Capítulo 20: Así por el resto de sus vidas
Nota de autor
Si encuentras un error, por favor, házmelo saber; en serio no te imaginas lo mucho que aquello me ayudaría a la hora de corregir toda la novela.
¡Gracias por estar aquí, y espero que disfrutes de la lectura!
Illiam
Los pasadizos subterráneos presentaban una mezcla desconcertante de zonas húmedas, donde el musgo parecía brotar de cada grieta, y sectores asfixiantes que irradiaban el calor acumulado en las profundidades de la tierra. Avanzando tras el guardia, Illiam sintió el impulso de quitarse su camisola verde, que lo había acompañado desde su partida de Seronia. El calor era agobiante. Además, un hedor constante a mierda impregnaba el aire, obligándolo ocasionalmente a cubrirse la nariz.
«¿Qué nos espera ahora?», se preguntó, conteniendo las arcadas, viendo su propia sombra proyectada en el suelo por la luz de las Piedras Cálidas que se extendían en fila a lo largo del techo.
El guardia que iba delante mostraba un ánimo notable; Illiam observó cómo su marcha era enérgica y saltarina mientras tarareaba una melodía animada, lo que mostraba una actitud despreocupada.
¿Debería relajarse también Illiam, como el guardia? Mientras contemplaba esta posibilidad, observó a Jolam a su izquierda. El ceño fruncido y los puños apretados de Jolam evidenciaban su tensión, recordándole a Illiam que debía mantenerse alerta. Seguían siendo esclavos; no era posible que el guardia los estuviera llevando de paseo. ¿A dónde los dirigían, entonces? Al mirar a su derecha, Illiam notó a un rubio joven de tez clara y ojos celestes que sollozaba mientras murmuraba algo. Intrigado, Illiam afinó el oído para escucharlo:
—Arteus... por favor, no me abandones.
Era de esperarse que estaría rezando.
«Tranquilo, amigo», pensó Illiam, lanzando una mirada compasiva al joven, «hace tiempo que nos abandonó a todos.»
—¿Otra vez con eso? —Jolam interrumpió, sacando a Illiam de sus pensamientos. Por un momento, Illiam dudó si la pregunta era para él, pero al ver la ceja levantada de Jolam, supo que sí.
—¿Qué pasa? —preguntó Illiam.
—Estabas sonriendo. ¿Por qué? —Jolam cruzó los brazos, su ceño fruncido denotaba curiosidad; vaya que era directo, y eso que hace mucho no intercambiaba palabras con él.
—¿Sonreí? —Si realmente había sonreído, no se había dado cuenta, algo que le sucedía ocasionalmente. Elisabeth solía ser quien se lo señalaba.
—Sí, lo hiciste. ¿Estás loco o algo?
Illiam no se ofendió ante la pregunta de Jolam; más bien la utilizó para reflexionar sobre sí mismo. ¿Estaba realmente loco? Al repasar mentalmente los trágicos eventos del año, y recordar las numerosas veces en que había escuchado los gritos de Kansell o cuando la había visto con sus propios ojos pese a estar muerta, comprendió que "cuerdo" no era una etiqueta aplicable a sí mismo en esos momentos.
—Sí, lo estoy —respondió finalmente, sonriendo sin entender bien la razón—. ¿Quién de nosotros no se volvería loco a estas alturas?
La respuesta pareció sorprender a Jolam, quien se tomó un momento para procesarla.
—Es verdad —admitió, ofreciendo una sonrisa resignada y cerrando los ojos de forma cansada—. Tal vez todos estemos locos.
De forma sorprendente, tras su intercambio con Jolam, Illiam sintió cómo sus temores se aliviaban ligeramente. También le alegró descubrir que, a pesar de los roces iniciales cuando se conocieron, él y Jolam podían llevarse bien, de alguna forma. Pero... ¿no deberían decirse algunas palabras antes?, como quizás, ¿un intercambio de disculpas?
Illiam reflexionó un poco sobre ello. Nunca antes había peleado con nadie, ni tampoco había tenido que disculparse por ello, así que no tenía claro cómo funcionaba eso de las reconciliaciones. Si él y Jolam se habían peleado, ¿bastaba solamente con hacer de cuenta que nada había pasado? Illiam no tenía idea, pero eso parecía ser lo que Jolam pensaba.
«Además... por todo lo que le dije a Kansell, merecía que me golpearan», reflexionó, frunciendo el ceño y mordiendo su labio inferior. «Kansell. Si alguien debiera pedir disculpas, ese sería yo...»
