Capítulo 23: El peso de un muerto
Illiam
Se encontraba despierto cuando todos dormían, de pie en mitad de las sombras del barracón, con la frente perlada de sudor, escuchando su corazón latir como si lo tuviera en la cabeza y respirando de forma errática.
La única luz que había, provenía de aquella mitad de Piedra Cálida que colgaba como un péndulo sobre él, y que hacía refulgir la sangre impregnada en sus manos.
—Por más que limpie, no se me quita... — Dio un pisotón en el suelo de piedra, mordiéndose los labios.
Con las manos temblorosas, tomó el borde de las viejas sábanas grises que cubrían las tablas de su cama, y se dio a la tarea de limpiarse la sangre de los dedos.
Llevaba despierto toda la noche, mientras que Elisabeth, al otro lado, dormía profundamente en su cama dándole la espalda.
Hace unas horas, Illiam había matado a una persona de una forma brutal; aún podía escuchar los huesos faciales de Gir crujiendo, la sensación de la sangre salpicándole la cara y su férreo aroma que incluso ahora lo abrumaba.
—Mierda, mierda, mierda, mierda...
Se frotaba las manos con tal ímpetu que había comenzado a irritarse la piel, pero las manchas no desaparecían.
—¿Puedo saber qué estás haciendo, Illiam? —susurró Elisabeth, sin voltearse a verlo, anunciando que no estaba dormida como él pensaba. Illiam levantó la mirada de sus manos y observó su pequeña espalda—. Llevas limpiándote desde hace rato. —Lentamente y sin hacer mucho ruido, ella se giró hacia él, aún acostada de medio lado y lo miró enarcando una ceja, como si estuviera exigiéndole respuestas.
—E-Elisabeth —tartamudeó él, abriendo los ojos de par en par, regresando su atención a lo que hacía—. No puedo quitarme la sangre de las manos, siguen sucias...
No hubo respuesta de parte de Elisabeth. Sin embargo, ella se levantó de su cama y tomó asiento en la de Illiam, mirándolo con esos verdes y curiosos ojos que parecían escudriñarle el alma.
—Sabía que algo andaba mal. —Elisabeth cerró los ojos un momento y suspiró. Luego volvió a mirarlo—. Cuando llegaste de la pelea, ni siquiera me miraste; fuiste directo a los baños y volviste pálido. Y ahora te encuentro despierto haciendo esto.
—Discúlpame... por despertarte —expresó Illiam, sintiendo un nudo en la garganta—. No tardaré mucho. Solo necesito terminar con esto. —Su ritmo cardíaco seguía aumentando—. Pensé que me había lavado bien, pero luego noté mis manos, y no entiendo cómo, pero aún están sucias...
—Oye, detente. Tranquilo. —Elisabeth extendió su mano y tomó las de Illiam; parecía preocupada—. Están limpias.
—¿Qué?
—Tus manos.
—No. Míralas. —E Illiam puso enfrente las palmas y se las enseñó a Elisabeth—. Siguen igual... No sé qué hacer...
—Las veo. —Asintió ella, volviendo a tomarle tiernamente las manos, con una expresión contrariada en su pequeño rostro—. Y están limpias.
—¿Estás loca? —Illiam retiró bruscamente el agarre de Elisabeth y siguió frotándose con la sábana—. ¡Maldita sangre!
Algunos de los esclavos en las camas cercanas habían comenzado a despertar y dirigían miradas curiosas hacia ellos, pero Illiam no les prestaba atención. Ahora mismo tenía que quitarse, como fuese posible, esa sangre inmunda que apestaba. No tenía tiempo para preocuparse por qué dirían de él.
—No tienes ni una sola gota de sangre —insistió Elisabeth. ¿Qué cara tendría?
—¡Ya te dije que...
—Pero sé qué es lo que te pasa —cortó Elisabeth lo que él decía.
Illiam dejó caer el borde de la sábana de sus manos y observó a Elisabeth con el ceño fruncido, sintiéndose confundido y a la vez curioso por saber qué iba a decir. Ella mantenía esa familiar expresión enigmática, con esos ojos llenos de curiosidad y brillo, como si estuviera a punto de sonreír.
—¿Qué me pasa? —preguntó
—Sientes culpa. Eso.
