Parte única

Dean despertó agitado aquella noche. Tuvo que apretar los ojos con fuerza antes de salir de la cama para lavarse el rostro con agua helada y poder alejar de su mente los últimos rastros de la pesadilla. Ya no era tan frecuente como los primeros meses, pero eso no quitaba el horror de la situación.

Se había convertido en algo tan rutinario desde hacía un año y medio que Sam había dejado de despertarse para ver que le sucedía a su hermano. Siempre era la misma historia: Dean solía despertar gritando el nombre del ángel, cubierto en sudor, y el corazón le latía a mil por hora; aseguraba que la marca en su pecho ardía durante unos momentos, pero una parte de sí sabía que todo estaba dentro de su cabeza. Algunas veces incluso despertaba llorando, y se odiaba por eso. Llorar le recordaba a los malos momentos, sobre todo a ese último mal momento con Castiel y posterior a éste. Intentaba poner sus sentimientos debajo de la alfombra como lo había hecho toda su vida pero se sorprendió al descubrir que su escondite ya estaba lleno hasta el tope y las emociones habían comenzado a filtrarse por los costados.

Hacía ya un año y medio, los demonios les habían tendido una trampa. Los hermanos habían ido a Dakota del Sur a investigar el caso de un niño que aseguraba que su madre había sido secuestrada por hombres de ojos totalmente negros. Según la policía, era el quinto caso en dos meses y Derek, el chico, era el único testigo, puesto que esas personas solían llevarse a la madre soltera y su hijo.

Ellos fueron a la casa de Derek para hablar con él y asegurarle que todo estaría bien, que pronto recuperarían a su madre. El tío del chico, el encargado de su protección, se encontraba trabajando y Derek los dejó entrar con los ojos marrones llenos de terror. No debía tener más de diez años, y se notaba por su rostro y voz temblorosa que estaba más que asustado. Les habló de su madre como si fuera la mejor mujer sobre el planeta y les confesó que no podía dormir por las noches por el miedo de que aquellas cosas volvieran por él.

Terminaron por compadecerse de Derek y le dijeron que si surgía algún problema, que los buscara en el Motel Four Horses.

Grave error.

Por supuesto, los Winchester no contaban con que el muchacho también estuviera poseído y que formara parte del ejército de demonios que querían sus cabezas clavadas en unas estacas en el Infierno.

Los tomaron por una emboscada mientras dormían. Era una noche fría de noviembre y el tráfico era pesado por la carretera, lleno de bocinazos y frenadas. Hacía una semana que los hermanos no conseguían un motel decente donde dormir más de dos horas sin que algo surgiera, y apenas cruzaron la puerta y se dejaron caer en sus camas no tardaron más de cinco minutos en comenzar a roncar. Los escucharon cuando comenzaron a entrar por todas partes: destrozaron la puerta, rompieron ventanas, e incluso quitaron una parte del techo. Eran más de los que Dean podía contar y los tenían rodeados en sus propias camas.

Los hermanos se miraron a los ojos por un momento y asintieron de forma casi imperceptible; nunca dejarían que los tomaran, y si tenían que morir al menos sería peleando.

Más rápidos que un rayo, tomaron las armas que mantenían guardadas bajo las sábanas con una mano y con la otra comenzaron a tirar agua bendita a diestra y siniestra. Los demonios se contorsionaban en el piso por el dolor y el humo salía de la parte del cuerpo donde el agua los había tocado, pero por cada uno que mataban, entraban dos. Lo podían sentir: no había escapatoria, y esta vez parecía ser la definitiva.

Tres de los demonios embistieron contra Sam y él logró clavar el cuchillo de Ruby en el estómago de uno antes de que los otros lo tomaran por los brazos con la fuerza similar a la de un toro. Dean intentó recitar un exorcismo pero un demonio lo tomó por la espalda y otro le encintó la boca.

El ejército hizo un pasillo desde la puerta hasta donde el par se encontraba para dejar pasar a una mujer rubia y vestida con ropa cara. Llevaba los ojos completamente negros y una sonrisa siniestra; tenía esa clase de rostro sin edad que podía variar entre los veintipocos y cuarenta y tantos. Se podía oír la respiración agitada de Sam y como se le mercaban las venas de los brazos de la ira que sentía; la furia e incluso el miedo de Dean se reflejaban en sus ojos pero no movía ningún músculo, sabía que era inútil.

La mujer se detuvo a escasos centímetros y dejó escapar una carcajada malévola que le recordó a Dean a las viejas caricaturas. Uno de sus colegas le pasó un bate de béisbol.

—Buenas noches, niños —dijo con voz que pretendía ser arrulladora pero solo logró ponerlos más nerviosos.

Luego, todo se volvió negro.

——x——

Dean supo que estaban en un galpón por el eco de los pasos de tacón y la humedad helada aire a pesar de que no podía ver casi nada. Se podía oler algo rancio y a azufre.

La cabeza le dolía horrores y su cien derecha latía. Al intentar levantarse la silla en la que estaba sentado, descubrió que estaba atado de manos y pies con sogas apretadas con fuerza. Pudo distinguir la silueta Sammy por el pequeño tragaluz sucio que había en el centro del lugar. Él yacía a dos metros a su izquierda, la cabeza le caía hacia adelante y el cabello le cubría los rasgos pero Dean adivinó que debía estar malherido, tanto o más que él.

La ira volvió a fluir por su cuerpo en el segundo que el demonio rubio apareció entre las penumbras con su macabra risa. Los tacones de sus zapatos resonaban contra el piso de concreto y la sonrisa parecía pintada en su rostro. Él se percató que llevaba el cuchillo de Ruby en la mano y comenzó a forcejear con las ataduras.

—Suéltanos, maldita hija de perra —bramó Dean. Su boca sabía pastosa.

El demonio solo rió más fuerte y chasqueó la lengua repetidas veces.

—Esa no es forma de hablarme cuando tú estás en desventaja, Dean Winchester. Al fin te tenemos donde queremos.

Dean no se inmutó.

—¿Qué es lo que quieren?

—Mhmm —hizo que se lo pensaba un momento y golpeteó el filo del cuchillo contra su labio—, muchas cosas, a decir verdad. —Se inclinó hacia adelante y le tocó el pecho con la punta—. Muchas que ustedes pueden darnos y probablemente no sepan.

