Capítulo 0: El encuentro con la muerte
Mike
«El primer anochecer del año se acerca», recordó Mike al notar que el cielo anaranjado se apagaba lentamente.
Avanzaba con precaución a través de un sendero estrecho, donde raíces retorcidas y rocas cubiertas de nieve formaban un camino resbaladizo. A su paso, pequeños roedores y conejos, perturbados por su presencia, se escabullían entre las sombras.
Suspiró, intentando disipar un poco la fatiga acumulada a lo largo del trayecto.
Se encontraba muy al norte de Seronia, en una vasta tierra boscosa conocida como El Bosque Profano, un precioso paisaje repleto de árboles milenarios, ríos, manantiales, valles y animales extraordinarios. Sin embargo, tras aquella belleza, se escondían horrores que pocos habían visto y sobrevivido para contarlos...
—¡No! ¡No puede ser!
—¡Vamos a morir! ¡Auxilio!
—¡Ayuda! ¡Por favor!
Los gritos helaban la sangre de Mike, llenándolo de miedo y dudas. Quiso ignorar los llantos, como hizo desde que abandonó el refugio, pero esta vez no pudo. Consternado, detuvo su marcha para recuperar el aliento. Se recostó contra un sauce que destellaba una luz verdosa a través de sus pocas hojas. Las raíces del árbol servían como asiento; pero antes de que Mike pudiera sentarse, un ruido lo alertó. De repente, las ramas sobre su cabeza se agitaron con violencia.
«¿Una bestia?», pensó Mike, con los ojos bien abiertos mientras observaba las hojas caer. Una gota de sudor frío recorrió su frente y su corazón palpitaba con fuerza. «¿Un monstruo?» Instintivamente, su mano se movió hacia la espada en su espalda.
Permaneció alerta, listo para cualquier ataque. Aunque sus piernas temblaban, su entrenamiento como guerrero lo mantenía firme. Después de una larga espera, el bosque volvió a quedar en silencio.
«Quizás solo fue una alimaña. Si hubiera sido un monstruo, ya me habría atacado», pensó. Luego, suspiró e intentó relajar sus músculos entumecidos; la agitación en su interior ya se estaba disipando.
El frío hacía temblar dolorosamente sus manos. Se frotó los puños, tratando de generar calor. La posibilidad de perder un dedo cruzó su mente; un riesgo común en esta parte del mundo.
«¿Y si en verdad pierdo uno por el frío?», pensó, resignado. Mientras pudiera empuñar su espada, todo estaría bien. Enderezó su postura, observó el camino difuso entre los árboles decidido a continuar. Se abrigó con su capa roja y dio el primer paso.
—¡Necesito ayuda! ¡¿Alguien me escucha?! —Se oyó otro grito; una mujer sufriendo intensamente.
Pero esas voces... esos gritos...
—Podrían no ser reales —murmuró Mike, observando su aliento condensado, preocupado.
Tal vez los gritos provenían de bestias inteligentes, como aves imitadoras o criaturas carnívoras que atraían a sus presas imitando las últimas palabras de sus víctimas, comunes en el Bosque Profano. Sin embargo, no había forma de saberlo con certeza, pues podrían ser personas reales muriendo en ese mismo instante. Si Mike llegara a encontrarse de frente con alguien que requiriese ayuda, estaría encantado de poder brindársela.
Por ahora no podía distraerse.
Lo que hizo que Mike se separara de su grupo para emprender esta pequeña y peligrosa aventura en solitario, no fueron esos gritos. Por ende, no podía permitirse cambiar su rumbo e intentar descubrir de dónde provenían.
Lo que llevó a Mike a meterse en las profundidades del Bosque Profano, fueron los llantos de una pequeña niña pidiendo auxilio y llamando a sus padres.
Las compañeras y amigas de Mike, Lissa y Claria, al verlo tan preocupado por los llantos, intentaron tranquilizarlo diciéndole que quizás se trataba de alguna de las bestias que imitaban a sus víctimas.
—O tal vez sea una chiquilla que escapó del Culto de la Bruja —explicó Mike antes de separarse de ellas—. Creo que deberíamos verificarlo.
—Entonces mejor ve tú solo a investigar. Yo aquí me quedo; no me muevo ni por todo el oro del mundo —respondió Lissa, sentada, su cabello plateado descendía a través de su espalda, y acercaba sus manos al fuego, dentro de la cueva en la que se encontraban.
—Me quedo también. Adelante tú, investiga eso —dijo Claria, uniéndose a Lissa cerca del fuego—. Está haciendo demasiado frío para moverse.