—¿Culpa? —Sonrió ante lo absurdo que se escuchaba Elisabeth diciendo esas cosas. ¿Cómo podía ser que...? Entonces lo vio con sus propios ojos: sus manos, desde el empeine hasta las palmas, estaban completamente limpias, sin un pequeñísimo rastro de sangre—. No puede ser. —Una sonrisa retorcida surgió en sus labios, seguida de una corta risotada. "Culpa", la palabra resonaba en su mente, desenterrando recuerdos dolorosos y remordimientos—. Imposible. Hace un segundo estaban rojas. ¡Tú misma lo viste!
—Ya te dije que no vi nada —contestó ella, tajante, sin dar espacio a objeciones.
—¡Pero...
—Nada, Illiam.
—Es... —Las palabras se le atrancaron en la garganta. Apretó los puños, frunció aún más el ceño. Le faltaba un poco el aire.
—Es la culpa. —Elisabeth pareció sonreír esta vez—. Sientes tanta culpa, que ves cosas donde no las hay. Te entiendo.
—¿Me entiendes? —cuestionó Illiam, sin dejar de sonreír de forma cínica, intentando controlar su respiración errática—. ¿Qué quieres decir con eso?
—Ahora mismo debería darte ánimos, decirte que pronto nuestra situación mejoraría, que vas a superar esto y que tus traumas pasarán a formar parte de un pasado que olvidarás con el tiempo. Pero te estaría mintiendo. —Elisabeth no solo evitó la pregunta de Illiam, sino que además logró ponerle los pelos de punta con todo lo que acababa de decir; y no había terminado allí—: Somos esclavos, ¿cómo podrían mejorar las cosas para nosotros? —Ella volvió a sonreír, sin saber que a Illiam eso lo ponía nervioso, o quizás sí lo sabía y no le importaba.
»Solo un milagro podría cambiar nuestro destino. Pero lo normal sería que nuestra situación siguiera oscureciéndose a medida que pase el tiempo. Entonces, eso nos deja a todos con dos opciones. —Hizo una pausa y levantó dos dedos de su mano, frente a Illiam—. La primera: morir. La segunda: sobrevivir. ¿Qué elijes tú?
—Entonces preferiría morir. —Las lágrimas descendieron por sus mejillas.
—Mientras vivas, hay esperanza.
¿En serio Elisabeth estaba diciendo algo como eso, y más cuando ella misma se había encargado de recalcarle todo el tiempo que la esperanza solo habitaba en corazones estúpidos e ignorantes?
¿Cómo podía contradecirse de tal forma?
—¿Esperanza? ¡Lo he perdido todo! —Illiam había dicho aquello con tanto poder, que supo de inmediato que las palabras le habían surgido desde lo más profundo de su interior.
Era verdad, lo había perdido todo; desde su casa, su familia y conocidos, hasta su propia inocencia. Todo le había sido arrebatado. No quedaba nada, salvo Elisabeth; pero incluso ahora pensaba que tenerla a su lado no era suficiente como para mantener vivas las ganas de continuar viviendo.
—Aún no lo has perdido todo. —Elisabeth se acostó en la cama y observó la luz de la Piedra Cálida arriba de su cabeza, indiferente a la irritación que envolvía cada vez más a Illiam. ¿En qué pensaba esa extraña humana? ¿Acaso era humana?
—¿A no? —Illiam sonrió, pero con rabia—. ¡Ilumíname, por favor! ¿Qué tengo aún?
—Aún tienes la venganza. Ya te lo había dicho antes, ¿recuerdas?, cuando viajábamos en las jaulas...
—... —Illiam se quedó sin palabras, recordando todas las imágenes desastrosas que había estado acumulando a lo largo de su travesía en este mundo cruel.
"Venganza", la palabra hizo que recordara las calles de su barrio salpicadas de sangre, muerte, y a todos los ciudadanos enloquecidos desviviéndose los unos a los otros. También revivió las imágenes de su hermana luchando a muerte contra su mejor amiga, Claria, que había sido poseída por algo extraño que luego se transfirió a Lissa, haciendo que esta tuviera que suicidarse para evitar hacerle daño a su propio hermano. Recordó el momento exacto en que Brown partió a la mitad con su hacha a la señora Vienna, y luego cuando los secuestró a él y a los demás niños. Y Kansell... otra vez volvió a escuchar sus gritos de auxilio mientras era violada por veinte hombres.