Dean miró hacia los lados, pero le era imposible ver más allá de dos metros. Todo estaba sumido en las penumbras y no había nadie más que él, Sam y el demonio, aunque no descartaba la posibilidad que hubiera más de ellos en las sombras. Intentó prestar atención a los sonidos extraños pero no oía más que su respiración agitada.

—No tienes escapatoria, tenemos el lugar rodeado —le aseguró la mujer al tiempo que le clavaba la punta del cuchillo en la mejilla. Él se alejó y gruñó como un animal.

Estaba atado con sogas de nailon, cuatro vueltas en cada extremidad y sus dedos de encontraban lejos de los nudos. Sacudió su brazo pero el cuchillo que escondía en su manga había desparecido. Dean maldijo para su fuero interno.

El demonio negó con diversión y se alejó hacia donde Sam yacía.

—Los registramos de pies a cabeza. No hay nada que puedan usar contra nosotros —explicó. Examinó a Sam como quien se fija si una joya es real o no y tomó su rostro con una mano, clavándole las uñas en las mejillas. Él sacudió las pestañas y abrió los ojos una milésima de segundo antes de volver a cerrarlos. Tenía el rostro ensangrentado a la altura de la cien y parte del cabello pegado a él, también había un hilo de sangre seca en el labio partido—. Tu hermano sí que es de piedra, tuvimos que darle muy duro para que al fin durmiera.

La adrenalina y la ira volvieron a apoderarse de Dean, haciendo que su rostro se tornara rojo y las venas del cuello se le mercaran. Podían hacer cualquier cosa con él, podían torturarlo y quemarlo vivo si eso era lo que querían, pero no podía soportar ver cómo le tocaban un pelo a Sam.

—Creo que empezaremos con tu hermano, ¿Qué piensas? —Ella miró hacia Dean y le hizo un tajo a Sam en la mejilla. Tenía los ojos bien abiertos para aparentar inocencia—. Quiero que veas como la sangre corre por su rostro y como grita pidiendo por la ayuda de su hermano, la que nunca llegará. Y luego, —Lo señaló con el cuchillo—, cuando no quedé más que una masa moribunda y gimoteante, pasaremos por ti.

Él volvió a forzar las sogas pero lo único que logró fue quemarse las muñecas.

—¡Déjalo ir, zorra!

La rubia apoyó el cuchillo en el cuello de Sam y le hizo un pequeño corte. La sangre corrió hasta la clavícula del muchacho.

—Ups —musitó y rió.

El escozor del corte pareció despertar a Sam, quien abrió los ojos y miró a todos lados, perdido. Al bajar la vista descubrió que estaba inmovilizado y comenzó a forcejear en vano. Clavó sus ojos verdes en los de su hermano con pánico y desorientación.

El demonio dio vueltas alrededor de la silla de Sam y enterró sus largos dedos en sus cabellos, deleitándose con la suavidad. Él la apartó con un movimiento de la cabeza y ella rió otra vez. Dean se estaba cansando del sonido de su voz.

—Todo estará bien, Sammy —dijo Dean en un intento de tranquilizar a Sam, aunque no sabía si lo decía más por su hermano o por sí mismo. Nada estaba bien—. Ya encontraremos la forma de salir de aquí.

—Admiro tu optimismo, Dean —comentó la rubia—, pero nada podrá salvarlos.

Clavó el cuchillo en la clavícula de Sam, no muy profundamente, pero lo suficiente para que lanzara un grito desgarrador que resonó a lo largo del galpón. El corazón de Dean se partió; si había algo que no podía soportar era ver como su hermano sufría sin que él pudiera hacer nada. Apretó la mandíbula y apartó la vista.

Debía intentarlo, incluso si eso significaba dejar su orgullo de lado por unos momentos. Dean alzó la cabeza hacia el cielo y cerró los ojos. «Maldita sea, Cas, te necesitamos. Te necesito. Lo lamento, en serio, si no salvas de esta prometo recompensártelo» incluso en su mente oía su voz quebrada y llena de desesperación, si es que eso tenía algún sentido.

Hacía poco tiempo, Sam y Dean habían tenido una pequeña gran discusión con el ángel. Los hermanos, necios como eran, pretendían arriesgar sus vidas infiltrándose en un edificio atestado de demonios para salvar un puñado de personas. Castiel insistió en que no fueran, que esas personas ya estaban muertas en todo caso, que no valía la pena arriesgarse de forma tan estúpida. Como era de esperar, ninguno lo escuchó.

—Esta vez —aseguró Castiel con el semblante duro como una piedra. Él nunca perdía la paciencia pero aquellos chicos lo estaban comenzando a sacar de sus cabales— no los salvaré. Ya arriesgué mucho mi vida por ustedes y siguen sin querer escucharme. Algunas veces bastaría con decir "gracias".

El ángel desapareció sin más, dejando tras sí el sonido del batir de sus alas.

Sam y Dean casi mueren ese día. Apenas si pudieron controlar a los demonios y en el camino murieron tres de las diez personas que pretendían salvar. Castiel no se presentó en ningún momento, ni siquiera cuando apuñalaron a Dean en el hombro, cerca del corazón. Él tampoco lo volvió a llamar, ni siquiera cuando cada célula de su cuerpo rogaba por verlo una vez más, por sentir sus dedos entrelazados con los suyos y ver el celeste de sus ojos...

Pero Castiel lo escuchó esta vez. Apareció debajo del tragaluz con el sonido del aleteo de sus alas invisibles. La débil luz iluminaba sus rasgos desde arriba, haciéndolo ver más mortífero de lo que era. El corazón de Dean latió con fuerza y no pudo evitar sonreír. Jamás se había alegrado tanto de verlo, y eso que sí le gustaba estar cerca en su presencia. Mantenía el semblante impasible, como siempre, y desvió la mirada del demonio solo un segundo para juntarla con la de Dean; él podría haber jurado que sus ojos brillaron al verse.

La rubia pausó la tortura con Sam solo para girarse hacia Castiel y sonreír. Sam dejó caer la cabeza hacia adelante y respiró profundamente con alivio. La sangre le manchaba la camisa desgarrada y el rostro.

—Castiel, ¿cómo va todo en el Cielo? — lo saludó el demonio. Su voz estaba teñida con una pizca de diversión.

