Capítulo 2
Si tuviera que resumir mi vida hasta este momento, probablemente diría que ha sido una serie de decepciones, expectativas incumplidas y una soledad tan profunda que a veces me hace cuestionar si realmente pertenezco a algún lugar. Crecí en una casa enorme, con todas las comodidades materiales que cualquiera podría desear, pero vacía de lo que realmente necesitaba: la presencia de mis padres. Ellos siempre han sido figuras más que personas, demasiado ocupados en sus carreras para notar cómo pasaban los años mientras sus hijos crecían sin ellos. Se destacaron en sus respectivas áreas, ya fuera en el Ministerio de Magia o liderando el equipo de aurores, y la comunidad mágica los idolatra. Sin embargo, lo único que ellos dejaron en nuestra casa fueron los ecos de su ausencia.
Los elfos domésticos fueron los encargados de criarnos, a mis hermanos y a mí. Nos enseñaron la disciplina, la etiqueta, a ser perfectos herederos de los Gaunt. Pero entre tanta perfección, se olvidaron de enseñarnos cómo lidiar con nuestros propios sentimientos. Para mis padres, era un orgullo que yo estudiara en Hogwarts, el lugar donde ellos también se habían forjado, y donde todos esperaban que yo replicara su éxito. Desde el primer día, los profesores y los compañeros me miraban con expectativas, como si cada uno de mis movimientos fuera un reflejo de lo que mis padres habían logrado. Pero, con el paso de los años, toda esa presión me fue pesando, y la ansiedad se convirtió en una sombra constante, susurrándome al oído que nunca sería lo suficientemente bueno.
Ahora, encima de todo, tengo que enfrentar algo que jamás imaginé: la leucemia. Y no es que me hayan dado la peor noticia de todas, porque, después de todo, es una etapa temprana y hay un tratamiento que podría ayudarme. Pero la palabra "cáncer" pesa de una forma que no sabía posible. La realidad es que estoy terriblemente asustado, y más solo que nunca.
Cuando el director Dumbledore anunció la llegada de mis padres al Gran Comedor, sentí como si el aire se volviera más denso. Mi cuerpo se puso rígido, y un nudo se formó en mi garganta. Los vi entrar, rodeados de sonrisas y admiración. Todos los presentes aplaudían como si fueran héroes, ajenos a la realidad que para mí representan. Mientras ellos saludaban y conversaban con los profesores, yo apenas podía respirar. Me levanté lentamente de la mesa, sintiendo que no encajaba en ese lugar, y empecé a caminar hacia la salida. Ignoré los llamados de mis amigos, que seguramente me buscaban con preocupación, pero no tenía la fuerza para detenerme y dar explicaciones. Lo único que quería era desaparecer.
Caminé sin rumbo fijo, hasta que mis piernas comenzaron a temblar y sentí que la fatiga me vencía. Mi visión se nubló y tuve que apoyarme en la pared para no caer. Por un momento, pensé que me desvanecería allí mismo, pero entonces sentí unas manos que me sostenían. Cuando mis ojos lograron enfocarse, vi los rostros de mis hermanos. Marcus me sujetaba de la cintura, Charles me ofrecía un trozo de pan dulce, aunque me costaba tragar sin sentir náuseas, y Mateo me secaba el sudor de la frente con un paño.
—Hola, pequeño, ¿cómo te sientes? —preguntó Marcus, su voz cargada de preocupación.
—Excelente, ¿y ustedes? —intenté sonar seguro, pero mi voz salió débil y temblorosa.
—Ajá, claro, te ves "excelente" —respondió Mateo, cruzando los brazos y alzando una ceja con su tono sarcástico—. Todo pálido y sudoroso, sí, claro.
—Déjalo, Mateo. Y Harry, todos sabemos que no estás bien, y eso no tiene nada de malo. —Charles puso una mano en mi hombro, su tono tranquilo—. Después de todo, ver a los señores Gaunt aquí nos afecta a todos, era lo último que queríamos este año.