El guardia tomó un giro a la derecha en la siguiente intersección, seguido por Illiam, Jolam y el tercer chico. Los túneles estaban casi vacíos. El guardia, aparentemente despreocupado, no prestaba mucha atención a los tres esclavos. ¿Acaso no temía a que se escaparan?
«Claro que no. ¿Por qué debía prestarnos atención?», pensó Illiam. «Escapar sería inútil. Estos túneles son como un laberinto, y aunque milagrosamente pudiéramos salir de aquí, aún nos encontraríamos dentro del castillo de Ojmil... No hay forma de que salgamos.»
—Vamos a morir... —murmuró el chico de ojos celestes a la izquierda de Illiam.
—¿Qué dijiste? —Illiam frunció el ceño, alejándose un poco; la mirada del chico, abierta y desesperada, le causó un escalofrío.
El rubio joven delgado miró a Illiam soltando una risita nerviosa seguida de lágrimas.
—Yo... quizás no lo crean, pero cuando me trajeron aquí, podía oír la voz de Arteus —dijo el chico, mirando primero a Illiam y luego a Jolam. Illiam tuvo el impulso de huir—. Él me decía qué hacer o decir para sobrevivir. Lo juro. No sé cuánto tiempo he estado aquí, pero siempre seguí esas indicaciones divinas y sobreviví gracias a ellas. Pero ahora, de repente, ya no oigo esa voz. Dios ha dejado de hablarme.
«Definitivamente estoy cuerdo», pensó Illiam, frunciendo el ceño; se sentía bastante incómodo.
—¿C-Cómo te llamas? —Incluso Jolam tartamudeó forzando una sonrisa.
—Álie...
—Álie... ¿lo dije bien? —preguntó Jolam, levantando una ceja. Álie, sonriendo todavía con aquella mirada desquiciada, asintió. —Intenta tranquilizarte. A veces, Dios es caprichoso, quizás te está poniendo a prueba —sugirió Jolam, lanzando una mirada en busca de apoyo a Illiam.
«¿Y qué quieres que le diga a este descerebrado?», pensó, negando con la cabeza de un lado a otro y tragando saliva.
—S-Sí, Álie —expresó Illiam, su voz temblorosa. A diferencia de Jolam, a Illiam se le hacía difícil entablar conversación con otros—. A veces, nuestro querido... queridísimo Dios... nos pone pruebas...
A Illiam le había costado un año de vida pronunciar esas palabras, después de todo, su relación con Arteus era bastante complicada.
—Una prueba... —Álie sonrió, pero esta vez sus ojos regresaron a la normalidad. Ya no estaban tan abiertos como antes y no daban miedo—. Sí... ¡Es verdad! —Álie asintió tres veces seguidas—. Dios... él no podría abandonar a sus creyentes, ¿verdad?
—Por eso debemos ser positivos —dijo Jolam, chocando su puño con la palma de su otra mano—. No vuelvas a decir que vamos a morir, ¿bien?
—E-Está bien... —Álie, cabizbajo, asintió.
—¿Lo prometes? —Jolam sonrió un poco y, pasando un brazo por encima de Illiam, acarició la cabeza de Álie.
—Sí... señor...
—¿Señor? —Illiam repitió, algo divertido por el formalismo inesperado, y no pudo evitar sonreír.
—Puedes llamarme Jolam, si quieres...
—Está bien. Jolam...
Se quedaron sin un tema en concreto que tratar, así que guardaron silencio mientras escuchaban los desafinados tarareos del guardia frente a ellos.
Pero Illiam había empezado a escuchar otra, unos pasos que, sin saber por qué, le produjo nerviosismo, como si alguien estuviera caminando a su espalda. Con disimulo, intentó mirar con el rabillo del ojo, pero no encontró a nadie. Aun así, los pasos persistían.
Illiam suspiró, sintiendo poco a poco los latidos de su corazón acelerarse.
«Solo es tu mente, Illiam», se dijo, cerrando un momento los ojos e intentando respirar tranquilamente. «Esto no es algo nuevo, así que tranquilo.»
A veces le pasaba. El barracón tenía tres sucias letrinas, y a veces Illiam tenía que hacer fila para poder utilizar alguna. En esas ocasiones, haciendo fila, sentía una presencia extraña que lo abrumaba de una forma que no podía explicar parada tras su espalda, y cuando se volteaba, se aterrorizaba al notar que no había nadie tras él.
