Capítulo 2: La cosa que vino con nosotros
Illiam
―Aún no creo que estés aquí, hermana. Es como si estuviera soñando... ―Después de decir aquellas palabras que surgieron de lo profundo de su corazón, Illiam sintió arder sus orejas. No era un chico sentimental, y cuando se dejaba llevar de sus emociones, al instante se avergonzaba.
Y Lissa aprovechaba esos momentos para burlarse un poco de él.
―¡Me pone muy feliz que mi hermanito me quiera tanto! ―dijo ella, utilizando un tono altivo, bromista, ese mismo que a Illiam tanto le molestaba―. Me quieres, ¿verdad? ―Soltó una corta risita.
Illiam pretendió no escucharla y guardó silencio, pero solo provocó que Lissa estallara en carcajadas.
―¡Eres tan lindo, todo tímido! ―añadió ella, e Illiam, desde atrás, le dio una palmada en la cabeza―. ¡Auch! ―Luego la golpeó de nuevo―. ¡Ya, ya!
Illiam estaba a la espalda de su hermana, quien arriaba las riendas de la imponente yegua plateada (casi blanca), avanzando con un pequeño bamboleo de lado a lado, en medio del camino principal del barrio Villa Sol, una zona considerada de clase baja, compuesta por humildes casas; algunas de dos niveles, otras de uno solo. También había farolas de Piedra Cálida, altas y metálicas sobre las aceras (el único rastro de artefactos valiosos en esa zona), alumbrando el sendero que recorría la yegua.
Los adoquines cubiertos de escarcha amortiguaban el monótono sonido de las herraduras, en compañía del silbido del viento que acariciaba las ramas de algunos árboles por aquí y por allá, desnudos por el invierno.
Lugareños salían de sus casas, abrigados con bufandas coloridas, telas desgastadas, y saludaban a Lissa con bastante entusiasmo. Ella, como todas las veces que llegaba de una expedición, regresaba los saludos con una sonrisa resplandeciente, como si no hubiera estado viajando a caballo durante un mes (o incluso más), sin ningún rastro de agotamiento.
―¡Nos alegra que hayas vuelto, niña! ―gritó una anciana, con las pocas fuerzas que aún tenía a su edad.
―¡Señora Vienna! ―exclamó Lissa, amigable―. ¡A mí también me alegra volver! Pero no recuerdo haberme ido veinte años.
―¿Veinte años? ―La señora frunció el ceño y se puso seria, confundida―. ¿De qué estás hablando? ¿Te afectó estar tanto tiempo en ese bosque de mierda?
―No, no. Digo que veinte años parece que envejeció desde que me fui ―soltó Lissa, esparciendo al viento su particular risa escandalosa.
―¡Estúpida niña! ―Vienna también se echó a reír en compañía de los vecinos que, en silencio, seguían la conversación de estas dos―. Jovencito. ―Se dirigió a Illiam.
―¿Sí?
―No le aprendas las malas mañas a esa cretina. ―Y la vieja volvió a reírse.
―No lo haré ―contestó Illiam, sonriendo.
Los nietecitos de Vienna, dos chiquillos rubios, delgados, vistiendo lindas prendas grisáceas, salieron de la casa y, con ojos curiosos, observaron boquiabiertos a Lissa. ¿Y quién no la miraba de ese modo? Lissa era muy famosa en el reino. Era normal que la gente saliera de sus casas a saludarla o sencillamente a verla pasar.
Illiam se sentía orgulloso de ser el hermano de la poderosa Arquera de Plata, como solían llamarla en las canciones que los bardos pregonaban en tabernas, aunque también lo abrumaba la atención que ella atraía. Él era un poco más reservado, tímido, mientras que Lissa era ruidosa por naturaleza, brillante, atractiva y bastante amigable con todo el mundo; los dos eran polos opuestos. No había algo que tuvieran en común, pero aún así, disfrutaba de la compañía de Lissa, aunque eso implicara atraer, sin quererlo, miradas y comentarios de los demás.
―¿Ese es Illiam? Dicen que son hermanos, pero no se parecen en nada. De hecho, el niño parece un Rohart ―dijo una señora, y ella misma se dio cuenta de que habló muy fuerte, por eso se cubrió la boca, apenada.
