Capitulo 4

Después de una noche agotadora de quimioterapia, el cansancio se pegaba a mí como un peso invisible. Lo único que quería era meterme en la cama y olvidarme del mundo, o mejor aún, despertar de una vez de esta pesadilla interminable. ¿Por qué tenía que ser mi realidad? Soñar con otra vida, con un descanso real, me parecía lo más imposible del mundo. Pero allí estaba yo, obligándome a enfrentar otro día, y ahora justo delante de Tom Gaunt y James Potter. Deberían ser figuras imponentes, poderosas. Después de todo, Tom es el ministro de Magia y James, el jefe de Aurores. Pero para mí, no son más que dos desconocidos con títulos que no significan nada.

Me los quedé mirando, repasando en mi mente todos los insultos que nunca me atrevería a decir en voz alta. Solo quería que esta conversación terminara, si es que podíamos llamarla conversación. James parecía querer hablar, pero estaba tan incómodo que no encontraba las palabras. Tom, por su parte, permanecía con ese aire de desdén, como si yo fuera una pérdida de su valioso tiempo. James parecía derrotado, con la cola entre las piernas, y eso era lo más raro de todo. Quizás Remus lo había regañado de nuevo, pero Tom no era alguien que se disculpara. Nunca lo había visto pedir perdón, ni siquiera a James. Así que, ¿qué diablos hacía aquí? Era evidente que estaba solo por obligación, y su mirada, esa que siempre minimizaba todo lo que hacía o decía, me lo confirmaba.

El silencio se estiraba demasiado. Mi paciencia ya no existía hoy, no después de las horas en la enfermería. Finalmente, no pude evitar hablar.

—Si ninguno de los dos tiene algo que decir, no sé por qué me están haciendo perder el tiempo aquí —espeté, mi tono más frío de lo que pretendía.

Tom levantó una ceja y no tardó en lanzar su típico comentario mordaz.

—Como si fueras un niño ocupado con una vida difícil —murmuró, con un sarcasmo que me caló hondo.

Vi de reojo cómo James lo fulminaba con la mirada, pero como siempre, no hizo nada. Esa era su dinámica. Tom se burlaba, James callaba, y yo, por alguna razón, seguía esperando que algo cambiara. Lo peor de todo es que él ni siquiera sabía lo que pasaba en mi vida. ¿Acaso alguna vez había preguntado? No, nunca. Para él, mis problemas no eran reales, no importaban.

Sentí que me hervía la sangre. Lo que más quería en ese momento era gritarle. Decirle todo lo que me estaba desgarrando por dentro. "¡Sí, tengo cosas que hacer! Como intentar sobrevivir a una enfermedad que me está matando poco a poco." Pero no lo hice. En lugar de eso, respiré profundo y reprimí las ganas de explotar.

—Lo que usted diga, padre. Usted siempre tiene la razón —dije al final, rodando los ojos mientras me levantaba de la silla, listo para largarme.

Pero James intentó detenerme.

—Harry, cariño, queremos disculparnos contigo y con tus hermanos. No fuimos justos, lo sabemos. Los herimos, y estamos aquí para admitirlo. Solo… entiéndenos, no nacimos siendo padres. Nos está costando aprender —su voz sonaba casi rota, como si estuviera realmente arrepentido.

Por un segundo, casi me conmuevo. Casi. Pero ya era demasiado tarde para eso.

—No te equivoques, papá. Para herirnos, primero tendrían que importarnos. Y no lo hacen. Ustedes no son nuestros padres, solo son dos extraños que nos mantienen. Nada más. —Mis palabras eran afiladas, pero no me detuve. Necesitaban escuchar la verdad, aunque fuera cruel.

Vi el dolor en sus rostros cuando me giré para mirarlos por última vez. Algo en mí se quebró, pero ya no podía seguir ahí. No les di más tiempo para responder, simplemente me fui. Caminé por los pasillos, con los pensamientos girando en mi mente. Estaba a punto de explotar, pero justo entonces vi a mis hermanos apoyados contra una pared cercana. Sus caras eran un alivio inmediato.

—¿Lo arruiné? —pregunté, con esa inseguridad que no podía esconder, la misma que solía surgir cuando éramos niños y las cosas se ponían difíciles.

—Para nada, pequeño. Lo hiciste bien —respondió Marcus, con esa confianza suya que siempre lograba calmarme.

Charles me abrazó con fuerza, y Mateo asintió en silencio, dándome su apoyo. En ese momento, me invadió una sensación de pérdida anticipada. Pensé en lo que podría suceder si ya no estuviera, si esta enfermedad ganaba la batalla. ¿Cuántos más de estos momentos tendría con ellos? ¿Cuántas risas, abrazos y charlas me quedaban? El dolor de esa posibilidad era insoportable.

—¿Qué dices, Harry? ¿Vamos? —preguntó Marcus, interrumpiendo mis pensamientos oscuros.

—¿A dónde? —respondí, sin haber escuchado realmente la pregunta.

—A despejarnos, para olvidar ese encuentro con los Gaunt —dijo Mateo, sonriendo con complicidad.

Asentí, y nos alejamos de ese lugar tan cargado. La tarde transcurrió en un remanso de paz. Nos reímos, corrimos, discutimos tonterías, y en algún momento se nos unieron mis amigos y Draco. Mientras el sol se iba escondiendo, no pude evitar pensar que, si algún día me iba, esto era exactamente lo que quería para ellos. Quería que siguieran riendo, que vivieran, que no se detuvieran por mí. Quería que recordaran, sí, pero no que se quedaran atrapados en el dolor de mi ausencia.

Al final del día, tuvimos que regresar al castillo para la cena. Después de eso, sabía que me tocaba volver a la enfermería para otra ronda de quimioterapia. Esta nueva rutina se había convertido en una constante, pero intentaba no dejar que definiera mi vida. Me despedí de mis hermanos y de Draco. Un beso rápido antes de que se uniera a su grupo. Ron y Hermione seguían a mi lado, hablando de cosas triviales mientras nos dirigíamos de vuelta a la torre. Ron cayó rendido en cuanto su cabeza tocó la almohada, y yo esperé a que se anunciara el toque de queda. En cuanto el castillo se silenció, me escabullí fuera de la torre, tomando el camino hacia la enfermería.

Disfruté por unos segundos la soledad del castillo, el frío de la noche y la luna brillante sobre mí. Había algo reconfortante en caminar solo por esos pasillos vacíos. Pero esa paz se esfumó cuando sentí una presencia detrás de mí. Me giré y ahí estaba. La última persona que quería encontrar en ese momento.

Draco.

Sabía que lo que viniera después no sería nada fácil.

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