Al principio fue traumático. Se sentía paranoico y miraba constantemente sus alrededores con el propósito de encontrar la presencia que lo acosaba, sin éxito. Pero pasados los días, las semanas (y quizás los meses), fue acostumbrándose a la sensación de ser observado. Illiam creía que era el fantasma de Kansell, el cual, muchas veces veía cuando menos se lo esperaba, o tal vez era el de su hermana, o el de Vienna. ¿Quién sabe? No había forma de asegurar que fuese un fantasma. Quizás todo era producto de su imaginación.
Así que, aquellas pisadas, no eran más que un reflejo de sus traumas, ¿verdad? «Es solo mi imaginación. No debo prestarles atención», se dijo, apretando los puños, hasta que los pasos finalmente cesaron. «Eso es.»
—Oye.
¿Jolam? Su voz lo trajo de regreso al mundo real. Illiam abrió los ojos y giró su cabeza hacia él.
—¿Dijiste algo? —preguntó, sintiéndose un poco desorientado por alguna razón.
Jolam suspiró, como si estuviera molesto.
—No me estabas escuchando —expresó, cruzándose de brazos y el ceño fruncido. Los músculos de sus tríceps se marcaron.
—Lo siento...
—Ya, no pasa nada. —Jolam sonrió, quitándole importancia al problema—. Te pregunté si tenías más amigos, además de ese pequeño y cruel ser de ojos verdes que siempre te acompaña.
«Te refieres a Elisabeth, ¿verdad?» Illiam sonrió; le había parecido gracioso. «Pequeño y cruel ser de ojos verdes. Mm. La verdad es que el título que le diste encaja perfectamente con ella.»
—No —contestó.
—¿Y antes de... todo? Ya sabes...
Jolam, con algo de torpeza y timidez después de rascarse la nuca, se refería a cuando el mundo aún era un lugar agradable.
—Nunca fui bueno haciendo amigos. —Illiam negó con la cabeza, sonriendo con melancolía—. Iba a la escuela con todos los demás y...
—¡¿Ibas a la escuela?! —Jolam miraba a Illiam con los ojos bien abiertos; al parecer estaba sorprendido—. Lo siento, lo siento. Continúa.
—Eh... —Illiam se sintió un poco fuera de lugar con la reciente intervención, pero continuó—. Y... bueno, como entré siendo muy joven a la escuela, nunca encajé. Todos eran mayores que yo, y me veían como un niño; no los culpo. Sigo siendo un niño, después de todo.
—Oh, entiendo... —Jolam se cruzó de brazos, cabizbajo.
—De hecho —continuó—, hice más amigos cuando todo esto empezó, ¿sabes?
—¿Ah sí?
—Sí. Hablé mucho con otros chicos cuando trabajé como Recolector. Aunque, no sé, tal vez llamarlos "amigos" seria exagerar un poco.
—¿Por qué?
—Ya sabes... los conocí por muy poco tiempo, y a veces, cuando nos reuníamos después del trabajo, había ocasiones en las que yo no decía nada durante toda la reunión; ellos parecían no notarlo. Hablaban hasta por los codos ¿sabes?, y yo solo me limitaba a reír o a responder, si es que acaso me preguntaban algo.
Illiam se encogió de hombros, reflexionando sus propias palabras.
Sí, se había precipitado al decir que esos chicos eran sus amigos; en ese entonces solo pasaba un rato divertido con ellos, y eso que a veces, cuando regresaba a casa, se sentía aliviado, como si estar con ellos fuera una carga para él.
Nunca fue bueno encajando, al menos no lo era hasta que conoció a Elisabeth.
—Así que sí —añadió Illiam—. Ese pequeño y cruel ser de ojos verdes, es mi única amiga.
—¿Así que te gusta? —Jolam preguntó eso, e Illiam se quedó pasmado; incluso detuvo un poco sus pasos—. Me refiero a Elisabeth, ¿te gusta?
Illiam, caminando un poco más despacio, se envió una mano a la cara. Sentía las orejas calientes y no sabía por qué. Respiró profundamente y luego respondió:
—P-Pues sí, ¿no? Me gusta como persona. La quiero y la respeto. —Illiam, de alguna forma, logró disimular la vergüenza, ¿pero por qué se sentía así?
—Mm. —Jolam, mirando al frente, asintió—. Pero sabes, me refería más bien a...