Castiel se encogió de hombros pero siguió mirándola a los ojos.

—Igual que siempre, Cimeries, mejor que en el Infierno seguramente. ¿Por qué no vas a comprobarlo?

Cimeries dejó escapar una risotada y acomodó la mano libre y manchada de sangre en su cadera.

—Al parecer se te pegó el humor negro de Dean Winchester. ¿Su boca te ha enseñado otras cosas también?

Cas no se movió.

—A él —ordenó el demonio con la mayor seriedad que Dean había visto en todo el día.

Una honda de demonios de todos los tamaños arremetió contra Castiel, pero él fue más rápido que cualquiera de ellos. Todos portaban cuchillos u otra clase de armas, pero ninguna podía dañarlo a no ser que fuera la espada de algún ángel. Cas tocaba sus cabezas sin detenerse más de un segundo en ellas y los cuerpos caían desfallecidos en un destello amarillo y gritos de dolor. Cuando uno de ellos intentó atraparlo por la espalda, Castiel le dio tal codazo que le partió las costillas y lo dejó en el piso. Varios demonios no tuvieron más opción que huir para evitar la muerte inmediata.

Pronto, Castiel estaba rodeado de una pila de cuerpos inertes sin haberse despeinado. Chasqueó los dedos y las sombras se iluminaron en amarillo, dejando ver como los cuerpos que los demonios habían poseído caían al suelo.

Sin embargo, Cimeries seguía en pie, y lucía furiosa. Tenía el rostro rojo y los puños pegados a los costados, apretaba el cuchillo en su mano derecha con tanta fuerza que los nudillos se le tornaron blancos. Parecía una niña de cinco años haciendo un berrinche porque le quitaron su juguete favorito.

—Esto no quedará así, Castiel —lo señaló con el dedo tembloroso.

Antes de que el ángel pudiera llegar junto a ella, Cimeries abrió la boca y se esfumó por el tragaluz en humo negro con olor a azufre.

Los hermanos se permitieron suspirar de alivio al fin. Castiel sonrió con satisfacción y se acercó a ayudar a Dean, pero él lo detuvo.

—No, no, espera —le dijo—. Primero ve con Sam y ayúdalo.

Castiel lo examinó de arriba abajo. Por su ceño fruncido, Dean supuso que su aspecto debía ser lamentable, pero el ángel obedeció. Caminó a paso rápido hacia Sam, le tocó la frente con dos dedos y el hombre volvió a tener el mismo aspecto saludable de siempre, las heridas y la sangre desaparecieron en un segundo. Sam dio un respingo, uno nunca terminaba acostumbrándose a los poderes angelicales. Cas desató las manos de Sam y lo dejó que se desatara los pies solo para ir a ayudar a Dean. Él lo recibió con una amplia sonrisa y pudo ver que las comisuras de la boca del ángel se elevaban también. Al parecer, la discusión había quedado en el olvido.

—Gracias, Cas —dijo Dean mientras le desataba las manos. Sus pieles se rozaron y el hombre sintió un cosquilleo que prefirió ignorar por el momento. Se disculparía con el ángel más tarde en privado—. No sé qué haríamos sin ti.

—Probablemente estarían muertos —le respondió. Dean sabía que intentaba bromear pero el tono salió un tanto sombrío.

Dean se masajeó las entumecidas muñecas y procedió a desatarse las ataduras de los tobillos. Castiel permaneció detrás de él todo el tiempo, examinando los alrededores. No sabía qué era, pero algo no le daba buena espina y quería largarse de ahí lo antes posible.

—Bien —anunció Dean al tiempo que se ponía de pie y se tocaba el rostro; las heridas habían desaparecido cuando el ángel lo había rozado. A pesar de todo, no podía dejar de sonreír—. Larguémonos de aquí. Este lugar me da calosfríos.

Sam tomó el cuchillo de Ruby del piso y se acercó a ellos con paso tranquilo. Se notaba que aún le dolían los tobillos, probablemente tendría marcas. Una parte de su cabeza se preguntaba cómo era que todo había resultado tan fácil, normalmente no vencían a un ejército con tal Destreza, incluso con un ángel de su lado. Si ellos los hubieran querido muertos ya los hubieran matado, ¿entonces qué era lo que pretendían...?

Pero todo sucedió demasiado rápido.

Por el rabillo del ojo, Sam distinguió una pequeña figura femenina acercándose con una rapidez inhumana hacia donde estaban Dean y Castiel con algo de brillo plateado en la mano. Antes de que él pudiera gritar para advertirles, la mujer de ojos completamente negros clavó la espada de ángel en la espalda de Castiel, justo a la altura de un pulmón. Por la risa que profirió, Sam adivinó que debía tratarse de Cimeries. Sin dudar un segundo, lanzó el cuchillo de Ruby, clavándoselo en la espalda. Cimeries lo miró solo un momento antes de caer de rodillas al piso con la boca chorreante de sangre. Su cuerpo se desmoronó en un golpe seco y murió.

Castiel dio un respingo y bajó la vista hacia punta sobresaliente de la espada. Se llevó una mano a la espalda y quitó el objeto con lentitud y una mueca de dolor. Al dejarla caer, ésta repiqueteó contra el suelo de concreto. Cuando volvió a elevar la vista, se encontró con los ojos de Dean mirándolo con horror e impotencia. Había sido un estúpido. ¿Cómo no la había visto acercarse? Estaba demasiado concentrado examinando a su alrededor y pensando en cómo se disculparía con Cas que ni siquiera la había oído acercarse.

Castiel susurró el nombre de Dean y se balanceó hacia adelante, hacia sus brazos. Él lo atrapó justo a tiempo y lo depositó en su regazo con suma delicadeza, su cabeza descansando en el pecho del humano. Él le apartó el pelo de la cara, le acarició la mejilla por un momento y con los dedos temblorosos le abrió la camisa blanca, ahora teñida de rojo, para examinar la herida. Castiel tocía sangre y se le escurría por las comisuras de la boca.

—Mierda, no, no, no —repetía Dean una y otra vez con los dientes apretados.