―¡Amor, ten más prudencia! ―Su esposo, a su lado, la reprendió e inmediatamente se metió con su mujer a la casa.
―¡Él es mi hermano! ―gritó Lissa, antes de que la pareja cerrara la puerta, y después chasqueó la lengua, molesta―. No les pongas cuidado.
―Lo sé.
Suspiró, resignado.
En realidad, no les daba importancia a esos comentarios. Él sabía que no se parecía en nada a su hermana. Ella tenía el cabello plateado, los ojos grises y la piel pálida, invernal, e Illiam tenía el cabello rojo como la zanahoria, y aunque su piel era clara, no poseía el mismo tono fantasmagórico que su hermana, sumando que los ojos del chico eran de un azul profundo, apagado. Pero lo más importante, y lo que explicaba todas estas diferencias entre los dos hermanos, era que, en realidad, no compartían la misma sangre; Illiam lo sabía, al igual que Lissa, pero se amaban como a una familia.
Lissa solía decir, cuando Illiam aún era un chiquillo al que le afectaban comentarios de ese tipo que: "La sangre es solo sangre; a fin de cuentas, todos la tenemos del mismo color, pero la familia es mucho más que eso, porque es algo que no todos poseen".
«Pero ¿qué será un Rohart? Me gustaría que Lissa me lo dijera, pero siempre evita hablar del tema. Es raro.»
Dejando de lado el comentario anterior, Illiam se fijó las familias recibiendo a otros aventureros que habían llegado con Lissa. Llorando juntos, abrazados y felices, dándose besos en las mejillas mientras saltaban y gritaban de júbilo; él los entendía. Si su hermana fuera diferente y no se burlara de él por mostrar sus emociones, quizás él también hubiera demostrado más afecto hacia ella.
En fin.
Continuaron cabalgando unos cuantos metros más, dejando atrás saludos y cortas conversaciones con los vecinos, hasta que llegaron a su casa, dos pisos de piedra, argamasa y vigas de madera con una ventana en cada nivel, techo de madera y paja repelladas con barro. También tenían un jardín sin flores y un árbol que parecía estar podrido al costado izquierdo.
No era una casa lujosa, pero vaya que sí acogedora.
Illiam fue el primero en saltar de la yegua, seguido por Lissa.
Él ayudó a amarrar a la bestia bajo un techo improvisado que hacía de establo, en el jardín, cerca del árbol podrido sin ninguna hoja que revistiera sus feas y grises ramas.
En unos recipientes de madera, Lissa vertió heno y agua; la yegua relinchó, feliz, elevando un poco sus patas traseras, como si estuviese dando pequeños saltos, y luego embutió su enorme hocico en el balde; estaba hambrienta.
―Listo, aquí ya terminé. ―Lissa sacudió sus manos observando con ternura al enorme animal devorando su merecida recompensa después de un largo viaje.
Finalizada su tarea, los dos hermanos subieron los escalones del modesto porche de madera y dieron unos cuantos zapatazos al suelo para retirar la nieve sus botas y no ensuciar el interior. Cuando abrieron la puerta, la calidez de su hogar los recibió, cortando, casi instantáneamente, los fríos vientos del exterior.
―Hogar dulce hogar ―expresó Lissa, sonriendo de oreja a oreja al tiempo que inhalaba una gruesa bocanada de aire, y luego exhaló.
Las paredes, al igual que los suelos, tenían un tono gris que, en ciertas ocasiones, le dieron a Illiam una sensación de frialdad, aunque esto solo ocurría cuando se encontraba solo, ya que con su hermana todo parecía brillar.
Lissa ingresó primero. Illiam la siguió.
Había, a la izquierda, tres sillones verdes; dos individuales, uno largo que podía albergar a cuatro personas cómodamente, formando un semicírculo alrededor de una extinta chimenea de rojos ladrillos.