Esa fue la última conversación que Mike sostuvo con sus compañeras justo antes de separarse de ellas y buscar lo que, en apariencia, era un infante.
Pero ¿y si ellas tenían razón? ¿Y si la pequeña ya estaba muerta y una bestia robó su voz? Entonces se estaría arriesgando por nada. Pero... ¿y si en verdad hubiera una niña por allí que necesitara ayuda?
«Debo seguir avanzando», concluyó, apartando algunas frías lianas que chocaban en su rostro mientras caminaba saltando rocas y raíces.
Siempre le habían gustado los niños; eran sus personas favoritas: puros, inocentes y honestos. Nadie debería siquiera pensar en hacerles daño, pero había seres despreciables como los del Culto de la Bruja, capaces de cometer atrocidades más allá de lo imaginable.
—¡Por favor, que alguien venga! —gritó la mujer de antes, agónica, y Mike sintió otro escalofrío recorrer su espina dorsal.
Frunció el ceño y arrugó la nariz, molesto; no quería seguir escuchando esos gritos, pero ¿qué podía hacer?
El atardecer fue reemplazado por la oscuridad de la noche, y espesas nubes cubrieron los cielos, trayendo consigo una ventisca que estremecía a Mike. Sus pasos se hacían cada vez más lentos a causa de la nieve que, con el transcurrir de los minutos, subía el nivel de altura hasta sus tobillos.
Chasqueó la lengua, irritado, mientras su respiración se agitaba.
Ya llevaba mucho tiempo caminando, y el estrés, la ansiedad, e incluso la sed, lo instaban a pensar en abandonar su búsqueda.
«Todo saldrá bien», se dijo, dándose ánimos. «Todo saldrá bien... Esa chiquilla te necesita, ¿verdad?»
Y aun así las dudas seguían brotando desde su interior. ¿Y si todo este tiempo se había estado arriesgando por nada? Confiaba en sus capacidades para enfrentar a cualquier bestia, pero separarse del grupo y dar vueltas en círculos era un riesgo estúpido. ¿Y si nunca hubo una niña a la que hallar? Tras aquella pregunta sonrió con cinismo, como si hubiera encontrado una respuesta determinante.
—¿Qué estoy haciendo? —se dijo, reprendiéndose—. Parezco un idiota arriesgándome aquí.
Y cuando estuvo a punto de girarse, de regresar sobre sus propios pasos para reunirse de nuevo con sus dos compañeras, los gritos de aquella niña resonaron; ¡ya estaba cerca de encontrarla!
Apretó los puños, respiró profundamente y aceleró el paso con renovada determinación.
—¡Papá! ¡Papito! —La chiquilla sollozaba, aterrada, y cada grito hacía que el corazón de Mike latiera con fuerza, mezclando temor con un impulso protector.
—¡No te detengas, sigue llamándome! —gritó Mike, la voz cargada de urgencia. Mientras avanzaba por una zona desconocida del bosque, esquivaba raíces que emergían como amenazas ocultas en la nieve.
Un pensamiento lo asaltó, «¿Y si es una trampa? ¿Y si es el final?», pero la posibilidad de salvar incluso una sola vida lo impulsaba a seguir adelante, desechando el miedo con cada paso que daba.
Partículas de hielo azotaban su rostro con cada ráfaga de la ventisca, formando una cortina blanca que borraba el bosque de su vista. Mike parpadeaba e intentaba limpiarse la cara con sus manos.
—¡Peque... ña...! —Él detuvo su llamado para poder inhalar aire profundamente, pues había empezado a marearse por el desgaste que el frío, y el tiempo que llevaba caminando cuesta arriba, había provocado en su cuerpo. Apoyó su mano derecha sobre un tronco a su izquierda, y descansó un poco, pero la voz de su objetivo hizo que optara por seguir avanzando.
—¡Mamá! ¡Papá! ¡Tengo miedo! —Aquellos llamados se hacían cada vez más audibles.
Estaba cerca, ¡debía estar a unos pocos metros!
—¡No te calles, pequeña! ¡Ya estoy cerca! —exclamaba Mike.
—¡¿Papá?! —preguntó la voz del infante.
—¡No soy tu padre, pero estoy aquí para ayudarte! ¡Estoy cerca! —El frío se intensificaba con cada paso que daba.
Mientras más se aproximaba a su destino, más se hacía notar algo que perturbaba la tranquilidad de Mike...
«¿Q-Qué es esto...»
