roto, arrancándolo de su base y lanzándolo sobre los escombros que habían quedado de la silla.

Rugió, propinándose unas cuántas palmadas en el pecho y observando desesperado su entorno, decidiendo qué debía romper a continuación mientras lágrimas calientes bajaban por sus mejillas. Se sentía como una bestia.

Pero antes de que destruyera algo más, la puerta de la habitación se abrió y una mujer de cabello castaño, peinada con rulos, esbelta y de mirada severa, apareció de repente.

—¿Y ahora qué clase de fantasía es esta? —preguntó la mujer. Era la administradora. No era tan vieja, pero tampoco joven—. ¡¿Piensas destruir todo, o qué?! ¡Algunos clientes asustados dijeron que se había metido un animal salvaje en el burdel! Vaya animal el que me acabo de encontrar.

Cegado por aquella ira incandescente, Brown estuvo a punto de abalanzarse sobre la puta que irrumpió en su habitación, pero se contuvo. Apretó los puños, cerró los ojos, controló su respiración y luego miró a la mujer.

—Ponlo todo a la cuenta —dijo—. Déjame solo.

—Tendré que cobrarte más por haber perturbado a los otros clientes.

Brown tensó la mandíbula.

—Ponlo en la cuenta también.

Estaba realizando un esfuerzo sobrehumano por no cometer un error.

«Vete ya, maldita perra.»

—Está bien...

La mujer cerró la puerta, quizás sintiendo que estaba en peligro, y sus pasos ligeros resonaron allá afuera en el pasillo; a Brown le pareció escucharla decir:

—Tranquilos. No es nada grave. Sigan disfrutando.

Seguro estaba intentando tranquilizar a los clientes "perturbados"; «vaya manada de imbéciles.»

Luego percibió murmullos de hombres molestos, quizás objetando a la administradora, pero luego, Brown escuchó que las puertas de las otras habitaciones se cerraron, y se hizo el silencio.

Ahora Brown se encontraba de pie, como un gigante encerrado en una pequeña cajita que apenas podía contenerlo. Ahora podía continuar desahogándose como quisiera, rompería, aplastaría, pero... ya no tenía ganas de siquiera levantar un dedo. Toda energía abandonó su cuerpo como el aire en una exhalación. ¿Cuántas horas llevaba despierto? No tenía idea.

Se sintió pesado, mareado y... vacío.

Arrastrando los pies, Brown se dirigió a la cama, apartando en su camino algunas astillas de la mesa que había dañado y fragmentos del espejo, para luego tumbarse de espaldas; hizo crujir las tablas bajo el colchón con el peso de su enorme cuerpo.

Cerró los ojos un momento, pensando en lo estúpido que se sentía por haber hecho el teatrito de antes.

—¿Soy idiota, o qué? —Sonrió, sintiendo las palpitaciones de su corazón como si resonaran en su propia cabeza—. Ya debería estar acostumbrado.

Esa noche, apenas pudo dormir dos o tres horas.

Al amanecer, cuando el sol apenas estaba saliendo, fue despertado por el brusco toque de alguien en la puerta. Primero miró la ventana al lado de la cama, advirtiendo los ligeros rayos del sol matutino, y luego preguntó con voz ronca y las pestañas casi pegadas:

—¿Quién es? —Sonó bastante irritado.

—¡Jefe!

Brown reconoció la voz. Era Algert, uno de sus hombres de confianza.

¿Qué lo traía hasta su habitación, y tan temprano?

—Pasa —concedió Brown, sin levantarse de la cama, estirando las piernas y los brazos.

La puerta se abrió, revelando a un hombre joven de contextura delgada, muy alto; incluso más alto que Brown.

—¿Qué pasa, Algert? Apenas he podido dormir un poco, y ahora vienes a molestarme cuando por fin estaba descansando...

Algert miró con asombro y temor el desorden que había dejado Brown con su arrebato de ira la noche anterior.

—¿Y? —Brown, aunque entendía que el pobre muchacho estuviera contemplando tal vista, lo instó con voz severa a que continuara hablando—. ¿Qué es tan importante que viniste hasta aquí?

—Lo siento... —Algert tragó saliva mientras jugaba con los dedos de sus manos, y en sus ojos cafés podía apreciarse un profundo nerviosismo—. Mierda, jefe, no sé cómo decirlo...

—Habla ya, Algert, que últimamente tengo poca paciencia...

Algert dudó. Tragó saliva un par de veces más, y Brown notó que temblaba.

—Quince hombres de los nuestros amanecieron colgados... todos muertos...

—¿Qué? —Brown abrió los ojos tanto, que inmediatamente sintió que el aire se los lastimó un poco. Después de escuchar a Algert, quedó sentado al filo de la cama en cuestión de segundos y con los puños apretados—. ¿Qué mierda les pasó?

—No lo sé... yo... —Algert parecía tan consternado como Brown, incluso más—. Interrogamos a algunos testigos antes de que amanecieran. Dijeron que nuestros hombres solitos amarraron las sogas a un barandal de un establo abandonado, charlando y riendo entre ellos como si estuvieran haciendo cualquier otra cosa normal, y luego se colgaron. Se colgaron, jefe... Se colgaron después de que estuvieron riendo y hablando de estupideces... Se colgaron...

Algert se llevó las manos a la cabeza y tomó su largo cabello rubio y lo jaló ligeramente, arrancándose algunos hilos. Luego, sus ojos se abrieron, desorbitados, y, como si hubiera enloquecido, comenzó a sonreír.

—No debimos haber ido a Seronia —vociferó Algert, riendo entre dientes, poniendo aún más nervioso a Brown—. Algo maligno vino con nosotros de allá...

Era verdad. Brown lo sabía.

Se levantó y caminó hacia Algert, sintiendo que apenas podía controlar sus frenéticos latidos. Cuando estuvo cerca del muchacho, quien no paraba de arrancarse hebras de pelo, lo tomó por los hombros.

—Tranquilízate. Dime una última cosa —dijo Brown, con una voz temblorosa. Algert, con los ojos aguados, lo observó fijamente, esperando la pregunta—. Sus ojos... los de esos hombres... ¿Dijeron algo los testigos sobre sus ojos?

—Sí...

—¿Qué cosa?

—Que eran rojos...



Nota

¡Muchas gracias por llegar aquí!

Si ya se encuentran por estos lares de la novela, puedo concluir que, en definitiva, ya te dejaste atrapar por los misterios que rodean a nuestros personajes, por sus situaciones y por el qué pasará con todo este tema de los ojos rojos y la niña de ojos verdes, ¿verdad? Además, y espero no ser el único interesado en esto que voy a decir, pero, ¿no es intrigante eso del Vestigio? 

¿Qué creen que sea? 

Debo admitir que me siento extremadamente feliz de poder haberte cautivado con mi historia y mis palabras. Me estoy esforzando un montón por mejorar cada día, por mejorar mi ortografía, por intentar entregarles un trabajo lo mayormente impecable posible; pero a veces se me pasan detalles, errores y... bueno, me gustaría pedirte que, si ves errores, los comentes para que me ayudes de esa forma, si quieres, si tienes tiempo; ¡no te estoy obligando!

De verdad, y aunque lo repita tanto, GRACIAS POR TU VALIOSÍSIMO APOYO. Ustedes son mi motor para escribir, porque aunque escribo por pasión, también es verdad que deseo de todo corazón ser leído, y el que me hayas dado la oportunidad, es suficiente para que se me quiera explotar el bendito pecho de la emoción. 

¡GRACIAS, GRACIAS Y MIL GRACIAS! 

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