Sam también estaba cerca, pero una parte de él no de atrevía a acercarse porque sentía que Dean no se lo permitiría. Los últimos meses, ellos dos habían tenido una relación un tanto extraña que se basaba en su mayoría en sonrisas tontas y rozaduras de manos. Bueno, eso era lo que Sam había podido ver, pero presentía que su relación había llegado mucho más lejos. La pequeña discusión que habían tenido con Castiel había afectado más a Dean de lo que él permitía demostrar; se había pasado la mayoría de los días con mala cara y contestando a la defensiva cada vez que Sam intentaba que hablara sobre lo que le pasaba.

—Maldita sea, ahora tú no —seguía diciendo Dean una y otra vez con voz rota mientras examinaba la herida de Castiel con desesperación. Intentaba contener las lágrimas con las pocas fuerzas que era capaz de reunir pero el nudo en la garganta apenas lo dejaba respirar. Todo el cuerpo del ángel había empezado a resplandecer y de la herida en el pecho salía una luz plateada—. Resiste un poco más, ya vamos a salir de esta...

—Dean... —musitó Castiel con dolor. Se podía oír como sus pulmones trabajaban por intentar mantenerlo con vida y la sangre brotaba del pecho en cada respiración. Cas se aferró a la mano de Dean con los dedos temblorosos e intentó ponerse de pie, pero él se lo impidió.

—Quédate quieto —le suplicó el ojiverde—. Quédate conmigo. Ya te curaremos, te llevaremos con Bobby. Solo aguanta un poco más.

Dean se quitó la camiseta con rapidez y la presionó con fuerza sobre el pecho de Cas, pero él lo volvió a apartar. Sabía que ya no tenía salvación y quería alejarse de Dean antes de que muriera. Lo que menos quería en aquel momento era que Dean se pasara toda la vida lamentándose.

—Dean... no... Apártate —suplicó Castiel con esfuerzo. La sangre le había comenzado a inundar la garganta y su cuerpo brillaba más en cada segundo que pasaba.

Cas no sabía que sentir. Una parte de sí se estaba retorciendo de dolor, ya sea por la herida y porque no quería dejar solos a los Winchester, solo Dios sabía qué pasaría si él no estaba cuidándolos cada segundo. Pero por otro lado se sentía en paz, como si ese brillo que sabía de su cuerpo lo estuviera arropando y manteniéndolo cálido.

Pero Dean...

Él seguía allí. Las lágrimas calientes se estaban deslizando por sus mejillas y caían sobre el rostro de Cas, limpiándole la sangre. La calidez de sus piernas contra su espalda y sus manos contra su cara se sentía tan bien, más real que cualquier otra cosa que haya sentido antes.

No, debía apartarse de él, si tan solo pudiera moverse unos cuántos metros y asegurarle que todo estaría bien... Pero sus músculos no respondían y su cuerpo ardía de dolor. ¿Así era como los humanos se sentían al morir? ¿Cómo podían soportar tal dolor toda su vida, la que pendía de un hilo? Eran tan cortas, tan fugaces, tan solo un parpadeo para los seres celestiales.

—Cas... —musitó Dean. Su voz se rompió y apretó la mandíbula con fuerza—. No, por favor, tú no. Somos un equipo, ¿recuerdas? No nos puedes dejar. No me puedes dejar a mí.

Como pudo, Castiel le sonrió. Tenía los dientes manchados de sangre. Sus hermosos ojos azules estaban perdiendo el brillo. El corazón de Dean, el poco que le quedaba después de ver a tantos amigos morir, se rompió un poco más.

—Estaré bien... —le aseguró Castiel a pesar de que sabía que era una mentira. Los tres lo sabían.

Deanlo atrajo hacía sí y lo abrazó con fuerza como solía hacerlo en la intimidad mientras dormía. Cas se solía quedar con él en la cama, observándolo en silencio durante horas. Era uno de sus pasatiempos favoritos, el ver como el rostro de Dean cambiaba cuando se relajaba y parecía una persona diferente, alguien en paz y sin ninguna carga en sus hombros. Cuando el ángel dormía con él, las pesadillas no solían atacarlo.

Las lágrimas rodaban libres por sus ojos y los sollozos agitaban su pecho con fuerza. La barrera que solía poner entre él y el mundo se había derrumbado y no podía volver a poner los ladrillos en orden otra vez. Castiel se había encargado de pulverizarlos y llegar a su corazón como nadie aparte de Sammy había hecho antes. No se sentía como Dean Winchester, sino como el niño asustado y forzado a ser un adulto que en realidad era.

—Te quiero, Cas. No me dejes ahora —dijo Dean de forma ahogada contra el pecho de Cas.

Era la primera vez que lo decía en voz alta y una parte de él se sorprendió de la naturalidad con la que salieron sus palabras. Había pensado en decirle a Cas sus sentimientos en algún momento, a pesar de que ya eran evidentes, pero nunca se había atrevido.

El ángel sonrió y su pecho se hizo más cálido, aunque no estaba muy seguro si era por las palabras de Dean o por su gracia. «Así que así es como se siente el amor... Qué curioso. Es como estar quemándote vivo» pensó.

Dean apartó a Castiel solo un poco para poder mirarlo a los ojos. Su respiración era cada vez más débil. Ya no tenía más fuerzas para poder alejarse, no quería que él se fuera y sentir frío, pero tampoco quería que le quedaran las marcas de sus alas.

Con sus últimas fuerzas, Castiel musitó algo en enoquiano y por lo tanto inentendible para Dean, pero al ángel no se le ocurría otra forma de decírselo. El rostro del muchacho se pintó de confusión, pero solo duró unos segundos pues Cas empezó a brillar con más fuerza, luces doradas y cálidas como los rayos del sol saliendo de cada poro de su piel.

Y entonces sucedió algo que ninguno esperaba. Dean pudo ver a Castiel, ver su verdadera forma.

Castiel era como el sol, pero más pálido. Abarcaba toda la habitación y más allá de ésta con su brillo. No tenía rostro ni cuerpo, pero Dean podía asegurar que se trataba de Cas, la sensación de su cercanía era la misma que cuando tenía cuerpo físico. Las alas negras como la noche sin estrellas contrastaban con la luz que emitía, pero no dejaban de ser igual de puras. Dean las sintió, pudo sentir la suavidad de sus plumas y su peso real contra su pecho y piernas. Él pensó que jamás había visto algo más hermoso que Castiel. También escuchó su voz, más clara que antes, diciendo las mismas palabras en enoquiano; venía de todas partas y de ninguna parte, y Dean sintió como si estuvieran susurradas a su oído. El sonido no se podía comparar a nada que hubiera escuchado antes, era cálida como como un café en una mañana tranquila de invierno y como el beso en la frente que su madre le daba antes de ir a dormir.

