Capítulo 14: El temor de un criminal

Brown

Brown creía en el karma. Sabía que tarde o temprano el destino le cobraría todos los crímenes que había cometido. Estaba resignado. Caería en las fauces del Abismo infernal cuando llegara el momento, arrastrado por demonios, sin rechistar; ese era el destino de un pecador. Sin embargo, nunca imaginó que fuese tan pronto.

El viento frío chocaba en su rostro mientras cabalgaba a lomos de un viejo caballo café, mismo que había robado de unos estúpidos granjeros antes de haber invadido lo que quedaba de Seronia. Su tarea inmediata era simple: inspeccionar el estado en el que se encontraban las diez jaulas de la caravana. Le habría gustado cabalgar sobre esa imponente yegua blanca que robaron en la casa de esa vieja, pero esa maldita bestia no se dejaba montar. Así que decidió amarrarla junto a los seis bueyes que tiraban de las carretas, con el objetivo de, en un futuro, poder dominarla.

Entonces iría desde la primera jaula hasta la última, revisando con atención que las rejas se mantuvieran resistentes, seguras. Por suerte, estaba esa luz verdosa que emitían los árboles Benditos a los costados del camino, facilitándole el trabajo en medio de esa noche sin luna.

Todo estaba en orden con la primera jaula. Pasó a la segunda jaula, todo bien. Luego a la terca, la cuarta, la quinta..., y cuando ya estaba por llegar a la sexta, Brown detuvo a su caballo en seco, tan fuerte, que lastimó un poco al animal e hizo que este lanzara un chillido de dolor.  Brown no quería avanzar más. Su corazón comenzó a palpitar con violencia.

Allí, en la sexta jaula, estaba esa... esa niña, o esa "cosa" que pretendía hacerse pasar por una niña; ¡pero Brown podía ver claramente a través de esos ojos verdes inhumanos, podía apreciar lo que había dentro de ese pequeño cuerpecito infantil! No tenía la suficiente imaginación para darle una definición a esa "cosa" ni tampoco una forma. Solo sabía que, en su caravana, había un ser inexplicable que los acompañaba; y nadie, además del hombre de cuarenta y cinco años, parecía darse cuenta de aquello.

En su memoria aún estaban frescas las imágenes de cuando invadieron Seronia hace apenas unas horas.

Después de haber casi partido a la mitad a esa vieja y de entrar a la casa, se encontró de frente con ese pequeño de cabello rojo, el Rohart, acompañado por una niña de ojos verdes.

Bill, el mercenario que siempre estaba con él, y quien había sido su mano derecha durante meses, entró entusiasmado por poner sus manos sobre la niña; decía que ella les iba a hacer ganar demasiado oro. Hasta ese momento, Brown no había notado nada raro en la pequeña, además de que gozaba de una apariencia por la que muchos pervertidos estarían encantados de pagar una fortuna.

Era una niña normal, delgaducha, saludable.

Hasta ese momento.

Hasta que Brown golpeó al chico pelirrojo y se lo echó al hombro.

Cuando estuvo lo suficientemente cerca, Brown pudo detallar el rostro de la niña.

Fue allí cuando la realidad lo golpeó.

Esa pequeña sonreía. ¿Por qué lo hacía? En ese momento, lo natural sería que estuviera llorando, gritando o ensimismada en un desesperado intento por rechazar esa horrible realidad. Pero no. Allí, parada como estuvo, aparentemente vulnerable, sonreía.

«¿Qué... es... por qué sonríe?», se había preguntado, sin apartar la vista, sintiendo una fría gota de sudor bajar por su espalda.

Entonces Bill tocó a la niña por el hombro, con la intención de llevársela. Pero Brown reaccionó por instinto. Teniendo al niño Rohart aún cargado en el hombro, no dudó en propinarle un puñetazo (sin igual) a Bill, derribándolo en el suelo y dejándolo inconsciente un par de segundos. Cuando despertó:

—Hijo de... ¡¿Qué te pasa, jefe?! ¡Tú...! ¿Jefe? ¿Y esa cara? —preguntó, con una expresión preocupada, observando a Brown con extrañeza, como si se estuviera preguntando: "¿Y a este qué le pasa?"

Cualquiera hubiese pensado que Brown golpeó a Bill en un noble intento por defender a la niña. Pero la verdad era otra. Su instinto lo obligó a moverse antes de siquiera formular un pensamiento, porque algo dentro suyo (un miedo grabado en su sangre) le había advertido que su compañero corría un terrible peligro estando cerca de esa niña.

