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  El escritor debía irse para no levantar sospechas. Cada uno había ido con un vehículo distinto así Víctor no daba cuenta de lo sucedido. Alan se marchó primero, quedando ella sola en la cabaña. En tanto, a la espera de su salida, comenzó a husmear por la cabaña entrando a una habitación en la cual había un escritorio sobre él, un velador. En eso, observó la mesa, tenía dos cajoneras cerradas con llave. Buscó alrededor, sin embargo, no lo logró, y siguió por la habitación de él, entre su mesa de luz y la cama, había algo que resplandecía diminutamente en la oscuridad. Acertando, intentó probar, la suerte estaba de su lado. Elena abrió el cajón del escritorio y unas cartas estaban allí, sus escritos, además imágenes de ella desde adolescente, algunas desnuda, otras con ropa interior. Sus lágrimas caían sin cesar, su corazón latía cada vez más fuerte. Abatida, despechada, sin rumbo, sin motivos porque latir. Lloró el alma, la culpa, la rabia, y sobre todo el corazón desgarrado.


  Cada palabra era aún más dolorosa, más intimidante que la otra. Gritar, levemente aliviaba el incendio que tenía dentro. Elena subió a su coche y condujo hacia donde debía ir.

  Alan estaba en su casa desempacando la maleta. Víctor aún no estaba en el lugar, cuando llegó Elena, quien ingresó rápidamente a su vivienda para no ser vista. Sin embargo, no resultó, y él decidió visitarla. Tocó timbre, pero tardaba en abrir. Lo reiteró, y comenzó a interrogar qué le ocurría. Ella con temor jaló la puerta y se asomó. Él intentó pasar, pero no lo dejaba, exigió una explicación.

-Lo sé, leí tus...- sus ojos deshacían en lágrimas - en la cabaña – el llanto quebró su voz.

  Él respondió que la amaba, aun así, brotaba la ausencia del afecto en ella. Eso no era amor, sino obsesión. Una mente trastornada escribía de esa manera, palabras tan hirientes, tan abusivas.

  Alan cambió su rostro, una mayor oscuridad azotaba su mirada, con rabia, pateó la puerta, ingresó desequilibrado, raptó a Elena y la observó directo a los ojos, la besó desagradablemente, pasó su lengua por sus mejillas, su nariz, mordisqueó su oreja; durante sus intentos fallidos de escapar, él le dice al oído

- Está decidido que sin ti no viviría, pero tú sin mí tampoco, no has leído esa.

  Desesperadamente, exclamó a gritos hasta donde le dio su voz.                

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