Lissa se paró en medio de la sala y estiró los brazos hacia arriba, al mismo tiempo que bostezaba; vaya que debía estar cansada, después de todo, el viaje tuvo que haber sido terriblemente largo. Pero en su expresión, además de cansancio, había paz, algo que Illiam dudaba que su hermana gozara mientras estaba en el Bosque Profano. Se sentía bien verla radiante a pesar de que, seguramente, vivió horrores y se enfrentó a ellos en su expedición.
Ella era realmente fuerte.
Más allá de la sala, siguiendo en línea recta desde la entrada, había un pasillo en el que podían caminar dos personas adultas hombro a hombro. Allí se encontraba la humilde cocina que parecía haber sido tallada en la pared, con su mesón de piedra gris, un fogón en un extremo, ollas y algunos cajones de madera poco fina. A la izquierda, ascendían unas escaleras al segundo piso que desembocaban en otro pasillo con dos habitaciones, una al lado de la otra.
«Por fin estás en casa, Lissa», pensó el chico, mientras cerraba la puerta tras de sí.
Lissa, aún en medio de la sala, comenzó a despojarse de algunas partes de su vestimenta con movimientos lentos y agotados, como una llama que lucha por no extinguirse. Se quitó el abrigo rojo, el carcaj y su armadura completa: brazales, canilleras, hombreras y el peto, dejándolos caer al suelo, esparciendo un sonido metálico. Solo se quedó con su cota de malla (le dio flojera quitársela), su ropa negra, ajustada y botas reforzadas con remaches metálicos.
«Qué desorden, vaya.»
Suspirando y refunfuñando, el chico se dio a la tarea de organizar. Colgó su abrigo y el de Lissa en una percha, al lado de la puerta, y recogió todas las partes de la armadura, colocándolas en una mesa circular, al costado oeste de la sala.
¿Por qué Lissa era tan desordenada? Se preguntaba Illiam.
―Tengo sed, hermanito ―dijo ella―. Oh, encenderé el fuego.
Lissa se tumbó de espaldas sobre el verde sillón (el más largo, frente a la chimenea) y extendió sus manos hacia ella. De sus palmas que aún estaban enguantadas, pareció surgir un pequeño resplandor anaranjado, y, al siguiente segundo, la madera crepito con el repentino surgimiento del fuego, un fuego que ahora lanzaba sombras danzantes por todas las paredes de la casa.
Illiam envidiaba su magia de fuego.
―La señora Vienna trajo leche esta mañana. Dijo que estaba segura de que ibas a volver ―informó Illiam, apenas terminando de acomodar las cosas de su hermana en la mesa.
―Tendré que agradecerle a la vieja después. ―Lissa bostezó y luego hizo un ademán con la mano, señalando la cocina que quedaba más atrás, por el pasillo―. Me iría a servir yo misma, pero... estoy destruida.
―Lo sé, lo sé. ―Illiam, sonriendo y al mismo tiempo resoplando, fue a la cocina.
El mesón albergaba tres ollas limpias llenas de abolladuras y cuatro vasos metálicos (igualmente descuidados), y sobre el fogón apagado, una olla que la señora Vienna le trajo en la tarde, llena de leche que antes estuvo caliente.
―La leche está fría. ¿La caliento? ―preguntó Illiam.
―No, lo ha... y...o ―respondió ella, pero su voz sonó despacio.
―¿Qué?
―¡Que lo haré yo! ―Pero esta vez sí habló fuerte.
―¿Ya te estás quedando dormida? ―Illiam sirvió dos vasos de leche y fue a la sala para luego ir donde Lissa, quien, con agrado, recibió el vaso extendiendo las dos manos.
―Lo siento. Los ojos se me cierran solos. Gracias, hermanito.
Él no podía despegar aquella sonrisa indiscreta de su cara mientras tomaba asiento a un lado de Lissa, misma sonrisa que había adquirido desde que vio a su hermana entrar por las puertas de Seronia. Después de todo, había pasado siete meses desde que ella se había marchado a la gran expedición anual, y no había garantía alguna de que regresara viva de ese bosque repleto de pesadillas. Ahora estaba sentada a su lado, mirándolo con ojos alegres y cansados, sonriendo como si tampoco ella pudiera dejar de hacerlo.
