Capítulo 1

Estaba en shock, las palabras de Madame Pomfrey resonaban en mi cabeza como un eco, cada sílaba cargada de una realidad que se me hacía imposible de asimilar. Me miraba con una tristeza infinita, una compasión que hacía que la noticia se sintiera más pesada, más dolorosa.

—¿Q-qué? —balbuceé, con la voz rota por el miedo. No quería saber la respuesta, no quería que sus palabras fueran ciertas.

—Tienes leucemia, señor Gaunt, en etapa 1. Hay tratamientos para detener su avance, pero no para curarla del todo —explicó, intentando que cada palabra me llegara con la suavidad que requería una noticia así.

Mi mente era un torbellino de preguntas y emociones que no lograba controlar. El miedo, la rabia, la tristeza... todo se arremolinaba en mi pecho.

—¿Pero cómo? ¿Cómo pudo pasarme esto? —pregunté con incredulidad, sintiendo cómo el pánico crecía.

—Podría ser hereditario, o por alguna transfusión de sangre... no lo sabemos con certeza —respondió ella con una voz que intentaba ser serena, pero que apenas disimulaba la preocupación.

Por Merlín, nunca pensé que estaría en esta situación. Solo sé que, hace meses, comencé a sentir un dolor constante en las articulaciones mientras jugaba Quidditch, mareos repentinos que se volvían más frecuentes y una pérdida total del apetito. Todo aquello me trajo aquí, a la enfermería, frente a Madame Pomfrey. Pero jamás imaginé que la respuesta sería esta... leucemia. No sabía cómo decírselo a mis padres, a mis hermanos, a mis amigos, a Draco... Dios, no sabía qué hacer.

De pronto, sentí su mano sobre la mía. Era Pomfrey, intentando darme consuelo.

—Harry, sé que esto es muy difícil, pero debes ser fuerte. Empezaremos el tratamiento de quimioterapia para detener el crecimiento de las células cancerígenas. Todo va a estar bien, pequeño... —me ofreció una sonrisa cálida, tratando de infundirme un poco de esperanza antes de ponerse de pie.

—Mandaré una carta a tus padres para informarles de tu estado de salud —dijo mientras se dirigía a la puerta.

—¡NO! —grité, el miedo apoderándose de mí—. No le diga nada a mis padres, ni a nadie, por ahora —pedí, con la voz sombría y la mirada perdida. No quería que supieran, no podía enfrentar aún sus miradas de preocupación.

—Harry, debes decírselo a alguien. Este tratamiento es fuerte, y vas a necesitar apoyo —me miró con evidente preocupación.

—Lo sé, pero no quiero por ahora... no quiero preocuparlos —respondí, bajando la cabeza, apretando las sábanas con fuerza entre mis puños.

—Está bien... pero tarde o temprano tendrás que contárselo a alguien —dijo con un tono rendido, antes de marcharse, dejándome solo con mis pensamientos.

—Prefiero tarde —murmuré con impotencia, sintiendo el peso de la soledad.

Después de una hora, Madame Pomfrey volvió con un cronograma para mis terapias y cuidados. Los lunes y viernes tendría sesiones de quimioterapia, y debía dejar el Quidditch, un golpe más a mi espíritu. Ella mandaría una carta a la profesora McGonagall inventando que necesitaba reposo por una lesión, un pretexto que, aunque débil, esperaba que mantuviera la verdad oculta por un tiempo.

De camino a la sala común, las dudas y el miedo me asaltaban con cada paso. ¿Cómo podía seguir actuando como si nada? No quería preocupar a Ron ni a Hermione, pero tampoco estaba listo para contarles lo que estaba ocurriendo. Cuando finalmente llegué, lo primero que vi fueron dos cabelleras familiares: una rojiza y otra castaña. Eran mis dos mejores amigos, Ronald Weasley y Hermione Black.

—¿DÓNDE ESTABAS? ¡¿SABES CUÁN PREOCUPADOS ESTUVIMOS?! —me increpó Hermione, su tono al borde de la histeria, mientras Ron me observaba con el ceño fruncido.

—CON TODO LO QUE HAS ESTADO MAL ÚLTIMAMENTE, Y DECIDES IRTE SIN DECIR NADA POR DOS HORAS. NOS HAS PUESTO LOS NERVIOS DE PUNTA, HARRY —seguía reclamando, su rostro enrojecido por la angustia, mientras Ron asentía, respaldando cada palabra.

