Capítulo 4
13 de marzo
Ya pasaron días desde que comenzó el colegio. Dos personas me han hablado: una chica llamada Mariana y su enamorado, Alexander. Rompieron el hielo mencionando a Yaiza, me preguntaron por qué solía juntarme con ella, y esto derivó en que comenzaran a darme consejos.
—Créeme cuando te digo que no es conveniente que estés con ella. Puede parecer tranquila, pero su reputación cambió apenas se salió del antiguo colegio
—advirtió Mariana.
—No entiendo porque juzgan a la gente por su pasado. Nadie es perfecto, y eso lo que nos hace humanos —la contradije.
Mi decepción no hacía sino aumentar con cada una de sus palabras.
—Sí, pero no todos cometen errores tan graves —comentó él en voz baja.
—Es sencillo juzgar por las apariencias, pero no conocen los motivos ni el pasado de la persona. No todos vivimos el mismo dolor y hay quienes se vuelven expertos en ocultarlo. Si se creen con el derecho de juzgarla a ella, entonces deberían juzgarme a mí también. Sólo les diré esto: si se atreven a lastimarla física o mentalmente, créanme que se van a arrepentir —respondí, airado.
Me exaspera que se dejen llevar por los errores del pasado.
Me levanté del asiento y me dirigí al baño. Lancé un golpe en la primera pared que encontré, y mis nudillos se llenaron de sangre. Recordé que había acordado encontrarme con ella a la salida, ya que me pidió que la acompañara a la tienda a comprar algo para beber. Me vestí con una polera larga que alcanzaba a cubrirme la mano y fui rumbo a su salón.
—¿Por qué te demoras? Llevo minutos esperando.
—Estuve ocupado. Sólo fueron un par de minutos. Mejor vámonos —sugerí. Esperaba que no se le ocurriera indagar más allá.
—Daren ¿por qué traes esa polera, si hace un calor insoportable? —preguntó, alzando una ceja.
—Porque quise ponérmela y ya. De todos modos, tengo un poco de frío.
»¿Frío? ¿Quién podría creer algo así?
—Me gusta. Quítatela y dámela —ordenó tratando de sonar amable.
—No. Ya te dije que tengo frío, además, no tengo porque hacerte caso —repliqué mientras fijaba la vista en el techo.
—No te hagas el desentendido y entrégamela —insistió. Me observó con esa mirada tierna como la de una niña berrinchuda de diez años que inflaba los cachetes. Era difícil tomarla en serio.
—Está bien, te la daré —cedí, pero únicamente porque me hizo reír.
Mientras me sacaba la polera, no me percaté de que también el polo se había levantado, permitiéndole observar unas marcas en mi abdomen.
—Hey, mi cara está aquí arriba —le recordé.
—Ah... Sí... Perdón, sólo me quedé pensando —respondió con voz trémula.
—Claro. Piensas mientras ves mi abdomen. —Puse los ojos en blanco. No le creía—. Toma la polera. No la ensucies, por favor —le pedí.
No pensé que se quedaría asombrada, como si yo fuera el único chico al que ha visto sin polo.
—La cuidaré, no te preocupes. Esas marcas en tu abdomen y la herida de tus nudillos, ¿a qué se deben?
—Te lo contaré luego. Ahora vamos comprar tu bebida porque ya se está haciendo tarde y aún tengo varios pendientes —le dije para desviar la pregunta.
—Odio que me dejes con la intriga y que te hagas el misterioso, pero ya, está bien. Tarde o temprano me lo vas a contar quieras o no, estás avisado — amenazó, dirigiéndome una mirada retadora.
—Si lo haré, pero será en otra ocasión.
19 de marzo
Llevo varios días tratando de evitar el tema de mis marcas, era algo que no quería contarle porque no le incumbe. Supongo que cualquiera tendría curiosidad al verlas.
Tengo miedo de contarle, eso podría genera un vínculo entre ambos y no quiero sentirme apegado a ella. Hasta ahora, ya sabe que solía pertenecer al grupo de Los Cabecillas, pero no quiero que conozca toda la historia a profundidad. En algún momento tendrá que enterarse, sin embargo, me temo que podría asustarla.