Y tenía razón. Ninguno de nosotros quería enfrentarse a ellos, no después de las vacaciones pasadas. Esa última cena familiar había sido un desastre. Intentaron mostrarse como padres comprensivos, pero al final, solo nos criticaron por cómo llevábamos nuestras vidas, cómo nos alejábamos de los ideales que ellos nos habían inculcado. Recuerdo la furia en los ojos de Charles cuando se levantó de la mesa y les gritó que no éramos sus marionetas, que nunca lo seríamos. Mateo y él se fueron a la Madriguera con los gemelos Weasley, mientras Marcus se fue con Oliver Wood y yo encontré refugio en la mansión de Draco. Durante semanas, ignoramos las cartas de nuestros padres y solo nos escribíamos entre nosotros, buscando consuelo en medio de la tormenta.
—¿Y qué pasa si quieren hablar con nosotros? —pregunté, con un nudo en el estómago. La idea de enfrentar a nuestros padres me aterraba.
—No pasará —respondió Marcus, con una seguridad que me dio un poco de esperanza—. Y si pasa, no les daremos más que lo necesario. No podemos permitirles que nos hagan daño otra vez. ¿Entendido? —Los tres me sonrieron con una seguridad que me hizo sentir que, por un momento, todo estaría bien.
—Está bien, confío en ustedes —asentí, y aunque el miedo no desapareció por completo, sentí que podía soportarlo un poco mejor.
Después de nuestra charla, me sentí lo suficientemente fuerte como para regresar al Gran Comedor. Al entrar, todas las miradas se volvieron hacia nosotros, pero ya no me importaba. Mis hermanos se dirigieron a su mesa y yo regresé a la mía, donde Ron y Hermione me lanzaron miradas llenas de preguntas. Les aseguré que me encontraba mejor, aunque en realidad estaba lejos de sentirme así.
—Por cierto, Harry, cancelaron las clases de hoy por la visita de tus padres —comentó Hermione, mientras se acomodaba en su asiento. Intenté dar un mordisco a mi comida, pero las náuseas me lo impedían. El simple hecho de pensar en tragar me daba arcadas.
—Harry, tienes que comer algo, si no, no aguantarás todo el día —dijo Hermione, con un tono de preocupación que casi me hizo sentir culpable por preocuparla.
—Sabes, Mione, creo que tengo más sueño que hambre. Mejor voy a dormir un rato —me levanté, sintiendo el peso de cada paso. Al darme la vuelta, vi a Draco acercarse con una sonrisa preocupada.
—Voy a dormir un rato, ¿vienes conmigo? —extendí la mano hacia él, y sin dudar, la tomó. Nos fuimos juntos, intentando ignorar la marea de pensamientos que nos envolvía.
Pasé el resto de la mañana y parte de la tarde durmiendo en la Sala Común de Slytherin, con Draco a mi lado, su presencia era el único ancla que me mantenía tranquilo. Desperté sintiéndome aún más cansado, y conjuré un Tempus para ver la hora. Eran las diez de la noche. Recordé que hoy era mi primera sesión de quimioterapia, programada para las 10:30. Me levanté rápidamente, tratando de no despertar a Draco, y salí de la sala, caminando con prisa hacia la enfermería.
Al llegar, Madame Pomfrey ya me esperaba, con una expresión que mezclaba preocupación y firmeza. Las luces tenues de la enfermería hacían que todo se sintiera más real, más definitivo.
—Hola, Poppy —saludé con una sonrisa débil, tratando de esconder el miedo que me consumía.
—Hola, Harry. Llegas un poco tarde —su tono no era recriminatorio, pero sí reflejaba la importancia del momento.
—Perdón, me quedé dormido y perdí la noción del tiempo —admití, sintiendo un peso en el pecho que no sabía cómo liberar.
—No te preocupes, cariño. Lo importante es que estás aquí. Vamos a empezar cuanto antes —respondió, preparándose para el procedimiento.
Me recosté en la camilla, sintiendo el frío del metal atravesar mi ropa, y cerré los ojos mientras ella preparaba el equipo. Traté de imaginar un lugar mejor, un lugar donde no tuviera que enfrentar esto solo, donde mis padres no fueran sombras constantes en mi vida, y donde las expectativas de todos no me asfixiaran. Pero ese lugar, si es que existía, estaba muy lejos de la realidad que ahora me envolvía. Lo único que podía hacer era respirar hondo y enfrentar lo que venía, un día a la vez, mientras la sensación de la aguja atravesaba mi piel y la quimioterapia comenzaba su curso.
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