El chico pensó que estaba soñando. Siete meses era un largo tiempo, pero ahora estaban juntos de nuevo.
Lissa centró su mirada en el vaso, y de la nada, empezó a salir un poco de vapor que podía percibirse con ligereza en el viento.
―Listo ―dijo ella, sonriendo de oreja a oreja y le dio un sorbo―. ¿Quieres que caliente el tuyo también?
―Me gusta la leche fría ―respondió Illiam, recostando un poco su cabeza en el hombro de Lissa, quien le dio unos suaves toquecitos en la coronilla.
Los dos dieron un sorbo a la bebida.
―¡Ah! Esto está delicioso, mierda. Es revitalizante. ―Saboreó Lissa, cerrando los ojos como si nunca hubiera probado algo tan rico, y levantó el vaso como si estuviera brindando―. ¡Brindo por esa vieja vaca que aún da leche! Vienna sí que tiene suerte de tener aún a esa bestia viva.
―Y parece que tiene cría en camino ―añadió Illiam.
―¿Qué? ―Lissa se atragantó un poco, dejando de lado un poco su habitual escándalo―. ¿Cuánta suerte pueden tener?
―Si está embarazada y sale hembra, los dueños del toro comprarían la cría por el valor de cinco casas de este barrio.
―Hay poco ganado después de todo. Vienna tuvo mucha suerte de que su esposo, antes de morir, comprara esa vaca enferma. ―Lissa sonrió de medio lado―. Me alegro por ella. Así podrá darle una mejor vida a esos pequeños diablillos que tiene.
Illiam sonrió, y le dio un sorbo al vaso.
―La mamá de esos dos diablillos fue aventurera, ¿verdad?, así como tú.
―Sí, lo fue; vaya que era buena cazadora. ―Recordó Lissa, sonriendo al tiempo que cerraba los ojos y hundía un poco más su espalda en el sillón―. Su nombre era Merrye.
―Merrye... ¿Fue tu compañera?
―No. Estaba en otro grupo, pero la conocía ―respondió, y su mirada se tornó un tanto melancólica―. No tuve muchas oportunidades de hablar con ella. Solo una vez la vi en acción cuando explorábamos la caverna de una montaña cerca de aquí. Dijeron que había un León de Sombra oculto en las profundidades, y contrataron a los mejores; por supuesto, yo estaba allí. ―Lissa sonrió, altiva como siempre, recordándole al mundo que era de las mejores aventureras―. Y también estuvo Merrye. Vaya que fue hábil ese día. Mató a la bestia de un tajo, decapitándola.
―Vaya, era fuerte entonces. ¿Cómo murió? ―A Illiam le gustaba escuchar historias del Bosque Profano, aunque fueran historias de terror.
―Hace un año dijeron que fue un Gorila Blanco, antes de eso que un Reno Maldito, y bla, bla bla. El caso es que todo su grupo fue aniquilado; ella incluida ―contó Lissa, frunciendo un poco el ceño―. Los que encontraron los restos, dijeron que los cuerpos parecían gelatinas exprimidas, como si un gigante los hubiera pisado.
―Oh... ―Illiam se envió una mano al abdomen; sintió que algo dentro de él se revolvió―. ¿Y los nietos de Vienna lo saben?
―No, claro que no. Solo tienen cinco y seis años. Vienna les dijo que mamá se perdió en el bosque y que aún la están buscando. ―Lissa, de un tirón, se bebió toda la leche―. ¡Salud! No hablemos más de cosas tristes. Además, tengo una historia sorprendente.
―¡¿Sí?! ―Illiam se puso muy feliz.
―¡Sí, hermanito! ―Sonrió Lissa―. Te contaré como Claria, Mike y yo cazamos a un Reno Maldito. Pero antes...
―¿Pero antes? ―Illiam no podía con la ansiedad.
―Antes quiero echarme algo al estómago. Me muero de hambre.
―Es verdad. No has comido en todo el viaje.
―¡Y enserio estoy que me muero de hambre! ―gritó, como si estuviera adolorida, tomándose el vientre con las dos manos. Sus ojos grises se pusieron vidriosos, y empezó a realizar pucheros inflando las mejillas―. ¿Mis fans no trajeron algo para comer?