Todo empezó a arder. Sintió que su pecho y parte de las piernas se prendían fuego, ahí donde el cuerpo mortal de Castiel estaba apoyado en él, y lanzó un aullido desgarrador. El galpón se iluminó de tal forma que lo cegó por un momento. «Por esto Cas me estaba apartando» pensó en medio de su dolor.

La escena no duró más de un segundo. Castiel se disolvió en el aire tan rápido como había aparecido, dejando solo oscuridad, las enormes quemaduras de sus alas en el piso y el cuerpo muerto de Jimmy tras él. Dean se sintió frío y vio el mundo más oscuro.

Con las piernas temblorosas, se puso de pie y se pasó una mano por el rostro, sin percatarse de que tenía sangre en ella. La barbilla le temblaba de forma incontrolable y tenía los ojos rojos por el llanto, pero ya no tenía sentido quedarse cerca del cuerpo. Castiel ya no estaba en él.

Sam miró horrorizado hacia su hermano. Una enorme marca roja aún humeante adornaba todo su pecho y había quemado parte de sus jeans. Tenía forma de grandes plumas superpuestas. Las alas de Castiel.

Dean bajó la mirada hacia su pecho y lo tocó un dedo tembloroso. Ardía mucho, más que cualquier otra quemadura que se hubiera hecho antes. Ahora tenía dos marcas de Castiel sobre su cuerpo, dos recuerdos tatuados en su piel y que nunca dejarían de perseguirlo. Supuso que ese era el precio de enamorarse de un ángel y ver su gracia.

Sam hizo un ademán de acercarse a su hermano, pero él lo detuvo con una palma en alto. Debía poner sus sentimientos en orden otra vez o se volvería a quebrar. Cada célula de su cuerpo temblaba de ira y tristeza, pero Dean no dijo una palabra, solo dejó caer de rodillas y se quedó mirando el cuerpo inerte y la quemadura en el suelo durante treinta largos minutos. El ardor en el pecho era lo único que le recordaba que todo era real y no era otra mera tortura en el Infierno.

Cuando Sam creyó que ya era tiempo de irse antes de que la policía o alguien llegara, tomó a Dean por el brazo y lo ayudó a ponerse de pie. Él no se opuso, no tenía fuerzas para hacerlo, pero las lágrimas corrían silenciosas por sus mejillas. Dio dos respiraciones profundas y las secó con la palma de la mano.

Sam tenía un nudo en la garganta, pero no sabía si era por la muerte de su amigo o por ver como su hermano se rompía frente a sus ojos y no tuviera palabras con las que consolarlo; tal vez era por ambas cosas.

—Dean... —intentó decir pero él lo cortó.

—Llama a Bobby —Su voz era tan fría como el hielo y cortaba igual que una cuchilla. No había emociones en su rostro—. Es hora de irnos.

Sin decir nada más, pegó media vuelta y se dirigió hacia la gran puerta de metal.

Sam miró el cuerpo de Cas (¿O de Jimmy? Ya no sabía que pensar) y se acercó para poner la gabardina manchada de sangre sobre su rostro y cárgalo en brazos. No se permitió llorar en ningún momento, debía ser fuerte por su hermano.

Bobby llegó quince minutos después. Dean se sentó en el asiento del acompañante y Sam depositó el cuerpo a su lado en el asiento trasero. Nadie dijo una palabra en todo el viaje, se podía sentir la creciente tensión entre ellos.

Al llegar a la casa, Dean se excusó diciendo que necesitaba estar a solas. Bobby y Sam se miraron preocupados pero no dijeron nada al respecto, solo compartieron una botella de ginebra.

Por la noche quemaron el cuerpo de Jimmy-Castiel en el patio trasero de Bobby. Solo fueron ellos tres, mirando como las llamas cubrían su amigo y se elevaban perezosas hacia el cielo. Por más calor que éstas les aportaran, los hombres no podían quitarse de encima el frío que sentían. Sam había sugerido en enterrarlo, más por respeto al antiguo recipiente de Cas que por otra cosa, pero Dean le dijo que hiciera lo que quisiera, que ese cuerpo ya no tenía nada que ver con Castiel a pesar de que él se hubiera enamorado de esas mismas manos callosas y esos ojos azules como un cielo despejado. Después de ver la gracia del ángel, ya no podía volver a las cosas de la misma manera.

—Si alguno de ustedes vuelve a mencionarlo —dijo Dean mirando las flamas— o cualquier cosa relacionada con él, les romperé las piernas.

Ninguno dijo nada y Dean se fue.

Pasó la noche sentado en el bunker con la espalda contra la pared, mirándose la cicatriz. Ya no le dolía a menos que la tocara. No paró de hacerlo en toda la noche, solo para evitarse recordar a Cas y los viejos momentos, aquellos donde los sentimientos aún eran demasiado confusos como para ponerles un nombre y su mera presencia hacía que el corazón le latiera como un caballo salvaje. No lloró, no le quedaban fuerzas ni para moverse. Pasó tres días allí dentro sin moverse ni decir una palabra. Sam le llevaba comida y agua pero él la rechazaba; sólo quería estar solo.

Así pasaron cuatro meses. Dean no dormía más de lo necesario, no porque no quisiera, sino porque las pesadillas lo atormentaban cada vez que cerraba los ojos. Cas moría de diferentes maneras en cada una de ellas, en algunas ocasiones era él mismo quien lo mataba mientras estaba poseído por un demonio; esas solían ser las peores. A veces incluso aseguraba tener sangre de Cas debajo de las uñas. Las noches eran el único momento donde se permitía recordarlo mientras se miraba las cicatrices y las recorría con las yemas de los dedos. No dejó que Sammy lo ayudara a curarlas, no quería que nadie le quitara su dolor y la poca cordura que ésta implicaba.