Algo no estaba bien o, mejor dicho, algo no olía bien. Un fétido olor a sangre apestaba el lugar completamente, haciendo que el bigardo hombre, por instinto, desenfundase su gigantesca espada.
¿Acaso iba a tener que enfrentarse a alguna bestia?
Se preparó.
—Sé que estará bien —musitó para sí mismo. Los lloriqueos de la pequeña sonaban justo delante de Mike, a unos pocos metros, y lo único que obstruía su visión entre él y ella, eran unos grandes arbustos y ramas amotinados—. ¡Allá voy, pequeña...!
Con la espada en alto, Mike se abrió camino a través de la maleza, cortando las ramas gruesas que se interponían. Cada golpe resonaba con el sollozo de la niña al otro lado.
—¡Aquí estoy señor! .
—¡Ya casi llego...! —El miedo en la voz de Mike no podía disimularse. Estaba atemorizado por el pútrido olor a sangre que se hacía más prominente con cada paso que daba—. ¡Solo aguarda en donde estás!
—¡Dese prisa, por favor! ¡Creo que hay algo moviéndose entre los árboles!
Jamás había deseado tanto tener a sus dos compañeras a su lado como en ese momento. ¿Por qué estaba allí solo? Debió haberlas arrastrado con él. Con ellas, Mike se sentía seguro, fuerte. Pero solo...
Con esfuerzo, logró llegar al otro lado de la maleza que obstruía su paso. La ventisca no le permitía vislumbrar con claridad lo que tenía delante. Solo veía una pequeña silueta difusa en medio de una zona limpia de árboles en un radio de doce metros, más o menos. Cuando daba un paso, sentía cómo el miedo y la determinación se mezclaban en su pecho, empujándolo a seguir adelante a pesar del terror que lo inundaba.
—¡Ya estarás a salvo, pequeña! —El hedor férreo era insoportable. Mike apretó el mango de su espada con una fuerza tremenda.
Los llantos se detuvieron. Un silencio repentino, que solo era perturbado por el silbido de la ventisca, se plantó en el espacio.
«¿Qué está pasando?»
—¡Por fin llegaste, Mike! —dijo aquella niña. Estaba sentada sobre una pequeña colina, riendo—. ¡Qué tardío fue tu rescate!
«¿Dijo mi nombre?» Sí, esa... chiquilla había dicho su nombre, pero... ¿cómo? ¿Qué estaba pasando? «¿Y por qué de repente hace tanto frío.»
Entonces Mike, aguzando la vista y usando una mano como visera, logró captar "algo" en medio de aquel blanco viento que lo rodeaba.
—¡Dios, no! —gritó, su voz rompiéndose en un eco de terror y desesperación. Retrocedió instintivamente, casi tropezando en su torpeza, mientras sus párpados se llenaban de lágrimas y resbalaban por sus mejillas frías. «Esto no puede ser cierto...», se cuestionó. Sintió los músculos rígidos y el corazón desbocado
Mike había descubierto el origen del olor a sangre; aquellos horrores inimaginables que nadie querría presenciar jamás, tomaron forma frente a él.
—¡¿Eres... qué eres?! —preguntó Mike estupefacto, petrificado; ni siquiera podía mover los dedos de las manos.
Alrededor de aquella niña, había un charco de sangre junto a una docena (o más) de corazones que, al igual que a su cuerpo, tintaban de rojo el blanco suelo invernal. También había brazos desperdigados en la distancia, algunas piernas y otros cuerpos con armaduras y capas rojas como la que él llevaba.
¿Compañeros fallecidos? Ahora no había duda de que los gritos de antes no provenían de ninguna bestia imitadora; habían sido tan reales como que el sol sale por el este y se oculta por el oeste.
La inocente forma de una pequeña y delgada damita, de cabello oscuro con un vestido blanco que dejaba sus bracitos expuestos al frío, de ojos marrones tan hermosos como el chocolate, envuelta en la oscuridad de una carnicería, perturbó fríamente los sentidos del aventurero.
Sangre... Corazones... Nieve... Una niña...
—Lo sabes, Mike, ¡no te hagas el tonto! Sabes lo que soy. —La niña rio con ternura.
Era verdad. Mike lo sabía, pero se suponía que esas cosas no existían, que eran una leyenda para asustar a los niños. No había forma de que fueran reales... no...
—Eres... un Cambiaformas... —Su voz temblaba al pronunciar las palabras. Había esperado encontrarse con un enorme monstruo; estaba preparado para hacerle frente, pero jamás esperó toparse con un ser legendario. Esto iba más allá de sus capacidades.
Ella sonrió, sus ojos oscuros brillaron con malicia.