—Aún puedes vengarte de todos los que te lastimaron. —Elisabeth cerró los ojos, la sonrisa desapareció—. ¿No quieres descubrir quién estuvo detrás de la caída de Seronia y de la muerte de tu hermana y de tus conocidos? —Illiam asintió—. ¿No querrías vengarte de los mercenarios que destruyeron lo poco que quedó de nuestras vidas después de la caída, y solo por dinero?
Sí. Illiam asintió por segunda vez, de pie e inmóvil frente a la cama, observando a Elisabeth acostada sobre ella con los ojos cerrados, como si estuviera hablando de algo trivial.
Deseaba vengarse; no muchas veces era consciente de aquel anhelo en su corazón, pues la mayor parte del tiempo se la pasaba atormentado por los fantasmas que lo perseguían, y no tenía espacio en su cabeza para reflexionar sobre sí mismo. Pero ahora, gracias a Elisabeth, Illiam descubrió el ancla que le permitiría anteponerse ante este cruel destino que le había tocado.
Venganza. Se había tardado en darse cuenta.
«Es cierto, Elisabeth. Tienes razón; siempre la tuviste.» Apretó los puños, sintiendo una ardiente sensación en el pecho, una ira incandescente que había olvidado a causa del miedo.
—Te lo dije hace tiempo —Elisabeth se levantó, se hizo frente a él y le limpió las lágrimas mientras fruncía el ceño y hablaba de una forma solemne—: aférrate al odio. Puede que te tome años vengarte, pero mientras vivas, hay esperanza.
Illiam se mantuvo estático mientras ella le acariciaba el rostro con sus suaves manos.
¿Qué sería de él ahora mismo si no tuviera a esa extraña chica junto a él?
«Hace mucho habría muerto.»
Elisabeth lo instó a que se acostaran los dos en la misma cama, uno al lado del otro. Él aceptó, por supuesto; siempre cedía ante las demandas de Elisabeth.
—Debes descansar. Dormir es importante —le había dicho ella.
Mientras Elisabeth le acariciaba el cabello suave y tiernamente, tarareando una melodía ligera y melancólica, él cerró los ojos y, aunque tuviese aún manchadas las manos de sangre, finalmente pudo conciliar el sueño.
Al día siguiente, llegó al barracón cuatro el guardia que había involucrado a Illiam y a los otros dos en esa horrible batalla en la arena. Abrió la puerta doble enérgicamente y esta se azotó a cada lado de las paredes, despertando a todos los esclavos de un salto. Algunos gritaron, e Illiam había quedado sentado y petrificado con el corazón a todo dar, mientras que Elisabeth, inexplicablemente, seguía dormida a su lado, dándole la espalda y lanzando pequeños ronquidos que apenas se escuchaban.
Sí que dormía ese ser.
Los demás esclavos, con expresiones atemorizadas, comenzaron a murmurar entre ellos cosas que Illiam no alcanzaba a entender. Quizás se preguntaban: qué hacía ese sujeto allí, sonriente y con esa espeluznante actitud despreocupada que ponía nervioso a cualquiera.
El guardia, tintineando su armadura mientras avanzaba en medio de las camas, tarareando una canción alegre y movida que Illiam no reconocía, se detuvo y contempló sus alrededores sin dejar de sonreír.
—No los veo —dijo—. ¿Dónde están el Rohart y el otro que peleó con él ayer? ¡Hablo de la estrella de este lugar!
Illiam, extrañamente tranquilo, se levantó de la cama y alzó la mano.
—Aquí —contestó.
—Bien, bien. —Asintió el guardia—. ¿Y dónde está...?
—Estoy aquí... —Jolam, al fondo del barracón, estaba en pie, rodeado de algunas chicas y chicos que estaban hablándole, e Illiam pudo ver en él las marcas de la pelea de ayer en su rostro hinchado, con algunas zonas de sus pómulos y mejillas llenas de cortaduras.
—Bueno. Pónganse las botas y vengan.
Illiam se puso las botas negras (la izquierda ya tenía un agujero en la punta), y caminando con normalidad mientras los ojos de los demás se clavaban en su espalda, se presentó ante el alto guardia.