—Escuchen —habló el guardia, deteniéndose frente a una enorme puerta doble y girándose hacia los esclavos.
Al otro lado de la puerta se escuchaba el rumor de voces, o quizás de múltiples conversaciones ininteligibles que se entremezclaban, y de fondo, gritos ahogados resonaban de vez en cuando.
«¿Qué hay al otro lado?», se preguntó el Illiam, observando la puerta y olvidando por completo su conversación anterior con Jolam.
El guardia, aunque todavía llevaba una sonrisa, tenía un tono más sombrío en su voz.
—Hoy no es un día cualquiera, ¡ya que hoy encontré la esperanza en ti, chico fuerte! —exclamó con una risa contenida, tocándose la frente con el pulgar y observando a Jolam con admiración—. Normalmente, les daría una larga charla sobre lo que está por venir, pero, ¿saben?, algunas verdades son demasiado crudas para simplemente decirlas; tienen que vivirlas para realmente entenderlas. —Su mirada recorrió brevemente la puerta antes de posar sus ojos nuevamente en ellos—. Así que, mi único consejo es este: no hablen con nadie, no miren a nadie, síganme de cerca y, por el amor de Arteus, eviten todo contacto con los nobles. ¿Captan la idea?
—S-Sí señor —respondieron al unísono, un eco de ansiedad en sus voces.
—Perfecto —asintió el guardia, con una sonrisa—. Al principio les puede impactar, así que espero que tengan estómagos duros. Jajaja.
El guardia empujó la puerta doble.
Esta fue abriéndose, dando paso al bullicioso espacio que había al otro lado.
Al cruzar el umbral, una luz intensa cegó por un momento a Illiam. El guardia los condujo por un pasillo ancho que subía levemente. Sobre ellos, candelabros suspendidos iluminaban fuertemente el camino, cada uno albergando Piedras Cálidas que emitían un brillo casi sobrenatural. Al final del ascenso, llegaron a una plataforma que se alzaba sobre el salón. Desde allí, Illiam pudo ver el panorama del gigantesco salón desplegándose ante él en toda su magnitud.
Jolam murmuró algo, pero Illiam apenas registraba sus palabras, abrumado por el cambio repentino de ambiente y la creciente sensación de una amenaza inminente que parecía emanar de las paredes mismas del salón.
¿Por qué los habían llevado a ese lugar?, se preguntaba Illiam, inquieto.
Las paredes a su derecha estaban forradas con preciosos tapices rojos que tenían la gigantesca figura de un corazón en llamas rodeado por cadenas.
Illiam ya había visto esa imagen.
Las voces que había escuchado antes, ahora resonaban con mayor claridad. Pero también escuchó algo que lo estremeció: gritos. Eran mujeres. ¿Qué estaba pasando?
A su izquierda había un parapeto que los separaba de una altísima caída al vacío, pero más allá de eso, pudo verlos, ver con sus propios ojos algo que hizo que contuviera la respiración.
Sí... había numerosos nobles de extravagantes vestimentas; finas telas bordadas en oro y plata, con botones de diamantes y joyas invaluables bordeando sus cuellos o adornando sus dedos con piedras preciosas. Estaban sentados en escalones acojinados, cada uno con un esclavo personal que sostenían bandejas de exquisitos alimentos; carnes jugosas, frutas coloridas, bebidas exóticas y postres azucarados.
Los escalones que aquellos nobles usaban como asiento, casi rozando el techo, formaban un círculo perfecto alrededor de una arena de combate, sobre la cual, en ese mismo instante, se desarrollaba una sanguinaria pelea entre seis mujeres. Los nobles comían a gusto, mientras conversaban entre ellos alegremente, indiferentes al grotesco combate que transcurría bajo sus narices.
Illiam, observando con claridad todo el escenario gracias a la elevada posición en la que se encontraba, sintió que el estómago se le revolvió por dentro, y tuvo que contener las arcadas que amenazaron con salir de su boca.
No podía creerlo.
—Maldito hijos... de puta —dijo Jolam, haciendo rechinar los dientes, apretando los puños con tanta fuerza que sus nudillos se pusieron blancos; parecía estarse conteniendo.
Álie rompió en una risa nerviosa.
—Esto... esto es una prueba, ¿verdad? —dijo, mirando a Illiam con ojos que buscaban confirmación o consuelo. Su rostro ovalado sudaba demasiado—. ¡Una prueba divina!
Illiam sintió un nudo en el estómago. La mención de una "prueba divina" en ese contexto le hizo cuestionar aún más las intenciones de su Dios, o su misma existencia.