—Sí, amigo. Al menos podrías habernos dicho que ibas a salir. Con cómo has estado estas semanas, no deberías andar solo por ahí —agregó Ron, con un tono más calmado pero igualmente preocupado.

—Lo lamento, chicos, fui a ver a Madame Pomfrey para un chequeo —dije, intentando mantener mi voz serena, aunque sentía que se me quebraba.

—¿Y qué te dijo? —preguntó Hermione, relajándose un poco, aunque la inquietud no desaparecía de sus ojos.

—Me dijo que era por el estrés de los exámenes, es normal. Solo necesito descansar un poco, y por el dolor en las articulaciones... bueno, parece que he estado sobreexigiéndome en Quidditch. Debo dejarlo por un tiempo —mentí, sintiendo el nudo en mi garganta apretarse con cada palabra.

—Lo sabía, nada te detiene, amigo —dijo Ron, rodeando mi cuello con su brazo en un gesto de camaradería, mientras Hermione rodaba los ojos pero sonreía levemente.

No me gustaba mentirles, pero por ahora, creía que era lo mejor. Esa noche me fui a la cama más pronto de lo usual, la fatiga y el dolor en mis huesos eran insoportables. Mañana sería un día caótico, lo sabía.

Al día siguiente, me desperté antes que Ron y fui directo al baño, mi cuerpo estaba empapado en sudor. Pomfrey me había advertido de esto, así que intenté no preocuparme demasiado. Me duché rápido y me vestí con el uniforme de Hogwarts. Cuando regresé al dormitorio, Ron ya estaba listo.

—Buenos días, Ron —lo saludé con una sonrisa, intentando parecer lo más normal posible.

—Buen día, Harry —respondió con voz adormilada mientras bajábamos juntos a la sala común. Nos encontramos con Hermione y, tras los saludos de rigor, nos dirigimos al Gran Comedor.

Mientras Hermione regañaba a Ron por alguna trivialidad, yo me perdía en mis pensamientos. Hoy solo tenía que fingir que estaba bien, que nada malo ocurría. Estaba tan absorto que no me di cuenta de que me dirigía directo hacia alguien hasta que choqué.

—Lo siento, no te vi —dije, alzando la vista para encontrarme con Draco Malfoy, que me miraba con esa sonrisa seductora que solo él sabía poner. Por Merlín, amaba a este chico. Maldición, era Draco... tenía que mantener la compostura.

—¿Qué pasa, Gaunt? ¿Tanto piensas en mí que ya no miras por dónde vas? —se burló, acercándose y deslizando una mano por mi cintura.

—Deliras, no pienso en ti... más bien, en ese chico de Ravenclaw —respondí, devolviéndole la sonrisa. Su expresión cambió, y antes de que pudiera reaccionar, me besó. Draco era tan celoso como posesivo, y todos lo sabían. Pero, por Merlín, me encantaba esa faceta suya.

—Ya, Draco, suéltalo, no puedes comértelo aquí —dijo Pansy Parkinson, abrazando a Hermione con una sonrisa divertida.

—Sí, Draco, pero si quieres te cubrimos —bromeó Blaise Zabini, rodeando con un brazo los hombros de Ron.

Draco me miró, sus ojos brillando con esa chispa traviesa, así que me alejé de él con una sonrisa juguetona.

—Alto ahí, dragón. Tengo clases con tu padrino y lo último que quiero es que le diga algo a mi padre —reí, guiñándole un ojo.

Nos dirigimos al Gran Comedor y, como era de esperarse, cada grupo se separó para ir a su mesa. Draco y los suyos se dirigieron hacia la de Slytherin. Desde allí, pude ver a mis tres hermanos, Mateo, Charles y Marcus, charlando entre ellos. Mientras hablábamos de cosas triviales con Ron y Hermione, el director Dumbledore se puso de pie.

—Buenos días a todos. Hoy tengo grandes noticias. Dos personas muy importantes han decidido visitarnos y evaluar el nivel académico de nuestro colegio. Ellos son el Ministro de Magia, Tom Gaunt, y nuestro Jefe de Aurores, James Potter —anunció con su característico tono jovial.

La sala estalló en aplausos y murmullos emocionados, pero yo me quedé helado, sin poder reaccionar. Sentí como si el mundo entero se estuviera desmoronando. ¿Por qué justo ahora? ¿Por qué, cuando más necesito mantener mi secreto, me mandan esta prueba? El universo realmente me odia.

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