Cuando salía al receso, noté que Yaiza ya me estaba esperando.
—Esta vez no te vas salvar. Me contarás ahorita mismo —interceptó mientras se cruzaba de brazos y me observaba de forma molesta.
—De acuerdo, lo haré —accedí—, pero en un lugar privado.
Nos dirigimos hacia un costado de la tienda del colegio, debido a que casi nadie transita por ahí.
—¿Y bien? ¿Qué son esas marcas? —me incitó a hablar. Confieso que admiro su determinación.
—El golpe en los nudillos me lo hice en un arranque de ira porque estaban hablando mal de ti. Detesto que la gente se deje llevar por simples rumores. Sé que tal vez escondes cosas como el resto de las personas, pero el hecho de que sean buenas o no, no es motivo para ser criticado o juzgado. Todos cometemos errores. —Ella me sonrió y aquello me infundió el ánimo para continuar—: Y sobre las marcas en el abdomen... Fueron por peleas y algunas por castigos que recibí. No puedo decirte exactamente cómo me las hicieron, pero forman parte de la época en la que estaba en Los Cabecillas. Yo era el encargado de llevar ante el jefe a las personas que me indicaba. Algunas misiones eran más arriesgadas que otras, así que llegué a hacerme ciertos cortes y heridas. Mi primo Harold también estaba ahí, y en ocasiones no cumplía con los trabajos que le encargaban. Yo recibía los castigos en su nombre, es por eso que también tengo las marcas en las orejas. Él era como mi hermano. Siempre lo protegí para que no sufriera el mismo destino que yo. Sé que todo esto tal vez te sorprenda y si no quieres volverme a hablar, lo entenderé. No serías la primera ni la última en alejarse de mí tras saber la verdad —le conté, un poco decepcionado porque presentía que se iría.
—Guau. No pensé que estuvieras pasando por todo eso y vaya que estoy sorprendida. Pero aun así, no pienso alejarme. Lo que hiciste en el pasado no determina tu presente. —Sus palabras fueron reconfortantes. No creí que fuera a reaccionar de esa forma porque casi todas las personas a las que les he hablado de mis antecedentes, se alejan, pero veo que con ella es distinto.
—Gracias por entender y no juzgarme por el pasado —le dije, esbozando media sonrisa.
—Tranquilo. Como te dije antes, tu pasado no te define como persona —reiteró—. Creo que ambos nos parecemos en varias aspectos, y hemos enfrentado dolores similares. Mientras escuchaba tu historia, me quedé en silencio por unos minutos porque me parecía increíble estar frente a alguien como yo, capaz de comprender el dolor con el que cargo a diario.
Una vez que terminamos, la acompañe a la parada de autobús y luego seguí el camino a casa, pero me percaté de que Max me había estado siguiendo.
—Max, ¿Qué es lo que quieres? Deja de seguirme si no quieres que esto termine mal —amenacé cuando salió de su escondite.
—No pensé que te darías cuenta, veo que lo que dijeron de ti era cierto.
—Si estás aquí para hablar de Yaiza, ¿Qué es lo que pretendes decirme? —Le clavé la mirada.
—Yaiza no es quien aparenta —informó.
—Ve directo al grano —repliqué impaciente.
—Yo salía con ella. No como pareja sino como amigos con derechos, podría decirse. Legué a besarla en dos ocasiones, pasaba por ella después del colegio, a veces la recogía de sus entrenamientos de natación. Ahora que encontró a otro chico, sólo te utilizará.
De buenas a primeras, no le creí. Yaiza no era así. Que pretendiera usar a las personas a su voluntad me parecía inverosímil.
—Si está mintiendo, me daré cuenta. Si me utiliza, me daré cuenta y me vengaré
—declaré y seguí caminando.
Si Max cree que con unas cuantas palabras va a convencerme de que Yaiza es ese tipo de chica, se equivoca. Espero no tener que llegar al extremo de vengarme.
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