«¿Nos hará pelear otra vez?», se preguntó Illiam, y la mera idea hizo que apretara los puños con furia.
Jolam, a diferencia de Illiam, quien apenas tenía unos cuantos moretones en las costillas y raspones, cojeaba al avanzar sosteniéndose el hombro derecho mientras fruncía el ceño y se mordía los labios.
¿Tan herido se encontraba?
Cuando Jolam llegó, el guardia dejó de tararear y tomó a ambos chicos por los hombros, estrechándolos ligeramente.
—¡Son increíbles! —exclamó el guardia, mirando el techo metálico—. ¡Gracias, Arteus! ¡Gracias por estos dos guerreros que me mandaste! —El guardia regresó su mirada a ellos, e Illiam notó la dichosa alegría retozando en sus ojos cafés bajo el yelmo negro—. ¿Saben?, ayer ustedes me hicieron ganar una fortuna; ¡presentaron un espectáculo digno para los nobles! ¡doscientas monedas de plata me correspondieron de las apuestas, y cincuenta más de oro de las que lanzaron los nobles a la arena! Jajaja.
El guardia les dio un abrazo fuerte, y aunque Jolam se quejó, el guardia no aflojó su agarre. Luego los soltó y rebuscó algo en la bolsa de cuero que colgaba a un costado de su cadera.
—Aquí tienen su pago —extendió dos monedas de plata frente a Illiam, y otras dos a Jolam. Los dos las recibieron con inseguridad—. ¡Con confianza, que es dinero bien ganado! Porque, y repito, presentaron un espectáculo maravilloso; ¡incluso ya tienen sus propios apodos, ¿saben?! Jajaja. —El guardia soltó una sonora carcajada y prosiguió—. A ti —Miró a Jolam— te llaman el Pequeño León, por noquear de un solo puñetazo al calvo de mierda a solo seis segundos de iniciar la pelea, y por haber contenido a esa perra a pesar de que había sido escudera de un guerrero de otro reino; ¡vaya dato tan importante el que se me pasó! Al principio había pensado que era una mujer alta, común y corriente. En fin... al menos se las arreglaron para vencerla. —Se aclaró la garganta—. Y a ti —Luego miró a Illiam— te llamaron Rukan; ¡gran apodo, por cierto!
—¿Y eso qué significa? —cuestionó Illiam.
—Es idioma antiguo. Se traduce a "El que ríe cuando mata", o, "El que mata sonriendo". No lo sé, pero amigo, ¡suena bestial, ¿no?! Jajaja.
—Pero... —Illiam estaba consternado.
—¿No te gustó? —preguntó el Guardia.
—¿Por qué me pusieron un apodo así?
—¿Y lo preguntas? —El guardia soltó otra carcajada.
—Pues sí...
—¡Cuando golpeabas a ese hijo de puta con la roca, estabas sonriendo! —El guardia volvió a darle unas palmadas a Illiam en el hombro—. Eso les encantó a los espectadores, hijo.
Illiam no sabía qué responder. ¿Sonriendo? Tal revelación lo dejó perturbado, imaginándose a sí mismo con la cara salpicada de sangre y una sonrisa retorcida en la boca mientras destrozaba el rostro de Gir. La imagen hizo que se estremeciera. No podía creerlo. No era verdad. No podía ser cierto que hubiera estado sonriendo. Y si sonrió, ¿por qué lo hizo? ¿Tan dañada se encontraba su cabeza?
—En fin. Solo vine a dejarles el pago y a felicitarlos. Si alguien intenta robarles las monedas, solo me lo informan y le cortamos las manos a quien sea, ¿está bien? —El guardia guiñó un ojo, e Illiam y Jolam asintieron—. Oh, por cierto, esto es un anuncio para todos. —Se aclaró la garganta y elevó la mirada por encima para ver hasta el fondo del barracón—. ¡Hasta el día de hoy estarán inactivos, perezosos! ¡Será una gran oportunidad para que aquellos que llevan un año aquí encerrados, estiren las piernas! Escuchen bien, ¡a partir de mañana, el barracón cuatro entrará en funcionamiento al servicio del castillo por escases de esclavos, pues algunos se han fugado y otros han muerto por causas... cotidianas!