Sin embargo, odiaba aquellas marcas con cada parte de su cuerpo. Era como vivir cada día el horror de ver morir a la persona que amaba, las imágenes de Castiel sangrando estaban grabadas a fuego en su memoria. A partir de ese día no volvió a sentir nada, el vacío en su pecho se hizo mucho más grande, si es que eso era posible. Los recuerdos sobre el amor estaban pintados con amargura y ya no sentía dolor, ni ninguna otra emoción. No tenía nada.

Se dedicó a beber más de lo habitual por el día y perseguir demonios por las noches. Buscaba trabajos hasta donde no los había, todo para descargar toda la ira que sentía de alguna manera, y no sabía otra manera que no fuera asesinando. Los mataba sin importarle que tan lejos se encontraran; incluso una vez había dejado varado a Sam sin avisarle por dos días en un pequeño pueblo en Massachusetts para ir a perseguir a un par de demonios en Nueva York.

La venganza era el motor de los Winchester y sin ella probablemente Dean se hubiera matado hacía mucho tiempo.

Hasta que por fin encontró al demonio que estaba buscando.

Descubrió a uno de los seguidores de Cimeries en un pueblo cercano donde estaban haciendo un trabajo. Desde aquel fatídico día, su instinto le decía que las piezas no encajaban. ¿Por qué Cimeries los había raptado en primer lugar? Sabía que los demonios no los adoraban exactamente, pero ellos nunca hacían las cosas porque sí.

Dean tomó al demonio por sorpresa y lo llevó hacía las afueras del pueblo hasta a una casa abandonada atado de pies y manos. Sam no se encontraba con él puesto que lo había dejado en el motel con la excusa de querer dar un paseo. Por supuesto, Sam no se tragó su mentira pero no intentó detenerlo, ya no había nada en su poder que pudiera pararlo.

Ató al demonio en una silla en medio de una Trampa del Diablo y lo despertó con agua bendita. El demonio había poseído a un hombre de treinta y dos años aproximadamente, alto y afroamericano. Casi doblaba a Dean en fuerza, pero él tenía sus trucos.

Durante media hora, el demonio aguantó las torturas de Dean sin decir una palabra además de sus risas (Dean creyó que Cimeries elegía a sus seguidores por su extraño sentido del humor). El cazador hacía dejado de censurarse con las torturas desde que había dejado de sentir remordimiento alguno, una parte de él estaba asustada porque ya no se sentía como un humano.

Luego de inyectarle sal por las venas y ver como se retorcía de dolor, Dean preguntó por milésima vez:

—Te lo preguntaré una vez más —Estaba a centímetros de su rostro con el cuchillo de Ruby apuntando al único ojo sano que le quedaba (el otro se lo había arrancado con pinzas con agua bendita)— y espero que esta vez me respondas. ¿Qué era lo que quería Cimeries de nosotros?

El demonio escupió sangre al volver a reír. Dean, cansado de sus juegos, clavó el cuchillo en su pierna hasta el mango. Se deleitó con sus aullidos de dolor.

—No los quería a ustedes, imbécil —balbuceó el demonio a gritos—. No son tan importantes como creen.

Dean paró en seco. Nada tenía sentido. Pero los demonios suelen mentir, aquel podía ser otro más de sus trucos.

—¿Entonces qué era lo que quería?

—A tu ángel, por supuesto. —El demonio le enseñó los dientes manchados de sangre—. Tú y tu hermano fueron una mera carnada.

Dean dio un respingo y apretó la mandíbula con fuerza. Lo tomó por el cuello y la piel del demonio comenzó a burbujear puesto que tenía las manos mojadas con agua bendita.

—Explícate —exigió.

—¿Tienes idea del poder que tiene la gracia de un ángel? Es como tener cien mil bombas nucleares en nuestro poder. Podríamos hacer cualquier con ella, seríamos más poderosos que cualquiera de ustedes. Los aniquilaríamos en menos del latido de un corazón. —Él volvió a reír y escupió sangre al piso—. Cimeries tiene suerte de que tu hermano lo haya matado porque ahora estaría sufriendo una las peores torturas en el Infierno, estas no son la clase de cosas perdonamos. Encima Castiel era una presa tan fácil... Cuando estaba a tu alrededor su juicio se nublaba y no podía hacer otra cosa que protegerte. Que estupidez. Se estaba convirtiendo en humano —pronunció la última frase como si fuera el peor insulto habido y por haber.

Dean apretó el agarre aún más fuerte y clavó las uñas en el cuello del demonio. La cicatriz en su pecho parecía arder otra vez.

Tomó el cuchillo y lo retorció en la herida del demonio. Él gritó pero no dejó de hablar.

—Me hubiera gustado torturarlo, sobretodo jugar con su mente —comentó airoso con voz ahogada. La sangre brotaba de su pierna a borbotones—. Si es que hubiera podido, claro. Hubiera cambiado sus recuerdos sobre ti, sobre todo ese primer y último beso, seguro que lo recuerdas. Debo admitir que su carita de sorpresa cuando lo besaste mientras estabas borracho me provocó ternura. Demonios, nunca había visto un ángel tan blando... ¿No te ha entrado curiosidad por saber cuáles fueron sus últimas palabras?

Antes de que el demonio pudiera seguir hablando, Dean le cortó la cabeza. Su sangre le manchó la camisa y el rostro pero, una vez más, no le importó. Respiraba con agitación, el pecho subiendo con fuerza en cada inhalación. Las lágrimas detrás de sus ojos picaban por salir pero se las tragó.

Volvió al motel por la noche con la sangre aun cubriéndolo. Sam no hizo preguntas cuando entró, solo lo miró con compasión. Dean odiaba esa mirada y quería golpear a su hermano cada vez que se la daba.

Por la noche, luego de bañarse y comer un sándwich, tomó la computadora de Sam mientras él dormía. Sus dedos estaban indecisos sobre el teclado, deseosos y temerosos de saber. Una botella de whisky descansaba a su lado y no dudó en darle un trago largo. Pasaron diez minutos hasta que dio un profundo suspiro y googleó "traducción enoquiano-inglés". Podría haberlo buscado en los libros, pero significaba llamar a Bobby y explicarle la situación, y no estaba de humor para eso.