Illiam rio.
―Sí. Tus fans son fieles a ti.
―¡Excelente!
―Además de Vienna ―explicó Illiam―, otras personas vinieron temprano y trajeron un enorme pastel de pollo.
―¡No puede ser! ―Lissa abrió sus ojos, bastante sorprendida.
―Sí.
―Está decidido ―comentó Lissa, echándose unos mechones de su cabello blanco hacia atrás, y luego observó el techo y las vigas de madera que se entrelazaban arriba.
―¿Qué? ―Illiam no entendía de qué estaba hablando su hermana.
―¡Voy a hacer una fiesta mañana, y no me importa que sea día de trabajo! ―Los ojos grises de Lissa brillaban entusiasmados―. ¡Voy a invitar a todos mis amigos y haré que preparen ganso!
Illiam soltó una carcajada.
―¡No tenemos tanto dinero!
A pesar de su corta edad, por las dificultades y a la escasez de dinero en su familia, Illiam se vio obligado a madurar antes de tiempo, adoptando una amplia visión de su situación y la de su hermana; una visión que pocos niños tenían a esa edad. Si él quería algún juguete, se abstenía de pedirlo, ya que pensaba que lo mejor sería comprar comida o cosas necesarias antes que artilugios de ocio.
―Hermanito, no lo sabes aún... ―Lissa dejó en suspenso sus últimas palabras, sonriendo y mirando a Illiam de reojo.
―¿Qué? ―preguntó Illiam, dejando atrás sus carcajadas, observando a Lissa con muchísima curiosidad; pero al ver que ella solo sonreía sin decir una palabra, se llenó de ansiedad―. ¡Vamos, Lissa, dime de qué estás hablando!
Lissa ensanchó su sonrisa.
―A mi grupo y a mí nos van a pagar mucho dinero por los cuernos que trajimos; esos mismos que seguro viste arriba del carruaje cuando llegamos.
―¿Cuánto?
―¡Mucho!
―¡Dios mío!
―Y además... ―Lissa volvió a dejar un silencio extenso en medio de sus palabras.
―¡¿Qué?!
―¡Me van a ascender a guardia de castillo! ¡No más bosque Profano y no más peligros! ―Lissa levantó los dos brazos hacia arriba, feliz y dichosa.
Pero Illiam, en vez de alegrarse aún más, su emoción amainó un poco, y observó a su hermana con los ojos entrecerrados e inquisitivos.
―¿Pero por qué te ascenderían? ―preguntó él.
¿Un ascenso? Eso sonaba muy poco creíble.
―Porque los cuernos del Reno Maldito eran un encargo del rey. ―Lissa seguía con esa gran sonrisa suya.
―¿Y? ¿Pero qué tiene que ver eso con el ascenso?
―Y la recompensa, además del dinero por cazarlo y traer los cuernos, es un contrato directo con el rey para volvernos guardias del castillo. ¡Claria, Mike y yo nos convertiremos en Guardias del castillo! ―Lissa se puso de pie, exaltada y miró a Illiam.
―¿En serio, Lissa? ―Un creciente cosquilleo se plantó en el centro de su pecho―. ¿Entonces es verdad? ¿Vas a convertirte en guardia de castillo?
―¡Sí!
―No... ―El chico lo negaba, pero ya se había entregado completamente a la emoción; e incluso sentía que en cualquier momento podría desmayarse.
―¡Que sí! ―Lissa extendió sus brazos de lado a lado, como si estuviera esperando a que su pequeño hermanito se lanzara sobre ella.
―¡No puede ser! ―Y lágrimas, acompañadas de una resplandeciente sonrisa, surgieron de su interior.
―¡Sí, hermanito! ¡Y voy a tener un gran sueldo!
―¡Lissa! ―Illiam, exaltado, eufórico, se levantó también del sillón y abrazó a su hermana; saltaron juntos en medio de carcajadas y gritos de júbilo.