Sí, lo golpeó por su propio bien.

—No la toques, Bill, hazme caso —le había pedido Brown, retrocediendo dos pasos, nervioso; se desconocía a sí mismo. ¿Hacía cuanto que no sentía un miedo tan aplastante como aquel?

La niña ya había dejado de sonreír hace rato, pero en su blanco rostro, había una expresión que era todo menos la de una niña asustada; parecía curiosa, observando la situación como si apreciara una obra de teatro.

Bill siempre le hacía caso (por suerte); Brown tenía una reputación impecable a la hora de detectar peligros, y sus hombres de confianza le obedecían ciegamente, fuera lo que fuera. Otros sí ignoraban sus advertencias, y por lo general terminaban muriendo; pero a él le bastaba con tener un puñado de confidentes.

Después de eso, Bill y Brown salieron de la casa arrastrando a los otros cuatro gatitos (tres niños y una niña) que dormían cerca de la chimenea.

Pero, aunque Brown no tenía ninguna intención de llevarse a esa cosa de ojos verdes con él, ella comenzó a seguirlos como si fuera un espectro; más concretamente a Brown. ¿Por qué, porque llevaba a ese pelirrojo? Incluso Bill parecía haberse comenzado a poner nervioso por el extraño actuar de esa pequeña. ¿No debería haber huido hace rato? ¿Por qué caminaba detrás de dos depredadores como ellos? Viéndolo de esa forma, era como si Brown y Bill se hubieran convertido en la presa y ella en el depredador.

Aunque Brown quiso perder a la niña acelerando el paso mientras cargaba con el Rohart, no pudo; ni siquiera lo logró cuando ingresó en medio de toda esa gente que corría de un lado a otro en la calle, entre cadáveres, gritos, violencia y fuego por doquier. La niña, pese al caos que la rodeaba, nunca perdió de vista al mercenario, ni tampoco aminoró el paso. Cuando llegaron a la caravana, a las afueras de los muros, y Brown metió al pelirrojo en la jaula, esa... criatura impostora de verdes ojos, se metió por sí sola y se hizo a su lado, como si estuviera protegiendo al chico; el mercenario no tuvo las agallas para sacarla por la fuerza. Aunque a la jaula le faltaban muchos más niños para llenarse completamente, decidió que lo mejor era cerrarla y no meter a nadie más.

Sí, Brown no quería volver a ver a esa cosa. Incluso le habría encantado abandonar la sexta jaula en medio del camino; pero el maldito Rohart que había en ella, valía un montón. No podía permitirse perder tanto.

Hizo retroceder al caballo, dando por sentado que las demás jaulas estaban bien (aunque no las hubiera visto personalmente); ya le pediría a otro de sus hombres que las revisaran.

El camino a su destino era largo. Además de esa niña, Brown tenía muchas más preocupaciones que requerían de su plena disposición. Antes de llegar a la Ciudad sin Ley, la caravana debía sobrevivir a los asaltantes en los caminos, que no eran pocos debido al gran revuelo que azotaba al mundo con todo lo ocurrido en Seronia (los ojos rojos y el Vestigio).

Todo era aún más caótico que el año pasado, y traficar se había convertido en una tarea titánica.

«¡Basta de pensar en esa niña! Luego veré que hacer con ella», se dijo. «Por ahora debo estar alerta, concentrado. Esta mercancía tiene que llegar pronto y a salvo. Además, debo decidir dónde acamparemos.»

Pero, aun así, aunque intentaba desviar su atención a otros temas, no dejaba de pensar en que, el haber aceptado ese trabajo (por muy lucrativo que fuese), fue un grave error. ¿Pero cómo iba a saber que se encontraría con algo así? Esa niña era un aviso, un presagio en tiempos de violencia y de odio como estos. Brown rara vez sentía miedo, y a pesar de que era un tipo muy duro, no podía cerrar los párpados con tranquilidad sin dejar de ver, en la oscuridad, esos terribles ojos verdes brillando en compañía de una infantil sonrisa anormal.

—Cuando las cosas van mal, siempre pueden ir peor —susurró, tenía el ceño fruncido y apretaba las riendas con tanta fuerza que sus nudillos se habían puesto blancos—. No lo olvides, Brown, no lo olvides. Esta niña puede ser un desastre que te lleve al Abismo antes de lo planeado.

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