¿Qué habría querido decir con causas cotidianas?, Illiam se preguntó.
—¡Así que —continuó el guardia— me encuentro en la obligación de asignarles trabajos a quienes no estén seleccionados para pelear! ¡Barrerán el castillo, fregarán platos, servirán y complacerán a Ojmil de cualquier forma que él lo desee!; por su bien, hagan de cuenta que el amo Ojmil es su nuevo Dios en este lugar, y a cambio, por sus servicios prestados, el castillo les brindará un pago de dos cobres por día trabajado.
»¡Si alguno aquí tiene destrezas forjando hierro, tendrán la oportunidad de trabajar en nuestra herrería, y, por supuesto, también se les pagará por ello; lo mismo va para los que saben cocinar! El pago que recibirán estos últimos, serán equivalente a diez cobres por día trabajado.
»Mañana pasaré de nuevo por aquí tomando lista de sus talentos, y, dependiendo de cuáles sean, se les hará una prueba y empezarían a trabajar inmediatamente. Por último, y no menos importante, mi nombre es Alfred Artam, guardia real y líder de este barracón. ¡Nos vemos mañana!
Alfred alzó la mano despidiéndose amistosamente de los esclavos, quien estaban perplejos, confundidos, y antes de darse la espalda y salir del barracón, Illiam lo detuvo.
—Alfred, perdón. Quisiera preguntar algo.
—Rukan, ¡pregunta lo que quieras! —Alfred sonrió de oreja a oreja bajo el yelmo.
«Apodo de mierda.»
—¿Tendremos que volver a pelear pronto?
—Ustedes no, hijo. Ya cumplieron su cuota. Sin embargo, si quieren pelear pronto para ganar más dinero, me lo pueden decir y yo mismo organizaré el encuentro. Lo que sí es que, partir de mañana les asignaré un entrenador físico que se encargará de pulir sus aptitudes físicas, y es obligatorio asistir a los entrenamientos. La próxima semana volverán a batirse en duelo, sin opción a objeciones. —Alfred hizo una pausa y enarcó una ceja—. ¿Algo más?
—Y... —Illiam dudó en preguntar—. ¿Qué hay de Álie?
—Oh, el ¡Ruk-ui!, ¡el que mata cuando reza! Él también se volvió muy famoso. Jajaja. —Alfred se sostuvo el estómago mientras se reía—. Los médicos lo están atendiendo en estos momentos. Si muere, su parte del pago se repartirá entre ustedes dos. ¡Bueno! ¿Ya terminaron las preguntas?
—Una cosa más. —Esta vez habló Jolam—. ¿Mientras no paguemos nuestra libertad, seguiremos aquí bajo tierra? ¿No podremos salir?
—¡Por supuesto que pueden! —El guardia tocó el hombro de Jolam, quien se quejó un poco de dolor—, Oh, lo siento, lo siento, Leoncito. Claro que pueden salir, pero deben pagar por ello.
—¿Qué? —Illiam se cruzó de brazos, frunciendo el ceño y mirando el suelo—. ¿Cómo es eso?
—Si pagan diez monedas de plata, tendrán derecho a un paseo por la ciudad al lugar que ustedes quieran; incluso pueden ir a un burdel. Jajaja. Por supuesto, estarán bajo vigilancia. Tendrían tres horas para hacer lo que les plazca y luego volverían a acá. —La mirada de Alfred bajo el yelmo, de repente se tornó oscura y tenebrosa; Illiam sintió escalofríos—. No debo hablar sobre las cosas que les pasaría si intentaran escapar, ¿verdad? Solo diré que la muerte sería un destino piadoso en comparación. —Lanzó un suspiro, relajando su expresión nuevamente—. Ahora sí me voy. No recibiré más preguntas. Tengo cosas que hacer y ya me quedé aquí mucho tiempo.
Alfred se despidió con una enorme sonrisa de Illiam y Jolam, abrazándolos y repitiéndoles que "los dos eran maravillosos" y que "esperaba grandes cosas de ellos".
Cuando Alfred pasó por la puerta y la cerró del otro lado con cadenas, los demás esclavos inmediatamente comenzaron murmurar entre ellos como antes, esta vez hablando sobre el nuevo tema que trajo el guardia.