Illiam no recordaba haber estado tan feliz como en ese momento. Sí, era cierto que el dinero que su hermana iba a comenzar a ganar, lo ponía bastante feliz, pero lo que en realidad lo desbordaba de felicidad, lo que hacía que el cosquilleo en su estómago vibrara con tal intensidad, era que Lissa no iba a volver a tocar nunca más el suelo del Bosque Profano, ya no iba a arriesgar su vida. No, ya no más. Lissa iba a pasar de ser la poderosa aventurera Arquera de Plata, a ser una simple guardia de castillo, y eso no podía poner más feliz a Illiam.
―Y con el dinero de las astas, voy a crear un negocio para que lo administres, hermanito. Eres muy inteligente, más de lo que podría ser cualquiera incluso a mi edad ―comentó Lissa, tomando a Illiam de los hombros, mirándolo con ternura―. No tendrás el mismo destino que mamá y yo; nunca pisarás ese maldito lugar lleno de muerte, no lo permitiré. Tú estás hecho para cosas mejores.
―Hermana... ―Illiam sintió un nudo en la garganta.
―Por eso tendrás que estudiar mucho, mucho, y hacerte mucho más listo para que no quiebres el negocio en el primer mes.
―Sí... estudiaré mucho... yo... hermana... gracias.
Illiam estaba muy emocional. Aunque le avergonzara que lo vieran así, no podía controlar la felicidad que se desbordaba en forma de lágrimas que empapaban sus mejillas.
―Oye, oye ―Lissa tomó el mentón de Illiam y, con sus dedos, comenzó a limpiarle las lágrimas con bastante delicadeza―, ¿por qué lloras?
―Porque estoy feliz... ―aceptó él, observando esos tiernos ojos grises que lo veían con amor―. Estoy muy feliz de saber que no volveremos a separarnos, de que no arriesgarás más tu vida...
Lissa, manteniendo una sonrisa gentil, envolvió a Illiam entre sus brazos y apretó su cuerpo contra el de ella. Fue invadido un calor que lo reconfortaba, que lo hacía sentirse seguro, que le daba esperanzas.
De aquí en más, todo iba a mejorar, todo iba ser mejor...
¿Verdad?
Pero entonces, ¿por qué de repente comenzó a sentirse tan ansioso?
¿Qué estaba pasando?
Las aves de pronto dejaron de cantar (algo extraño sin duda); ¿quizás era su imaginación? Aunque el abrazo de su hermana era fuerte y cálido, un frío extraño se escurrió por toda su espalda, helándole hasta el alma. Sin ninguna razón, sus sentidos se aguzaron y se puso alerta.
¿Por qué?
Incluso el viento de afuera parecía soplar con más fuerza que antes, haciendo vibrar las ventanas.
Además, ¿qué había ocurrido con las voces de sus vecinos afuera? Hace unos segundos, todos estaban felices de recibir a los aventureros, alabando, lanzando virotes, llorando de felicidad, riendo, celebrando, y ahora... ahora solo había un silencio antinatural que enmudecía el mundo a su alrededor.
Un cosquilleo en su nuca le advertía, le decía que...
―¡Lissa! ―Los gritos de una mujer llamando a su hermana, en compañía de golpes que amenazaban con derrumbar la puerta, hicieron que los dos hermanos se sobresaltaran―. ¡Maldita sea, Lissa, abre la maldita puerta o la voy a tumbar! ¡Lissa! ¡Mierda, Lissa, abre!
Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Illiam.
«¿Qué está pasando?», se preguntó. El frío en su interior se hizo más opresivo, encarnándose en su pecho como si tuviera raíces.
―¿Hermana? ―Illiam se aferró al brazo de Lissa.
―¿Eres tú, Claria? ―preguntó Lissa, frunciendo el ceño. Parecía enojada.
―¡Sí, Lissa, ábreme!
―¡Mierda Claria, te dije que venderemos los cuernos mañana! ¡Ahora quiero estar con mi hermano!
―¡Hija de perra, no es para eso! ¡Necesito decirte algo importante! ¡Abre la puta puerta que ya te dije que la tumbaré!
Illiam se ocultó tras la espalda de Lissa. La voz de Claria era aterradora, asustada, desesperada, las tres cosas al mismo tiempo.