No había olvidado las palabras que Cas le había susurrado al oído hacía seis meses. Las recordaba cada noche para no olvidar el sonido de su voz, aunque sabía que poco a poco se había ido borrado y la mayor parte de ella era creada por su imaginación. La primera noche había escrito en un papel las palabras de forma que Castiel le había enseñado hacía ya mucho tiempo en la época donde Dean quería aprender el idioma de los ángeles. Pasadas dos semanas, se había aburrido de estar toda la tarde sentado con una hoja frente a él; le recordaba a la su época escolar y Cas no era exactamente un maestro muy paciente. Lo único que había podido aprender era el abecedario y el sonido de cada símbolo, mas no su significado.

En pantalla aparecieron una serie de símbolos que representaban cada letra. Dean tecleó en los símbolos que correspondían a cada sonido con un nudo en la garganta, guiándose con la hoja donde los había escrito para no olvidarlos. Intentó no recordar la seriedad de Cas cada vez que le explicaba como mover los labios en cada letra mientras él bajaba la vista pues no soportaba sostenerle la mirada y no poder besarlo mientras hacía movimientos extraños con la boca que eran imposibles para él.

Al cabo de cinco minutos tenía la frase traducida frente a él. Dean apretó los labios con fuerza para que no temblaran. No sabía que era peor: si haber esperado tanto para traducir la frase, que el maldito no se lo haya ducho en inglés en su momento, o siquiera saber que había dicho y no poder corresponderle. Quería revivir a Castiel solo para besarlo y golpearlo por haber sido tan idiota.

"Al fin puedo comprender qué es amar a alguien" rezaba la pantalla.

Dean se llevó una mano al pecho de forma inconsciente. Por más que intentara pararlas las lágrimas silenciosas corrieron por su rostro, las primeras luego de la muerte de Castiel. Le siguieron sollozos, cada vez más fuertes hasta convertirse en un llanto descontrolado. Se dejó caer sobre la mesa y escondió su rostro entre los brazos. Se sentía como un imbécil pero no podía parar.

Pero su dolor, uno tan profundo que le estaba partiendo el alma por la mitad, no era solo por la muerte de Cas. Era por él, por ellos, por todo lo que les fue arrebatado; fue también por Sam, por la vida que nunca pudieron tener, por los amigos que perdieron y por todo lo que los estaba esperando. Ya no podía soportar aquella vida, lo único que lo mantenía en pie era Sammy. El apocalipsis, los demonios, salvar personas... Ya nada de eso le importaba. ¿Cómo iba a poder salvar a alguien ni no se podía salvar ni a sí mismo?

Sam se despertó con el escándalo. Al mirar su reloj descubrió que eran pasadas las tres de la mañana y su hermano estaba llorando como nunca antes frente a la laptop. Se levantó con rapidez y tomó a Dean por los hombros sin saber muy bien como consolarlo. Al ver la pantalla, apretó la mandíbula con fuerza y maldijo en su fuero interno. Su hermano no paraba de llorar, jamás lo había visto así de destrozado, se suponía que él era el fuerte de los dos. Sin embargo, Dean escondió el rostro en la camisa de Sam y dejó que su hermano lo abrazara con fuerza como si él fuera el niño pequeño.

—Está bien, Dean —intentaba tranquilizarlo Sam—. Todo estará bien. Podemos contra esto.

—Ese hijo de perra no tendría que habernos ido a salvar, Sammy —balbuceó Dean contra el hombro de su hermano—. Murió por nuestra culpa. No fuimos lo bastante inteligentes como para darnos cuenta que todo era una trampa. Es nuestra culpa. Cas murió por nuestra culpa.

El corazón de Sam se rompió otra vez y tuvo que apretar la mandíbula para no llorar. Abrazó a su hermano con más fuerza.

—Todo estará bien, Dean. Él está en un mejor lugar.

Dean negó con la cabeza.

—No, no es cierto —el tono de voz era desgarrador y desolador—. Él ya no está en ningún lado. Cas murió, Sammy.

Sam nunca había visto a Dean de esa forma y ya se había quedado sin palabras de consuelo. A lo largo de los años, Sam sabía que su hermano se quebraba por las noches, como cuando por Ellen y Jo en silencio se despertaba de una horrible pesadilla donde todas las personas que no había podido salvar lo atormentaban. Pero esta vez era muy diferente, era como si toda la carga en sus hombros había terminado por derrumbar el muro que ponía para ocultar lo que sentía y los fantasmas susurrantes en su oído habían terminado por volverlo loco. Había terminado por gastar la ultima fibra de cordura que lo mantenía atado al mundo.

Sin saber muy bien qué hacer, Sam tomó a Dean por los hombros y lo llevó al baño. Lo ayudó a desnudarse y meterse bajo la ducha helada. Para este punto, Dean había dejado de llorar y dejaba que Sam lo ayude a lavarse mientras él miraba sus manos fijamente con la mente en blanco. Sam no podía apartar la vista de las cicatrices negras del pecho y las piernas. Luego, lo llevó hasta la cama y lo arropó como él solía hacerlo cuando eran niños y tenía una pesadilla.

Dean quería seguir llorando, pero en silencio. Quería romper alguna cosa o matar algo, pero no pomoverse; haabía quedado drenado y su mente susurraba el nombre de Castiel una y otra vez. No había pensado tanto en él desde que estaba vivo. Quería consolarse con la idea de que lo estaba mirando desde el Cielo, pero ya ni siquiera estaba ahí. Ahora solo vivía en la memoria de las personas que lo amaron.

Dean se quedó dormido con la voz celestial de Cas en su mente.

Soñó con él. Ambos estaban en medio de algún claro lleno de flores rojas, amarillas, azules y violetas y se tomaban de la mano. Una fina brisa corría y movía las hojas verdes de las copas de los árboles y el pasto bajo sus pies. Cas sonreía como nunca antes Dean lo había visto, las comisuras de sus ojos lucían relajadas y se arrugaban de felicidad; él sonrió también. Tras ellos, las alas negras de Castiel llenaban el vacío y tapaban parte de la luz de sol. Dean sentía una paz que nunca había sentido desde que era un niño, en aquel mundo él no era un cazador con el peso de salvar al mundo y cuidar a su hermano sobre sus hombros, solo un muchacho tomado de la mano del hombre que amaba.

Cas se puso frente a él y posó una de sus manos en la mejilla de Dean, él se apoyó sobre ella y cerró los ojos para disfrutar el tacto.

—Sé que eres un producto de mi imaginación —susurró él—. Pero no me importa.