—¡Sí, Mike! ¡Qué analítico eres! ¡Ameritas un premio por ser tan perspicaz y descubrir mi identidad! —Aquel demonio en forma de infante, aplaudía con sus pequeñas manitas encharcadas de sangre y reía con picardía—. Aunque ustedes también nos conocen como Demonios sin Rostro. —¿Sabes algo, Mike? —Adquirió una actitud curiosa—. Me llaman la recolectora. ¿Sabes por qué?
No existían registros de personas que hubieran sobrevivido a un encuentro directo con alguna de esas criaturas; Mike sabía que estaba frente a la personificación de la muerte misma.
¿Qué podía hacer?
—No. —Mike se fijó en los corazones que había alrededor de ella, haciéndose a una idea del por qué la llamaban de esa forma.
—Porque recolecto partes. Necesito hacerlo ¿sabes? Hay algo que debo hacer y por eso debo recolectar. ¿Entiendes? —Su voz sonó algo emocionada y soltó una pequeña carcajada—. Y por lo que veo de tus pensamientos, vienes del lugar al que me dirijo. ¡Qué suerte!
¿Partes? ¿Corazones?
—Entonces... —Mike tenía el pecho congelado. Ya ni temblar podía. El frío de por sí estaba haciendo que él se tambaleara con peligro de colapsar—. ¿Quieres mi corazón?
Ella... esa cosa observándolo con sus ojos marrones y penetrantes, como si viese a través de él.
—¿Puedo hacerte una pregunta, humano?
Mike decidió no decir nada, y contempló el pálido rostro manchado de sangre de esa niñita. ¿Esa cara iba a ser lo último que sus ojos verían antes de cerrarlos para siempre?
—¿Sabes lo que es el Vestigio? ¿Sabes dónde puedo encontrarlo? —preguntó el Cambiaformas. Guardó silencio un momento, y antes de que Mike dijese algo, la pequeña demonio se lo impidió—. No, no digas nada. Ya lo vi. No sabes una mierda. Qué lástima...
¿Vestigio?
¿Qué era eso?
Mike bien sabía que tenía que huir lo más pronto posible del lugar, pero sus piernas seguían inmóviles. Intentó cerrar el puño, de sentir el frío mango de la espada que se suponía y debía estar agarrando con su mano derecha; al menos deseaba morir peleando de alguna forma, pero se decepcionó al darse cuenta de que apenas pudo mover un centímetro el dedo meñique.
—Entonces así es como voy a morir... Solo —musitó, mientras las lágrimas le empañaban la vista y la desesperanza lo inundaba.
«Esto debe ser una pesadilla... Quiero despertar...»
Recordó a sus dos compañeras: fuertes, confiables, sentadas alrededor del fuego. Si tan solo se hubiera quedado con ellas en la cueva... ¿Por qué tuvo que venir buscando su propia muerte? ¿Por qué tuvo que ser tan estúpido?
—Sí Mike, morirás aquí solo, pero mírale el lado bueno a esto —En ese instante, en una corta fracción de segundos, hubo una fuerte fluctuación en el viento—, acabas de morir sin siquiera sentir algún tipo de dolor.
De repente, Mike se encontraba observando el cielo nocturno, el cual estaba lleno de nubes blancas que escupían nieve a la tierra. Ya no sentía frío. De hecho, una calidez que desde hacía meses, desde que había empezado con esta aventura, no sentía ni aunque estuviera cerca de alguna fogata, lo abrigó por completo y él cedió, permitiendo que el calor adormeciera sus sentidos y cerrara sus ojos. Oscuridad, solo eso veía.
Su cuerpo seguía en pie, aunque solo fue por unos cuántos segundos, segundos en los que su rojo abrigo se batía al son del viento que soplaba con fiereza en ese momento. Soltó su gran espada y, lento, muy lentamente, la cabeza de Mike comenzó a deslizarse sobre la base de su cuello hasta caer a un lado de sus propios pies. La sangre surgió a chorros, manchando con gotas escarlatas el blanco puro de la nieve. Luego, el cuerpo se desplomó hacia adelante, con el único propósito de seguir desangrándose hasta quedar vacío.
Todo había ocurrido a una velocidad inhumana, imperceptible para ojos comunes. La cabeza de Mike fue desprendida de su cuerpo sin siquiera él tener tiempo para reaccionar. Aunque en cierto modo tuvo suerte, pues no murió horriblemente como otros hombres; no hubo gritos de dolor, ni tampoco sintió sus entrañas fuera de su cuerpo. Fue una muerte silenciosa.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top