―Hermana, ¿Qué pasa? ¿Qué está pasando? ―preguntó Illiam, con una voz débil.
Pero no recibió respuesta.
―¡Maldita sea, Claria, esto es una puta mierda! ―maldijo Lissa, pero a regañadientes caminó hacia la puerta, dejando atrás a Illiam, luego tomó el picaporte y lo giró. La puerta se abrió―. ¡Dime qué... ¿Claria? ¿Qué...
Illiam, desde atrás, vio cómo Claria, la alta compañera aventurera de su hermana, entró a su casa y cayó de rodillas en el suelo, temblando, respirando pesadamente.
Lissa se apresuró a socorrerla, tomándola de los hombros y ayudándola a levantar.
―¿Qué te pasa, Claria? ¿Por qué estás así? Illiam, tráele leche.
―¡Sí!
El chico obedeció y fue corriendo a la cocina por un vaso. Su corazón no paraba de latir incluso en sus sienes.
Llenó el vaso de leche y fue a la sala. Claria ahora estaba sentada en el lugar que él antes ocupaba, y Lissa la abrazaba.
―¡Estás helada, Claria! ―exclamó Lissa, bastante preocupada―. Acércate un poco más al fuego. Maldición, nunca te había visto así.
Los ojos cafés de Claria estaban desorbitados, llenos de lágrimas. Su piel canela casi parecía haber adquirido el color de la nieve. Sus manos temblaban violentamente, e Illiam pensó que el abrigo rojo empapado que tenía en sus hombros, la hacía sentir aún más frío.
―Ten ―dijo Illiam, entregándole el vaso con leche a Claria, pero esta, sin poder sostenerlo bien entre sus manos temblorosas, lo dejó caer al suelo, provocando que el líquido se derramara sobre sus negras botas de cuero―. Lissa, quítale ese abrigo. Está empapada.
―Me... me caí antes de venir acá, y me mojé en... en un charco... Mierda... Mierda... Lissa... ―Claria no podía articular bien sus palabras.
Lissa le hizo caso a Illiam y, con cuidado, desbrochó el abrigo de Claria, lo tomó y luego lo tiró por detrás del sillón.
―¿Qué maldita mierda te puso como estás ahora, Claria? Suéltalo ya ―pidió Lissa, acercándose nuevamente a Claria y pasándole un brazo por encima del cuello.
―Es... ―Parecía que no podía hablar.
―¿Es qué?
―Yo me di cuenta... sí, sí. ―Claria dibujó una desaliñada sonrisa en sus labios pálidos―. Lissa. Yo lo vi a los ojos, y lo supe. Pero no supe cómo decírtelo sin que corriéramos peligro. Tuve que mentir. Me tragué el miedo y-y actué normal... Ahora... ahora que estoy contigo...
―Cálmate, Claria. ―Lissa acarició la cabeza de Claria, despejándole la frente de algunos mechones mojados que tenía―. Respira bien, y dime qué es lo que está pasando. No te estoy entendiendo una mierda.
―Es Mike... Lissa. Lo vi a los ojos, y-y lo supe. No sé cómo explicarlo, Lissa... pero lo vi y lo supe... ―Los temblores en el cuerpo de Claria aumentaron dramáticamente.
―¿Qué pasa con él? ―Lissa frunció el ceño, confundida.
―Mike... ―Claria guardó silencio un momento y luego negó con la cabeza de un lado a otro repetidas veces, abriendo los ojos de sobremanera―. No, no, no. No era Mike. Era una cosa. Sí, una cosa.
―¿Qué? Amiga, por favor, se más clara, te lo pido de verdad ―pidió Lissa, frunciendo el ceño, mordiéndose los labios. Estaba nerviosa.
Al igual que Illiam; él pensó que incluso podría ponerse a llorar en cualquier momento.
―Esa cosa, Lissa, esa cosa que vino con nosotros del Bosque Profano... no es Mike. ―La voz de Claria se quebró, y más lágrimas empaparon sus mejillas.
―¿Qué? ―preguntó Illiam, susurrando.
―¿Estás loca, Claria? ―Lissa entrecerró los ojos y observó a Claria con incredulidad.