Dean lazó un suspiro y abrió los ojos. Castiel resplandecía con su gracia rodeándolo y aportaba más calor que el sol. Acarició el rostro de Dean y enterró los dedos en los finos cabellos de su nuca. Dean se estremeció.

—No quiero que estés triste por mí —dijo Castiel con el ceño fruncido.

—Pero te extraño tanto... —Dean apartó la mano de su cuello y entrelazó sus dedos. La calidez de su mano se sentía tan real...

Y era cierto. Extrañaba que Cas acudiera cada vez que rogaba por verlo, extrañaba que no entendiera las referencias humanas y los estúpidos apodos que le ponía; extrañaba que Cas invadiera su espacio personal y que lo pusiera nervioso, extrañaba su mirada de cachorrito cada vez que estaban solos y como tomaba su mano con timidez.

—No deberías —le reprochó el ángel.

—No puedo evitarlo, lo siento.

—Quiero que seas feliz, Dean. No puedo soportar que estés sufriendo.

Dean se relamió los labios, sin saber que decir. Bajó la vista a sus manos entrelazadas y acarició el reverso de Cas. Él lo seguía mirando con intensidad.

—Dean —dijo con lentitud—. Te quiero de la forma más humana posible, pero que eso no te impida seguir con tu vida.

"De la forma más humana posible". Castiel lo había querido con pasión y desenfreno, no había podido comprender del todo lo que sentía y le había encantado y asustado por partes iguales. Había amado la sensación en el pecho cada vez que Dean estaba cerca y el cosquilleo en la piel cada vez que lo tocaba. Lo que había sentido era ilógico e impredecible y había llegado a envidiar a los humanos por sentir la pasión que los ángeles nunca habían sentido. Dean no lo sabía, pero eso no lo había ideado su mente, sino que Cas se lo había susurrado mientras dormía.

Dean apretó la mandíbula y lo miró. Lucía triste y desolado, aquel sueño era sufrimiento y alegría al mismo tiempo. Cas volvió a acariciarle el rostro sin separar sus manos.

—No quiero seguir sin ti —musitó el ojiverde.

Cas volvió a sonreírle.

—Deberás a hacerlo. El mundo cuenta contigo. Sam lo hace. Yo lo hago.

Sin decir una palabra más, el ángel volvió a arder como el día que había muerto. Dean volvió a verlo y se deleitó con el sonido de su verdadera voz y la calidez arrulladora de su gracia. Sus alas negras lo envolvieron como un abrazo y lo elevaron al cielo, donde lo besó como tantas veces había querido hacerlo. Dean quiso llorar porque sabía que todo era un sueño, pero tan solo se aferró a Castiel y lo besó con fuerza.

Y despertó en el motel. El cuarto estaba oscuro en contraste a la luz de su sueño, pero los primeros rayos del sol se colaban entre las sucias cortinas rojas. El mundo seguía siendo oscuro a comparación de Castiel. Una vez más, sintió como las cicatrices ardían y se llevó una mano al pecho para comprobar que no se estaba prendiendo fuego.

Sam estaba frente a la cocina preparando unos huevos fritos, el aroma impregnando el cuarto y haciendo que el estómago de Dean gruñera. Dean se puso de pie con lentitud y se pasó las manos por los ojos para despejarse. Sam dejó dos platos con tocino y los huevos frente a las dos sillas de la pequeña mesa circular de madera y lo miró con preocupación y una sonrisa de compasión.

—Hey —dijo—. ¿Cómo estás?

Dean dijo algo entre medio de un gruñido y "bien" y se dispuso a desayunar en silencio. Sam lo estudió entre miradas furtivas por encima de su plato: no lucía tan mal como esperaba, ya no tenía los ojos rojos ni esa mirada llena de tristeza y amargura. Los hombros no se le caían hacia adelante y no mantenía la mandíbula apretada.

Dean no le dio importancia y engulló la comida como si fuera la última sobre la faz de la tierra. Ese sueño le había sentado bien a su manera: se sentía con ganas de hacer algo, cualquier cosa. Sentía que podría salir a correr o cazar cualquier monstruo que se pusiera frente a él. Dean sonrió a su plato vacío y rió por primera vez en meses. Sam bajó el tenedor que estaba a punto de llevarse a la boca y miró a su hermano como si se hubiera vuelto loco. Dean no paraba de reír por lo bajo.

—Dean... —dijo con lentitud— ¿Te sientes bien?

Su hermano levantó la vista y le sonrió. Sam frunció el ceño.

—Mejor que nunca —Dean volvió a reír. ¿Sería que estaba borracho? No, aún no se había puesto a beber.

Se puso de pie y estiró los brazos sobre su cabeza para hacer crujir la espalda. Sam no lo había visto tan activo desde la muerte de Castiel.

—¿Que te parece si vamos a cazar algo juntos? —dijo Dean—. Hace mucho que no hacemos algo como hermanos. Hace unos días encontré el nido de unos vampiros a tres pueblos de distancia. Vamos, será divertido.

Sin esperar una respuesta, salió del cuarto hacia el Impala con una sonrisa traviesa en el rostro. Sam lo siguió con la mirada a través de la ventana y también sonrió. No sabía qué era lo que le había hecho cambiar tan radicalmente, pero esperaba que se mantuviera así por un largo tiempo.

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N/A: ¿Saben qué es lo peor de todo? Que Dean vuelve a decaer JAJAJAJ bueno me calmo.

  En demonología, Cimeries es un poderoso Marqués que aparece como un valiente soldado montando un caballo negro. Puede hacer que un hombre parezca un soldado de su propia clase (demonio). Es el gobernante de los espíritus errantes en África, puede encontrar tesoros y cosas ocultas, enseña vocabulario, lógica y retórica.  (Aprendiendo demonología con Luly, ahr)

Técnicamente la idea básica de este fic no es mía, vi un post en Tumblr y la historia vino a mi mente enseguida. ((Gracias, Em, por motivarme a escribirla)). Es más larga de lo que esperaba (17 hojas de word) y la escribí para salir de un terrible bloqueo de escritor, así que por eso puede que no haya salido tan bien y trágica como quería.

Este es el post que vi:

Y no viene con el fic, pero miren esto :'v 

*Se hace bolita y llora*

Y para mayor sufrimiento, vamos a tomarnos un momento para escuchar esta canción:

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