Jolam miró a Illiam de reojo, y él le regresó la mirada.
—¿Crees que sobrevivamos a lo que se viene? —preguntó Jolam, arrugando las cejas. Los hombros le temblaban por alguna razón.
—No sé, Jolam. —En contraste, Illiam parecía muy tranquilo—. Espero que sí.
Hubo un momento de silencio.
—¿Estás bien? —preguntó Jolam, con cierta formalidad extraña, reservado.
La pregunta tomó a Illiam por sorpresa.
—¿Por qué?
—No lo sé. Estás... diferente... —Jolam entrecerró los ojos y escudriñó a Illiam, aparentemente preocupado.
En respuesta, Illiam sonrió, cerró los ojos y, apretando fuertemente los párpados, dijo:
—Así que me veo diferente... Mm... de hecho, Jolam, creo que debemos ser diferentes.
Al abrir los ojos, notó que Jolam miraba hacia arriba con gesto reflexivo, arrugando un poco la nariz.
—¿Debemos? No entiendo —aceptó.
—Sé que te contuviste —explicó Illiam, detallando los brazos amoratados de Jolam, sus heridas en el rostro y la hinchazón en sus cejas—, y mira cómo terminaste.
—¿De qué hablas? —No hacía falta decir que Jolam estaba más que confundido, e Illiam estaba al tanto de ello.
—De ayer, en la arena. —Illiam negó con la cabeza—. Sé que tienes una fuerza brutal, pero peleaste como una pequeña princesita; aunque gracias por rescatarme cuando esa perra me estrangulaba, en serio. Te debo una.
—¿C-Como una princesita? —Jolam pareció molestarse. Sin embargo, su ceño fruncido denotaba más asombro que enojo.
Illiam le dio la espalda a Jolam.
—Hace poco logré entender algo —Illiam cambió el tema—, y es que, para el mundo, somos poco más que un pedazo de mierda. —Sonrió con ironía—. Es triste, ¿verdad? —Illiam arrugó el ceño y apretó los puños sintiendo un vacío extraño en el pecho, como si sus propias palabras hubieran aplastado su espíritu—. No tenemos ningún valor y nadie se preocupará nunca por nosotros. Así que llegué a una conclusión.
—¿Cuál? —preguntó Jolam. ¿Qué cara tendría?
—Es matar o morir; esa es nuestra situación como seres sin valor que somos —respondió Illiam, frío y sin dudas—. Así que piénsalo dos veces antes de volver a contenerte, porque puede costarte la vida. Tienes... tenemos que ser diferentes de lo que éramos antes de llegar aquí.
Sin despedirse, Illiam comenzó a caminar hacia su cama; allá lo esperaba Elisabeth, ya despierta. Ella levantó la mano, saludándolo desde la distancia con ojos somnolientos. Ella era la única que lo entendía; siempre lo entendió... incluso más que él mismo.
—Oye. —Pero Jolam lo llamó, e Illiam se detuvo—. Creo que sé por qué estás tan raro... Yo... en serio lamento que hayas tenido que hacer lo que hiciste allá en la arena... —Su voz sonó abatida.
—No te preocupes. —Illiam se giró hacia él y sonrió lastimeramente. Jolam estaba cohibido; incluso pareció que sus ojos se aguaron un poco—. Ya dejé de intentar limpiarme las manos. —Y siguió con su camino.
Nota del autor:
Me parece que este capítulo sí pudo capturar perfectamente el estado en el que nuestro protagonista quedó después de cargar por primera vez con el peso de un muerto; y además, cimenté una base en su personalidad que, a partir de aquí, moverá la trama en un sentido bastante distinto a como venía:
Por lo que se ve, el pichoncito asustado, lleno de dudas y nervios, pues dejó de serlo, y en su lugar, quedó un chico vacío, con una percepción sobre el mundo aún más pesimista que la de antes, aceptando el hecho de que sus manos, por mucho que intente limpiárselas, seguirán manchadas con el peso de la culpa.
¿Qué opinan de eso? ¿Qué creen que va a pasar más adelante? ¿Qué desafíos creen que le deparan a Illiam, el mani manchado? jajajajaj.
¡Saludos, y muchas gracias por seguir aquí conmigo! ¡Los amo, en serio; por ustedes es que sigo escribiendo!
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