―Lissa... ―Claria sonrió aún más ampliamente, sus lágrimas bajaban ahora por su mentón y goteaban en el suelo―. Ese no era Mike. Mike se quedó en el bosque... Nosotras, Lissa... nosotras vinimos con algo más, pero no con Mike...
Todos los vellos del cuerpo de Illiam se erizaron, y sintió punzadas en el estómago.
Lo que decía Claria era una locura, pero sus acciones, su mirada, su voz, todo en ella parecía auténtico. ¿Estaba diciendo la verdad? ¿O sencillamente se había vuelto loca?
―¿Qué mierda estás diciendo, Claria? ―preguntó Lissa, sonriendo―. Esto debe ser una puta broma.
―¡Lo supe desde que lo vi volver de su búsqueda de esa supuesta niña! ¡Lo supe! Algo le pasó a Mike, y... esa cosa que regresó con su cara, despertó todos mis instintos. Así que lo traté como siempre. Contuve el terror y pretendí ser la misma que era con Mike... Apenas me separé de él, vine corriendo hasta aquí... Lissa, debes creerme.
Claria comenzó a llorar, aferrándose al hombro de Lissa.
―Claria. ―Lissa también parecía aterrada―. Quizás enfermaste con algo del bosque, y te está haciendo delirar de esta forma...
―¡No estoy delirando, Lissa! ―Claria alzó la voz, furiosa y asustada a la vez―. ¡Ese no es Mike!
«Ese no es Mike», repitió Illiam en su cabeza. «¿De qué está hablando?»
―¿Entonces qué es? ―preguntó Lissa―. ¿Quién es si no es Mike, Claria? ¿Un monstruo?
―Sí... uno muy poderoso. ―Claria se agarró la cabeza con las dos manos y comenzó a rascarse con tanta fuerza que, entre sus uñas, quedaban pequeños trozos de piel sanguinolenta.
―Claria, necesito que te calmes ―pidió Lissa, bastante angustiada; Illiam entendió que su hermana no tenía idea de qué hacer.
―¡Lissa, mierda! ¿Qué es lo que no entendiste de todo lo que te dije? ―Claria se levantó, apartando bruscamente a Lissa de su lado.
―¡Cálmate Claria, o tendré que...
Un terrible estruendo metálico resonó en el ambiente. La tierra tembló. Por un momento, por unos segundos que parecieron eternos, un silencio impenetrable engullo el espacio entero; ni siquiera las aves nocturnas que solían importunar el sueño se escuchaba. Illiam sintió un vacío interminable en el estómago, una opresión que aplastaba sus costillas y dolía. No se escuchaba nada fuera de la casa, tan solo las respiraciones agitadas de los presentes en la sala y sus corazones que palpitaban desembocados.
Luego personas pidiendo auxilio, rezándole a Dios, espadas y el choque metálico entre ellas. Voces agónicas, implorando y maldiciendo. Caballos relinchando, golpes, pisadas. El sonido de prendas siendo desgarradas. Ladrillos desmoronándose. Niños llorando, mujeres. Cristales rompiéndose. Alaridos de perros y bufidos de gatos.
¿Una masacre? ¿Quizás otro reino atacó este? ¿Bestias?
Illiam no podía imaginar lo que ocurría allá afuera, y tampoco tenía deseo alguno de averiguarlo. De alguna forma se las arregló para mover sus piernas y se escondió a la espalda de su hermana. Ella estaba de pie, con la mirada fija en la puerta. Illiam no supo cuándo, pero Lissa ya había tomado su arco metálico y, con él, apuntaba una flecha hacia la puerta. Ella tenía los ojos desencajados, también estaba aterrada.
―Te lo dije. ―Claria comenzó a reírse como una desquiciada―. ¡Te lo dije, te lo dije! ―Y sus lágrimas, las cuales nunca se detuvieron, continuaban empapando sus mejillas canelas―. ¡Él no era Mike, no era Mike, no lo era, no lo era, no, no...!
Lamento muchísimo los errores ortográficos. Voy a estar corrigiendo a medida que avance. Muchísimas gracias por llegar hasta aquí <3
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top