—Contemplen —dijo el guardia, manteniendo una sonrisa—. ¡El escenario que nos hará ricos!
Illiam, obedeciendo por impulso, giró y centró su atención en las seis mujeres que se estaban matando en medio de la arena.
«¿Son esclavas?» Probablemente lo eran. Algunas tenían marcas en sus brazos desnudos.
Cuatro de las seis chicas yacían en el suelo con heridas abiertas en sus cabezas y rostros, dispersas en diferentes zonas del campo de batalla. Illiam no sabía si estaban vivas o muertas; la distancia a la que se encontraba no le permitía apreciar si respiraban o no.
Solo dos se mantenían en pie. Una de las chicas, rubia y de una estatura similar a la de Jolam, tenía la nariz sangrante y una profunda herida abierta en el pómulo izquierdo; Illiam pensó que eso debía doler. Ella observaba, con sus ojos pardos y afilados, a su contrincante.
La segunda chica, que era quizás una cabeza más baja que la otra, era pelinegra, y tenía una roca en una de sus manos. Sonreía altiva mientras se acercaba a la rubia con cautela.
Los nobles expectantes en ese punto parecían molestos, por alguna razón, y decían cosas:
"Esta pelea estuvo aburrida", logró escucharlos decir Illiam en la distancia.
"¡Doy doscientas monedas de oro si le tiran una espada a la rubia!" Y justo después de que uno de los nobles dijera eso, un guardia que custodiaba la entrada a la arena extrajo su espada y la lanzó en medio de las dos esclavas.
Illiam puso las manos en el parapeto, apretando las palmas contra el frío mármol, sintiendo que la sangre dentro de su cuerpo hervía de impotencia.
Las combatientes, por un momento paralizadas al ver la espada, pronto se lanzaron hacia ella. Lo que siguió fue un caos de arañazos y puñetazos, cada una desesperada por ganar la ventaja.
La rubia tomó del cabello a la pelinegra, y la tumbó al suelo, pero la pelinegra en ningún momento había soltado la roca en su mano derecha, y con ella, siendo rápida como un latigazo, golpeó el mentón de la rubia, quitándosela de encima.
«Ella va a tomar la espada», observó Illiam, rechinando sus dientes.
Arrastrándose con notorio cansancio, la pelinegra tomó la espada por la empuñadura y, tambaleante, se levantó sosteniéndola con las dos manos.
La rubia apenas se estaba recuperando del impacto con la roca, pero ya se estaba colocando en pie.
En eso, la pelinegra cargó hacia la rubia al mismo tiempo que lanzaba un grito desgarrador con la espada en alto, pero la rubia elevó el antebrazo, como si estuviera sosteniendo un escudo invisible, y el filo se cernió en la carne, desparramando gotas de sangre por aquí y por allá.
Confundida por un instante, la pelinegra vaciló. La rubia, con una rapidez brutal, le propinó una patada directa en el torso, derribándola y desarmándola en el acto. La espada cayó a los pies de la rubia, que rápidamente la recogió y sin tardanza, la clavó en el pecho de su oponente, terminando el combate.
El arma cayó frente a la rubia, quien la tomó y, sin perder un segundo más, enterró profundamente en el pecho de la pelinegra.
Después, los nobles tuvieron un grotesco estallido de alegría, lanzando monedas de oro y plata hacia la arena como muestra de una cruel celebración. Las monedas llovían sobre los cuerpos inmóviles y también golpeaban a la victoriosa rubia, quien se mantenía inmóvil en medio de los cuerpos, con la cabeza gacha y los hombros temblorosos.
Otros nobles parecían disgustados; Illiam no entendía por qué, pero la ira que en ese momento sentía, no le permitía pensar en otra cosa que no fuera masacrar a todos esos desgraciados de una buena maldita vez.
—Es así como ustedes se ganarán el pan de ahora en adelante —dijo el guardia. Illiam se giró hacia él con una expresión horrorizada.
—No puede ser —expresó Jolam. Tenía el ceño fruncido y sus labios temblaban.
—Así es. —Asintió el guardia, sonriendo bajo el yelmo—. Soy el encargado del barracón cuatro. Así que, ahora que lo vieron con sus propios ojos, me será más fácil explicarles cómo van a ser sus vidas a partir de ahora; aunque créanme, esto les beneficiará de una forma que no se esperarían nunca. Jajaja.
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